Los trabajadores unidos...
Vía Festival de Cannes
por reporter 21 de mayo de 2014
Abres el periódico y sabes que tarde o temprano, en alguna sección u otra, vas a toparte con la maldita noticia. Enciendes el televisor durante la hora del noticiario y sabes también que van a hablar de esto. En la radio, tres cuartos de lo mismo, y en internet, después de haberle dado al play a unos cuantos vídeos de gatitos y de Jennifer Lawrence (que vienen a ser lo mismo), también. Esta vez han sido 126 las que mañana no tendrán que ir trabajar. Hay que tener en cuenta a todas estas personas... y a las familias que dependen de ellas. La cifra final se multiplica. Un drama al que, por pura repetición (y por inoperancia de los poderes fácticos) nos estamos acostumbrando demasiado. Existe el riesgo de la insensibilidad... hasta que tanto en el periódico, como en el espacio televisivo, como en el programa de radio, como en la página web, llega la hora de hablar de cultura, ese oasis más o menos infecto que a pesar de los incansables esfuerzos de las fuerzas internas y externas, sigue reivindicándose como uno de los únicos polos de decencia en este infecto mundo.
Hablamos, una vez más, de la puta crisis, de las víctimas que se cobra y de los verdugos, tanto los que dan la cara como los que tan bien saben esconderse en las sombras. Corren malos tiempos, cierto, pero al jefe de todo esto parece que no le tiembla demasiado el pulso cuando le comunica al de recursos humanos que hay que aligerar carga, que esto se va a pique, que la cosa está muy mal... y toda esta mierda que ya se vomita sin pensar. En este caso, le ha tocado pringar a Sandra. De patitas a la calle en un abrir y cerrar de ojos. Gracias por todo, y búsquese la vida. Por suerte, o mejor dicho, por intervención divina de última hora, le será conseguida una prórroga. ¿Acaso no vivimos en un país libre? Pues a votar se ha dicho. A Sandra le acaba de caer del cielo la posibilidad de una votación que puede salvarle la vida. El trato es perverso, y los jueces van a ser sus propios compañeros de trabajo. Si ella sigue, cada uno de ellos tendrá que volver a ajustarse el cinturón... si se va, no se rebajará sueldo alguno... hasta nuevo aviso.
Aunque la mejor de todas las noticias es que la defensa del caso la llevará a cabo una de las parejas más prestigiosas en la materia. Estamos en buenas manos: Jean-Pierre y Luc Dardenne vuelven a la Croisette tres años después y pueden salir de ella con la tercera Palma de Oro (que se dice pronto) bajo el brazo. 'Deux jours, une nuit', es decir, ''Dos días y una noche'' es aproximadamente lo que dura un fin de semana, que es también el tiempo que se le concede a la protagonista para que convenza a sus compañeros de que cuando vuelvan el lunes al trabajo, voten a favor de su permanencia en la empresa. Marion Cotillard, estupenda de nuevo tras los baches del año pasado en este mismo escenario, lucha contra el sistema, contra los miedos de quienes la rodean pero sobre todo contra ella misma para así no perderse para siempre. La rescisión de un contrato laboral... a veces ''sólo'' hace falta esto para que nos hundamos en el pozo, para nunca regresar. Ahora sí: así de mal están las cosas.
Y así de bien ha empezado esta nueva jornada en la Competición, monopolizada, como mandaba el manual Cannes, por estos hermanos belgas que raramente no dan en el clavo. En esta ocasión, aparte de sorprender con una elegante puesta en escena que apuesta por la -desigual- simetría de los bandos enfrentados, su mayor acierto llega a la hora de enfrentarse al verdadero reto: no se trata de que la más precipitada, improvisada y cruel de las votaciones vaya a decidir sobre el futuro profesional más inmediato de un personaje que vive literalmente ahogado en sus propias angustias (un clásico en el cine de los Dardenne), sino de saber ver hasta dónde llega la colectividad y hasta dónde la esfera más estrictamente individual. ''Hay que aislarlas'', nos llevan contando desde hace mucho tiempo, pero ahí está la trampa.
Los cineastas de Lieja, en permanente contacto con la realidad más palpable (así lo atestigua cada una de sus películas), saben que esto funciona justamente al revés; que no se puede separar lo que por definición es inseparable. Y en esto se convierten los ''dos días y una noche'', en una encomiable fusión de las dos partes indisociables del mismo problema. Éste último, por supuesto, y como suele suceder con cada una de sus propuestas, no es el de una sola persona, sino también el de una comunidad entera a la que ya no debería serle tan fácil pasar de página, cambiar de canal / dial o irse a otra web. Sin prometernos un final feliz pero sí un proceso durante el cual nunca se faltará a la verdad (pero sí a la coherencia racional en un momento determinado, lo cual es, guste o no, otro sello distintivo de la firma), el equipo Dardenne & Cotillard pone la personalidad a esta película redonda, tan cruda, perra, cercana y, en el fondo, esperanzadora como la insoportable realidad que nos (y la) rodea.
Altibajos veteranos
Antes de concederle la oportunidad al nuevo talento, dos paradas obligatorias en casa de dos de los maestros cinematográficos más consagrados del panorama internacional. Si con el pedigrí de los Dardenne no bastaba, se han unido a la fiesta de esta 67ª edición (que tan poco lustrosa tenía que ser, recordemos... pausa para las risas enlatadas) Zhang Yimou y Wim Wenders. Por partes. Hará unas cuantas semanas se daba a conocer la noticia de que el maestro chino acababa de pagar la multa que el gobierno de su país natal le había impuesto por tener más hijos de los legalmente permitidos. Se ignora el método de pago empleado para liquidar esta sanción en particular... se sabe, esto sí, que la filmación de determinadas películas puede convertirse en un método tan bueno como cualquier otro para la condonación de la deuda. Todo vale, incluso en la cultura, ya saben, ''ese oasis más o menos infecto que a pesar de los incansables esfuerzos de las fuerzas internas y externas sigue reivindicándose como uno de los únicos polos de decencia en este infecto mundo.''
'Coming Home', presentada fuera de Competición, es la historia de un retorno imposible al hogar. Con la ahora desacertada Revolución Cultural (sólo en las formas, cuidado), se le dio -aún- más sentido a la obra magna de George Orwell. El poder infinito del Partido llegó hasta el corazón mismo de los hogares, fracturando incluso a las familias más bien avenidas. En los primeros compases del filme, Yimou tira de habilísimo montaje para hablarnos de la traumática separación de un padre de su respectiva mujer, debido a los ideales de él. El resto de hora y media parece pertenecer por completo a los peces gordos de las productoras encargadas de financiar dicho proyecto. Se va a amarrar, por consiguiente, lo facilón. Melodrama de época de (gran) estudio, el toque de Zhang Yimou se va diluyendo cada vez más rápido en medio de una perfección técnica que apenas alcanza para maquillar las carencias tanto a la hora de abordar tanto la conciencia como la memoria Históricas, por no hablar del descaro y poco rubor con el que se va a buscar la lágrima más fácil. Las notas agudas de piano y los golpes emocionales de educación primaria se van sucediendo con la misma velocidad con la que se arrancan los pañuelos de papel del envoltorio original, sólo que de forma innecesariamente complicada e interminable. En algunas escenas clave, parece incluso como si los protagonistas se convirtieran en aquel adorable perrito de 'Hachicko'. Así de primario; así de bajo.
Por todo lo alto ha vuelto, en cambio, Wim Wenders al Palais des Festivals. Quizás no lo haya hecho en la plaza principal (se ha tenido que confirmar con la sala Debussy de la sección Un Certain Regard... que no es poco premio, todo sea dicho), pero ha saldado la experiencia, como en los mejores tiempos, con el público a sus pies. Acompañado por Juliano Ribeiro Salgado, se dispone a analizar la obra del padre de éste, el gran Sebastião Salgado, quien también se vuelca activamente en el proceso de dicho proyecto. Empieza el documental como otros muchos, con la concesión a la pedantería consistente en buscarle el origen etimológico al objeto de estudio. En el que ahora nos concierne, la palabra estrella es, obviamente, ''fotografía''. Del griego clásico: ''phos'', es decir, ''luz'' y ''grafos'', es decir, ''escritura''. 'The Salt of the Earth' (''La sal de la tierra'') inicia el repaso al legado de este maestro escritor de la luz con la sobrecogedora colección de fotografías dedicadas a la fiebre del oro brasileña registrada en las minas de Serra Pelada. Una imagen, efectivamente, vale mucho más que mil palabras.
Como también es cierto el que con las instantáneas de Salgado ya está hecha la mitad del trabajo... aunque claro, siempre se necesitarán las dichosas palabras; el discurso que le dé sentido a todo. Es ahí donde Wenders anota más puntos a su favor. Es como si las carencias mostradas a la hora de acercarse al hombre detrás de la cámara, fueran en realidad una maniobra de reserva de energías para después sacarle el máximo partido a lo que realmente importa. A la ''sal de la tierra'', es decir, a un género humano inmortalizado en unos negativos que nos abren las puertas a todos los círculos del infierno de Dante. Ante nosotros, el corazón de las tinieblas... con un leve y salvador rayo de luz, eso sí, esperando en el horizonte. El cine también puede estar compuesto por imágenes estáticas. Del mismo modo, el horror que presencian los ojos puede adquirir un sentido completo sólo cuando ha pasado por las orejas. Tremendo, un ejercicio de belleza plástica tan impactante como imprescindible lo es la reflexión implícita sobre la peor (y algo de la mejor) cara del ser humano.
Obras maestras novatas
Para despedir la jornada, algo atípico en Cannes, es decir, apostar de verdad por el talento que viene aquí a proyectarse, y no a reafirmarse (en su grandeza o decadencia). Eso sí, puede que a estas alturas la figura de Ryan Gosling, poca promoción necesite, pues es una de las más célebres, amadas y, claro, envidiadas (retengamos esto último) del estrellato fílmico internacional. En cualquier caso, ahí tenía Un Certain Regard a su disposición. Y como diría aquel célebre jugador de fútbol: ''A lo mejor no les caigo bien por ser rico, guapo y...'' añadámosle un poco de la cosecha propia, ''... un artistazo''. Qué rabia. En mayúsculas: ¡QUÉ RABIA! El tío es guapo, tiene clase, va sobrado como actor... ¿y como director? También. Joder. 'Lost River' nos habla, a simple vista, de un ''Río perdido'', pero también lo hace sobre el hallazgo de un cineasta mayúsculo. No es sólo uno de los mejores debuts de la temporada; es seguramente la mejor película que de momento se ha podido ver en esta 67ª edición del Festival de Cannes. Casi nada.
De un magnetismo y poder hipnótico desbordante; con una capacidad arrolladora a la hora de sorprender en el -exquisito- plano visual y de proponer retos en el conceptual. En una zona antaño urbana y ahora reclamada por las fuerzas de la naturaleza y del mal (pensemos, por ejemplo, en ese gigantesco fantasma que un día fue conocido como Detroit), una familia hace todo lo que está en su manos para sobrevivir y, si es posible, conservar las cuatro paredes que aún tienen en propiedad. Lo que para muchos sería una ocasión ideal para reivindicar el cine socialista, en manos de Gosling, quien ''se lo guisa y se lo come'', se convierte en un cuento de hadas moderno con marcado aire de pesadilla. El resultado es un brillante juego de referencias de maestros y mentores (tenemos a Nicolas Winding Refn, a David Lynch, a Gregory Crewdson...) que sorprende (siempre agradablemente) en cada decisión tomada y que nos habla con lucidez de esa América de los abusones y los abusados; de las subprime y de los hipotecados hasta las cejas; de la que incluso en su decadente agonía encuentra tiempo para sacar a pasear su nostálgico e inquietante encanto. El estilo, a ver si queda claro de una vez, no tiene por qué estar vacío. Aquí desde luego esto no sucede, pues en el interior se esconde un potentísimo caramelo envenenado, cuya ilimitada imaginación no es sino el reflejo de esos interminables conflictos sobre los que se ha ido construyendo (y quién sabe si se acabará destruyendo) la que en el pasado, sí, llegó a ser la nación más poderosa del mundo. Sencillamente magistral.
De la magnífica 'Whiplash' ya se había dicho todo en el Festival de Cine de Sundance, donde se presentó oficialmente en sociedad y donde arrasó tanto entre la crítica como entre el público. Pero al parecer al híper-dotado y semi-debutante (no olvidar su ópera prima, 'Guy and Madelaine on a Park Bench', en la que ya se intuía madera de campeón) Damien Chazelle todavía le quedaban notas por tocar. No podía (ni quería) uno resistirse a un segundo visionado de la cinta en la Quincena de los Realizadores... y la experiencia ha acabado tornándose en una de las experiencias cinematográficas más bestias en la vida de quien escribe. El resultado final (una acosadora ovación de más de cinco minutos de duración, dedicada a los responsables de la cinta, en la que el personal por poco se queda sin manos ni voz), por muy ilustrador que sea, es sólo la consecuencia de una causa mucho más colosal. Aquella señora sorpresa registrada en Park City no era simplemente una bestia parda; era también una obra maestra en la que J.K. Simmons (en el papel de su vida) doma al talentoso Miles Teller (y viceversa)... y en la que Chazelle hace lo propio con la música. Los estímulos auditivos y visuales confluyen a lo largo de más de hora y media mientras parece dibujar con cada movimiento una nueva línea del pentagrama donde va a disponerse la composición más estimulante de todas. Puro nervio, pura lucidez... hasta llegar a uno de los desenlaces más épicos y -gratificantemente- agotadores de la historia de este desquiciado arte. Bendita locura, porque ahí, y sólo ahí, reside la auténtica genialidad.
Mañana, más.
P.D.: Mientras, en el Marché du Film...
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por Víctor Esquirol Molinas
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