En una jornada cualquiera del Festival de Cannes, una estampa de lo más clásica en la Croisette. El sol pica con fuerza, y los periodistas de clase media-baja, al igual que los compañeros mejor situados en la -inclemente- pirámide de castas de Thierry Frémaux y compañía, no saben si empezar a sacarse capas o, por el contrario, seguir abrigados... por aquello que pueda deparar la impredecible climatología de esa zona, en esas fechas. Ante la duda, nos preparamos para lo peor... hasta que llega lo peor, aunque para esto, qué cosas, no estábamos preparados.
Sigue escalando el mercurio pero nadie avanza, y claro, a la larga, termina sucediendo lo inevitable. Los nervios estallan, y un reportero estadounidense por poco no nos hace creer en la combustión espontánea: ''¡Volved al final de la puta cola!'', ladra una y otra vez a unos listillos que, admitámoslo, se han intentado colar. Cualquier intento de diálogo es fútil; no hay respuesta, más allá de esas siete palabras que suenan más violentas a cada bis.
Por increíble que parezca, el asunto no va a más, porque por increíble que parezca, esto es, casi casi, el pan de cada día en las cloacas de la prensa acreditada. Prohibido hacerse el sorprendido,
esto es la jungla... y ríanse de los últimos. Pero, un segundo, ¿a qué se debe tanto empujón? ¿Y tantos insultos? ¿Y tantos arañazos? A lo último comentado, a que los últimos se joden (así de claro) y no entran. ¿Pero dónde? Pues en la sala Debussy, cuyas grandes dimensiones apenas pasan del ''insuficiente'' ante los descomunales picos de demanda. En esta ocasión, el colapso se avecina con una película de la Sección Un Certain Regard, la conocida como la ''Segunda División'' (nótense las comillas) cannoise. Resulta que antes de la proyección en la que intentamos entrar, ya se han podido ver algunas imágenes del filme en cuestión, y el consenso es casi unánime: todas lucen espectaculares. Tanto como lo son, por ejemplo,
Saoirse Ronan, Christina Hendricks o Eva Mendes. O tanto como lo es (por aquello de la paridad), un tal Ryan Gosling, quien ahora resulta que no es actor, si no guionista y, ya puestos, director.
Pues sí, he aquí algo relativamente atípico en Cannes, es decir, apostar de verdad por el talento que viene aquí a proyectarse, y no a reafirmarse (en su grandeza o decadencia). Eso sí, puede que a estas alturas la figura de
Ryan Gosling, poca promoción necesite, pues es una de las más célebres, amadas y, claro, envidiadas (retengamos esto último) del estrellato fílmico internacional. En cualquier caso, ahí tenía Un Certain Regard a su disposición. Y como diría aquel célebre jugador de fútbol: ''A lo mejor no les caigo bien por ser rico, guapo y...'' añadámosle un poco de la cosecha propia, ''... un artistazo''. Qué rabia. En mayúsculas: ¡QUÉ RABIA! El tío
está cañón, tiene clase, va sobrado como actor... ¿y como director? También. Joder. 'Lost River' nos habla, a simple vista, de un ''Río perdido'', pero también lo hace sobre el
hallazgo de un cineasta mayúsculo. No es sólo uno de los mejores debuts de la temporada; es seguramente una de las mejores películas que se pudo ver en aquella 67ª edición del Festival de Cannes. Casi nada... claro que también fue, de largo (y en esto sí que no hay dudas) la más abucheadas.
Se encienden las luces de la sala y se confirma lo que se había ido cociendo durante la sesión. Una vez más,
el runrún no engañaba... y los tímpanos por poco no explotan. Seguramente no llegamos a este punto porque muchos (todos ellos periodistas, recordemos) han decidido largarse -mucho- antes del ''The End'' (y no satisfechos con la fuga, han decidido jactarse de ella en su crónica, en un alarde de profesionalidad que tampoco debería pasarse por alto).
Así de salvaje es la escabechina. A partir de ahí, a pelearse, a recapacitar sobre lo visto, y a pelearse de nuevo. La sangre llegó al río, por supuesto.
'Lost River' lleva impreso en cada fotograma el calificativo de ''película de culto''. Tanto que lo suyo hasta podría considerarse pura (pro)vocación. ¿Obsesión? Puede que también... tanto que la caída a ''película maldita'' se produce por obra y gracia de la mismísima gravedad. Por esto y claro está, por las pasiones (bajas, bajísimas) que arrastra quien se certifica, escena a escena, como el único y verdadero protagonista de la función. El que ahora está detrás de las cámaras, efectivamente, el mismo que se presta tan fácilmente (demasiado) tanto al odio como a la adulación más demedidas. Sin importar el bando en el que ud. se encuentre, debería considerar muy seriamente el calibrar cada calificativo usado para la ocasión.
De modo que, con la cabeza ya fría, podría hablarse, por ejemplo, de
un magnetismo y poder hipnótico desbordantes; con una capacidad arrolladora a la hora de sorprender en el -exquisito- plano visual y de proponer retos en el conceptual. En una zona antaño urbana y ahora reclamada por las fuerzas de la naturaleza y del mal (pensemos, por ejemplo, en ese gigantesco fantasma que un día fue conocido como Detroit), una familia hace todo lo que está en su manos para sobrevivir y, si es posible, conservar las cuatro paredes que aún tienen en propiedad. Lo que para muchos sería una ocasión ideal para reivindicar el cine social, en manos de Gosling, quien ''se lo guisa y se lo come'' (y quien, ya de paso, se gusta mucho), se convierte en un cuento de hadas moderno con marcado aire de pesadilla. El resultado es un
brillante juego de referencias de maestros y mentores: tenemos a Nicolas Winding Refn, a David Lynch, a Terrence Malick, a Gregory Crewdson... Gosling bebe de todos estos afluentes.
¿De forma aleatoria? No, para nada. ¿Y apelotonada? Pues sí, como exige el aire onírico que respira la narración. Ésta avanza cual río perdido que para nada va perdido, con desvíos ocasionales a izquierda y derecha, pero con un rumbo final fijo y claro... no por designios geográficos, si no por la convicción de quien está cartografiándolo. Éste sorprende (siempre agradablemente) en cada decisión tomada y que nos habla con lucidez de esa América de los abusones y los abusados; de las subprime y de los hipotecados hasta las cejas; de la que incluso en su decadente agonía encuentra tiempo para sacar a pasear su nostálgico e inquietante encanto.
El estilo, a ver si queda claro de una vez, no tiene por qué estar vacío. Aquí desde luego esto no sucede, pues en el interior se esconde un potentísimo caramelo envenenado, cuya ilimitada imaginación no es sino el reflejo de esos interminables conflictos sobre los que se ha ido construyendo (y quién sabe si se acabará destruyendo) la que en el pasado, sí, llegó a ser la nación más poderosa del mundo. Sencillamente magistral.
Nota:
8 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol