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Tiempos inciertos

Vía Festival de Sitges por 07 de octubre de 2011
A estas horas ya lo sabemos todos. Steve Jobs ha muerto. Que cunda el pánico. Nos abandona uno de los mayores gurús de nuestra era, tragedia que se ha visto reflejada sobre todo en las redes sociales del ciberespacio, cuyos usuarios han expresado de todas las formas habidas y por haber su angustia, al presentarse ante ellos un futuro demasiado incierto. No es para menos, ya que después del fallecimiento del fundador y gran capitán de la todopoderosa Apple, ¿el lanzamiento de qué nueva pijada vamos a marcar en el calendario? ¿Qué nuevo aparato de diseño espectacular va a crearnos nuevas necesidades? No se sabe. ¡Horror!

Ya lo dice el slogan de uno de los -excelentes- vídeos promocionales de la 44ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges: ''La realidad nos mata.'' Nos mata porque sólo nos habla de desgracias. A la anteriormente citada, añádanle una buena cantidad de crisis económicas, catástrofes naturales, tensiones sociales cada vez más insostenibles, indecencia en el mundo del deporte, y un larguísimo etcétera. La realidad nos mata también porque es retorcidamente incierta. ''Ya no se puede estar peor'', pensarán algunos. Falso. Siempre hay un nuevo fondo con el que darse de bruces, y éste siempre cambia... para sorprendernos por enésima vez, pregunten a Murphy.

Por suerte, hay cosas que nunca cambian. Aquí en Sitges las sesiones siguen empezando con retraso (alguna incluso antes de tiempo, pero nunca a la hora pactada); la organización se sigue burlando de los representantes acreditados de la prensa, obligándoles a hacer colas eternas para conseguir invitaciones para determinadas proyecciones; y nadie parece enterarse de la verdadera configuración de las -incontables- secciones. Dulce previsibilidad. Eso sí, lo que tampoco cambia es la moral de un público totalmente entregado a la causa, dispuesto a aplaudirlo todo a más no poder, y cómo no, a empaparse de cine, que siguiendo con el spot comentado, es el mejor antídoto contra la realidad.

Hemos venido a ver películas, y para empezar con la fantástica avalancha de celuloide que está a punto de caernos encima, nada mejor que una cuenta atrás. Tres, dos, uno: ''¡Apreta el botón, Max!'' La explosión que se oye a continuación no corresponde a algún coche de 'La carrera del siglo', sino a una bomba atómica. El miedo a la guerra nuclear es el que alimenta a Lucy Walker para hacer el documental 'Countdown to Zero', perteneciente a la Sección Sitges Clàssics, que este año tiene como tema principal la herencia del 11-S, que cumple ya una década. ¿Hablamos de terroristas? Peor aún, hablamos de terroristas con armamento nuclear. ¿Improbable? Sí. ¿Imposible? No. O al menos es lo que nos quiere hacer creer esta película a la que podría habérsele añadido la kubrickiana coletilla de ''Dr. Khan, o cómo aprendí a fabricar mi propia bomba atómica.''

Como ya habrán deducido, 'Countdown to Zero' en ocasiones parece un panfleto de la CIA, que nos alerta de lo cercano y peligroso que es el ''enemigo''. Evidentemente, la propuesta peca de un alarmismo y maniqueísmo a veces ridículo, lo cual no quita que sea un testigo de excepción del agonizante dominio policial mundial americano y, por qué no admitirlo, de hasta dónde es capaz de llegar la locura y el poder auto-destructivo del ser humano. Lo sabía Oppenheimer; lo sabía Kennedy, y por si ciertos accidentes reciente en Japón no lo habían dejado claro, lo sabemos nosotros. La energía nuclear es una espada de Damocles que hemos colgado encima nuestro y que no hace más que añadir -desquiciante- incertidumbre a un futuro ya de por sí incierto. Permiso para pasar miedo.

Tres cuartos de lo mismo puede decirse después de ver la última película de Steven Soderbergh, 'Contagio', que grosso modo nos habla de nuevo de la volatidad de nuestro mundo, al narrar ésta cómo se puede ir todo al garete en poco más de cien días. Este filme presentado hace pocas semanas en la Mostra de Venecia sigue la propagación fulgurante y fulminante de un virus letal, que derrumba en un tiempo récord los cimientos de una sociedad global intoxicada por un exceso agudo de información, y que se presta con demasiada facilidad a mostrar sus más atroces debilidades. En Macao, en Londres, en San Fracisco, en Hong Kong, en Minneapolis, en Tokio... se dan siempre los mismos síntomas.

Temor, confusión, caos, y por ende mucho pánico, que por definición es terror en estado puro. No es una redundancia. Así, el terror lo impregna todo. Es la tos; es un grupo de gente histérica dejando sin provisiones un supermercado; es una calle desierta; es el silencio de las autoridades. Jugando con el realismo documental y la estilización videoclipera y apoyándose en un reparto estelar marca de la casa, Soderbergh crea un filme dinámico y de una contundencia que pone los pelos de punta. Quizás cabría achacarle un excesivo buenismo a la hora de depositar la mirada en unos organismos que en demasiadas ocasiones han hecho gala de su incompetencia, a pesar de ello, no hay anticuerpo que pueda salvarnos del contagio de esta película inteligente, incisiva y sin lugar a dudas, espeluznante.

Al barco de poner los pelos de punta pretende subirse la directora y guionista Bettina Oberli con la adaptación a la gran pantalla de la novela de Andrea Maria Schenkel, basada en un espantoso crimen que tuvo lugar en la Alemania post-Segunda Guerra Mundial. 'Tannöd (The Murder Farm)' empieza con el brutal asesinato de una familia en su granja. Caso irresuelto hasta la fecha, y un pueblo siniestro al que regresa la protagonista de la historia para enterrar a su madre. La vuelta le servirá para comprobar en primera persona cómo llegó a estigmatizar aquél homicidio múltiple a la población con la que se crió de pequeña.

Queriendo -y no pudiendo- parecerse al Michael Haneke de la magistral 'La cinta blanca', Oberli se mueve entre el presente y el pasado para descubrir la verdad sobre un acto atroz, y de paso para destapar las miserias de una comunidad podrida y consumida por un mal que late en lo más profundo de su corazón, si es que lo tiene. Más que prometedor panorama, pero la historia le va demasiado grande a esta cineasta, que a pesar de usar de forma sabia el lúgubre y sugerente factor ambiental, se ve penalizada por un montaje chapucero, y por el hecho de no ser capaz de insuflarle la fuerza necesaria a este relato ''fuenteovejunesco'' a la alemana. Hay mejores maneras de enfocar el pasado, desde luego.

El que no tiene demasiado claro el optimismo con el que abordar nuestro futuro es Kike Maíllo, uno de los principales responsables de la serie de animación de culto 'Arròs covat', y que debuta en el campo del largometraje con 'EVA', desde ya, la gran revelación del cine español de esta temporada. Quizás nos puedan tachar de provincianos, o de mirarnos demasiado el ombligo, que viene a ser lo mismo, pero hay veces en las que la nacionalidad es un valor añadido a la hora de pasar evaluación a una película. En el fondo es triste, pero a malas es una filosofía que sin quererlo nos deja de vez en cuando alguna alegría, que para la ocasión adopta el nombre de la primera mujer, o de aquel robot del que se enamoraba perdidamente nuestro querido WALL•E.

Maíllo nos presenta con su creación uno de estos ejemplos que a nuestra industria parecen atragantárseles tanto: una película de género modélica. El club de outsiders que se atreven en con este cine en nuestro territorio, en el que encontramos a ''locos'' como Daniel Monzón, Enrique Urbizu o Nacho Vigalondo, ya puede ir reservándole un hueco a este novato que se empeña en no dejar rastro de dicha condición. Así es, dejando de lado un triángulo amoroso que estorba por su inconcreción y por el poco convencimiento de los actores que lo ocupan, 'EVA', que bascula entre la ciencia-ficción y el cuento de hadas, se descubre como una película que puede situar el fantástico hecho aquí en el mapa mundial.

Una proeza titánica que se apoya en un deslumbrante diseño de producción, que poco o nada tiene que envidiar a las grandes producciones que nos llegan desde el otro lado del Atlántico, y que nos deja perlas como un intrépido gato robótico casi tan entrañable como un Lluís Homar convertido en mayordomo cibernético, o por encima de todo, un mundo visualmente precioso, en el que los sentimientos se entierran en el blanco infinito de la nieve, y en el que los androides están perfectamente implementados. A esto se le llama fantástico del bueno. Y para que conste en acta, está hecho aquí. Si este es el -ambicioso- camino a seguir para nuestra cinematografía, el futuro ya empezaría a pintar mejor; ya empezaría a ser más prometedor... y menos incierto.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas

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