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Jean-Luc, en mente y alma

Vía Festival de Cannes por 22 de mayo de 2014
Llegas al invierno de tu vida y descubres, encantado, que la cosa no es tan mala como te la habían pintado. Pasas ya de los ochenta años, pero el cuerpo y, más importante aún, la mente, siguen respondiendo todo lo bien que se les puede exigir a estas alturas. Qué coño... la cabeza la tienes de putísima madre. Es más, cada día que pasa parece que te vuelves más y más listo. Y sigues con ganas de avanzar. Porque puedes, quieres... y en el fondo, sospechas que se lo debes al mundo. Tu ego, por cierto, ya no cabe ni el bosque de tu finca suiza. ¿Qué le vamos a hacer...? pues a ponerle más fuego, que al menos el cabrón es agradecido. Hace dos semanas, tuviste la brillante ocurrencia de cubrir todas las paredes de tu casa con espejos. Al fin y al cabo, es feo privar a la humanidad de tu hercúlea figura. Al fin y al cabo, verte por multiplicado te excita sobremanera. Pero, ¿y qué hay de tu poderío intelectual? Tres cuartos de lo mismo. Toca compartirlo, pero antes de esto, toca (retro)alimentarlo.

Dicho y hecho, junto al set de espejos, decidiste que lo que necesitaba cada rincón del hogar era un micrófono, estratégicamente colocado para que ningún ruido quedara sin registrar. ¿O acaso iba a privarte el destino de tu derecho sagrado a escucharte a ti mismo antes de ir a dormir? ¡Esto por encima de tu cadáver! Y en éstas te encuentras contigo mismo, mirándote desde cada ángulo; diciendo en voz alta todo lo que se te pasa por la cabeza. Desde la filosofada más densa al pedo con más deje líquido. Todo vale. Y si consigues unir ambos extremos en una sola escena, aún más realizado te vas a sentir. De hecho, ayer mismo, mientras estabas excretando la comilona de unas horas antes, proclamaste por todo lo alto: ''¡La caca nos iguala a todos!'' Y ahí te quedaste, en pelota picada, con los últimos trocitos de mierda rondando las inmediaciones del ojete. Y venga a darle a la mollera (así de sacrificada es tu vida); venga a darle vueltas a lo sucedido... intentando determinar el momento exacto de la historia de la evolución de humanidad en que se pudo reunir el suficiente material genético para crear al Súperhombre ese en el que te has acabado convirtiendo.

Esto último te va a dar, algún día de esos, material suficiente para otra serie de películas... pero antes deberías acabar lo que empezaste hará ya unos cuantos años atrás. Se te tira el tiempo encima, lo cual a ti no te la podía traer más floja, pero las fechas de entrega siguen siendo sagradas (más que tú, ya es decir). Además, en el fondo opinas que no estaría mal tener un detalle con la organización a la que dejaste con el culo al aire. De modo que te pones las pilas, cargas la batería del móvi... perdón, de la cámara... y tiras de videoteca. Una imagen en blanco y negro aquí, otra medio difuminada allá, otra con los colores saturadísimos... y ante todo tu voz. LA voz. Carraspeas una y dos veces, toses ostentosamente para cargarte alguna cuerda vocal (total, las tuyas se regeneran a los pocos segundos), le dices al chucho que se calle de una puta vez, y pones tu mejor tono de viejito entrañable y renqueante. Es fundamental que la gente se trague lo de que no has podido ir ahí por causas mayores... aunque bien pensado, esto también te la pela. Al fin y al cabo, eres Jean-Luc Godard (sí, empezaste a usar la tercera persona para referirte a ti mismo desde que tuviste uso de tazón), y estás por encima del bien y del mal. Faltaría más.

Así ha terminado una de las citas a priori más marcadas en la agenda de la 67ª edición del Festival de Cine de Cannes. A las 17:30, es decir, un cuarto de hora después del fin de la presentación de 'Adieu au langage' (película dirigida, escrita, montada, producida, pensada, comida, regurgitada, vuelta a comer, masturbada y vuelta a comer por... exacto), se ha hecho pública por fin la carta en la que Jean-Luc Godard daba explicaciones a la organización del certamen (y a su querido público... y al mundo en general) por su ausencia en el Palais. Sólo que la carta ha sido en realidad un video de ocho minutos. La pieza que cabía esperar... justo después de la película que cabía esperar y que, al mismo tiempo, ha causado la reacción que, adivinen, también cabía esperar. La última película del dios Godard ha venido a confirmar, por si había dudas al respecto, que La Croisette sigue siendo un templo en que el autor franco-suizo puede sentirse como esa casa por la que nunca se pasa. El descuido es absoluto, a pesar de esto, la devoción también. Cosas de Cannes...

Volviendo a la película de marras, hay que dejar claro, antes que nada, que su punto de partida más evidente sale del espíritu de aquel último-hasta-la-fecha 'Film Socialiste'... aunque mirándolo bien, lo que ha sucedido aquí podría ser la consecuencia más lógica de un viaje (de no retorno) que se emprendió mucho antes de lo que podría parecer. El rumbo: ninguna parte... y más allá. En esta última parte nos encontramos ahora mismo. 'Adieu au langage' implica despedirse del lenguaje, por supuesto, pero en todos los niveles que se le puedan ocurrir a la mente más supuestamente brillante sobre la faz de este planeta. El cinematográfico, el corporal, el oral, el escrito, el poético... toda destrucción cabe en apenas 70 minutos de metraje. El collage se vuelve a reivindicar como única forma con un mínimo de sentido, y el 3D como un formato semi-virgen en el que explorar (se puede, palabra de Jean-Luc) sus habilidades narrativas, más allá de la ''simple'' espectacularidad.

A veces lúcido, otras insufrible y siempre afectada (en el buen y el mal sentido) por un espíritu explorador que roza lo escatológico. Prohibido (por pura prescripción médica) encontrarle un sentido al experimento, pues éste se ha llevado a cabo en un territorio, y con una sensibilidad, que técnicamente todavía no han sido inventados aún. Así de avanzado se encuentra uno con respecto a los tiempos que le ha tocado vivir... por mucho que seguramente haya grabado buena parte del material con la chorra colgándole por fuera del albornoz. ¿Y qué? A Godard, que nadie lo dude, le importa todo un pito (es por esto que sus productos transitan tan descaradamente entre lo incontestablemente genial y lo risiblemente ridículo); nosotros deberíamos adoptar la misma actitud. Ahora mismo, odiarlo o amarlo está directamente fuera de la cuestión. Cualquier sentimiento que se sitúe entre ambos polos puede al menos probar suerte con la prueba de acceso. Mire, que hagan lo que quieran... él, perdón, ÉL, ya hace siglos que lo hace.

En la otra propuesta de hoy en la Competición por la Palma de Oro, siniestro total. Cuesta mucho entender la serie de decisiones que han llevado a Michel Hazanavicius a estamparse tan estrepitosamente, aunque no suena demasiado descabellado pensar en el -comprensible- miedo al abismo post-éxito. Recordemos que venimos de aquel boom tan sonado, tanto en la taquilla como en los grandes premios, en el que acabó convertido 'The Artist'. ''Vale, pero ¿ahora qué?'' Y con este temor ha llegado 'The Search' (''La búsqueda''), filme que a priori promete una valentía y unas emociones fuertes que al final no se acaban viendo por ningún lado. Estamos en Chechenia (cuidado), en 1999 (uf...), y en medio de la masacre, un found footage no especialmente inspirado se convertirá en nuestro primer testigo de las barbaridades perpetradas a los perdedores por parte de los (mal)ganadores. Lo de siempre, solo que con una falta de garbo alarmante; indigna en Hazanavicius.

Es como si este director nacido en París no se diera cuenta del pantano en el que ha decidido entrar... hasta que ya está irremediablemente metido allá. A partir de ahí, la política a seguir es la peor que se puede seguir en estos casos: la de la corrección (para un tema que por definición, recordemos, no lo es); la de denunciar pero sin levantar demasiado la voz, no vaya a ser que alguien se moleste de verdad. Hazanavicius sigue los pases de los hijos del odio, y se abona de paso a la bitonalidad más trillada. O blanco o negro. Tanto en el acercamiento de los bandos como en el de los personajes, quienes, en el mejor de los casos, podrán pasar de un color a otro, pero sin transición grisácea alguna. La conjunción de los frentes oscila entre lo aburrido y lo directamente increíble, los arrebatos pornográficos son pocos pero suficientemente vergonzosos (ese montaje de cadáveres en plena calle)... y entre tanto despropósito, hasta Bérénice Bejo; incluso Annette Bening, parecen actrices de tercera. Todo naufraga, y el capitán del barco parece no querer ni tratar de evitar la catástrofe, porque todo en esta faena es desalmado, errático y cobarde... lo que vendría a ser triste.

Más allá de la Competición...

En Un Certain Regard, una visita express a ese país donde es científicamente imposible ver cien metros hacia delante en línea recta. En 'Fantasia', Wang Chao nos sumerge en el monstruo urbano en que se ha convertido China, y lo hace a través de las vivencias de los miembros de una familia de clase baja. Padre y madre; hijo e hija adolescentes. Con la inesperada aparición de una grave enfermedad diagnosticada al cabeza de familia, cada uno de estos personajes intentará poner su granito de arena... pero claro, de formas que por nora general nada tendrán que ver las unas con las otras. Buscar el apoyo de la familia, abandonar el instituto para encontrar un trabajo clandestino o entrar a saco en el muy lucrativo negocio de las citas, las compañías y los polvos varios. El director y guionista sabe sacar partido de sus virtudes (que no son pocas, como una notable puesta en escena que capta a la perfección el proceso de miniaturización de los héroes en un entorno colosal y aterradoramente deshumanizado), pero por el contrario no sabe compensar tan bien sus tics, entre las que encontramos la mala gestión de un tempo excesivamente cansino, así como un gusto descarado y excesivamente glotón por las extraordinarias miserias de lo cotidiano (el conocido como ''efecto Sapphire'').

Mientras, en la Quincena de los Realizadores, ha llegado el temido momento de reencontrarse con John Boorman (y mañana toca Ken Loach, dioses...). 'Queen and Country' es la continuación inmediata (producida casi treinta años después) de 'Esperanza y gloria', en la que el cineasta reconstruía su infancia a través de sus propios recuerdos. La dramatización llega ahora a la no-tan desenfrenada adolescencia, marcada, como decía la biología, por los primeros amores, y como decía la época, por una terrible (?) disciplina militar con la vista puesta en el igualmente aterrador panorama coreano. A lo largo de dos horas, Boorman se impregna del espíritu de las memorias ''roaldahlescas'', trufando de encanto cada una de las anécdotas que ayudarán a construir un cuerpo narrativo en términos generales no tan convincentes. El humor brit (el más accesible y benévolo, pero igualmente reconocible) convertido en entidad omnipresente encargada no sólo de que se instalen las sonrisas en el patio de butacas, sino también de maquillar el marcadísimo carácter folletinesco de la propuesta. Y lo delatadoras que hubieran sido unas cuantas risas enlatadas... A éstas finalmente no se las requiere, porque afortunadamente para todos, se acaban imponiendo la simpatía y la ligereza a cualquier lectura / acercamiento más racional del filme. Compensa, y la gente, efectivamente, se ríe. Entonces...

A terminar la octava jornada como este festival se merece: por todo lo alto. Sin movernos de la Quinzena, hacemos malabares con los horarios para intentar que en ellos nos quepa el último trabajo (que realmente, a tenor de los rumores, huele a ultimísimo) del gran Isao Takahata, en efecto, aquel desalmado que hizo que nosotros descubriéramos que sí teníamos alma en la demoledora 'La tumba de las luciérnagas'. Amparado de nuevo bajo el sello de garantía de los estudios Ghibli, se dispone en esta ocasión a poner en imágenes uno de los cuentos más famosos de la cultura nipona, el de ''El cortador de bambú''. El resultado es, para entendernos, un prodigio no sólo englobable al cine de animación japonés; no sólo al cine de animación en general... sino al cine en su más gran acepción. Al fin y al cabo, hay manifestaciones artísticas que trascienden el encorsetamiento de las normas para alcanzar lo que en un principio parecía imposible, es decir, lo universal.

'The Tale of Princess Kaguya' empieza a lucirse ya en el proceso de concepción. El guión, escrito a cuatro manos por el mencionado Takahata y por Riko Sakaguchi, añade a la escueta pureza del relato original la cantidad perfecta de florituras para que de ahí salga el material suficiente para hacer una película. Ésta al final se alarga hasta las dos horas y cuarto de duración... pero no sobra en ella ni un mísero segundo. Todo funciona, desde las armas técnicas (excelente banda y efectos sonoros) hasta las más estrictamente espirituales. Con un trazo que atestigua una sencillez complejísima, se consigue que con lo mínimo se llegue al máximo detalle, y que de paso se reivindique el lienzo en blanco como punto de partida ideal para que la desbordante lógica mitológica no se antoje como algo incomprensible, sino como el mejor de los vehículos para que nuestra imaginación campe a sus anchas. Así está también el maestro Takahata; y así se siente también cada elemento de una historia encantadora, cómica y emotiva a partes iguales. Preciosa en todos los sentidos, casi perfecta en todo lo exigible para acabar convirtiéndose en una de esas raras (y por esto valiosísimas) muestras de gran cine, encontradas ahí donde nos habían -mal- enseñado que no había nada. Nuestros respetos, alteza.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas


P.D.: Mientras, en el Marché du Film...

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