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La Palma de Oro ya está aquí

Vía Festival de Sitges por 16 de octubre de 2010
Qué gran invento el café. Si no fuera por esta bebida negra y amarga, hace tiempo que muchos habríamos tirado la toalla. Casi diez días llevamos ya empapándonos de cine. Más de una semana corriendo de una sala de cine a otra, intentando ver cuantas más películas mejor, para así, al final del día, obtener una crónica que pueda captar bien la esencia de este festival cinematográfico. Una crónica que, como no se hace sola, resta más horas de sueño, cuya carencia se hace más evidente para todos los que llevamos aquí desde el día 7 de octubre -¡parece que fue ayer!-. Es por esto que, si en anteriores días hemos lanzado algún que otro puñalito a la organización, hoy más que nunca debemos aplaudir la genial idea de poner en la sala de prensa una máquina de café de una empresa a la que no le haremos publicidad (total, George Clooney lo hace mucho mejor que nosotros), que nos da un poco del combustible necesario para mantener los ojos abiertos durante unas horas más. Gracias.

Otro gran invento es el de la llamada "sala de proyecciones", que permite a los miembros acreditados de los diversos medios de comunicación visionar en el momento que lo deseen (siempre que encuentren algún televisor libre) las películas que, por alguna razón u otra, les quedaron colgadas en medio de tanto ajetreo. Esta bendición en forma de cuarto lleno de monitores la hemos usado hoy para ver una de las cintas que mejores críticas ha recibido en esta edición del certamen, 'Confessions', de Tetsuya Nakashima, basada en la novela de Kanae Minato. Vaya por delante que lo poco que había visto hasta la fecha de este director japonés me había puesto siempre de los nervios. Sin embargo, este mal recuerdo había quedado en el olvido gracias a los avances de su nuevo trabajo, que llegaba con un aire casi místico -esas imágenes grisáceas y luminosas, esa música de Radiohead...- y sobretodo con un argumento muy atractivo.

¿Qué conclusión extraemos después de haber visto películas como 'Battle Royale', 'Suicide Club', 'Crows Zero' y una infinidad de otros ejemplos? Que no hay que fiarse un pelo de los estudiantes escolares/de instituto japoneses. Son diablillos de ojos rasgados, peores que cualquier organización criminal o régimen dictatorial. De ellos hay que esperar lo peor que pueda salir de la mente humana... lo cual, como comprobamos ayer, no es moco de pavo. 'Confessions' empieza con una profesora contando a sus alumnos de trece años todo lo relativo a la muerte de su hija. Un trágico suceso que la policía ha archivado como accidente, o en el peor de los casos, suicidio. No obstante, la maestra sabe que detrás de este caso hay un homicidio... del cual son responsables dos de sus pupilos. Sabremos pronto quiénes son los dos angelitos, pero esto para nada supondrá que decrezca nuestro interés en un relato magistralmente bien llevado y filmado, que como era de esperar, irá enredándose -sin hacerse nunca confuso-, hasta convertirse en una de estas estremecedoras historias de venganza made in Asia que tanto nos gustan. Como ya sucediera con Takashi Miike y sus '13 asesinos', Nakashima deja bien claro que ha madurado, y que en dicho proceso no ha perdido ni un ápice de frescura... tanto que por la brutalidad de la historia y la manera de ser filmada (con un control total del tempo y del tiempo fílmico, con un formato muy cercano al del videoclip y con unas imágenes bellísimas), no suena descabellado ver en este filme un leve reflejo de lo que en su día lograra David Fincher con la inmensa 'El club de la lucha'. Casi nada. Tan retorcida como absorbente. No se la pierdan.

El que tendrá que madurar mucho más si quiere que le tomemos en serio es Jang Cheol-soo, que en el marco de la Sección Oficial Fantàstic en Competición ha presentado 'Bedevilled', historia brutal que nos presenta a una joven y repelente empleada de banco (un poco en la línea de Alison Lohman en 'Arrástrame al infierno', última gran tratada de Sam Raimi) que se ve obligada a tomarse unas vacaciones. El infierno es precisamente lo que le espera a nuestra protagonista en una isla en la que pasó buena parte de su infancia, y en la que vive una vieja amiga con la que no ha perdido el contacto. Lo que debían ser unos días ideales para desconectar la mente de todo el stress y ajetreo de la vida en Seúl, no tardarán en descubrirse como una pesadilla de la que será imposible escapar.

Sin demasiadas novedades en el frente. Cheol-soo nos mete de lleno con bastante agilidad pero sin excesivo lucimiento en una comunidad ciertamente inquietante. Una sociedad matriarcal y endogámica en la que las ancianas tienen el control absoluto sobre todos los habitantes... teniendo domados a los hombres, concediéndoles total satisfacción con respecto a sus instintos más primarios, y descargando todas sus frustraciones en las dos únicas mujeres jóvenes de la isla, permitiendo/incitando a su escuadrón de machos alfa a que las maltraten y humillen continuamente. En este ambiente malsano va a parar la protagonista, que le guste o no, va a tener que aprender a implicarse... o mejor dicho, a mojarse (del primer líquido que les venga en mente, todos valen). Es una tortura psicológica y física que lentamente pero en interrumpido crescendo de intensidad, va tensando más y más la cuerda del aguante humano. Un proceso que, por dárselas de poético y excesivamente perverso, se hace ridículo. Además, como apuntaban todos los pronósticos, termina en una orgía de sangre digna de cualquier slasher de serie B que acaba de hundir la poca credibilidad que le quedaba a la historia.

Por su parte, el australiano Nick Tomnay nos plantea en 'The Perfect Host' un juego constante de cambio de papeles, elemento de contrastadísima efectividad tanto en el thriller como en la comedia, que a fin de cuentas, de esto se trata aquí... de reír y pasarlo un poco mal. La delirante escena inicial, en la que el protagonista entra en un supermercado en el que hay dos personas más (el dueño del establecimiento y una clienta) es la declaración de intenciones perfecta. La compradora resulta ser una atracadora, lo cual convierte a los otros dos personajes en sus víctimas. Pero a los pocos segundos, el último en entrar en escena se hace con el control de la situación, siendo ahora la máxima amenaza del "badulaque". Lo que pasa es que el que está detrás del mostrador no tiene un pelo de tonto, y aprovecha el mínimo despiste de los demás para empuñar un arma y ser ahora él el que mande. A lo largo de la trama cambian los escenarios, pero la dinámica es siempre la misma.

El grueso argumental lo encontramos en la lujosa casa de extrarradio de un -en apariencia- simpático personajillo (muy divertido David Hyde Pierce, eterno hermano de Frasier) que va a tener la desgracia -o no- de acoger a nuestro protagonista, que a pesar de que intente ocultarlo, es un peligroso atracador de bancos que huye de las autoridades que vienen pisándole los talones. Al poco tiempo de acomodarse en la morada que debe servirle como refugio, el pobre ladronzuelo va a darse cuenta que ha caído en una tela de araña. En efecto, el enclenque anfitrión resulta ser un psicópata con personalidad fragmentada, en permanente búsqueda de un nuevo huésped -llámese también carnaza- que pueda satisfacer sus impulsos más oscuros. Para los seguidores de este certamen... 'The Perfect Host' es lo más cercano a una versión edulcorada pero más divertida de 'The Loved Ones', una de las grandes sorpresas del año pasado en Sitges, que mezclaba con mucho acierto el torture porn con las date movie teen. Al igual que la cinta del también aussie Sean Byrne, la combinación de géneros y sensaciones vista hoy rinde razonablemente bien... hasta que inexplicablemente decide tomarse en serio. Así, la recta final marcada por un artificioso conjunto de twists argumentales, asesina a sangre fría el humor negro y gamberro que había marcado la pauta hasta entonces. Un tropiezo final que pesa demasiado, pero que atribuiremos a los típicos nervios del debutante que no sabe rematar la faena... pero que por lo menos nos ha dejado muestras de su talento.

Hablando de talento, hace exactamente una década, el siempre irreverente John Waters resolvió en su genial 'Cecil B. Demente' uno de los mayores enigmas del cine moderno. ¿Por qué nos topamos cada temporada con tantos remakes? No es por la falta de inspiración de la industria... es simplemente porque "los americanos no pueden leer los subtítulos de una película". Así de fácil. ¿Qué explicación hay sino para volver a hacer uno de los filmes más perfectos que hemos visto estos últimos años? ¿Qué quedaba por explicar que no hubiera hecho ya Tomas Alfredson? Lo cual nos lleva a la pregunta que acabamos formulando casi siempre en estos casos... ¿Era realmente necesario? ¿Hacía falta llevar a cabo un remake de 'Déjame entrar' (2008)? No lo creo... Éste es el principal problema de 'Déjame entrar' (2010), que nos habla de una historia que ya conocemos... y que nos contaron mejor. Eso sí, también es de justicia admitir que tras ver dicho producto, para nada lamento las casi dos horas que he pasado sentado en la butaca.

El segundo largometraje del director de 'Monstruoso', Matt Reeves, cambia el blanco y negro intensísimos de Suecia por los tonos anaranjados de un también gélido Nuevo México de los años 80. En este escenario se mueven dos personajes con los que ya estamos familiarizados: en un rincón un niño que se siente desatendido en el hogar (padre ausente después de separarse de una madre a la que nunca le veremos la cara) y brutalmente acosado por algunos compañeros de clase; en el otro rincón una niña introvertida que es nueva en el vecindario y que esconde más de un secreto sobre su naturaleza. Hay en esta 'Let Me In' ciertas divergencias respecto al filme sueco, tanto en el relato (sigue habiendo multiplicidad de lecturas... pero no tanta ambigüedad como en el original, lo cual da más fuerzas a la interpretación más perversa de la historia) como en la ejecución (Reeves tira un poco más de espectacularidad, como en la secuencia del secuestro en la gasolinera, pero se queda por detrás de Alfredson en otras escenas clave, como la del incendio en el hospital o la de la piscina... ésta última, todo un clásico contemporáneo), pero lo más importante es que estamos ante uno de estos raros ejemplos que da sentido y credibilidad al concepto remake. Lo que ha hecho el director neoyorquino ha sido un ligero lavado de cara a la cinta de Alfredson para hacer más accesible (hay quien recibirá como agua de mayo el tempo narrativo típicamente americano) esta bellísima y aterradora historia. Lo ha hecho con mucho mimo y mostrando maneras de gran director. Además, la ocasión sirve para ver al mítico sello de la Hammer lucir una vez más por todo lo alto... difícil no irse contento de esta sesión.

De Nuevo México a la espesa selva de Tailandia... aquel país del que la organización del Festival de Cine de Cannes tuvo que sacar casi por la fuerza a Apichatpong Weerasethakul para conceder a su 'Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lifes' la Palma de Oro, según dicen, el premio cinematográfico más prestigioso del planeta. Puntazo pues para la organización de Sitges, que ha traído a sus dominios al que -por ley- es uno de los cineastas más de moda. Acompañado por el productor/gurú catalán del filme, Luis Miñarro, el siempre risueño Weerasethakul ha definido su nueva obra como "un producto muy personal pero que espero que a la vez sea lo suficientemente universal." y nos ha dado el siguiente consejo: "Simplemente dejen su mente libre, relájense, no piensen y por encima de todo no le den demasiadas vueltas a lo que están viendo." Yo no lo habría dicho mejor.

A estas alturas de la función, el director tailandés ya no engaña nadie. Sus productos gustarán o no, pero nadie puede poner en duda la extrema fidelidad hacia su peculiar modo de entender el cine. Pero, ¿realmente podemos hablar de cine? Hay gente que se niega a hacerlo, ya que ven el séptimo arte simplemente como un medio más para contar historias. El clásico planteamiento, nudo y desenlace. Si se quiere cambiar el orden se puede, pero hay a quien le sale una úlcera en el estómago si no encuentra todos estos elementos en una sala de cine. Weerasethakul salta a la vista que no lo ve del mismo modo. Una buena manera para entender qué es lo que nos propone, es imaginándonos un puzzle inacabado. Lo que se espera de un director es que coja todas las piezas de las que dispone y no descanse hasta que todas ellas estén bien encajadas. El último ganador de la Palma de Oro nos presenta deliberadamente una y otra vez un rompecabezas con huecos, lo cual no implica que no haya detrás un discurso sólido. Un discurso que puede hablarnos de política, de las creencias de un pueblo, o simplemente ser un ejercicio dramático o cómico... como dice el propio realizador, "Que cada uno se quede con lo que más le plazca."

Esta frase creo que también condensa a la perfección la filosofía artística que tiene este loco -con cariño- y que le empuja a coger una cámara y rodar lo que él considera una película. Cuando nos vende una historia sobre un hombre que, momentos antes de morir, ve desfilar todas sus vidas pasadas... créanse la mitad. Después de visionar 'Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lifes', doy tanta credibilidad a la sinopsis oficial como a la de cualquier persona que haya visto la cinta... aunque se haya dormido durante la proyección (que los habrá, y muchos). Dicho de otra manera, es una colección de imágenes hipnóticas, de colores intensos y curadísima composición. Imágenes que despertarán infinitas sensaciones a algunos, y un tedio profundo en otros. O se conecta o no; o se entra en el juego o no. O se odia o se detesta. No hay término medio. Es el concepto de cine autor llevado a las últimas consecuencias. Un cine sugestivo, contemplativo, autorreferencial (en 'Tropical Malady', presentada hace tiempo en Sitges en la Sección Seven Chances, un personaje ya hacía referencia al caso del tío Boonmee), en el que realidad y ficción van siempre de la mano... una experiencia sensorial única, que como tal merece ser vista... porque nadie más va a querer/ser capaz de filmarla.

Con Weerasethakul damos por semi-cerrada esta 43ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges. "Semi" porque mañana aún quedará tiempo para ver muchas -esperemos- más películas; "cerrada" porque mientras escribo el resumen de la novena jornada, los diversos Jurados ya habrán decidido qué películas van a configurar el palmarés de este año. Mientras las decisiones no llegan a nuestros oídos, es tradición que este cronista se la juegue por una película, ni que sea para que se haga evidente su falta de olfato. El año pasado apuntar a Duncan Jones era apostar al caballo ganador ('Moon' era una película que ya se sabía ganadora antes de su alunizaje en el certamen, a pesar de la fuerte competencia que encontró)... en cambio en esta ocasión, a pesar de haber también grandes nombres en la parrilla de salida, ninguno de ellos se ha desmarcado oficialmente del pelotón. Oficialmente... porque si de mí dependiera, le concedía todos los honores a la colosal 'Secuestrados', de Miguel Ángel Vivas... pero ello significaría reírle las gracias al Festival de Cine de Austin, y entregarse a una cinta cuyo elemento fantástico es -admitámoslo- inexistente. Lástima que la también formidable 'Super' no entrara a competición, porque ahí estaría otra candidata a tener muy en cuenta. Como no es el caso, sigamos muy de cerca otras sensaciones del festival, como han sido 'Rubber', de Quentin Dupieux, 'Confessions', de Tetsuya Nakashima, 'Fase 7', de Nicolás Goldbart... y ¿por qué no? la singular 'Monsters', de Gareth Edwards. En Sitges todo puede pasar... y hasta dentro de unas horas no saldremos de dudas.

Mañana más.

por Víctor Esquirol Molinas

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P.D.: Hablábamos antes de café... pero no lo hemos hecho todavía de 'El resplandor', el clásico de Stanley Kubrick que ha inspirado la imagen de esta edición de nuestro festival cinematográfico favorito. Error imperdonable... pero subsanable. Queridísimo y escalofriante Hotel Overlook, feliz 30º aniversario.

Muchas películas y pocas horas de sueño hacen que Víctor sea un muchacho agotado.

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