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'El amanecer del planeta de los simios': Rebelión en la Tierra

Vía El Séptimo Arte por 18 de julio de 2014

En París, Texas, unos días antes de que el mundo estalle en mil pedazos, Mark Wahlberg se pasea por los polvorientos pasillos de una sala de cine que lleva largo tiempo en estado de semi-ruina. Atrás quedan ya las múltiples épocas doradas de Hollywood, lejano es también el recuerdo de todos los habitantes del pueblo congregándose en un solo lugar de culto para descubrir la nueva maravilla que les tenía preparada el séptimo arte. Maldito romanticismo, le entran a uno ganas de llorar. Porque donde antes había esplendor ahora hay polvo acumulado y telarañas kilométricas; donde antes había una preciosa fuente de riqueza (económica y cultural), ahora hay abandono y miseria, pasos previos al olvido y posterior extinción. Mark está desolado, y las palabras del propietario de tal calamidad no le ayudan: ''Mira, hijo'', dice, ''Esto que ves no es culpa de la piratería ni de la recesión económica... sino de la crisis de la propia industria. La culpa es de las grandes productoras y de la basura que fabrican: secuelas, precuelas, remakes, reinicios... ¡Bah! ¿Quién quiere ver eso, si nada de eso vale una mierda?'' El que mueve los hilos de esta escena es, por cierto, Michael Bay, en 'Transformers 4'. Ni 1, ni 2, ni 3, sino 4. Cua-tro. Con cuatro cojones.

Mientras, en una oficina cuya ubicación exacta está todavía por confirmarse, un ser despreciable se saca el pijama y se viste con las mejores galas. Está a punto de grabar un video para todos sus followers, y no hay nada más sagrado que esto. El tipo dice ser crítico de cine, y trabaja para una de las webs pseudo-informativas (y a mucha honra) más populares del mundo. Se siente él poderoso, al ser uno de los representantes más influyentes de dicha plataforma. Poca coña, el mundo está gobernado por alimañas como ésta. El tema de hoy para su imprescindible videblog es, quién iba a decirlo, el de la mierda que nadie quiere ver, o sea, las secuelas, precuelas, remakes y reinicios de sagas cinematográficas. En otras palabras, toca hablar de la auténtica crisis, la que realmente interesa en el mundillo. La creatividad escasea (no se sabe exactamente desde cuándo... quizás desde que a dos pioneros les diera por gravar a unos obreros saliendo de la fábrica, a saber) y esto hay que denunciarlo. El tío se aclara la garganta, se enfrasca en una breve y muy patética pantomima concerniendo el -falso- crujimiento de los huesos de su cuello y empieza.

''¿Esto es lo mejor que tienes, Hollywood? ¿Realmente crees que no puedo asimilar otro reinicio de otra franquicia? Precuelas, remakes, secuelas... todo lo que puedo decir es: Aquí estoy, cabrones. Dadme fuerte, porque cada mierda con la que me alcanzáis, sólo me hace más fuerte. Lo aguanto todo. Os diré por qué: 35 años como crítico de cine y tres carreras en estudios fílmicos. Ya lo he visto todo, así que no pretendáis venderme que vuestro nuevo excremento es una revisión de un clásico (mancillado, me permito añadir) que arroja nueva luz sobre el estado de decadencia de nuestra civilización... esto no hay quién se lo trague. Sé exactamente por dónde vais, de modo que si me lo permitís, ahí va un consejo para vosotros: ¡espabilad, vagos de mierda, porque ni todas las segundas partes de Casablanca van a hacerme callar!'' La película que ha provocado tanto odio es, por si alguien se lo pregunta, 'El amanecer del planeta de los simios'. De hecho, el discursillo incendiario pretendía ser la crítica oficial de su página web a 'El amanecer del planeta de los simios'. Con cuatro cojones.

Pero lo más gracioso de todo es que el poso de toda esta ira no arremete contra el filme supuestamente destrozado, sino que lo hace (de forma más o menos intencionada) contra otro establishment, no tan poderoso pero igualmente (quizás) peligroso. El de los propios críticos, o para no fijarnos en víctimas tan concretas, el de los cinéfilos autoproclamados sacros guardianes de lo que ellos (y sólo ellos) entienden como las esencias del arte por el cual profesan tanto amor (y animadversión, ya se ha visto). Cierto, la industria (así, en general) tiene unos huevos que se los pisa, y hará todo lo posible para seguir forrándose a costa de la ley del mínimo esfuerzo. Secuelas, precuelas, remakes y reinicios. Llámense también sucias artimañas para exprimirnos sin que nadie tenga que exprimirse el cerebro. Aceptamos. La norma está establecida y más clara no puede ser, pero tampoco puede pasarse por alto el que sin excepción, lo de un poco más arriba no existiría. De hecho, la historia del cine está plagada de ejemplos que se olvidan a conveniencia de la perreta del momento, es decir, en pos de un enfado que con la sangre fuera del estado de ebullición, desaparece (¿por qué será?).

Dos ejemplos clásicos: 'El imperio contraataca' y 'El Padrino. Parte II'. Cojamos pues aquella sentencia tan odiosa (''Segundas partes nunca fueron buenas'') y pongamos un ''casi'' delante del ''nunca''. Ahora sí. Y de paso añadamos otro -orgullosísimo- representante en esta lista de ilustres disidentes. Porque 'El amanecer del planeta de los simios' es, sin andarnos con rodeos, la imagen semi-perfecta de lo que debería ser una secuela perfecta. Requisitos: Superar a su antecesora. Hecho. Dejar allanado el terreno para que el episodio que venga a continuación tenga al menos (y nada menos) el potencial para superar ésta nueva cima. Hecho. Demostrar que las disoluciones son homogéneas a la subdivisión y heterogéneas al cambio de estado (repasen los apuntes de la ESO). En otras palabras, ser capaz de funcionar con total autonomía (es decir, ser comprensible y suficientemente atractivo como trabajo independiente) y al mismo tiempo ayudar a dar consistencia al conjunto (es decir, dotar de más valor a la franquicia). En mente 'El caballero oscuro', por ejemplo, y por mencionar un caso no demasiado alejado en el tiempo.

Se trata pues de mimar el arte del monólogo sin olvidar el del diálogo. Dificilísimo, más aún cuando a uno le toca ponerse manos a la obra con la faena medio empezada y ni a medio terminar. La espantada de Rupert Wyatt después de la sorprendentemente digna 'El origen del planeta de los simios' para este enésimo reciclado, presagiaba lo peor. Al parecer, al director le molestaba trabajar con el cumplimiento obligadísimo de las fechas impuestas por el calendario de las majors, de modo que decidió irse a aguas -supuestamente- más tranquilas, y pasarle el marrón a otro pardillo. Solo que al que le cayó tan monstruosa papeleta era un experto en, precisamente, la temática monstruosa. Después de que su muy prometedor cortometraje titulado 'Mr. Petrified Forest' le acercara por primera vez a J.J. Abrams, a Matt Reeves le tocó curtirse en el fuego infernal de los Weinstein y su Miramax (precisamente una de las productoras más marcadas por el simpatiquísimo crítico de cine de antes). Sobrevivió (que ya es mucho) para refugiarse en la televisión, la misma que volvería a propulsarle, doce años después, a una gran pantalla en la que ahora sí se sentiría más a gusto.

Y tan a gusto... Y tantos otros monstruos. En 'Cloverfield' intuimos por fin las maneras de un director sin miedo a los grandes retos. 'Déjame entrar (Let Me In)', además de estampar otra excepción en la cara de los miembros del club ''Segundas-partes-nunca-fueron-buenas'', dejó claro que lo que teníamos delante era, simplemente, un señor autor (con todas las cualidades que dicho título implica). Para prueba, la siguiente en la lista: con 'El amanecer del planeta de los simios', el recién llegado no sólo se ha adaptado a la propuesta ajena, sino que además la ha amoldado (en la justa medida) a sus necesidades e inquietudes. Y no sólo hablamos del legado de Mr. Wyatt, sino también de la pentalogía original, de la cual se sabe en todo momento qué se tiene aprovechar, qué toca modificar y de qué debe prescindirse. Al gusto del nuevo comandante. A su imagen y semejanza, vaya, logrando así que lo comercial adquiera identidad. Es posible. Y ya que hemos empezado a engorilarnos, ¿puede lo espectacular concederse un respiro y aprovechar para meditar? ¿Puede un entretenimiento para las masas conseguir la reflexión (y no solamente la excitación) general? Puede, puede. Y que se sepa, de momento no se ha muerto nadie. Todo lo contrario.

En un mundo arrasado por el virus de la escasez creativa (hablamos por supuesto de la auténtica crisis energética), una criatura abre los ojos y con voz profunda lanza un grito al aire que retumba por todos los rincones: Al carajo la teoría de la manta. Para taparte los pies no hay que renunciar a la cobertura de la cabeza. Volviendo al tema: Una película con la etiqueta ''palomitera'' no tiene por qué prescindir de características que supuestamente (y siempre bajo el prisma de los más cortos de vista) irían en contra de su naturaleza, esto es, recaudar en taquilla. En este sentido, 'El amanecer del planeta de los simios' se descubre como un producto cinematográfico apabullantemente completo. Con sus defectos, sí (por ejemplo, y aunque el factor humano esté cuidadísimo, los humanos, los de verdad, quedan un poco desdibujados), pero luciendo todo lo que una gran cinta (sin catalogaciones que valgan) debería tener. Con nervio, músculo y materia gris. Variando el orden, puliendo la alquimia de su combinación, Matt Reeves, monstruoso monstruo, parece saber siempre qué movimientos le llevarán al éxito. El resultado es una diversión inteligente y trepidante; un espectáculo mayúsculo, grande en casi todos los sentidos.

Lo mejor es que, una vez más, el director apunta alto y no falla. Pocos días antes de la puesta de largo oficial de su nuevo trabajo, tuvo los santos cataplines de referirse a él a través de las obras más sagradas de Francis Ford Coppola, de George Lucas... e incluso de Stanley Kubrick. Por si 'El imperio contraataca' y 'El Padrino. Parte II' no bastaran, se añadió a la apuesta ni más ni menos que el Santo Grial: '2001: Una odisea del espacio'. Más difícil todavía... ¿Quién da más? Lo mejor es que dichas comparaciones no pueden tildarse de fanfarronada ni mucho menos de farol. De eufóricas, tal vez, pero lo importante es que la película (la nueva) sigue pudiendo mirar a sus -colosales- referentes sin necesidad de erguirse demasiado. Y que viva la ambición desmedida. Sólo así puede aspirarse a romper las barreras de una mediocridad a la que parece que nos hayamos acostumbrado demasiado. Matt Reeves se aleja de tan peligrosos terrenos exigiendo lo máximo de cada componente. Pura ingeniería genética: la información y poder de cada fragmento de ADN elevados a la enésima potencia.

El guión de Rick Jaffa, Amanda Silver y Mark Bomback, es cautivador (incluso fascinante) en cada una de sus etapas (la transición entre éstas, igualmente estupenda); la banda sonora del genial Michael Giacchino es una lección maestra de cinefilia desde el pentagrama; los efectos digitales, llevándonos un paso más allá en el esfuerzo por destruir la línea que separa lo real de lo ilusorio. A frotarse los ojos se ha dicho, porque hasta que se demuestre lo contrario, parece que el animal, el hombre y la máquina se han fundido en lo que sin duda es una gloriosa celebración cinematográfica. Al fin y al cabo, de esto trataba aquel clásico de Franklin J. Schaffner que, sin perder su liderazgo, de repente ya no se ve tan insuperable. El ser humano, creado por Dios, desciende en realidad del simio, quien aguarda pacientemente su turno porque sabe que forma parte del mismo engranaje. En el centro del triángulo, un enigma que se desvela (más bien se confirma) en los créditos finales. Allí, el primer nombre en hacer acto de presencia es, por justicia divina, el de Andy Serkis, cabeza más visible (por así llamarlo) del que sin lugar a dudas es el gran acierto de la franquicia.

De la revelación a la consagración. Estos simios hasta le tienen tomada la medida a lo -irremediablemente- icónico. ¡Ave César! Como sucediera en aquella legendaria obra de teatro, el astro rey alrededor del cual orbita el resto de personajes es para unos, héroe y para otros, villano. El movimiento de traslación se lleva a cabo con un sentido de la operística que ronda, efectivamente, lo shakesperiano. César el liberador, el tirano, el revolucionario... es la razón para -intentar- ser mejor o, por el contrario, para mostrar lo peor de uno mismo. Es casi la razón más fundamental de la existencia de la propia película. Porque César, que técnicamente es el CGI perfectamente humanizado, es también el más humano de los simios (de hecho, es el más humano de los humanos). Y como sucediera en aquella imprescindible novela, el reino animal y el de los hombres se mezclan para hablarnos de los problemas que nos conciernen a todos. Orwell sabía que en aquella granja había mucho fango por remover. Casi setenta años después, Matt Reeves se permite el lujo de repetir la jugada a nivel planetario, y sale de la experiencia de una sola pieza para poder contarlo. El liderazgo, la desigualdad, el poder el miedo, la finísima frontera que separa la bondad de la maldad; el amor de la enfermedad del odio, la facilidad con la que se rompe cualquier atisbo utópico... cuando un blockbuster quiere darte más de lo que en un principio estaba estipulado. Cuando habla de todo esto (y de mucho más) haciéndolo accesible (que no simplificándolo); noqueando a su audiencia sin dejar de tratarla con el respeto que ésta se merece... Entonces esto, se huela por donde huela, desprende el inconfundible aroma a gran e imperecedero cine. Y que les den a las secuelas, precuelas, remakes y reinicios, que son una mierda y no valen nada.

Nota: 8 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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