Maníacos al poder
Vía Festival de Sitges
por reporter 07 de octubre de 2012
En este curso para sacarse el doctorado en estudios apocalípticos en el que se está convirtiendo la 45ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges, de momento hemos aprendido que el fin de los tiempos puede venir de la mano de grandes desastres naturales como terremotos o tsunamis (después los tratamos), o de plagas zombies iniciadas por el fruto prohibido, o de meteoritos encargados por internet. Esta mañana se ha añadido a la lista de causas una que, para ser justos con su perseverancia, llevaba tiempo presentando candidatura. Las groupies de Crepúsculo han invadido una vez más las inmediaciones del Hotel Melià para poder ver antes que nadie un avance de la última película de la saga de sus amores.
Cuando se han abierto las puertas de su particular cielo (infierno para el resto de mortales), los ultra-sonidos han emanado de sus fauces, estallando así una bomba de decibelios que a punto ha estado de hacer reventar más de un tímpano... y que de buen seguro habrá causado daños psicológicos irreparables en algún que otro pobre desdichado que no acabe de verle el qué ni a la necrofilia ni a la zoofilia. Mientras la jauría ha estado encerrada en el corral donde se proyectaba la preview de marras, ha reinado la calma. Cuando el espectáculo ha llegado a su fin se ha desembocado una marea humana que a punto ha estado de cobrarse las vidas de los cuatro insensatos que habían decidido en aquel preciso instante darle un descanso a su vejiga. Dantesco. Por suerte, ya se acaba... cerraremos los ojos, contendremos la respiración y por el bien de nuestra salud mental, haremos como si nada hubiera pasado.
Algo similar habrá pasado por la cabeza de los protagonistas de 'Aftershock', cuando se ven en medio del infierno que les plantea Nicolás López. El director chileno vuelve a Sitges cuatro años después de presentar la infame 'Santos', con un cambio de registro radical. Atrás quedan los súper-héores freaks y los hombres-mosca, de lo que se trata ahora es de un peligrosísimo salto mortal sin red de seguridad. Sólo así puede describirse una película de género sobre un drama tan doloroso y tan reciente como fue el terrible terremoto (con sus posteriores amenazas de tsunami) que se cebó con la costa de Chile en 2010. En este contexto se sitúa el nuevo proyecto amparado por ese listillo llamado Eli Roth, que a buen seguro debe recibir cada año una generosa contribución a su cuenta corriente por parte del Departamento Federal de Turismo Interno de su país.
Si 'Hostel' podía resumirse con el eslogan "No viaje a Europa del este", con 'Aftershock' podría hacerse lo mismo pero con el país transandino. Otra cruz en el mapa mundi de Mr. Roth. Otro sitio vetado. No solamente por su propensión a las catástrofes naturales, sino más bien por lo hostil que puede volverse su población a la mínima que las cosas empiecen a ponerse feas. Tras un primer tramo interminable (la media hora inicial se estira a más no poder), mucho más cercano a un 'Project X' que no a un filme genuinamente de terror, el suelo empieza a temblar cada vez más intensamente. Llega el caos, y con él, algo parecido a la película que esperábamos. Largas carreras, heridas que no cicatrizan bien, intensas luchas... todos los elementos están dispuestos con corrección (pero con escasa gracia) para configurar un relato agotador (en el buen y en el mal sentido) de survival horror, parábola de las insalvables desigualdades en la sociedad latinoamericana, y que, chispazos de inspiración aparte (incluido un final cargado de mala leche), se conforma con ser un constante ejercicio de mínimos.
Sin tiempo para reponernos de tanto tambaleo, ha aparecido, viajando en transporte público, la segunda propuesta de la tercera jornada para la Competición. En un vagón de metro, un hombre de complexión gigantesca y posado enfermizo, fija su mirada en el pasajero que está sentado delante de él. A continuación: gritos, codazos, empujones y, de nuevo, carreras. ¿Qué ha pasado? El susodicho tipejo se ha convertido en una horrible criatura cuya sed de sangre es insaciable. Afortunadamente, una joven de pelo negro contempla impasible el grotesco espectáculo. Parece que toda la confusión y el pánico de alrededor no vayan con ella... hasta que desenfunda una afiladísima katana y se abalanza contra el monstruo. Sí, por muy poca cultura manga que se tenga, la escena ya suena.
Es el enésimo anime dedicado a la saga Blood C, que sigue las aventuras de la cazavampiros Saya. Remárquese la imposibilidad -es más bien pereza- que surge a la hora de contar los productos que nos han ido machacando a lo largo de estos años referentes al universo en cuestión. Ya basta. Durante la proyección de 'Blood-C: The Last Dark' uno tiene incontables ocasiones para preguntarse qué demonios está haciendo plantado en una butaca y presenciando un espectáculo -no lo es- tan triste. El nuevo trabajo de Naoyoshi Shiotani cambia lo acaramelado -pero simpático- de 'Tokyo Marble Chocolate' para adentrarse en la oscuridad sangrienta de un escenario en el que se encuentran los tópicos más desesperantes del manga. Heroína que camufla su irritante mala educación con un carácter supuestamente misterioso e introvertido, bufones de humor en el que la gracia brilla por su ausencia, despampanantes mujeres-decorado... y un aburrimiento sólo comparable a la sensación de abandono -por no decir maltrato- que sufren los infieles que viven más allá del reino otaku. Una OVA de la peor calaña, indigna de la sección dentro del festival en la que se la ha puesto.
Para que el nivel no quedara estancado en la más profunda de las depresiones, ha acudido poniendo la quinta marcha otra de esas propuestas que, por carencia absoluta tanto de elementos fantásticos como terroríficos, podría tildarse por lo menos de "incómoda" su presencia en la Sección Oficial a Competición. Pero ya se sabe, en Sitges los productos asiáticos tienen carta blanca para meterse donde quieran, más aún si vienen apadrinados por el reverenciado Johnnie To. 'Motorway' es el nuevo largometraje de Cheang Pou-Soi, y se ha definido como "el 'Dirve' de Hong Kong". Muy peligrosa es la comparación entre películas, ya lo constatamos el año pasado cuando en Estados Unidos -dónde sino- llegó a los tribunales la demanda de un espectador cabreado por no ser precisamente 'Drive' "la nueva 'A todo gas'", que es como se la habían vendido.
Ya que nos hemos metido en comparativas, lo mejor es decir que 'Motorway' vendría a ser el eslabón perdido en una teórica evolución que nos llevaría de los músculos de Vin Diesel y compañía al alma de Nicolas Winding Refn y su conductor anónimo. En el caso que ahora nos atañe, la sinopsis nos habla de un joven policía por cuyas venas fluye la gasolina. Este auténtico yonqui de las emociones fuertes sobre el asfalto deberá enfrentarse a un diestro criminal capaz de hacerle sombra en el volante. El duelo está servido entre estos dos diablos sobre ruedas, que van a decidir quién es el mejor piloto a través de la disputa de diversos juegos del gato y el ratón a través de improvisados e intrincados circuitos urbanos. La trama policial, que acude a los tópicos del género como el depósito vacío a la gasolinera, es una mera excusa para que Pou-Soi se luzca en las distintas escenas de acción, que al fin y al cabo son el principal señuelo del producto. Refinada en los momentos de contención (buen aprovechamiento de una banda sonora en la que resuena constantemente el "Tick of the Clock" de los Chromaticas) y bajo la influencia de la factoría Milkyway en todo lo demás, esta más que correcta cinta de acción confirma a su autor, después de la sorprendente 'Accidents' como el alumno más aventajado de nuestro querido "Juani To". No es poca cosa.
El plato fuerte de hoy presentado a Concurso ha tenido un comité de bienvenida difícil de superar. Antes de la última gran proyección de la jornada en el Auditori, estaban sobre el escenario el veterano cineasta William Lustig y el actor Elijah Wood, ambos presentes por la entrega de sendos Premios Honoríficos Máquina del Tiempo. Difícil no caer de culo ante tanta estrella. Después de los discursos y agradecimientos de rigor, se apagan las luces y aparece ante nuestros ojos uno de estos productos tapados con los que nadie contaba, pero que se ha hecho con la aprobación unánime del público. 'Maniac', de Franck Khalfoun, es el remake del 'Maniac' del homenajeado Lustig, que para la ocasión ejerce de productor, y cede la responsabilidad del guión a un auténtico experto en el poco agradecido arte del remake: Alexandre Aja.
Cualquier atisbo de reticencia que pudiera mostrarse al principio desaparece rápidamente al quedar claro que el 'Maniac' del siglo XXI, como ya sucediera con su antecesora, es una película que no se arruga a la hora de hacer sufrir a la audiencia. Es más, entra en barrena para conseguir dicho efecto. Con un delicioso espíritu ochentero (latente no sólo en su impresionante banda sonora sino también en la contundencia en el uso de sus armas estético-narrativas), Khalfoun nos lleva a la atormentada mente de un perturbado (interpretado convincentemente por un Elijah Wood de mirada desgarradoramente gélida), suerte de Dr. Frankenstein de maniquíes, cuya vida transcurre entre asesinato y asesinato, siendo las víctimas siempre mujeres dotadas de una gran belleza.
La inmersión en el personaje es total, merced a un uso maratoniano de la vista en primera persona en el plano físico, y a las constantes pinceladas entre la paranoia y lo onírico en el plano mental. El retrato del torturado personaje va adquiriendo más y más profundidad, marcándose así el itinerario de un descenso a los infiernos del que es imposible apartar la mirada. La mejor noticia es que Khalfoun, por mucho que ofrezca carnaza gore de la buena, no olvida el contenido. El resultado es un retorno dorado a los orígenes y a la época dorada del slasher, marcado, cómo no, por las pulsiones eróticas y mortíferas. Genios de la talla de John Carpenter, David Cronenberg y Brian De Palma son fácilmente reconocibles en esta -intencionadamente- desagradable y durísima joya del género, tan repulsiva como magnética. En definitiva, un producto 100% Sitges.
En un plano más anecdótico (pero no por ello menos interesante) han quedado las dos apuestas fuera de concurso. La primera, 'Piranha 3DD' es la continuación del remake de culto de -efectivamente- Alexandre Aja, y no podría definirse como película (en el sentido clásico), sino más bien como un encadenado de gags que trabaja con el material de su antecesora, llevándolo todo un nivel más allá. Sí, es exactamente como lo está dibujando la imaginación. Más pechos, más culos, más sangre y más bromas más retorcidas. El escenario del crimen ya no es un lago, sino un parque acuático en el que ejerce de vigilante un David Hasselhoff que se erige en estrella principal de una criatura típica de la producción fast-food de Bob Weinstein, salvada en esta ocasión por un sentido autoparódico y una crueldad deliciosos. El Auditori, en plena madrugada, rendido a sus pies.
En una línea diametralmente opuesta 'Room 237' es la enésima demostración de la fortaleza de la Sección Nuevas Visiones - Ficciones, próspera en delicatessens freak. En esta ocasión, el estudioso Rodney Ascher pone en un mismo filme las distintas visiones suscitadas por una obra tan estratosférica como 'El resplandor', de Stanley Kubrick. ¿Fue una película sobre la locura? ¿Fue una película sobre el genocidio indio? ¿Fue una película sobre la sexualidad? O, ya puestos... ¿fue una película que nos dejó varias pistas referentes a cómo su director ayudó al gobierno de su país a falsear la llegada del hombre a la Luna?
¿Delirante? Sí. ¿Fascinante? También. Y es que a través de las obsesivas interpretaciones de la controvertida adaptación cinematográfica de la mítica novela de Stephen King, se va colando, frame a frame, un precioso documento dedicado primero a la inmortalidad de los clásicos, a través del eterno debate que suscitan (¿cómo no van a hacerlo las películas de un cineasta que, por ejemplo, y para su proyecto maldito sobre Napoleón, encargó a la Nasa un estudio millonario para saber con exactitud qué tiempo acompañó la batalla de Waterloo?), y después a la apropiación del público de la obra, que a estas horas es tanto del maestro Kubrick, como del loco obsesionado con la Segunda Guerra Mundial. Ahí están las pruebas.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas