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Día 2: Historias extraordinarias, nunca mejor dicho

Vía SEFF por 08 de noviembre de 2020
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Primer sábado de los dos que suele tener el Festival de Cine Europeo de Sevilla, o lo que es lo mismo, segundo día de la nueva edición del certamen cinematográfico. En Sevilla, el refrán de "después de la tormenta siempre llega la calma" aplica en este mes de noviembre como "después de la tormenta siempre llega una película del SEFF". La mañana siempre suele estar dedicada a los pases de prensa para pelis de Sección Oficial, pero también hay habilitadas proyecciones de secciones paralelas que repercuten en la envergadura del SEFF como uno de los mejores festivales del continente.

Es el caso de la flamante nueva vertiente del festival llamada "Historias extraordinarias", la cual no es del todo nueva, pues obedece a un renombre de la habitual "Special Screenings" que ya existía durante la muestra. Es en este espacio donde aparecen películas tan singulares como la danesa 'A Perfectly Normal Family', un filme que no podía haber llegado en mejor momento. La historia retrata con solvente finura a una familia danesa que se torna disfuncional por el cambio de género del padre. Gran acierto que la narración se desarrolle desde el punto de vista de la hija menor, porque la película ni moraliza ni señala, simplemente transmite.

La ópera prima de Malou Reymann tiene más de observación que de sensibilidad. No se retoza en el drama evidente que envuelve la historia ni se centra en el tentador hilo narrativo que sería la fractura matrimonial como sí sucede en 'La chica danesa'. El espectador mira desde los ojos de Emma (una estupenda Kaya Toft Loholt), una niña futbolera que no entiende por qué su padre hace lo que hace, y ahí el relato gana en verdad, en sinceridad y en empatía, porque nada hay más real y honesto que lo que un niño siente y expresa. Cine que se siente honorable y puro, y que supone el enésimo ejemplo de que el cine danés siempre es caballo ganador.

La tarde daba la oportunidad de visionar una de los títulos de factura española de la SO del festival, 'La vida era eso', primer largometraje de ficción del documentalista David Martín de los Santos. Una película coqueta y afable que empieza con buen pie pero que termina sufriendo por un guión extendido hasta lo inconsistente. A la cinta le sucede el eterno problema del exceso de metraje en el cine, el de estirar como un chicle una trama llana y sencilla sin recursos estéticos o visuales que sirvan de aliciente para comprar el mencionado ensanche argumental.

La película apetece más cuando enfrenta a los dos retratos generacionales o cuando subraya el subtexto de la inmigración (el plano de la playa es bellísimo), pero se ancla en el olvido cuando atiende al florecimiento de una segunda juventud de la protagonista, una Petra Martínez que pone tanto de su parte como lo hacía Marta Nieto en 'Madre', pero que no cuenta con una historia que le propicie un mayor lucimiento como a la segunda. Es injusto hablar de todas porque las hay y muy buenas, pero empieza a preocupar el estado ciertamente oxidado en la ya tercera década del siglo XXI de historias de temática social que el cine español propone.

El último buffet a degustación del día que iba a dejar el festival a probar tenía un plato suizo bastante apetecible por pinta y que sabe muchísimo más rico una vez consumido de lo que parecía. Mucha culpa de esto la tiene un ingrediente especial llamado Nina Hoss. Una actriz que te levanta una película que aspira a ser más buena de lo que es y que te la coloca como un drama de premio del público en un festival de cine sin resultar forzado. Esto es lo que hace Hoss en 'My Little Sister', dar un recital interpretativo absoluto que eleva la cinta dos o tres puntos por encima de su aparente nivel.

Habrá a quién le parezca que ha visto un folleto melodramático en forma de telefilme, pero eso es porque no se ha conseguido apreciar como se merece la inteligencia que tiene el relato de deslizarse sobre esas otras derivaciones humanas que causa la leucemia y que son invisibles para este tipo de cine. El guión, también obra de sus directoras, Stéphanie Chuat y Véronique Reymond, está construido de manera perimetral inversa: La cima es lo más irrelevante a pesar de ser la clave (la enfermedad), y lo que va proyectándose sobre ella son aristas nacidas de dicha clave y que están atendidas con sumo tacto: Un matrimonio roto, un bloqueo profesional, dosis imparables de estrés familiar, etc.

Es una película francamente inteligente, que no coloca nada de soslayo y que no se desnuda ante ninguna tentación culebronesca, que se sirve de referencias culturales (fantástica conexión con la obra de los Hermanos Grimm) para glasear la narración de encanto literario. Un filme arrebatador por mirar más allá del tópico y hacerlo con mucha fuerza, y por homenajear el amor más robusto de todos los que existe: El de los hermanos. No hay culpables si la película se siente como un panfleto manipulador, pero tampoco debería haber exageraciones si se compra a la misma como si Hansel y Gretel fuesen artistas en el siglo XXI.

El segundo día del festival ya es historia, mientras que el tercero está ya en funcionamiento. Ruedas de prensa (virtuales), photocalls (con distancia de seguridad), pases de acreditados (previa toma de temperatura, confirmación de entrada y lavado con gel higienizante) y cinco sesiones para completar la jornada (que no llega nunca a las 22:00) son todos los elementos que dan vida día tras día a este SEFF. Es un día más respirando cine en tiempos del tirano virus, algo que nunca habrá que dejar de celebrar.

That's what I say.

Por Jesús Sánchez Aguilar
@JesAg_


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