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Exhumando cadáveres

Vía Festival de Sitges por 10 de octubre de 2012
Ayer, minutos antes de que empezara el programa doble, imprescindible para poder ver todas las películas de la Sección Oficial a Competición -primer dato a retener-, y que dio comienzo a la una de la madrugada -segundo-, el director del Festival de Sitges, Àngel Sala, se paseaba por los pasillos del Auditori, comprobando -se supone- que todo marchara bien. Lo más memorable de dicha escena no era la presencia del máximo responsable del certamen, sino las miradas que recibía de vez en cuando por parte de ciertos miembros de la prensa acreditada. Entre el respeto -nunca hay que perderlo- y el odio más profundo, las chispas saltaban de gafas a gafas. Unos parecían exigir a gritos explicaciones... el otro era como si pidiera perdón. Hay fundamento para este choque de sentimientos, al fin y al cabo ahora mismo está muy asentada entre la parroquia el convencimiento de que los organizadores de esta cinta cinéfila sin igual, son una panda de sádicos.

Acumulan películas y más películas con el único propósito de que los encargados de cubrir el evento, vivan bajo el constante estrés de contar las horas de sueño que les faltan para no caer en la locura. "¿Pero cómo vas a ir a estas alturas a un maratón de medianoche, si al día siguiente la primera película empieza a las 8:15 de la mañana?" "Es que si no voy ahora, luego estas dos películas se solapan con la presentación de otras dos." Vaya. El exceso de insomnio inducido propicia más teorías de la conspiración. Los encargados de este festival leen varios capítulos del Necronomicón para empezar bien el día. Los jefes de este festival ven cada noche, antes de ir a dormir, una temporada entera de Humor amarillo... por aquello de deleitarse con el dolor ajeno. Las cabezas pensantes de Sitges, cuando se aburren, cogen palas y van a montar una juerga en un cementerio.

Esta última práctica es tan cierta como peligrosa. Ya se sabe, el descansar eterno de los muertos no debe perturbarse bajo ningún concepto. No porque una maldición caiga sobre los malhechores; no por el respeto que deberían suscitar nuestros ancestros... sino más bien por los procesos biológicos que se dan en cada cuerpo cuyo corazón dejó de palpitar hace tiempo. Es algo asqueroso; nauseabundo. El año pasado, después de una visita a la morgue, los organizadores anunciaron por todo lo alto que iba a verse en su certamen lo último de una las grandes leyendas de la historia del séptimo arte: Francis Ford Coppola. Lástima que su infame 'Twixt' fuera algo similar a abrir por la fuerza un ataúd... y encontrar un cadáver consumido por organismos microscópicos. Le entraban a uno ganas de vomitar. Conclusión: el nombre del muerto debe de justificar el espectáculo putrefacto.

Para no faltar a esta malsana costumbre, hoy la jornada ha terminado con la apertura de otro sarcófago. En este caso su ocupante es otro peso pesado del cine que tuvo su momento de gloria hace mucho, mucho tiempo: Dario Argento. O sea, otro cineasta que lleva siglos muerto desde el punto de vista artístico... o si se prefiere, sin dar señales de vida. La proyección de su 'Dracula' ha estado presidida por el propio director, el reparto actoral y el homenajeado Enrique Cerezo, que ejerce aquí de productor... y guionista. Dios nos coja confesados. Los títulos de crédito no mienten, pues cuando se exhuma el cadáver, unas imágenes alucinógenas de operetas mesetarias invaden nuestro cerebro. Los actores o no se leyeron el guión -bien por ellos- o directamente debían ir drogados; la fotografía nos recuerda a aquellos infames coloreados que se producían para romper radicalmente (y de la peor de las maneras) con el blanco y negro; el lenguaje narrativo es de educación primaria; la planificación de las escenas es, en el mejor de los casos, de chiste; el 3D es inferior a algunos que lograron verse en gafas bicolor y la ambientación es de un acartonamiento que duele a la vista. Argento no huele a naftalina... huele a descomposición en estado muy avanzado.

Como suele pasar con estas tonterías, la cautela y respeto iniciales van desactivándose a un ritmo directamente proporcional al de las deserciones. Éstas al principio causan indignación, más tarde reverencia, y un poco más, envidia. Mientras, el espectador, que bien por fanatismo, bien por no hacer levantar a toda la fila de butacas, se ha quedado a presenciar el espectáculo hasta el fin, va tragando... hasta que dice basta. El punto de inflexión lo marca en esta ocasión la aparición estelar de un Rutger Hauer en la piel del Doctor Van Helsing. Cada persona tiene un límite en cuanto la asimilación de burradas, y éstas se disparan siempre que el cazavampiros entra en acción. Habemus pues catalizador para que las carcajadas se extiendan entre los supervivientes... y surja (mientras una canción de inspiración pop... sí, ya puestos, ¿por qué no? acompaña los títulos de crédito finales) la reflexión poética del día: la gloria de antaño es la cutrez del ahora, pues los viejos rockeros están muertos... y los muertos, muertos son.

Ahí no ha acabado el toque giallo de esta sexta jornada, que, una vez más, ha tenido en la acumulación de títulos presentados en la Sección Oficial a Competición su principal seña de identidad. Con 'Berberian Sound Studio', el nómada Peter Strickland ha traído a la costa del Garraf uno de los títulos más arriesgados y estimulantes de este año en Sitges. Gilderoy, un ingeniero de sonido británico, es contratado por el gran maestro del subgénero para ayudarle en la posproducción de su última creación, que será terminada en los estudios que ponen título al filme, y que resultan ser los más baratos y sórdidos (en definitiva, aquellos en los que ningún profesional que se preciara pondría un solo pie) de la Italia de la década de los 70.

He ahí un buen ejemplo de cómo debe ejecutarse un guión cargado de posibilidades. Sobre el papel, 'Berberian Sound Studio' plantea el reto nada fácil de resolver qué implica hacer cine que hable del cine... y que no muestre cine. Al menos, no lo enseña en la forma terminada y supuestamente perfecta en la que se nos presenta, sino que lo hace desde el sitio en la sombra donde se cocina su magia, en este caso, a base de sandías descuartizadas y lechugas cosidas a puñaladas. A la práctica, Strickland muestra su valía en la puesta en escena a través de la construcción de una hostilidad que, como casi todo en su último trabajo, no se ve pero se palpa. Un entorno laboral asfixiante, una película maldita (que de nuevo nos remite a la momia de Argento) cuyo embrujo se va introduciendo poco a poco en la mente de sus creadores... y cómo no, un estupendo Toby Jones -nunca falla- que con su paso a trompicones nos guiará (y hará que nos perdamos) por esta metaficción oscura; pequeña gran lección de cine, tanto delante como detrás de las cámaras.

Poco antes, la jornada había sido abierta por una directora que ha inaugurado este año el ciclo de "los-hijos-de...". Con todos ustedes, Jennifer Chambers Lynch, "la-hija-de..." el gran David Lynch, la misma que ganara hará ya cuatro años el Premio a la Mejor Película en este mismo festival con la entretenida pero sobrevalorada 'Surveillance'. Un galardón que por cierto, y citando a la propia cineasta, le dio energías para seguir creyendo en su obra, y seguir así haciendo cine, que es en definitiva lo que más le apasiona. Siendo crueles, ahí va un caso que ilustra a la perfección el peligro que llevan consigo ciertos reconocimientos académicos. Balance de la carrera de la Lynch hasta entonces: 'Hiss', una de las producciones más controvertidas que haya visto la industria en los últimos tiempos y el desastre en forma de película que ahora nos concierne.

'Chained' (que en principio debía titularse 'Rabbit'), nos cuenta la historia precisamente de un chico llamado Rabbit, cuya vida cambiará para siempre el día en que él y su madre sean secuestrados por un terrible asesino. Un enfermo mental que por razones que en un principio no quedan demasiado claras, perdonará la vida al chaval, convirtiéndolo así en un esclavo encadenado que se verá obligado a ser parte partícipe en sus fechorías. Una historia escabrosa donde las haya, cuya sola lectura ya consigue poner los pelos de punta, sumada a unos giros argumentales que le añaden más morbo al asunto... ha logrado solo algunos discretos aplausos y algún que otro abucheo en el pase de prensa abierto al público.

¿Cómo se explica una recolecta tan pobre habiendo de por medio ingredientes tan propicios para conquistar este escenario? Se explica a través de la torpeza de su directora. Como deja bien claro un final en el que el impacto -que debería ser brutal- queda diluido en una tonta secuencia que huele a precipitación y a dejadez, la película avanza dubitativamente por un terreno en el que no parece sentirse cómoda en ningún momento. Y claro está, en todo momento reina en el ambiente una inconcreción y una falta de seriedad en el acabado final que impiden que el pobre ser encadenado pueda pensar siquiera en levantarse unos pocos centímetros por encima del atolladero de miseria en el que se ha visto obligado a revolcarse.

Para levantar un poco los ánimos, la organización se guardaba el que a priori debía ser uno de los platos más fuertes de esta edición. Echando un rápido vistazo al cartel promocional, es fácil averiguar el por qué. Dirigida por un maestro del sci-fi horror todavía en plena forma; protagonizada por una de las estrellas hollywoodienses del momento; basada en una novela de uno de los grandes escritores de esta era. Correcto, hablamos de 'Cosmopolis', en la que David Cronenberg se asocia con Robert Pattinson para llevar a la gran pantalla la novela homónima de Don DeLillo, teóricamente imposible de adaptar a cualquier otro formato. El resultado, sin más rodeos, es uno de los grandes blufs de la temporada. Lo es porque se trata de -simplemente- una buena película... cuando podríamos estar hablando de una obra maestra.

El material original le va inmenso a su copia cinematográfica, y la razón está en las formas. David Cronenberg interpreta una canción de la que se sabe la letra de memoria (en este sentido, el único cambio sustancial con respecto a la novela, es que el puesto de atípico papel de malo de la función ya no lo ocupa el Yen de la recesionista economía japonesa, sino el Yuan del ahora mismo imparable gigante chino)... pero no su ritmo. En efecto, donde en la obra de DeLillo hay caos, furia y -de forma subliminal- una tralla musical que no para de sonar en todo ese día de perros en el que se centra la acción, aquí hay calma y contención en la mayor parte del metraje; silencio matador cortado, eso sí, por diálogos brillantes. Una película que, muy desacertadamente, se desvía de la ruta marcada por DeLillo (que implicaba estar en la cima todo el tiempo) para darnos un ejercicio de altibajos en el que Pattinson, una vez más, queda retratado ante cada uno de los actores con los que dialoga. ¿Un fracaso? No. Más bien una oportunidad desaprovechada para dar vida a esta personal revisión del Ulises de Joyce, en forma de híper-estimulante apocalipsis financiero, síntoma de nuestros tiempos, y que por ello merecía mucho más.

Para cerrar el concurso de hoy, dos propuestas más. Por una parte, el artista anónimo y total (suya es la dirección, guión, fotografía y música de la cinta) Makinov nos presenta en 'Juego de niños' un calco del clásico de Narciso Ibáñez Serrador '¿Quién puede matar a un niño?', siendo el cambio de nacionalidades la aportación más destacable con respecto al remake. Ahora los protagonistas no son británicos, son estadounidenses, y la escena del crimen no es una isla española, sino mexicana. Qué desconcierto. La peor y la mejor noticia se fusionan en una contundente arma de doble filo. Sí, el respeto del clon para con su original mantiene el poder perturbador de una historia de violencia -física y psicológica- inmortal... pero estando el público mínimamente prevenido, no hay sitio para el impacto, mucho menos para la sorpresa.

Dónde sí que ha habido tiempo para echarse una siesta ha sido con la alemana 'The Wall', de Julian Roman Polsler. Antes de la sesión, un dilema alimentado por una gola excesivamente carraspeante: ¿cafeína o cerveza? La primera opción, por supuesto, que hay que aguantar despierto... ¿pero para qué? Después de la cabezadita de rigor, una mirada al resto de compañeros caídos. Aquí hay mucha víctima, pero ha habido muy poca resistencia... ¿para qué iba a haberla? ¿Por la factura técnica del filme? Podría ser, pero la razón es insuficiente. ¿Por su planteamiento? Sí. Una chica despierta en un apartado refugio de montaña y descubre que ha quedado atrapada en un inmenso recinto delimitado por un muro frío, impenetrable, inquebrantable e invisible.

El problema está en esa manía tan germánica de filosofar sobre todo. Lo mismo que sucede con aquellas (y ya me perdonarán mis profesores de literatura) interminables novelas de Josep Pla, en las que un sofá puede dar para cinco páginas de descripción. En nuestro caso, aparece un gato en un armario y la protagonista no cambia de tema hasta bien pasado un cuarto de hora. Con tanto tratado, la mujer se reconstruye a sí misma partiendo de cero, mimetizándose con la naturaleza... y al compañero de tres filas atrás tienen que despertarle porque sus ronquidos ya son descarados. Para la próxima, una buena ración cervecera: la línea de meta será la misma, pero el camino hacia ella será, con toda probabilidad, mucho más divertido.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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