Mattie Ross, una niña de catorce años, decidida e impetuosa, se dirige hacia Fort Smith. Dos días antes, asesinaron allí a su padre. Su verdugo fue Tom Chaney, uno de los empleados de su rancho. Sedienta de venganza y con un inquebrantable sentido de la justicia, la joven protagonista se hará con los servicios de Rooster Cogburn, el que se dice que es el comisario más valiente y despiadado que jamás haya existido. Juntos, y con la incorporación de última hora del Ranger de Texas LaBoeuf, emprenderán una peligrosa misión por el Territorio Indio, que debe terminar con la captura del cobarde Chaney.
Mucho se ha comparado 'Valor de ley', último trabajo de los hermanos Coen hasta la fecha, con el que -muy justamente- les dio el reconocimiento oficial en forma de premios, que su brillante carrera pedía a gritos desde su más que interesante -y remakeada- ópera prima, con ya casi tres décadas de antigüedad. Nos referimos obviamente a 'No es país para viejos', soberbia adaptación de una de las más célebres obras del genial Cormac McCarthy. Dichos análisis trazan un punto de conexión algo cogido por los pelos, aunque cierto es que, aunque fuera desde la vertiente más ''neo'', la película que le valió el Oscar a nuestro Javier Bardem estaba claramente ubicada en los territorios del western.
Ni falta hace decir que la película que ahora nos atañe se enmarca también en el que casi podría considerarse como el género fundacional del séptimo arte. Esto sí, desde una perspectiva mucho más clásica. Por el contrario, había en la historia concebida por McCarthy una clara voluntad de trascender; de no quedarse en el tradicional juego del gato y el ratón. Incluso se podría decir que había fuertísimas y concienzudas dosis de espiritualidad tras la crudeza de la acción concentrada en aquel maldito maletín lleno a reventar de los siempre apetitosos billetes verdes de dólar. El -sucio- dinero, el objeto de deseo por antonomasia de la cultura norteamericana (y por consiguiente, de buena parte de la llamada civilización occidental), ha sido también el motor principal que ha impulsado la mayoría de tramas urdidas por los hermanos de Minnesota.
Era la codicia despertada por el dinero el detonante de las sangrías desatadas en la ya mencionada 'Sangre fácil', en la maravillosa 'Fargo', en la angustiosa 'El hombre que nunca estuvo allí', o en aquel remarcable ejercicio de film noir con sello distintivo titulado 'Muerte entre las flores'. En un plano más desenfadado, era la misma avaricia manifestada en todos los pobres pecadores la que hacía florecer las carcajadas en la satírica 'Quemar después de leer', la irregular 'Crueldad intolerable', la revisionada 'Ladykillers', la moralizante 'Un tipo serio', y por supuesto, la magistral 'El gran Lebowski' (aunque en este último caso también cabría debería contarse como catalizador a una alfombra manchada de orina).
Ese abono usado para que germinaran las grandes tragedias y comedias de los Coen en esta ocasión es dejado de lado. En efecto, sorprende ver cómo las motivaciones que guían a los personajes de 'Valor de ley' se alejan del mundanal dinero. Aquí impera lo que podría considerarse como la eterna lucha entre el bien y el mal. De la bajeza de los arrebatos violentos fruto de la embriaguez a la concepción más primaria de lo que es justo, merced a las interpretaciones más estrictas de la execrable ley del talión. Cierto es que el papel central de los caza recompensas diluye un poco esta tesis, pero también lo es que el botín detrás de la captura de Chaney no tarda demasiado en pasar a un segundo plano. De hecho, en una secuencia, el propio Cogburn compara el compromiso pecuniario que le ata a Mattie con un cuento de hadas.
Parece que no sea relato para los Coen. A priori no debería ser motivo para que su firma quedara borrada... más cuando es conocida su capacidad para llevar cualquier historia hacia sus inquietudes; hacia su universo personal. Sin embargo, para esta ocasión Joel y Ethan se muestran totalmente conformes con el material original. Una lástima, porque una de las muchas cosas que hemos aprendido del western a lo largo de su amplísimo recorrido cinematográfico es que ha sido el cronista por excelencia de una de las etapas más apasionantes pero a la vez oscuras de la historia de la humanidad. Por su brutalidad, por su amoralidad, pero a la vez por otros factores en apariencia contradictorios como el espíritu romántico que acompaña a todo buen descubrimiento de un nuevo territorio, o el fuerte arraigamiento del sentimiento religioso... las grandes llanuras y desiertos del lejano y salvaje oeste norteamericano componían una amalgama de luces y sombras en la que los Coen podían sentirse como pez en el agua... o como John Wayne montado en un caballo y con un revólver enfundado en la cintura.
No obstante, salta a la vista que la novela de Charles Portis, a pesar de explayarse a gusto con las referencias bíblicas, no tuvo nunca entre sus principales objetivos el de indagar en temas demasiado profundos. Desde la primera hasta la última página, lo que dominaba el desarrollo de 'Valor de ley' era el gusto más puro y naïf por la aventura. Con una narrativa simple pero certera, el escritor de Arkansas nos transmitía el encanto -y los horrores- de un lugar y una época en los que el peligro siempre estaba al acecho, y en el que se tenía que plantar cara a todos los elementos para salir adelante. Un entorno usado para evadirse, más que para reflexionar. Dicho y hecho. Como ya hicieran con McCarthy, los Coen entienden el material literario y deciden no ''mancillarlo''.
Si en ciertos momentos se toman distintas rutas a las de Portis (la presencia, o la falta de ella, de LaBoeuf da buena cuenta de ello) es para encontrar rápidamente el siguiente punto de encuentro marcado por el libro. En este sentido, esta película es una adaptación sensiblemente más fiel a la cinta de 1969 dirigida por Henry Hathaway (en ocasiones demasiado eclipsada por la figura de un magnífico -por qué no decirlo- John Wayne... a la última escena del filme nos remetimos), y que se permite escasísimas licencias de autor, entre las que se incluirían la escena del ahorcado y la del inquietante médico ataviado con pieles de oso. Pintorescos apuntes que hay que interpretar como un comprensible -y más que bienvenido- ataque autoral por parte de los Coen, para reivindicar su papel en el proyecto.
En otras palabras, los directores y guionistas de la cinta ponen su cerebro en ligero stand by, y dejan que su buen saber hacer detrás de las cámaras (que a estas alturas ya es puro automatismo) haga el resto. Resultado, una película poco ''coeniana'' (¿será para compensar el -delicioso- egocentrismo de su anterior obra?)... y un western ejemplar. Conjunción modélica de dirección sabia, interpretaciones de altura (estupendos Jeff Bridges y la joven Hailee Steinfeld), banda sonora memorable, además de muchos otros elementos igualmente remarcables, 'Valor de ley' desprende desde su magnético prólogo un aire nostálgico, y un profundo respeto hacia los clásicos del género. Eso se traduce, como no podía ser de otra manera, en una refrescante dosis de escapismo de la vieja escuela. Paisajes acongojantes, personajes carismáticos, tiroteos rebosantes de emoción, confrontaciones cargadas de tensión... todo lo que podía esperarse de lo que ya puede considerarse como una obra clave dentro del género, que como tal, da oxígeno al maltrecho western, y otorga aún más valor a la triunfal carrera de los hermanos Coen.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas