“Los grandes artistas copian, los genios roban”. Lo dijo Pablo Picasso, o al menos ha sido popularizado a través de él. En un momento dado de 'El poder del dinero' el personaje de Gary Oldman lo comenta, ya se sabe que una buena cita aparenta fineza (de ahí que también la "cuele" yo). Se ha dicho muchas veces, ya no queda nada original y prácticamente todo viene a ser distintas versiones de algo ya hecho. Lo creamos o no, que está en nuestro derecho, lo cierto es que toda historia puede ser resumida en pongamos tres o cuatro líneas argumentales básicas. De ahí la importancia de la variable, del matiz que incite a poner el pulgar hacia arriba o hacia abajo.

Toda historia debería de hacer gala de una variable que haga que merezca la pena. De al menos una variable. Esto es, un signo de identidad que haga de esa versión de la historia una versión reconocible de esa misma historia. No se trata necesariamente de aparentar ser creativo ni nada por el estilo, sino de presentar un "algo" que se escape del patrón o de la previsibilidad que nos haga creer, "algo" fundamental, que aquello que estamos viendo merece la pena ser visto. No sólo eso, también que merece ser recomendado. Echándole un ojo a la sinopsis de 'El poder del dinero' se hace patente el qué, incluso es más que posible que el cómo. La esperanza se encuentra sin duda en la variable. En la misma variable que uno espera, espera y espera... pero que no llega.

El título original de 'El poder del dinero' es 'Paranoia', el mismo (y más sugerente) por el que conocemos en España la novela de Joseph Finder en la que se inspira, la cual cabe añadir cumplía con todo aquello que prometía haciendo de su lectura algo muy placentero y entretenido. Por algo se le ha bautizado como "el nuevo Grisham". Sin embargo he aquí que su versión para la gran pantalla no resulta ni placentera ni entretenida. Tal vez sea que leído siempre quede mejor, tal vez que el matiz existente en la palabra bien escrita no exista en esta rancia e impersonal producción mass media cuyo título español viene a ejemplarizar el objeto de su existencia. Ni rastro de la "paranoia", la misma que fundamenta y aporta su "variable" a la tesis literaria. Tan sólo... el dinero, el vil dinero.

¿Todo tiene un precio? Desde luego que el realizador Robert Luketic lo tiene, un precio bastante asumible como para firmar lo que perfectamente podría haber sido filmado por una máquina programada con un software básico de realización. Desde luego que también lo tienen Gary Oldman y Harrison Ford, ambos para vestir santos y de camino a recursos humanos para pedir su cheque, en especial un Ford que ya parece asumir con resignación su estrellato secundario para fines (auto)benéficos. No digamos ya el hermano soso de 'Thor', se diría viviendo del apellido a lo Baldwin y enseñando músculo "por exigencias de guión", o de Amber Heard, alías "soy muy mona", protagonizando el tipo de producto con el que alguien como Jordan Belfort hizo carrera y que alguien como Leonardo DiCaprio nunca haría.

Se intuye la posibilidad de algo mejor detrás de 'El poder del dinero', como se intuía la posibilidad de un algo mejor en 'Runner Runner'. Pero no, en ambos casos venimos a encontrar la aplicación de un modelo al que no se le ha aplicado ninguna variable, la misma historia de siempre contada de manera tan sumamente cobarde, simple y plana que el aburrimiento es la opción más probable. No es que sea mala-mala, es que es tan rutinaria y previsible que uno, incluso, llega a considerar que juguetear con el móvil es aceptable... hasta el punto de sentir más interés en ver en que trastea el de al lado que en lo que ocurre en la pantalla. Por no mencionar el evidente cabreo final cuando un filme concebido única y exclusivamente por amor al dinero recalca, como si el público fuera tonto, que el dinero no es tan importante... ¿a qué no se esperaban esa moraleja? ¡¡¡¡¿a qué no?!!!!

Nota: 3.5

por Juan Pairet Iglesias