Año 2041, un futuro cercano, donde los seres humanos viven acompañados de criaturas mecánicas. Álex, un reputado ingeniero cibernético, regresa a Santa Irene con un encargo muy específico de la Facultad de Robótica: la creación de un niño robot. En sus diez años de ausencia, la vida ha seguido su curso para su hermano David y para Lana que, tras la marcha de Álex, ha rehecho su vida. La rutina de Álex se verá alterada de forma casual e inesperada por Eva, la increíble hija de Lana y David, una niña especial, magnética, que desde el primer momento establece una relación de complicidad con Álex.
Àngel Sala, director del Festival de Cine Fantástico de Sitges, afirmó justo al concluir la última edición de este certamen que cualquier cinematografía que se precie debe potenciar su cine de género si quiere sobrevivir; si quiere destacar en un panorama internacional cada vez más competitivo. Una lección no demasiado bien aprendida en nuestra casa, pero que por suerte va por el camino de ser asimilada. Nunca es tarde para cumplir buenos propósitos. A medio camino entre el tópico más tramposo y la realidad más hiriente, lo innegable es que en España ha habido desde siempre cierto temor a la hora de probar suerte con productos que por categoría, su procedencia parecía estar reservada a otros países.
Pero ya se sabe, no hay regla sin excepción, y afortunadamente en nuestro territorio éstas se están dejando ver cada vez con más frecuencia. Los responsables de este fenómeno responden a los calificativos de insensatos, o de valientes, aquellos que saben que sin riesgo no hay gloria, y que por ello no temen enfrentarse a grandes retos. La nueva incorporación a este selecto grupo de respetables ''suicidas'' es Kike Maíllo, uno de los principales responsables de la serie de animación de culto 'Arròs covat', y que debuta en el campo del largometraje con 'Eva', desde ya, una de las candidatas a convertirse en la gran revelación del cine español de esta temporada, un título honorífico que año tras año gana más peso, con todo merecimiento debe decirse.
Ahora llega el momento en el que quizás nos puedan tachar de provincianos. No se trata de ser autocomplacientes, o de mostrarse excesivamente indulgente con lo ''nuestro'', sino de mirarnos sin miedo el ombligo, que a resumidas cuentas viene a ser lo mismo, pero nos guste o no, hay veces en las que la nacionalidad es un valor añadido a la hora de pasar evaluación a una película, más aún tratando con un paciente con una alergia tan abiertamente declarada al cine de género, como se ha comentado antes. En el fondo es un enfoque triste y mediocre, pero a malas es una filosofía que sin quererlo nos deja de vez en cuando alguna alegría, que para la ocasión adopta el nombre de la primera mujer, o de aquel robot del que se enamoraba perdidamente nuestro querido WALL•E.
En efecto, Maíllo nos presenta con su creación uno de estos ejemplos que a nuestra industria parecen atragantárseles tanto: una película de género modélica. Así, como suena. El club de outsiders que se atreven con este cine dentro de nuestras fronteras, en el que encontramos a ''locos'' como Daniel Monzón, Enrique Urbizu o Nacho Vigalondo, ya puede ir reservándole un hueco a este novato que se empeña en no dejar rastro de dicha condición. El primer síntoma de ello se deja ver en una factura técnica impecable (muy buena fotografía, efectos especiales de calidad, banda sonora que inevitablemente recuerda a Danny Elfman...), que no debe quedar en un segundo plano sino constar como el gran triunfo que es.
Más allá de los tecnicismos, el verdadero logro de la película se divide en dos partes. La primera consiste en sobreponerse a algunas trampas tendidas por el propio guión, como un triángulo amoroso que estorba por su inconcreción y por el poco convencimiento puesto por los actores que lo componen (qué bien le hubiera ido a la cinta un programa para rebajar su nivel emocional, tal y como ocurre con los seres mecánicos que en ella aparecen). La segunda surge de la sabia mezcla entre la seriedad de la materia gris y la candidez de los cuentos de hadas, e implica construir ante nosotros algo tan intangible como complejo: un mundo paralelo en el que nuestros sueños cobran vida de forma creíble y sin pedir permiso, dejándose ver la ilusión de forma casi subliminal. Argumento más que suficiente para, al menos, intentar situar el fantástico hecho aquí en el mapa mundial.
Una proeza titánica, impensable no demasiado tiempo atrás, que se apoya también en un deslumbrante diseño de producción que poco o nada tiene que envidiar a las grandes producciones que nos llegan desde el otro lado del Atlántico, y que nos deja perlas como un intrépido gato robótico casi tan entrañable como un Lluís Homar convertido en mayordomo cibernético. De rebote nos ofrece un mundo visualmente precioso, en el que las pasiones y los anhelos se entierran bajo el blanco infinito de la nieve, y en el que los androides, perfectamente implementados en el paisaje, nos hacen reflexionar sobre la condición humana. A esto se le llama ciencia-ficción de la buena. Y para que conste en acta, está hecha aquí. Que sirva de reclamo para los jóvenes cineastas que quieran seguir esta más que prometedora senda. Ahora ya no hay motivo para avergonzarse de ello. Todo lo contrario.
Nota:
6,5 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas