'Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes' - Un, dos, tres...
No soy fan de la franquicia de 'Los juegos del hambre', siendo que de hecho su cuarta y última entrega no la llegue a ver... después de que la tercera me gustase entre muy poco y prácticamente nada. Tenía la intención de verla aunque sólo fuera por el que dirán a pesar de que ni la primera me convenció... pero como aquel que dice, se me pasó. Ahora su precuela me lo ha recordado, siendo que ocho años después sigo sin verla.
Y así seguirá siendo, por más que 'Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes' sea la película de las cuatro (o cinco) que más me ha gustado. Con algunas reservas, pero es hasta la fecha la producción más sólida de la franquicia. Dista de ser perfecta, pero se podría afirmar que funciona dentro de sus propios términos y cuenta con los medios adecuados a su ambición y un buen reparto que apuntala su sostenibilidad.
Ahora bien, al igual que la versión cinematográfica del 'Napoleón' de Ridley Scott se siente demasiado forzada, atropellada y comprimida, además de resultar poco convincente fuera de las convenciones del cine en la práctica comercial, lo que limita su alcance emocional a lo mecánico y superficial. Algo evidente durante su segundo clímax, el cual carece de la fuerza e impacto que las circunstancias que lo producen demandaban.
Es, casi, como un compromiso. Su compromiso como precuela y con la franquicia, y con lo que hasta los despistados como un servidor sabemos qué ocurrirá con Coriolanus Snow. Esto lastra a la película durante su tercer capítulo, una suerte de epílogo muy largo que a efectos prácticos es como si fuera otra película aún más predecible y sobre todo menos emocionante que la anterior. Es... son esos eternos minutos durante los que el avión, después de aterrizar, deambula por la pista en busca de un hueco donde dejar a los pasajeros.
Y es que la separación en tres capítulos no le sienta bien, siendo que en apariencia LA PELÍCULA es el segundo. Allí es donde se produce su primer y auténtico clímax, y donde sus carencias no sólo pasan más desapercibidas, sino que hacen de ella una producto en gran medida sólido y eficiente. La emoción del juego... de los juegos del hambre. Matar o morir. Y a pesar de su edulcoración apta para adolescentes impresionables...
... funciona bastante bien. Y en general, lo hace con intensidad, bravura y un cierto pulso dramático.
Pero cuando acaba aún queda un tercer capítulo. Un nuevo comienzo, una especie de reinicio. Ni tan efectivo ni mucho menos tan emocionante. Un extensísimo epílogo que además no sorprende por su condición de precuela. Es muy fácil deducir qué va a pasar y hacia dónde conduce todo. Es... son esos eternos minutos durante los que el avión, después de aterrizar, deambula por la pista en busca de un hueco donde dejar a los pasajeros.
Este tercer capítulo es, probablemente, la causa de sus problemas más relevantes. Y el motivo por el que dividir la película en dos, en este caso, podría haber sido una decisión oportuna. A 'Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes' no le queda más remedio que esprintar y pasar por encima de todo casi todo el rato para poder cumplir sus compromisos y encajar dentro de sus dos largas horas y media de duración.
Ridley Scott podrá solventarlo con un montaje de cuatro horas, algo que no obstante no beneficiaría a esta precuela en gran medida hinchada y superficial, siendo quizá este el problema: que haya apostado por su condición de blockbuster para todos los públicos en vez de constituirse como película, siendo que su tercer capítulo amarga un dulce que hasta entonces tenía más de disfrutable que de precuela poco necesaria y relevante.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex
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