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Sobrevivir al suicidio

Vía Festival de Sitges por 09 de octubre de 2012
Quien apuesta siempre a favor del valor más seguro, a la larga, y salvo impredecible debacle, envejecerá plácidamente mientras va amasando (y contabilizando una y otra vez) los frutos de su esfuerzo. Es la cultura aquí olvidada del esfuerzo; de la constancia; de la perseverancia. Aquello de lo que nos hablaba la fábula de la hormiga y la cigarra. ¿Quién las pasó canutas cuando llegó el punitivo frío invernal? Elemental. Mientras, el animalito que, sin hacer ruido y manteniéndose siempre fiel a su filosofía, pudo sobrevivir a las inclemencias de los distintos avatares climáticos. Claro que otra posible moraleja estaría en decir que lo único que logró la pobre trabajadora fue alargar unos cuantos meses más su miserable vida... sólo para partirse el lomo de nuevo cuando el sol volviera a brillar en el cielo.

Dicho de otra manera, para la cigarra se acabó lo que se daba, cierto... pero ¿y lo bien que se lo pasó mientras duró la fiesta? Es más, y entramos ya en la ficción de la ficción, ¿qué hubiera pasado si, por la intervención del algún milagro, el insecto cantor se hubiera topado con un alijo de grano sin dueño? O como dijo Rudyard Kipling: "Si todas tus ganancias poniendo en un montón, las arriesgas osado en un golpe de azar, y las pierdes, y luego con bravo corazón, sin hablar de tus pérdidas, vuelves a comenzar. [...] tuya es la tierra y todo lo que en ella habita, y lo que es más, serás hombre, hijo mío…" Nada que añadir. Con los clásicos no hay discusión que valga. Hablemos pues del encanto del riesgo, del doble salto mortal con triple tirabuzón sin red de seguridad, de poner el cañón de un revólver en la sien, respirar profundamente, apretar el gatillo... y sobrevivir a la experiencia.En una jornada en la que la Sección Oficial a Competición ha protagonizado un arreón espectacular con la proyección de cinco títulos (tarde o temprano tienen que verse las casi cuarenta películas, casi nada, que figuran en su lista), todas las expectativas estaban puestas en el sexto en discordia, presentado fuera de concurso, en el marco de la Sección Oficial - Galas. ¿Por qué tanto interés? Por ser su director uno de estos zumbados que tanto gustan en Sitges. Rob Zombie -el nombre lo dice todo- volvía a la carga (después de dos remakes y su delirante paso por la animación con 'The Haunted World of El Superbeasto') con una película en la que se ha volcado en cuerpo y alma. Un filme que nos acerca a su tierra natal, así como a la cultura con la que se crió. Por supuesto, no vienen a la cabeza cantos angelicales sobre la bondad del ser humano y la alegría de vivir.

'The Lords of Salem' nos lleva a la Massachusetts natal de Mr. Zombie, concretamente a la localidad históricamente famosa por los ritos satánicos, los juicios inquisitivos y, claro está, las brujas. El director de la gran 'Los renegados del diablo' reúne a su aquelarre y sigue de bien cerca los pasos de una presentadora radiofónica, fijando la mirada en los sucesos que se dan después de que llegue a los oídos de ésta, la siniestra música de un grupo llamado "The Lords". Lo que en un principio podría explicarse a través de un leve trastorno, empieza a confirmarse poco a poco como una terrible conjunción de fuerzas malignas sobrenaturales. En otras palabras, Sitges ya tiene su "Holy Motors" del terror; ya tiene en su haber una de estas películas que hacen grande a un festival cinematográfico.

La división de opiniones cuando se han vuelto a encender las luces del Auditori ha sido abismal... la manifestación de éstas, ha sido casi violenta. Impagable. Cuando en la pantalla aparece "Directed by...", se suceden unos pocos segundos de incómodo silencio. A continuación, unos tímidos aplausos. Poco después, los primeros abucheos, peligrosamente retro-alimentados. Más silencio... y de nuevo una cascada de aplausos y vítores que suenan con más fuerza que antes. La batalla ha durado unos cuantos minutos más entre los pasillos de salida. Una vez pasada la tormenta, el recuento de daños habla de un público que, para bien o para mal, está todavía digiriendo el que ha sido un viaje brutal al interior de la cabeza de uno de los cineastas más radicales -en todos los sentidos- actualmente en activo. El problema -o el anzuelo- está en que la mente del zombie está, para entendernos, bien jodida. Y el paisaje es hermoso.

Se haya amado o se haya odiado (no hay término medio posible en este caso), cuesta cierto tiempo superar la sensación de decepción con la que nos deja al principio 'The Lords of Salem'. Una desilusión que se explica por las características inamovibles de un producto que, básicamente por el currículum de su autor, sorprende y sobre todo descoloca. El cine de autor en todo su esplendor llega a uno de los géneros más encorsetados (de esto se reía precisamente ayer la excelente 'The Cabin in the Woods') y explota con incontenible fuerza en todos los morros del espectador desprevenido. La coherencia narrativa queda en suspenso en beneficio de un alud imparable de momentos; de sensaciones aparentemente inconexas pero a la práctica sobresalientes en cuanto a conjunto en su creación de una atmósfera tétrica; una pesadilla grotesca, tan desesperante como atractiva y que nos llega, como no podía de ser de otra manera, a través de la música.

El uso de los grandes espacios cerrados, cargados todos ellos con un barroquismo visual sorprendente, tiene ecos -salvando las diferencias- del Kubrick de 'El resplandor', y el oscuro y cargado clima recuerda -una vez más, salvando las diferencias- al Polanski de 'La semilla del diablo'. Esta combinación imposible manejada por Rob Zombie hace que nunca se sepa del todo bien qué está pasando, pero que al mismo tiempo reine en el ambiente un desconcertante pánico. Al fin y al cabo, ¿desde cuando atiende a razones el terror más puro? El de esta perfectamente filmada película desde luego no lo hace, quedando claro de este modo que cuando las emociones más fuertes no tienen que rendir tributo a la lógica (y además vienen acompañadas por una sobrecogedora estética), aparcan directamente en lo más hondo del cerebro... creciendo con el tiempo y los recuerdos. La tierra es de Rob, el mismo que con esta personalísima e irrepetible película se suicidó en público... y pudo contarlo.

Y basta ya de discusiones, que las malas vibraciones van ganando terreno. Sección Oficial a Competición al rescate. Ha abierto la veda el británico Ben Wheatley con la muy británica 'Sightseers', -deliciosamente- inclasificable cinta que sigue las idílicas vacaciones de una pareja en la cuarentena de edad. Con la roulotte a cuestas, los dos enamorados, que se conocen desde apenas unas semanas, irán descubriendo en un macabro juego de espejos, que su media naranja quizás no era tal y como se la habían imaginado en un principio. La pregunta que cabe preguntarse es si ante nosotros está el incisivo Wheatley de 'Down Terrace' o el endeble y plúmbeo de 'Kill List'.

Ni una cosa ni la otra, sino una combinación de ambas, en lo que se descubre como una versión brit de la mítica pareja Bonny & Clyde, bañada por un humor cuya absurdidad solo es comparable a su negrura. El camino de vuelta a casa de estos tortolitos va a estar marcado, en vez de por migajas de pan, por los cadáveres que van dejando a su paso. La justificación a tanto crimen está tan pasada de vueltas que a uno le resulta casi imposible contener la risa. Del hecho de no dar crédito a lo que está pasando, y de la feliz frialdad con la que se narran las atrocidades de estos simpáticos -se admite- perturbados mentales surge la surrealista y enfermiza comicidad de la que con toda justicia puede ser considerada como una de las mejores comedias inglesas de la temporada.

Por su parte, el continente asiático ha vuelto a hacer acto de presencia en Sitges con 'Robo-G', divertido y entrañable cuento de inspiración kawaii en el que tres despistados ingenieros, en un intento desesperado para salvar el pellejo, piden a un anciano que se ponga en la carcasa de su destrozado robot. En la línea del inconfundible Hitoshi Matsumoto, Shinobu Yaguchi firma una de las películas más simpáticas en lo que llevamos de festival. Lo excesivo de su metraje hace que en más de un momento planee aquella duda matadora que implica plantearse si lo que estamos viendo no es más que un solo concepto excesivamente explotado, no obstante, el irresistible encanto marciano y naïf del conjunto (en el que destaca un sorprendente Brian Kachisu) da para conquistar hasta al más reticente, y de paso confirmar a la sociedad entre la tercera edad y la robótica como uno de los mayores sinónimos de calidad este año en Sitges. Una vez más, el Auditori se lo ha pasado en grande con dicha combinación, y como de bien nacido es ser agradecido, ahí va un más que merecido "Domo Arigato, Mr. Roboto".

En la pugna por los grandes premios, la cota máxima de esta jornada la ha marcado una jornada más un producto estadounidense. Si el gran protagonista de ayer venía auspiciado por una legión de nombres consagrados en el género, así como un nada despreciable puñado de caras bonitas, el de hoy se sitúa en las antípodas. Antes de la proyección, sonrisas entre los asistentes, y es que en el fondo a la prensa le encanta el olor a Sundance por la mañana... porque huele a victoria. Dicho triunfo adquiere tintes gloriosos cuando la poderosa -por mucho que esté prohibido admitirlo- maquinaria indie se pone a pleno rendimiento para hacer aquello que mejor se le da: sorprender. En este sentido, el punto de partida (un atípico equipo de reporteros decide investigar un anuncio puesto en un periódico, en el que se solicita un acompañante para viajar en el tiempo... y en el que se advierte que en dicha aventura "la seguridad no está garantizada") ya es un motivo de peso para quitarse la pereza del cuerpo y prestar atención a la pantalla.

Como si se tratara de una especie de capítulo largo en el que la pandilla de 'Big Bang Theory' decide ponerse romanticona -de verdad-, 'Safety not Guaranteed' destapa sus encantos a una velocidad vertiginosa, jugando efectivamente con un tiempo que pasa volando a través de unos gags rebosantes de inventiva, buen rollo y sinceridad. Todo en esta película huele a hallazgo -o a esperanzador reencuentro- cuyo valor seguramente aumentará a largo plazo... pero que de momento ya es palpable, y por ello, disfrutable. De los ojos saltones de Derek Connolly a la tierna rudeza del mumblecoriano por excelencia Mark Duplass, pasando cómo no por el ingenio geek (pero plenamente accesible) del guión de Derek Connolly y por la sólida dirección de todos los elementos por parte de Colin Trevorrow.

Por último, y para darle un poco más de caña al cerebro, cierra el programa de hoy otro programa de medianoche a lo Grindhouse. El primer plato, 'No One Lives', que supone la segunda aventura norteamericana de Ryuhei Kitamura, propone un perverso juego de cambio de papeles, en el que las supuestas víctimas de una banda de delincuentes paletos resultan ser en realidad los personajes más peligrosos de la función. Se entiende que los programadores hayan dejado para altas horas de la madrugada este filme que sería mucho más coherente en la Sección Midnight X-Treme. Brutal y divertida muestra de american-revenge (en la que el plato se sirve a temperatura volcánica), la sangre, las vísceras y la testosterona fluyen por la mayoría de sus fotogramas sin ningún tipo de concesión al orden o a la razón. Lo que haga falta para satisfacer a un público hambriento de carnaza de la buena. No es que huela a serie B, es que directamente lo es... y lo que es mejor, no se avergüenza de serlo.

El segundo plato está preparado por un chef cuya primera creación fue una auténtica bomba en aquel entonces, pero que desde entonces (y desde que se separara de su principal cómplice) no ha encontrado de nuevo la receta del éxito. Eduardo Sánchez, co-autor de la imprescindible 'El proyecto de la bruja de Blair' vuelve a probar suerte en aquello de reencontrarse consigo mismo con 'Lovely Molly', en la que, a través de un estilo calculadamente poco cuidado (y en ocasiones dentro del territorio de su querido found footage) se nos cuenta la historia de una atormentada muchacha. Más allá de la buena creación de un entorno propicio para el terror, y de una más que interesante experimentación con un sonido violentísimo, todo en este filme es una deriva constante que vuelve a demostrar las dificultades exageradas que tiene el "one-hit-wonder" Sánchez a la hora de darle al público argumentos para que sigan haciéndole caso... o, poniéndonos más dramáticos, para que sigan teniendo fe en él.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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