Al tío Boonme, un anciano campesino del noreste de Tailandia, le quedan pocos días de vida debido a una insuficiencia renal aguda. A medida que la muerte vaya acercándose más y más, el enfermo y sus seres queridos emprenderán un viaje a través de la selva. Un trayecto en el que Boonmee irá viendo cómo sus anteriores vidas desfilan ante él, además de los espíritus de familiares ya muertos, que han adquirido las más variadas formas. Un trayecto que debe terminar en una cueva en la que supuestamente nació... no se sabe muy bien si como humano o como animal.
Puede que en esta temporada cinematográfica tan extraña/decepcionante, el Lido le haya ganado la partida a la Croisette por primera vez en muchos años. No obstante, y hasta que no se demuestre lo contrario, Cannes sigue siendo la Meca del séptimo arte. La referencia, aquel festival que nadie quiere perderse, allí donde todo director que se precie quiere presentar su nuevo trabajo. A punto estuvo Apichatpong Weerasethakul de perderse tan importante cita por la convulsa situación político-social que vivió su país por aquel entonces. Por suerte, la organización del certamen puso en marcha todo el poder diplomático del que disponía para conseguir traer al cineasta... al fin y al cabo, no podía fallar a la entrega de una Palma de Oro que llevaba su nombre. El máximo galardón de Cannes (otorgado por un Tim Burton que aseguraba no haber visto antes nada parecido al cine del premiado), que aparte de negar cualquier reconocimiento en la noche de los Oscar, resalta -nos guste o no- el nombre de su propietario en el atlas cinematográfico mundial.
Este risueño director es una de las pruebas vivientes de que aquellos que busquen en el cine algo nuevo; algo sorprendente; algo que no se pueda encontrar en ningún otro sitio, deben dirigir su mirada hacia el continente asiático. Concretando más, en tierras tailandesas les espera alguien que deja claro que la industria de ese exótico país no sólo vive de las artes marciales... aunque sus filmes beban directamente -dice él- de la tradición más popular. Y es que mientras el tío Boonmee se acuerda de sus vidas pasadas, Apichatpong se acuerda de las películas con las que creció (principalmente, y siempre según sus palabras, cintas de terror de bajo presupuesto hechas para la televisión de su país), y de paso nos recuerda que hay otras rutas que llevan hacia aquello a lo que llamamos cine. Pero, ¿realmente podemos hablar de cine?
Hay gente que se niega a hacerlo, ya que ven el séptimo arte simplemente como un medio más para contar historias. El clásico planteamiento, nudo y desenlace. Si se quiere cambiar el orden se puede, pero hay a quien le sale una úlcera en el estómago si no encuentra todos estos elementos en una sala de cine. Salta a la vista que Weerasethakul no lo ve del mismo modo. Una buena manera para entender qué es lo que nos propone es imaginándonos un puzzle inacabado. Lo que se espera de un director es que coja todas las piezas de las que dispone y no descanse hasta que todas ellas estén bien encajadas. El último ganador de la Palma de Oro nos presenta deliberadamente una y otra vez un rompecabezas con huecos, lo cual no implica que no haya detrás un discurso sólido. Un discurso que puede hablarnos de política, de las creencias de un pueblo, o simplemente ser un ejercicio dramático o cómico... como dice el propio realizador, "Que cada uno se quede con lo que más le plazca."
Hablando de gustos personales, cuenta la leyenda que a Hunter S. Thompson no le complacía demasiado asistir al Derby de Kentucky, prestigiosísima carrera de caballos en la que además se daban cita los supuestamente más distinguidos miembros de la alta sociedad norteamericana. Su desgana y el poco conocimiento del evento que debía cubrir hicieron que, con el tiempo echándosele encima para evitar el paro cardíaco de su editor, todavía no tuviera nada digno de ser publicado. Como solución desesperada, decidió entregar todos los apuntes que había ido tomando a lo largo de los últimos días, sin ningún tipo de coherencia o relación con las dichosas carreras. Una vez cometida esta gamberrada, al pobre reportero no le quedaba otra que sentarse junto al teléfono y esperar la llamada que confirmara su despido fulminante del Scanlan’s Monthly Magazine. En vez de esto, el aparato echó humo por el alud de felicitaciones: aquella peculiar crónica titulada "El Derby de Kentucky es decadente y depravado" estaba siendo la sensación del momento. Sin quererlo, Thompson había inventado un estilo periodístico que haría del subjetivismo más exagerado su principal seña de identidad. Había nacido el Gonzo.
El "cómo" se había comido al "qué". Ya no importaban los resultados de las carreras, ahora primaba el filtro por el que el narrador pasaba la realidad. Su realidad. Volviendo al Extremo Oriente, el nombre de Apichatpong pesa mucho más que todas las vidas anteriores del tío Bonnmee juntas. Lo mismo puede aplicarse a todos sus trabajos anteriores. En esta línea, uno de los más reveladores es el micro-metraje titulado ''Mobile Men'', enmarcado en 'Stories on Human Rights', proyecto plural promovido por la Organización de las Naciones Unidas para conmemorar el 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Incluso en este encuadre tan constreñido el tailandés huyó de sensiblerías y convencionalismos para ofrecer una pieza de desbordante personalidad y con el carácter críptico al que nos tiene acostumbrados. Moraleja, cuando en los títulos de crédito aparezca el Sr. Weerasethakul, esperen algo que llanamente entraría en la categoría del mítico ''raro'' por triplicado ''papuchiano''.
Dicho de otra manera, de 'Uncle Boonme recuerda sus vidas pasadas' hay que esperar algo tan insólito como el que una película proveniente de la otra punta del mundo llegue a nuestras salas con un título que mezcle el inglés con el castellano. Es el cine de autor elevado a la máxima potencia... casi aterrizando en los siempre peligrosos terrenos de lo experimental. Son estos filmes los que o bien se aman o se odian, sin término medio. En estos dos extremos se han movido siempre las sensaciones que han despertado en mí los trabajos de este realizador. Eso sí, por muy bien -'Tropical Malady', 'Syndromes and a Century'- o mal -'Misterious Object at Noon'- que fueran las cosas, durante el visionado siempre me imaginaba a Apichatpong, con su eterna sonrisa, preguntándome insistentemente ''¿No lo ves? ¿Es que acaso no lo ves?'' En el mejor de los casos lo veo a medias, pero nunca pierdo la fe, sobre todo porque ni se me ocurre pensar que me está engañando y que detrás de la cortina no hay nada.
La sobrecogedora composición de las imágenes, el dominio absoluto del lenguaje fílmico, el apabullante juego con el sonido, el tsunami de sensaciones/memorias/sentimientos que evocan sus historias... cualidades más propias de un genio que no de un embaucador, como muchos siguen queriéndolo vender. El principal problema de los detractores es que intentan analizar el cine de Weerasethakul a través de la lógica, elemento -ahora sí- prácticamente carente en su filmografía. Él mismo lo dice: ''Cuando vean mi película, dejen su mente libre, relájense, no piensen y por encima de todo no le den demasiadas vueltas a lo que están viendo." Es decir, no se desconcierten cuando la aparición de un fantasma en medio de una cena deje a los comensales totalmente fríos (la misma reacción suscita la entrada en escena del hijo de uno de ellos, que vuelve a casa convertido en hombre-mono de ojos rojos), o cuando se pase de un cuento a otro sin ninguna transición clara, o cuando a los pocos minutos pensemos que el que ha escrito la sinopsis nos ha engañado.
Tampoco hay que desesperarse con los planos estáticos, ni con los largos silencios, ni con los diálogos en apariencia de besugo, ni en que la cámara se detenga en acciones que teóricamente no aporten nada... Al fin y al cabo 'Uncle Boonme recuerda sus vidas pasadas' es la perfecta excusa para descubrir a uno de los autores más inconfundibles del panorama actual. Un autor que no dirige, sino concibe. Un autor cuyo cine es sugestivo, contemplativo, autorreferencial (en 'Tropical Malady', un personaje ya hacía referencia al caso del tío Boonmee), y en el que realidad y ficción van siempre de la mano. Esta mezcla intencionadamente naïf, reinterpretación inimitable del fantastique, propicia también conjunciones tan interesantes como la del hombre con la naturaleza; el hipnotismo de los parajes naturales más increíbles con un encanto pop urbanita que bien podría haber firmado Wong Kar-Wai; y por supuesto la filosofía gonzo con la poesía más desbocada. Esta explosión sensorial, ilocalizable en cualquier otro sitio, tan fascinante para unos como desesperante para otros, es lo más cercano a ver el mundo con unos ojos nuevos. Lo mismo que nacer... mientras se muere. ¿No lo ves? ¿Es que acaso no lo ves?
Nota:
?? / 10
por Víctor Esquirol Molinas