Antes siquiera de ver el primer fotograma de una película, ya existen señales combinadas que te dicen, a grito pelado, que
quizás deberías estar en otro sitio; que quizás todavía estás a tiempo de lanzar una bomba de humo y escaparte (de la sala de proyección, se entiende) por la primera salida de emergencia que encuentres. Primera: el calendario. El nuevo año apenas ha echado a andar, y todo el mundo está como loco haciendo predicciones, rellenando ''quinielas'' y confeccionando listas (siempre las listas...) de favoritos y descartables para los Premios de la Academia. Haces memoria y recuerdas que, efectivamente, la película que estás a punto de ver está entre las nueve finalistas en la categoría de Oscar a la Mejor Película. Vale. Segunda: se enciende el proyector y aparece en pantalla el logo de ''The Weinstein Company''. Ai... Tercera: inmediatamente después, se anuncia, orgullosamente, que lo que estamos a punto de ver está
basado (basadísimo) en hechos reales.
Recopilemos.
''Oscars; Weintein; Hechos-reales''... y como el orden de los factores no altera el producto, ''Hechos-reales; Weinstein; Oscars'' Pues sí, lo que se oye de fondo son las trompetas del apocalipsis. Justamente en este momento es cuando te das cuenta de que no has traído las
toneladas de pañuelos que seguramente va a exigir la ocasión... Y ya es demasiado tarde. Empieza 'Philomena' y una vez más has cometido la insensatez de sentarte justo en el centro de la quinta fila. Gente a la izquierda, a la derecha, delante y atrás... todo el mundo con el maldito kleenex en la mano y con los ojos ya humedecidos. No hay escapada ninja que valga. Con las historias de
''interés humano'', ya se sabe, esto último es imposible.
Pero por suerte, hay más aspectos que pueden ayudar a entender lo que realmente implica 'Philomena', o al menos, lo que puede llegar a esperarse de ella. El más obvio: se trata de la nueva película de
Stephen Frears, quien a pesar de tener en la irregularidad uno de los rasgos más distintivos de su carrera, no menos cierto es el que, en la práctica totalidad de sus proyectos, ha reinado el mismo e insobornable compromiso de
honestidad con la naturaleza de la historia tratada... Segundo:
Steve Coogan, ese desconcertante (y quizás por ello tan raramente atractivo) artista todoterreno empeñado en destilar (y reírse-de) la esencia brit, cuyas intenciones vamos conociendo cada día un poco más, y que igualmente va despertando nuestro interés. Y ahora sí, el equipo está al completo. Bob & Harvey (pero sobre todo Harvey) Weinstein y Stephen Frears & Steve Coogan.
En otras palabras: Estados Unidos & Reino Unido (más Irlanda) para una historia que bascula entre ambos territorios... y al parecer, entre ambas maneras, igualmente definitorias, de amarrar
un producto a priori premiable. Y es que 'Philomena' tiene todos los elementos (tanto en el corazón de su trama como en la manera en que éste ha sido envuelto) para atraer la atención de la Academia (dondequiera que ésta se encuentre)... y así ha sido. La cuestión, como ya sucediera antes de ver '12 años de esclavitud' (pero teniendo en cuenta que el contexto es totalmente diferente) está en
medir la dignidad con la que el autor alcanza la(s) meta(s) pactada(s). Partiendo de este punto, la película gana -y mucho- al proponer un
juego metafílmico (y metarealístico) formalmente tan perfecto que no habría que descartar que se tratara de una feliz y muy celebrable coincidencia. Steve Coogan, quien coescribe y coprotagoniza, encarna a Martin Sixsmith, periodista y miembro saliente del gabinete de Tony Blair. Él, al igual que el actor que le da vida, se da de bruces con una historia de grandísimo potencial (de cara a la explotación para el gran público, claro), pero también plagada de trampas en lo referente a caer en la -jugosa- tentación sensiblera.
Sixsmith (y Coogan, y Frears, y los Weinstein... y nosotros) está, ni falta hace decirlo, ante
un melodrama como la copa de un pino (¿cómo si no puede definirse la historia de una entrañable ancianita que intenta seguir el rastro de su hijo, al que no ve desde que las monjas del convento donde pasó su adolescencia la obligaran a darlo en adopción?).
La conexión con la audiencia parece estar más que garantizada... el peligro por caer en lo artificialmente lacrimógeno, también. Es ahí cuando el equipo detrás de las cámaras se descubre como un auténtico dream team, cuyos componentes se complementan los unos a los otros y, aún más importante, cubren las debilidades del compañero. 'Philomena', por supuesto, es una película con cierta gula (casi obligatoria) por la fibra sensible, pero llega a ella con mucha
elegancia, dignidad y, por qué no, gracia.
Frears consigue facturar un filme
más que satisfactorio tanto en el drama como en la comedia. Apoyándose en una
dupla protagonista francamente entonada (estupenda, una vez más,
Judi Dench, ennobleciendo en esta ocasión, y a lo grande, la figura de la ''señora''), consigue que las lágrimas fluyan con naturalidad y que las risas funcionen incluso en los temas más trillados (véase la eterna confrontación amistosa inter-generacional o entre los dos lados del ''charco''). Es, para entendernos, la
dignificación de un género que merece ser saludada con el sláinte gaélico de rigor. Por el camino, el veterano cineasta se permite la frivolité de homenajear al cine británico de los 60 / 70 (y no sólo en los crudos flashbacks donde se nos muestra el origen del trauma de Philomena) y hasta reflexionar, con la profundidad y acierto ideales para que no nos desviemos excesivamente de la historia central, sobre el delgadísima línea que delimita la esfera privada (íntima, para ser más exactos) de la pública, sobre la ética del periodismo... en definitiva (y de esto trata todo el asunto),
sobre la responsabilidad del -buen- narrador para con una historia (cualquiera) que pide ser dotada con el poder de atracción consecuente con su impacto emocional, pero que por encima de todo, merece ser tratada con todo el rigor e integridad exigibles.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas