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'Los Andersson en Grecia': (Falso) humor sueco

Vía El Séptimo Arte por 24 de julio de 2014

Lo decía la presentación española de aquel mítico programa en el que un por aquel entonces desconocido Takeshi Kitano se partía el ojete, junto a sus maltratados esbirros, a costa de de los huesos crujidos y las articulaciones desgarradas de buena parte de la población japonesa: A los africanos les gustaba el humor negro; a los guardiaciviles les iba el verde... a los asiáticos, ni falta hace recordarlo, les tiraba más el humor amarillo. Elemental. La lista se podría alargar hasta el infinito y más allá, porque por mucho que a la globalización le cueste admitirlo, todavía le queda mucho trabajo por hacer. En otras palabras, y a pesar de los pocos gags universales (el tropiezo, el pedo y pocos más), la amplísima mayoría de chistes tienen un efecto limitado al de las fronteras que los han visto nacer. O sea, los franceses (sobre todo los franceses) siguen teniendo su propio humor, y los británicos, y los islandeses, y los españoles, por supuesto. Lo de los suecos, por lo que se va a ver, obedece a la norma general de divergencia, pero desde un nivel mucho más extraño, inclasificable, incomprensible... ¿sueco?

Una prueba de ello la encontramos en una de las últimas ediciones de los Premios Guldbagge, que para entendernos, son su equivalente a los prestigiosísimos Goya. A diferencia de los nuestros, ahí la voz no está monopolizada por los académicos (que sin lugar a dudas saben mucho más de cine que el resto de mortales), sino que está compartida por el Gran Público, que no sabe tanto, pero al fin y al cabo es el que pasa por taquilla (¿verdad?) y ya sólo por esto debe respetársele. En éstas que el año pasado, los organizadores de los Guldbagge preguntaron a los suecos y suecas qué película de aquella temporada había sido su favorita. Los encuestados, en su infinita sabiduría, se decidieron, por el siempre incuestionable recuento de mayorías, por el por aquel entonces último trabajo de Hannes Holm, adaptación de un libro de Anders Jacobsson, sobre las trifulcas vividas en el extranjero por parte de una familia, sueca, sueca, durante unas vacaciones de verano.

Está claro que en esta gran (por el tamaño, no por otra cosa) ecuación, el factor ''humor'' juega un papel fundamental. Para ser más exactos, es la incógnita principal, con lo que, ay madre, se desconoce su valor final. Para entendernos, 'Los Andersson en Grecia' se presenta como la comedia que supuestamente es. Lo que pretende es hacer reír al respetable, y lo que hizo éste último (el sueco, entiéndase) fue entregarle el Premio del Público a la Mejor Película. Volvemos a la pregunta del millón. ¿El humor de la propuesta fue realmente captado, o se trató de un -colosal- caso de cachondeo socarrón colectivo? Recuerden el programa aquel de 'Slumdog Millionaire', en el que el comodín del público podía dar como ganadora absoluta la respuesta más absurda (a la pregunta más absurda, cabe añadir), sólo ''por ver si colaba'' y, en caso afirmativo, ''echarse unas buenas risas''. Como cuando se preguntó ''¿Qué es Paz Padilla?'' y salió, por más de un 95%, la opción de ''Un morlock.'' (Risas por lo bajini). Somos unos miserables, sí.

Entonces, mis queridos y queridas suec@s, ''¿Qué película de toda nuestra producción les ha gustado más en lo que va de año?'' ''¡La C! ¡La C! La de los patanes en el país arruinado aquel, ¡'Los Andersson en Grecia'! ¡Ya verás, ya!'' Es un escenario más que plausible... más que nada porque es el único que obedece a una explicación mínimamente racional (dentro de la nebulosa de irracionalidad que suele guiar la mayoría de nuestras decisiones). No olvidar: somos unos miserables (españoles, franceses, islandeses y sí, suecos también), mucho más a la hora de votar amparados por el anonimato, fíjense sino en las nuevas Maravilla del Mundo, en los jugadores que van al All-Star Game de la NBA, o directamente en la práctica totalidad de políticos que se inflan a nuestra costa. La filosofía de vida es, por supuesto, pésima, porque ni todas las risas del mundo compensan el verse en la -puta- calle y comprobar cómo el payaso aquel que debería haber hecho algo al respecto, es el que ahora se ríe, a carcajada limpia, de nosotros. En - fin...

... volviendo a la cruda realidad, las risas se apagaron de sopetón cuando el proyector se encendió y aquella comedia con la corona del Premio del Público empezó a rodar. En aquel pase de prensa de Barcelona éramos, por cierto, cuatro. No ''cuatro gatos'', sino cuatro en su literalidad más hiriente. En defensa de un sector que a cada día que pasa la merece menos, decir que aquella era la segunda proyección para la crítica especializada, que en la primera la asistencia había sido un pelín mayor, y que alguno de los supervivientes de aquel suceso se había tomado la molestia de esperarnos a nosotros, los ''cuatro gatos'', para advertirnos de que aquello que estábamos a punto de presenciar no era una película, sino una invitación al matadero: ''Os lo digo, ¡no entréis! ¡La vimos la semana pasa y no vale nada! ¡Nada! ¡Es humor sueco! ¡Humor sueco!'' Y como sucedió muchas veces antes en la historia de la humanidad (y seguro volverá a suceder), los cuatro nos reímos (porque la escena del profeta predicando en el desierto era ciertamente para mearse), hasta que la sonrisa se transformó en atisbo de desconcierto, para poco después mutar en mueca de puro terror.

Pasados los primeros cinco minutos, primera mirada furtiva al resto de butacas. No se trata de comprobar si alguien se ha largado (todavía no), sino de detectar alguna cámara oculta. La actitud era la siguiente: ''Esto no puede ser... ¿verdad? ¿Verdad? ¿Hola...? ¿¡Hola!?'' Pero así era. Al cabo de poco rato, efectivamente, ya éramos menos de cuatro en la sala. Y a partir de ahí cesaron las prospecciones periscópicas, por aquello de no minar aún más la moral. Al fin y al cabo, esto último corría a cargo de los famosos Andersson, suerte de familia Stupid (primer escalofrío) a la sueca (segundo) y en plan dominguero (tercero). El cabeza de familia es un contable la mar de aburrido, que por lo visto esto en Suecia es lo peor. No, es lo puto peor. Tanto que sus seres queridos, abrumados por la vergüenza ajena, ni osan mirarle a la cara. La hija mayor es la clásica adolescente insoportablemente asocial (modelo universal), la mamá es una histérica con tendencias pastilleras cada vez que el estrés se ceba con ella, y el hijo es un proyecto deforme de Casanova que cree, pobre iluso, que las niñas le ignoran porque ha perdido el ''Mojo'' (cuando en realidad todo el mundo sabe que la culpa la tiene ese hedor heredado de contable-aburrido, que no es que sea lo peor, sino lo puto peor).

Con este panorama tan desolador, los personajes hacen las maletas y ponen rumbo a la -soleada- desolación. En Grecia, país en ruinas cuyo glorioso pasado sobrevive en los complejos turísticos, aguarda una serie de personajes variopintos que a buen seguro pondrán un poco de alegría en la aburrida vida de la familia del aburrido contable. Pero no. Pura lógica: cuando al terminar un chiste alguien tiene que dar explicaciones sobre el propósito / naturaleza de la broma, es que o bien no lo ha contado bien, o es que directamente el asunto no tenía puta gracia. 'Los Andersson en Grecia' es una serie ininterrumpida e híper-inconexa de supuestas gracietas que a lo largo de hora y media (cuarto más, cuarto menos) se disparan indiscriminadamente para justamente después explicar, de la manera más torpe, el por qué de tal memez. Al principio descoloca, porque claro, ¿cómo demonios habrá logrado algo tan malo colarse en las salas comerciales de nuestro país?, hasta que recordamos que nos encontramos en España, donde las distribuidoras más inquietantes campan a sus anchas. Y sí, es así de insufrible.

Comedia (en teoría) familiar que hace del no-humor (''¡Humor sueco!'', lo llaman otros) su principal seña de identidad. Ni teniendo en cuenta el target de la propuesta puede llegar a comprenderse el por qué de tanto grito, de tanta diarrea mental, de tanta tortura inhumana. No es que Hannes Holm sea un tartamudo intentado sacarle partido a los juegos de palabras (que también), es que directamente es totalmente incapaz de sacarle la gracia a algo que, en su defensa, tal vez nunca lo tuviera. Hablar de humor infantiloide no llega ni a rascar la superficie; usar la excusa de ''producto-para-toda-la-familia'' ya es directamente faltar a la inteligencia. De hecho, cualquier informe forense es tan imposible como absurdo. El cadáver nos habla, mucho mejor que su autor, de un caso flagrante de incompetencia: en el planteamiento y resolución de cada gag, en su respectiva concatenación, en lo respectivo a darles un sentido en un conjunto que hace aguas por todos sitios. Nada conecta con los cuatro gatos (que en realidad son dos), nada consigue arrancar una triste sonrisa; todo irrita, todo parece servido para un público que lo mejor que puede hacer es tomarse la broma como lo que seguramente sea. Una vez más, ''¿Qué es Paz Padilla?''; ''¡Un morlock! ¡Un morlock!''

Nota: 1 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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