Impresionando al poco impresionable (AKA Maratón + Balance general)
Vía El Séptimo Arte
por reporter 16 de octubre de 2012
Diez días -casi once- y sesenta películas después, el cerebro -o lo que queda de él- pide a gritos un descanso. Una tregua que no le ha sido concedida durante la celebración de un festival que en parte se define por su funcionamiento non-stop. Maratones de madrugada que terminan aproximadamente a las seis de la mañana... y la primera sesión de la siguiente jornada que empieza dos horas después. La trampa mortal para cualquier amante -más bien enfermo- del cine que no puede o no quiere negarse otra sesión; a otra píldora de cinefilia concentrada. El agotamiento se va acumulando al mismo tiempo que se pierden horas de reposo reparador en la cama. Al terminar la aventura, los micro-sueños, que van manifestándose continuamente, y el exceso de grados en la temperatura corporal hacen que demos gracias a que haya llegado el final del certamen... si éste se hubiera alargado unos días más, el colapso biológico hubiera estado más que garantizado.
Por suerte, y exceptuando algún que otro desfallecimiento sin mayores consecuencias durante alguna proyección, los peregrinos de Sitges siguen pudiendo contar, sanos y salvos, la experiencia vivida. Con las sensaciones y las memorias todavía hirviendo con virulencia, pero ya poco a poco asentándose y ordenándose, es hora de hacer balance general, no solo de un palmarés que obviamente debe servirnos para resumir lo bueno y mejor de esta intensísima 45ª edición, sino también de todo lo vivido y mostrado capaz de sobrevivir al caos característico de este festival, y que igualmente ayuda a configurar una imagen general de lo que ha sido nuestra cuarta estancia consecutiva en Sitges. Pero antes, y como marca la tradición auto-impuesta, una visita a nuestro particular broche de oro que es el maratón zombie de la última jornada.
Entramos en el destartalado pero siempre rebosante de encanto cine Prado, minutos antes de que empiece el programa triple (más un cortometraje) dedicado a los muertos vivientes. El delirio ya se ha instaurado en la sala, y la gente no para de repetir una palabra. ''¡Sushi!'', ''¡Sushiii!'', ''¡Su-shiii!'', ''¡SUUSHII!''. El característico plato de la gastronomía japonesa está en boca de un cine en el que no ha podido venderse ni una entrada más. La razón de este aparente sinsentido la encontramos en el escenario. En él se encuentra una de las estrellas populares más queridas este año en el Garraf: Noboru Iguchi. Este japonés de corta estatura, peso generoso y permanente expresión simpática, estuvo durante todo el festival acompañado por la misma nube de decibelios, que repetía una y otra vez la misma palabra. Si quería que su presencia pasara inadvertida (vista su actitud entusiasta, obviamente no era el caso), misión fallida, pues se le veía -u oía- venir a la legua.
El caso es que Iguchi-san ya se había puesto al público en el bolsillo con la primera de las dos películas que había terminado este año: 'Dead Sushi'. Ahora pretendía repetir éxito con una nueva locura cuyo título habla por sí mismo: 'Zombie Ass: Toilet of the Dead'. Normal que el espectador medio de Sitges ya empezase a salivar solo con oír esta sucesión de palabras en la que brillaban con luz propia conceptos como ''zombie'', ''culo'', ''lavabo'' y ''muertos''. Tras unas breves indicaciones del director para que el gozo de su cinta fuera mayor (y que incluían gritar ''¡Dangeeer!'' cada vez que la muerte amenazara con hacer acto de presencia) empezó una película que, por mucho que se repitiera aquello de ''bizarro'', o de ''delirium tremens'' para referirse a ella, incluso así nos quedaríamos muy lejos de lo que realmente es.
Y es que su apenas hora y media de metraje condensan lo inenarrable; aquello que difícilmente puede ponerse en palabras... y difícilmente filmarse. La extravagancia japonesa, en la que freaks, humor absurdo, porno tentacular y otras perversiones sexuales / mentales cobran vida al compás de una banda sonora hecha a base de pedorretas varias, en una historia sobre parásitos letales que tienen la manía de introducirse en el cuerpo humano a través de los orificios más vergonzosamente incómodos. El ''caca-culo-pedo-pis'' alcanza cotas insospechadas en un relato en el que el terror deja paso repentinamente al hentai puro y duro. Un chiste prolongado escatológico y lleno de acción y de imágenes increíbles, tan recurrente como ensimismado en su propia demencia. Como suele suceder en este escenario, lo que en cualquier otro sitio sería abucheable, en este loquero en el que nos encontramos es aclamado... y cuesta horrores no sumarse a la voluntad del pueblo.
Justo antes, Matthias Hoene también había triunfado con su segundo largometraje 'Cockneys vs Zombies'. En la estela de la mejor tradición reciente británica en lo referente a la mezcla entre terror y comedia, la historia abre dos frentes que posteriormente convergen. En uno, una banda de jóvenes y patosos atracadores; en otro, un grupo de simpáticos ancianos (en el que destaca Alan ''Martillo'' Ford) que ven cómo el centro geriátrico donde viven está a punto de ser derrumbado. La cotidianidad de todos estos personajes va a ser bruscamente interrumpida por la irrupción de un ejército de, cómo no, muertos-vivientes. Siguiendo la hoja de ruta de la crucial 'Zombies Party', de Edgar Wright (y situándose siempre a años luz por debajo de ella), Hoene y compañía ofrecen otro espectáculo típico del sello Sitges, en el que los zombies encuentran en ese pintoresco y matón colectivo que se refiere a las ''escaleras'' como ''manzanas y peras'', a su peor enemigo. Las carcajadas están casi siempre bañadas de light-gore y de palabrotas marca de la casa. El público, obviamente riéndole todas las gracias a esta propuesta que confirmó que este año, por fin, el maratón dedicado a los no-muertos, sí estaba a la altura de su fama.
Quien desgraciadamente no lo estuvo fue 'Outpost: Black Sun', de Steve Barker, encargada de cerrar el programa. Dos problemas: el primero, se trata de una segunda parte con poca consideración hacia los no iniciados, quienes en más de un tramo se sienten totalmente excluidos de la fiesta. El segundo y más importante / imperdonable está más dirigido hacia los programadores, más que a los realizadores de dicho filme, y consiste en el incómodo tufillo a desubicación que desprende una película de tono demasiado serio dentro de esta grindhouse hecha para la supremacía del cachondeo, que es Midnight X-Treme. A pesar de la corrección técnica de esta producción terrorífica y de que el argumento de ésta nos hable de algo tan apetitoso como zombies nazis (¿se acuerdan de la fantástica 'Dead Snow', de Tommy Wirkola?), la falta de risas sumada a las intempestivas horas (alrededor de las cuatro y media de la madrugada) a las que se dio dicha proyección hizo que donde antes se oyeran carcajadas, interacción en voz alta (a grito pelado, mejor dicho) por parte de los asistentes y el sonido de latas de cerveza abriéndose, ahora solo quedara un silencio solamente roto por algún que otro contagioso ronquido. Lástima.
Con la decepción final, pero balance más que positivo, del maratón zombie, la mente nos lleva al pasado más inmediato, es decir, al anuncio del que posiblemente fuera el palmarés más esperado (por el elevado nivel competitivo en la Sección Oficial) de los últimos años en Sitges. Cabe interpretar el encumbramiento de 'Holy Motors' como gran triunfadora (Mejor Pleícula, Mejor Dirección, Premio de la Crítica, Méliès d’Argent a la Mejor Película de la Sección Oficial Fantàstic a Competición) como lo que simplemente es: un acierto -ya era hora- por parte de un jurado que tuvo a bien recompensar el riesgo y la extrema calidad artística de una película única, firmada por un autor único que va más allá de cualquier etiqueta... incluso de un fantastique con el que juega como quiere. La que fuera una de las grandes polémicas en Cannes no fue aquí precisamente la película más querida por parte del público (que optó por la mucho más accesible 'Robot & Frank'), pero sí la que nos hizo partícipes de un reto artístico descomunal. A la ecuación se le suma la reaparición estelar once años después (cuatro si se cuenta con el premonitorio corto de 'Tokyo!') del enfant terrible Léos Carax, y el prestigio e incuestionabilidad de la elección estaban asegurados.
Lo que ya resultó más incomprensible fue esa confirmada manía de recompensar todo lo que lleve la firma de la incomprensiblemente Jennifer Chambers Lynch. Como ya sucediera el año pasado con Kevin Smith, los galardones otorgados a 'Chained' tuvieron el mismo olor insoportable a caridad, en este caso debido a la sufridísima carrera profesional de una cineasta condenada al más arduo sufrimiento profesional. Por lo visto, una trayectoria marcada por obstáculos casi insalvables, aunque ésta esté caracterizada también por la mediocridad de sus títulos, aquí es razón suficiente para recolectar premios. Afortunadamente, el acierto volvió con el reconocimiento a una de las tapadas de este festival, 'Sightseers', de Ben Wheatley, gran sorpresa británica de humor negrísimo y arriesgado planteamiento, que se convirtió por méritos propios en uno de los descubrimientos más apreciados en Sitges.
Más allá del reconocimiento académico, late con más fuerza que nada la sensación de que en el año del previsible fin del mundo, Sitges ha dado un salto cualitativo (y cuantitativo, desde luego) en su reivindicación de líder mundial dentro de los festivales de género. Los recortes presupuestarios con los que arrancaba la edición de este año fueron contestados por parte de la organización con más películas, más sesiones... y por parte de los espectadores, con un nuevo récord en la compra de entradas. El incondicional apoyo popular por parte de un público, que, tal y como rezaba el divertido slogan promocional, ''es difícil de impresionar'', se hizo notar en cada proyección, donde, acompañaran o no los resultados, siempre se oyeron aplausos y gritos entusiastas (era tan grande y tan infeccioso el frenesí mostrado en el patio de butacas, que, por ejemplo, uno salía de la proyección de 'Piranha 3DD' pensando que había visto una buena película). El amor al terror y al fantástico está por encima de la crisis económica (así como de las horribles recetas para salir de ella), y desde luego por encima del Apocalipsis que, como no podía ser de otra manera en el año 2012, figuró en esta ocasión como tema central en buena parte de los títulos en cartel.
Terremotos, tsunamis, invasiones zombie y extraterrestres, meteoritos, brotes víricos... fueron tan solo algunas de las amenazas vistas en esta 45ª edición en la que también destacó el fuerte peso del continente asiático (en parte achacable a la lamentable y todavía reciente desaparición del BAFF), especialmente el de Corea del Sur, la pleitesía al indie norteamericano, la consolidación -por no decir consagración- de formatos como el ''found footage'' y la constatación de la transición de poderes en el escenario geo-político internacional. Una interesantísima mezcla heterogénea para un certamen ciertamente heterogéneo, que hace de lo híbrido (no hay más que ver su permisiva o maleable concepción de los requisitos necesarios para entrar a formar parte de la cada vez menos elitista familia del fantastique) uno de sus rasgos distintivos. Todo entra; todo vale en Sitges, una mastodóntica (más que maratoniana, que también) celebración non-stop del cine.
Tanto para los rezagados que quisieran descubrir los productos que han triunfado anteriormente en los más prestigiosos festivales, como para los más ávidos buscadores de nuevos talentos y tendencias, la gigantesca parrilla del certamen se descubrió un año más como un excelente punto de encuentro para todas las sensibilidades cinéfilas. Desde las más sensibles hasta las más curtidas en sobresaltos y lluvias de vísceras, pasando por aquellas más amantes de lo simplemente exótico, o aquellas en cuyas preferencias están las rarezas que, por definición -o falta de ella- escapan a cualquier tipo de clasificación... todas ellas se cobijaron durante once maravillosos días bajo la sombra de King Kong, siempre amenazando las costas del Garraf.
Para que la experiencia fuera todavía más gratificante, es de justicia destacar la labor de una organización que, esta vez sí, hizo un esfuerzo remarcable para que los asistentes al festival tuvieran menos motivos para quejarse. Sí, el retraso en todas las sesiones (hasta en la primera de todas) siguió como uno de los toques más personales de este evento, pero por fin desaparecieron las bochornosas colas que tenían que hacer los miembros acreditados de la prensa para hacerse con sus invitaciones, así como el habitual y engorroso caos en la información referente a dónde diablos tenían que encontrarse las diversas películas distribuidas entre las incontables secciones. El público también tiene motivos para el agradecimiento, al haberse mantenido el precio de las entradas a pesar del maldito aumento del también maldito IVA, y al haberse facilitado la experiencia de visionando, complementándose el festival con plataformas por internet como Filmin, que contaban con un muy completo catálogo de películas de la marca Sitges, tanto de ediciones anteriores como de la actual, en lo que fue un claro gesto de los organizadores de mirar hacia el futuro, pensando en el beneficio de todos.
De modo que a ellos, las gracias por el buen trabajo realizado, por habernos atiborrado de buen cine y, cómo no, por haber permitido una vez más a El Séptimo Arte el hacer la cobertura de este fantástico -nunca mejor dicho- festival. Ahora, con las neuronas parcialmente recuperadas, es hora de contar cuántos días van a tener que pasar para que podamos volver a desatar nuestro yo más salvaje en una sala de cine; cuántos días van a tener que pasar para que el insomnio sea el mejor compañero de viaje para poder empaparnos de experiencias cinematográficas contundentes, brutales, de imaginación ilimitada, de horror directo y sincero... en definitiva, de espíritu duradero; de espíritu Sitges. Como en todos los grandes acontecimientos, lo primero que se hace cuando éstos terminan, es empezar la cuenta atrás para ver cuándo vuelven a empezar. Mientras ésta no toque a su fin, es bueno recordar que...
Nos ha encantado...
La contundencia de los recursos cómicos de Martin McDonagh y sus 'Seven Psycopaths'; la resurrección del alma de Tim Burton en 'Frankenweenie'; el arrollador tsunami emocional de Juan Antonio Bayona en 'Lo imposible'; el apabullante dominio de los códigos del género de Drew Goddard y 'La cabaña en el bosque'; la inagotable fantasía de los 'Holy Motors' de Léos Carax; la perturbadora mirada a la América más obediente por parte de Craig Zobel en 'Compliance'; el ramalazo musical marca de la casa 'For Love’s Sake', de Takashi Miike; la eclosión fantástica personalísima de Benh Zeitlin en 'Beasts of the Southern Wild'; el terror macarra de los mejores momentos del proyecto conjunto 'V/H/S'; el bestial slasher a todos los niveles inmersivo del 'Maniac' de Franck Khalfoun; el encuentro del mundo infantil y adulto a manos de Chris Butler y Sam Fell en 'El alucinante mundo de Norman'; el valiente y extremo cine de autor aplicado al terror en 'The Lords of Salem', de Rob Zombie; los buenrollistas viajes al tiempo de Colin Trevorrow y su 'Safety Not Guaranteed'; el entrañable y nostálgico cuento irlandés 'Grabbers', de Jon Wright; la hipnótica investigación sectaria de Zak Batmanglij y el 'Sound of My Voice'; la recuperación del mejor Kim Ki-duk en 'Pietà'; el buen estado de forma de Alain Resnais en la actoral 'Vous n’avez encore rien vu'; el buen savoir faire comercial de Rian Johnson en 'Looper'; el continuismo de la sintonía yakuta de Takeshi Kitano en la secuela 'Outrage Beyond'; la precisión a la hora de hablar del fenómeno de creación de ídolos 2.0 de Chris Moukarbel y Valerie Veatch en 'Me @ The zoo'.
Nos ha interesado...
El retrato de la podredumbre en las altas esferas surcoreanas de Im Sang-soo en 'The Taste of Money'; la lección de historia desde la perspectiva criminal de Yun Jong-bin en 'Nameless Gangster'; el compilación apocalíptica de Kim Ji-woon y Yim Pil-sung y su 'Doomsday Book'; el survival post-apocalíptico de Douglas Aarniokoski en 'The Day'; la memoria histórica de los 'Insensibles' de Juan Carlos Medina; el desbocado sinsentido de Don Coscarelli en 'John Dies at the End'; la juerguista y catastrófica 'Aftershock', de Nicolás López; la refnización hongkongesa de 'Motorway', de Cheang Pou-Soi; el conspiranoide análisis fílmico de Rodney Ascher en su 'Room 237'; la desternillante invasión nazi orquestada por Timo Vuorensola en 'Iron Sky'; el galimatías financiero de David Cronenberg en 'Cosmópolis', la alquimia noir del 'Keyhole' de Guy Maddin; la mirada invertida post 'Headshot' de Pen-Ek Ratanaruang; el cine digital al descubierto en 'Side by Side', de Christopher Kenneally; la fidelidad al Ford footage por parte de Barry Levinson en 'The Bay'; la autoparodia casposa de John Gulager en 'Piranha 3DD'; la inesperada química entre 'Robot & Frank', de Jake Schreier, de Ben Lewin; el toque adivino-freak de Alexandre O. Philippe y 'The Life and Times of Paul the Psychic Octopus'; la acción sin tregua a cargo de Dante Lam en 'The Viral Factor'; la negra y desconcertante comicidad de los 'Sightseers' de Ben Wheatley; la universalización del kawaii en 'Robo G', de Shinobu Yaguchi; la sangrienta american revenge de Ryûhei Kitamura en 'No One Lives'; la sesuda mirada al giallo por parte de Peter Strickland en 'Berberian Sound Studio'; la respetuosa revisión de la violencia infantil de 'Juego de niños', de Makinov; la autenticidad del gen Cronenberg hallada en 'Antiviral', de Brandon Cronenberg; el corrector acercamiento al drama de las FRAC a cargo de Miguel Courtouis en 'Operación E'; el underground brasileño de Francisco García y sus 'Cores'; los constantes giros de Pascal Laugier y 'El hombre de las sombras'; lo reluciente del acero japonés en 'Rurouni Kenshin', Keishi Ohtomo; la ternura certera de Mamoru Hosoda en 'Wolf Childern'; la reiterativa paranoia de Crispian Mills y Chris Hopewell en 'A Fantastic Fear of Everything'; la batalla conceptual y formal de Stepehn Fung y su 'Tai Chi 0'; la corrección técnica del thriller 'Invasor', de Daniel Calparsoro; el atípico acercamiento a la Guerra Civil de Óscar Aibar y 'El bosc'; el nonsense inconfundible del 'Wrong' de Quentin Dupieux; el agotador repaso mortal de la conjunta 'The ABC's of Death'; el monstruoso ritmo de Genndy Tartakovsky en su 'Hotel Transilvania'; el terror en estado puro de 'Sinister', de Scott Derrickson; el buen sentido exportable de Choi Dong-hun en 'The Thieves'; el gamberrismo brit de Matthias Hoene en 'Cockneys vs Zombies'; el delirio pedorro de Noboru Iguhi tanto en 'Zombie Ass: Toilet of the Dead' como en 'Dead Sushi'.
Nos ha decepcionado...
El increíblemente decepcionante thriller de Oriol Paulo, 'El cuerpo'; los peores tics del anime más irritante en 'Blood-C: The Last Dark', de Naoyoshi Shiotani; la cámara exageradamente inquieta de Eduardo Sánchez y su 'Lovely Molly'; la escasa capacidad de conmoción de Jennifer Chambers Lynch en 'Chained'; la inamovible propuesta de Julian Roman Polsler en 'The Wall'; el estado putrefacto del cine Dario Argento, latente en 'Dracula 3D'; lo insulso de la compañía de los muertos en 'The Weight', de Jeon Kyu-hwan; la estúpida exaltación adolescente de Harmony Korine y sus 'Spring Breakers'; el desacertado tono de Steve Barker en 'Outpost: Black Sun'.
Y ahora sí, adéu-siau y...
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Por Víctor Esquirol Molinas