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Lo que diga el pulpo

Vía Festival de Sitges por 08 de octubre de 2012
El día en que el excelente tsunami de Juan Antonio Bayona y la desternillante invasión nazi proveniente del espacio exterior de Timo Vuorensola están en Sitges en boca de todos, nosotros nos quedamos con su grato recuerdo (de San Sebastián y Berlín respectivamente), y seguimos con la búsqueda de nuevas cintas que causen sensación en el certamen del Garraf. El ritmo aquí no se detiene, sino que parece estar caracterizado por un constante crescendo al que el calificativo "maratoniano" le va pequeño. Hablando de programas dobles -o triples-, no hay manera (siempre y cuando se pretenda abarcarlo todo) de conciliar un sueño mínimamente reparador, y claro, en las conversaciones en las colas de la prensa acreditada empieza a hablarse mucho más de darle un respiro al cerebro, que no de las ganas que despierta el programa.

Afortunadamente para todo el mundo, y cuando estamos a punto de llegar al ecuador de esta 45ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges, la calidad de las cintas en cartel tampoco se viene abajo. Dicho de otra manera, la desesperación todavía no se ha impuesto entre el personal, al haber sido esta cuarta jornada otra especie de sesión non-stop de greatest hits, rabiosamente actuales, dentro del género fantástico. Puede que, al igual que el pobre desgraciado de aquel cuento contado una y otra vez en 'El odio', de Mathieu Kassovitz, estemos cayendo por un abismo que nos llevará a la muerte... pero mientras ésta no llegue, podemos decir aquello de "hasta ahora, todo va bien". Y vamos a repetirlo hasta que llegue el momento en el que el sistema nervioso decida -no sin razón- dejar de oír la alarma del despertador, o peor aún, no activar la secuencia de "despertar" hasta que termine la película de turno. Lo dicho, todo llegará. Pero hasta entonces... "todo va bien".

Para alejar al dios Morfeo del patio de butacas, la jornada ha empezado con la ópera prima de Jake Schreier, que nos lleva a un futuro no muy lejano en el que los robots empiezan a ser una constante en la vida cotidiana de los hombres. En él, un anciano (estupendo Frank Langella) vive recluido en su casa, a solas con sus objetos de valor y con unos recuerdos que poco a poco van desapareciendo de su memoria. ¿Película depresiva sobre la vejez? Más o menos. Como la independencia del pobre hombre se diluye día a día (y ante la negativa innegociable de ingresar en un geriátrico), su hijo decide poner a alguien a su cuidado: un robot; alguien con el que su padre, tras las primeras impresiones, no congeniará en absoluto. ¿Película que resucita la desgastadísima fórmula de la extraña pareja? Como antes, más o menos.

El título 'Robot & Frank' habla por sí mismo: los noventa minutos de metraje -que en realidad parecen menos- se centrarán en la relación establecida entre el abuelo gruñón y un robot mayordomo que poco a poco irá conquistando el corazón de su amo, y dicho sea de paso, el del espectador. Schreier firma una película que hace alarde de una de las mayores virtudes de las buenas comedias indie norteamericanas. Esto es, conectar con el patio de butacas. Establecer desde el primer fotograma un vínculo que se mantiene incluso después de haber terminado la sesión. El toque independiente se mantiene a lo largo de toda la película, pero contrariamente a lo que sucede casi siempre, éste no carga, sino que en su austeridad radica el secreto para que fluya con naturalidad el desarrollo de unos personajes a los que, como se ha dicho, es casi imposible no cogerles cariño, lo cual acaba determinando el éxito de una obra discreta, pero a ratos gigante en lo referente a implementar, a través de la picaresca, herramientas atípicas a la hora de tratar temas tan cercanos... y memorables.

Siguiente parada, la esperada nueva producción de la factoría Laika, la misma que hará tres años nos trajo aquella maravilla titulada 'Los mundos de Coraline', encargada, entre otras muchas cosas, de recordarnos que en la animación anglosajona, hay vida más allá de Pixar (esto en una época no muy lejana en la que el equipo del flexo salía a obra maestra por año). 'El extraordinario mundo de Norman' no llega al mismo nivel de aquella gema dirigida por Henry Selick... quizás precisamente porqué detrás de sus cámaras hay un hombre sin tanto pedigrí (pero con toneladas de experiencia a sus espaldas, entre las que encontramos colaboraciones con nombres como el del mencionado Selick o, obviamente, el de Tim Burton). La carta de presentación de Chris Butler llega, como no podía ser de otra manera, en stop-motion, y se ha traducido en otra experiencia con final feliz (prohibido mal pensar).

Y eso que 'El extraordinario mundo de Norman', desde su primera escena, nos da la libertad para hacerlo. Es lo que pasa con los filmes que toman la arriesgadísima decisión de situar su target en ese limbo indeterminado que es el espacio entre la infancia y la edad adulta. En efecto, donde los más pequeños de la casa se lo pasan bomba con el humor gamberrete de la troupe protagonista, los más entraditos en edad se sorprenden -gratamente- al detectar en esta historia innumerables apuntes cinéfilos, sexuales y escabrosos. Estas aventurillas juveniles paranormales, con un embriagador aroma fruto de la combinación entre el mejor cine familiar ochentero y la época dorada de la serie B yankee, hacen gala de un imaginativo diseño de producción, así como de un humor inteligente y hábil en la sucesión de sus chistes, embrujando así (y pese a que el conjunto se desinfle en su recta final, algo achacable a la imposibilidad de mantener el prodigioso ritmo del principio) a una audiencia que ahora ya tiene más situada a Laika en el casi inabarcable cosmos de la animación.

Recuperando la Sección Oficial a Competición, los maratones de medianoche han vuelto a abrir sus puertas para presentar 'The Viral Factor', de Dante Lam. El fin del mundo vuelve a asomarse tímidamente con la amenaza de un nuevo virus letal cuya propagación, perpetuada por unos terroristas, solo podrá ser detenida por dos hermanos (uno policía y el otro un peligroso ladrón) más duros que la barba de Chuck Norris. Estiradísima celebración del caos y la destrucción firmada por lo que podría ser una evolución del mejor John Woo, este extenuante ejercicio de acción estilizada, destaca, más que por sus muy efectivas descargas de adrenalina, por presentar una americanización del cine de Hong Kong -o viceversa-, en lo que a la larga (y junto a productos coetáneos como la india 'Don 2') podría ser visto como un valioso testimonio, a nivel geo-cultural, de la transición de poder entre las súper-potencias que se hunden lentamente... y las que crecen sin parar.

El gran triunfo de la jornada ha logrado la nada desdeñable proeza de superar al enemigo más peligroso con el que a priori tenía que luchar: el hype. 'The Cabin in the Woods' era uno de los fenómenos de género más anticipados del año, y su condición ha sido revalidada después de la prueba de fuego de Sitges. A todos los interesados en ser los próximos receptores del impacto prometido: cuanto menos sepan de ella, mejor. De hecho, se desaconseja fuertemente seguir leyendo esta crónica. Ahora miso. Ya. Sigamos. Importante es saber que detrás del primer largometraje de Drew Goddard está, cumpliendo las tareas de (co)guionista, el ahora sacralizado Joss Whedon, un autor "del pueblo" en el zenit de su carrera, tanto en lo que a inspiración como a confianza por parte de la industria se refiere.

Un grupo de amiguetes coge una motor-home y se dirige a la presuntamente idílica casa del lago del primo de uno de ellos. Durante el viaje, tienen un breve encontronazo con un inquietante lugareño que les advierte del peligro que corren si siguen su camino. Al llegar a la choza, las expectativas no mejoran, al ser el grupillo objeto del brutal acoso de unos monstruos despiadados. Nada nuevo... si no tenemos en cuenta que todo lo narrado ha estado seguido -incluso manipulado- por una ingente cantidad de trabajadores (encabezados por un divertidísimo Richard Jenkins) dedicados en cuerpo y alma (en lo que parece ser una especie de reality show) a que las víctimas no escapen de su fatídico destino. Desconcierta. Mucho. Y es este mismo desconcierto, presente tanto en la parte terrorífica como la cómica del film, el que consigue que el espectador se adentre más y más en el espesísimo bosque planteado por esta dupla de oro conformada por Goddard y Whedon.

Decir que su película es un híbrido entre la 'Posesión infernal' de Sam Raimi y el 'Cube' de Vincenzo Natali sería quedarse muy corto, aunque ahí están los ingredientes primordiales de este inclasificable caldo de cultivo. Un potaje que, llegado a su punto de ebullición, se convierte en la madre de todas las películas de terror de las últimas décadas... o en una de las cogorzas creativas más salvajes jamás vistas dentro del género. Los responsables de esta locura, tan desmadrada como plagada de retos para el público entendido, se convierten en maestros titiriteros analizando, riéndose y jugando a su antojo con los códigos del terror moderno. La apoteósica recta final en forma de orgía pop confirma que todo -literalmente- cabe en el seno de esta criatura exageradamente inteligente, y con una auto-consciencia que asusta. A su lado, las reflexiones metafílmicas del maestro Wes Craven quedan en mero juego de niños. ¿Cómo no enamorarse...?

Antes de consumir las pocas horas de sueño que nos han dado hoy los horarios, un momento para la reflexión... patrocinado por el pulpo Paul, en paz descanse. Ahí va: ¿Qué nos dice el hecho que, ahora mismo, los enemigos número uno de la sociedad sean personajes tan mediocres (vivan los eufemismos) como Justin Bieber, Chris Crocker o aquel monstruo de Jersey Shore llamado Snooki? Nos dice que, efectivamente, los tiempos en los que nos ha tocado vivir son de una mediocridad (seguimos con las palabras poco hirientes) que eriza el vello de todo el cuerpo. Del mismo modo ¿Qué conclusiones se extraen de que, dos años después de su celebración, lo más recordado del Mundial de Fútbol de Sudáfrica sean las predicciones del pulpo Paul? Primera, y por mucho que nos duela a los ganadores, el nivel futbolístico de dicho torneo fue más bien discreto (seguimos). Segunda, el "aceptamos pulpo como líder de masas" hace que vuelvan a verterse lágrimas en honor a la desaparecida dignidad de nuestra era.

Esto, en cualquier otra época de la humanidad, hubiera causado escándalo en todo el mundo. Ahora, y quizás por la proximidad del fin del mundo (véase, por ejemplo, LMFAO), es preferible la risa terapéutica, que al fin y al cabo sienta bien. Lo mismo puede decirse de 'The Life and Times of Paul the Psychic Octopus', documental firmado por Alexandre O. Philippe (y nuevo acierto de la Sección Nuevas Visiones - No Ficción) dedicado a revelar la vida y obra del tentacular oráculo del deporte rey. A través de las entrevistas a diversos -y pintorescos- personajes, lo freak alcanza cotas altísimas, pero por muy gordas que puedan ser las barbaridades soltadas por el zoo particular de Philippe -y lo son-, ninguna puede superar la inicial; la mejor, consistente en que haya una película dedicada al sobreexplotado pulpo.

Da vergüenza... pero al mismo tiempo divierte escuchar el testigo de inversores que estuvieron dispuestos a pagar centenares de miles de euros para adquirir la propiedad del animalillo, o el de gobiernos que se disputan su nacionalidad, o el de matemáticos que en su día calcularon las probabilidades (una entre seiscientas, por cierto) de que Paul acertara en todos sus pronósticos. De nuevo, la recopilación anecdótica lleva a la posterior reflexión, que se inclina descaradamente hacia lo apocalíptico. Pero ya se sabe, este año, en Sitges, el fin del mundo no se teme, se disfruta. Ahora sí, a dormir, que en pocas horas sonará el despertador... si Paul quiere.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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