Son las tres y media de la madrugada y hace exactamente una hora que no entra ningún cliente. Las calles están prácticamente vacías y lo más cercano al contacto humano que ha habido desde entonces ha sido el de unas jovencitas en bikini -¿no pasarán frío?- que se han asomado al cristal de uno de los escaparates. Durante unos segundos han escudriñado el local del que soy responsable; lo han estudiado a fondo, como si quisieran comprar todos los productos en exposición. Han prestado especial atención a la sección de chocolatinas, chucherías y refrescos bajos en azúcar. Cuando su mirada se ha cruzado con la mía, han abierto los ojos como naranjas y han huido calle abajo, confundiéndose entre los vapores que emanaban de las alcantarillas, chillando y riendo en unas frecuencias que creía fuera del alcance del ser humano. Lástima que no hayan entrado... estaban muy buenas. ¿Y ahora qué hago yo con el calentón?Me recoloco el pene a toda prisa porqué parece que, ahora sí, alguien va a entrar en la tienda. Un segundo... creo que son las chicas de antes. Sí, sus bañadores son inconfundibles. Pero, ¿qué cojones hacen llevando escopetas? ¿Y ese pasamontañas a lo Pussy Riot? ¿Por qué se cubren el careto con un trozo de tela tan feo? Con lo buenas que están... Decidido, con ''barely legal'' me conformo. Si me dicen que rozan la mayoría de edad, ataco. Éstas claramente acaban de salir de una discoteca y no saben lo que se hacen... qué monas. Eso sí, si paran de gritar, mejor. Y si paran de cargarse los estantes, también, que luego me toca recoger a mí. Peor aún, luego me toca a mí dar explicaciones ante el jefe. ¡El jefe! Mierda... ¿y si esto es un atraco? Espera, ahora que lo pienso, estos culos y tetas no han parado de repetir la palabra ''¡Atraco!'' desde que han entrado. Creo que esta noche no mojo.
Me cago en su rimmel... ¿y si palmo? ¿Y si esta pandilla de chochetes se ha pasado con la Fanta y ya no sabe lo que se hace? ¿Y si en realidad estoy ya más muerto que la virginidad del angelito que ahora mismo me está apuntando? No... no lo estoy. Todavía no. Pero si quiero que siga siendo así, tengo que salir de aquí. Y rápido. Tengo que pensar en un plan de fuga y aprovechar el subidón de adrenalina que invade mi cuerpo para... uou, frena. ¿La churri acaba de cargar la escopeta? ¿Qué está pasando aquí? ''¿¡Estás sordo o qué!? ¿¡No ves que somos malísimas y estamos loquísimas!? ¿¡Acaso quieres que te llene la cara de plomo!?'' ¿Esta amenaza va en serio? Joder, y lo ha vuelto a hacer... ha vuelto a cargar la puta escopeta. Será lerda... Me ha quedado claro que tienes un arma de fuego... lo que ya estoy empezando a dudar es que la hayas cargado. De repente: ''¡Tías, tías! ¡Que el pavo ese no se entera! ¿¡Qué hacemos ahora!?'' ; ''¡No lo sé, tía! ¡Esto es súper fuerte! ¡Alien no nos dijo nada del encargado!''
Intercambian miradas desesperadas y el jovial arrebato con el que entraron se torna rápidamente en una tormenta de términos incomprensibles vomitados sin piedad... y en un mar de lágrimas que por arriba baña las caritas y por debajo el potorro de mis inexpertas ladronzuelas. Uno de ellos se está tiñendo de rojo, y aunque el dramatismo de la situación parece digno de la mejor obra teatral, una de las intrusas consigue sacarse de vaya-usté-saber-donde su aparato móvil. Por lo visto, toca inmortalizar la escena y colgarla en todas las redes sociales habidas y por haber. Al fin y al cabo, no todos los días le viene la regla a tu mejor amiga cuando está atracando uno de los badulaques de la localidad donde está celebrando la Semana Santa. Alguien debería recordarles que con el cristo que han montado, mejor sería que empezaran a ejecutar su plan de fuga -si es que lo tienen-, pero ya es demasiado tarde, la policía ya ha llegado y, antes de que pueda pestañear, se las han llevado a todas y las han metido en un autocar que las llevará de vuelta con sus queridos papis.
De vuelta a la triste realidad, el agotamiento extremo, sumado a las cantidades indecentes de bebida energética en mis venas, sumadas a la confirmación de que Sitges '12 va a cerrar con la sesión sorpresa dedicada a 'Spring Breakers', hace que mi mente pervertida, por si no había quedado claro, empiece a carburar. Nos han prometido que, recién presentada en la última Mostra, llega bien calentita -nunca mejor dicho- una de las cintas más provocativas de la temporada. Su principal gancho habla por sí solo: Vanessa Hudgens y Selena y Gomez se desmelenan a lo bestia en el transcurso de la celebración de una de las más sagradas festividades celebradas por la juventud norteamericana, el Spring Break. Dos de los más castos emblemas de la factoría Disney mancillados sin piedad por un presunto enfant terrible al que le va la caña; al que le va la perspectiva de una nueva juerga como principal -a veces única- razón para abrir los ojos en una dura mañana de resaca.
De modo que dejo entrar al bueno de Harmony Korine en mi humilde morada y me dispongo para el disfrute. Cuando quieras... Cuando quieras... cuando... mejor olvídalo. 'Spring Breakers' tiene el indudable valor de ser una película nacida para la polémica; para la división de opiniones. Salta a la vista desde sus primeras escenas, carta de presentación de un atractivo y cromático ejercicio de estilo al servicio de... está por ver. El caso es que se la quiere con locura o se la ama. En Sitges, se acaba aplaudiendo a rabiar... o haciendo la ola cada vez que una de las protagonistas enfila las escaleras del autobús que va a suponer el game over de su aventurita. Se aclama dicho momento no por su épica, mucho menos por su interés, sino porqué se intuye que, poquito a poco, el final del martirio está más cerca.
La pregunta, entonces, es la siguiente: ¿cómo puede ser una propuesta tan irreverente sobre el papel desembocar en un aburrimiento tal que parece que su hora y media de metraje sean en realidad tres? Porqué precisamente todo se queda en el papel... de liar. Korine se fuma todo lo bueno con lo que podía contar antes de empezar sus particulares vacaciones, y cuando le toca volver a casa se encuentra con que (suponiendo que le quede algo de decencia) ha terminado por ofrecer a la audiencia absolutamente nada. Será, tal vez, porqué ha confundido la metodología con el objeto de estudio, si es que pueden emplearse términos tan serios para un producto en el que, por ejemplo, James Franco se disfraza de gangsta con ínfulas niggas y canta, mientras toca el piano del jardín de su casa, uno de los grandes hits de Britney Spears.
Para mearse de la risa... y para albergar una última esperanza en una película que se cree mucho más lista de lo que en realidad y que, para mayor desesperación, se limita a gritar una y otra vez lo ''perversa-de-la-muerte que es'' (cuando esto no se dice, sino que se hace; se demuestra con hechos) y cargar una y otra vez su arma automática sin llegar jamás a efectuar un solo disparo. A buen seguro será el refugio de aquellos que van a contracorriente por el simple hecho de adoptar dicha postura (la misma rebeldía de l@s adolescentes que, sin decírselo a nadie, siguen escuchando a, pongamos, Justin Bieber), así como de aquellos que necesitan sentirse jóvenes a cualquier precio... si éste es el de idolatrar una tontería del calibre de 'Spring Breakers', que así sea. El pacto con el diablillo aún habrá salido barato.
Más caro nos resultará a los cuatro amargados que no consigamos entender por qué demonios una visión sobre la vacuidad y la estupidez de los años más ''complicados'' de nuestra vida tiene que ser precisamente esto: una insoportablemente vacía memez; un constante amago de mostrar una carnaza que, a fin de cuentas, no llega ni a intuirse. La Hudgens y la Gomez salen en bikini, cierto (de hecho, no se lo quitan en toda la película... no se lo quitan), el resto de pecados -drogas, sexo y hip hop- se materializan, en lo que es una insípida y muy pura muestra de pureza maquillada de maldad, de la misma manera en que se cumplen las promesas de la mejor de las calientabraguetas. Sigo esperando... y llego a la conclusión de que esta noche no moja ni Dios.
Nota:
4 / 10
por Víctor Esquirol Molinas