Mejor, imposible
Vía Festival de San Sebastián
por reporter 28 de septiembre de 2012
El 26 de diciembre del año 2004, servidor se encontraba muy lejos de casa. En un país y en una región en la que la información llegaba a cuentagotas, y siempre tras haber pasado por innumerables intermediarios. Aquella misma noche, cierta persona nos comentó que cierto amigo suyo había oído de otro amigo que buena parte de la costa del sudeste asiático había sido literalmente barrida por una ola gigante, cuya llegada se esperaba para dentro de pocos días al país en el que nos encontrábamos en aquel momento. Más tarde, en la cama, el sueño tardó horas en llegar. Fuera, una tormenta descargaba con furia un ejército de relámpagos mientras lo inundaba todo. ¿Quién podía asegurar en aquel momento que no estuviéramos presenciando el fin del mundo?
Y en Tailandia, ¿quién demonios podía asegurar que lo que estaba sucediendo no fuera el mismísimo Apocalipsis? Aquel día, medio mundo aprendió qué significaba el concepto "tsunami"... la otra mitad lo recordó. El planeta se estremeció ante el horror. Ante una de las mayores catástrofes naturales jamás sufridas por la humanidad, los afortunados pudieron reflexionar sobre nuestra vulnerabilidad... los que no lo fueron directamente la experimentaron en sus propias carnes. El infierno llegó desde el mar y se abrió paso a través del continente, arrasando cuanto se cruzaba en su camino. Bíblico. Ni todas las palabras del mundo podrían acercarse a narrarlo con la precisión requerida. Para ello se requiere la expresión narrativa más directa; la más potente: la imagen. Pero una vez más: ¿cómo se filma un horror que fue mucho más allá de lo que éramos capaces de imaginar? ¿Es posible?
Lo es. El esperadísimo segundo largometraje de Juan Antonio Bayona es la prueba de ello. Basándose en el extraordinario testigo real de una familia que estuvo en primera línea de esta crónica macabra, el director de Barcelona se alista a una misión imposible para traernos 'Lo imposible'. Una familia perfecta (papá y mamá jóvenes, guapos, simpáticos y cariñosos; hijos angelicales y dignos de salir en cualquier anuncio) está en un avión, camino a unas vacaciones que deben ayudarles a desconectar de sus problemas; de una cotidianidad que exige una tregua. La presentación es mínima pero suficiente, lo justo para adquirir el mínimo grado de empatía que poco después crecerá y alimentará el resto de relato. De repente, sin previo aviso, tal y como sucedió, llega el fin del mundo.
Sonido impecable -y revolucionario-, efectos visuales impresionantes, un trato sobrecogedor de la luz... a nivel técnico, no hay por dónde atacar a 'Lo imposible', un filme espectacular a todos los niveles. No es frívolo, es la única manera de hablar con propiedad. Porque lo espectacular no tiene por qué estar ligado a lo banal. Puede vincularse también a lo terrorífico; a la pulsación que hace que el corazón se detenga. Los latidos efectivamente dejan de sucederse. Se hunde uno en lo más profundo del abismo, para salir inmediatamente a la superficie, y constatar que la devastación de la catástrofe deja una resaca en la que hay espacio para la esperanza. Cosas de las grandes tragedias, que unen, y pueden sacar lo mejor de cada ser humano.
Bayona, que se confirma como el mejor de los Spielbergs actuales, lo hace, mostrando sus descomunales aptitudes tanto en la devastación física como en las réplicas emocionales, más fuertes si cabe (para esto último, es imprescindible la magistral labor por parte de todo el elenco, que quitan importancia al handicap de una mirada excesivamente buenista de la catástrofe, haciendo que se imponga lo que al fin y al cabo es esta cinta: un prodigioso canto a la esperanza). ¿Película lacrimógena? Sin duda, como no podía ser de otra manera. De nuevo, no es hacer trampa, es ser coherente con los sucesos. Es descubrir una vez más este monstruo de director de género que dio la campanada hará ya cinco años. El terror se rindió a sus pies, y ahora las catástrofes hacen lo propio. La fuerza del producto es extraordinaria, tanto la de la maldita ola, como la del épico drama humano que vino después. En otras palabras, la disaster movie perfecta.
Para rebajar un poco los ánimos después de este imparable torrente de emociones que obviamente ha culminado con una extasiada ovación en el Kursaal -estaba escrito-, nada mejor que un flashback. Éste no nos lleva tan lejos como el anterior, tan solo un día atrás. La sexta jornada del festival fue ciertamente... extraña. Los poco informados que el primer día miraron el horario de todo el certamen, creyeron haber visto una grave errata en él. "¿Qué pasa con el día 26? ¿Se les agotó la tinta para esta casilla?" (realmente se oyó). Obviamente no había detrás de este expediente X ningún problema de impresión, sino uno mucho más serio. Mala suerte, para la sexta jornada dos de los sindicatos mayoritarios del País Vasco tenían convocada una huelga general. El Festival, totalmente concienciado con la difícil situación socio-económica por la que está pasando la nación, se sumó a la llamada... a medias. Convirtiéndonos a todos los asistentes en... en eso mismo.
Ahora sí que puede hablarse de trampa (o siendo justos, de procurar que el horario no quedara del todo destrozado). De modo que a las 12:30 de la mañana, poco antes de que la marcha pasara por las inmediaciones de las principales instalaciones del certamen, iba a tener lugar la proyección de 'Rhino Season', último filme de una de las vacas más sagradas del Zinemaldia: Bahman Ghobadi. Pero como ya se ha dicho, ése fue un día extraño. Antes que empiece la película, sube al escenario el director del festival, José Luis Rebordinos, acompañado por el adorado Bahman. El segundo coge el micrófono y nos repite varias veces la necesidad espiritual que tenía de hacer la película que estamos a punto de ver. Vamos bien. El problema es que la copia que se nos va a pasar no es la que el Sr. Ghobadi quiere que veamos. ¿Perdone? Resulta que la edición del sonido no fue concluida hasta las cinco de la madrugada. No ha habido tiempo para entregar el montaje final a la hora acordada. Para esto habrá que esperar a la tarde. Somos libres para irnos. Lo hacemos poquísimos.
A las 16:30, los cuatro tránsfugas nos damos cita en el Kursaal 2. Ahora sí, tenemos la película que Bahman quiere que veamos. 'Rhino Season' cuenta la historia del poeta Sahel Beren Saat, que fue encarcelado durante treinta años por escribir poemas de supuesto calado político. A su familia se le hizo creer que murió en prisión, montándose incluso una farsa de tumba para que sus seres queridos fueran a llorarle. Esto es sadismo, y lo demás son tonterías. En medio de este desalentador panorama, el artista sale de su cautiverio para rehacer su vida, empezando por intentar recuperar al amor de su vida, interpretado por una Monica Bellucci que, cosas de la manifestación, tuvo que cancelar su photocall... lástima.
El prestigioso autor afirmó que lo que había pretendido con su última cinta (y de ahí la obsesión con el sonido) era hacer un homenaje total a su sacrificado héroe, plasmando su obra en la pantalla. Lo que se dice hacer poesía visual. Así, claro, no es de extrañar que en la película se dé cita toda la fauna propia de su autor: caballos, tortugas, gatos y sí, rinocerontes entran y salen del escenario mientras por él van vagando almas en pena. De un lirismo oscuro, en el buen (una tristeza y un desgarro tan verdaderos como los que el cineasta ha sufrido él mismo) y en mal sentido (una narración con demasiados momentos donde la luz no hace ni el amago de aparecer, quedándose el producto en un mensaje a veces sólo comprensible por quien lo escribe) es una de las películas que más controversia ha causado en esta edición del Zinemaldia, algo esperable de un producto tan críptico, tan irregular, tan exacerbantemente dramático.
Más Competición. Seguimos con el flashback. Después del gatillazo matutino de Ghobadi, toca volver a casa. De camino, otra imagen para la memoria. Banderas rojas con la hoz y el martillo. Con el comunismo topamos. Obviamente, se suceden los gritos en contra del capitalismo... y volvemos a estar en la séptima jornada. El Kursaal está en pie, aclamando a dos héroes populares recientemente coronados: Gad Elmaleh y Constantin Costa-Gavras, bien sûr. ¿Qué ha pasado antes de este clamor? La continuación de algunas de las consignas oídas el día antes en la calle. 'Le capital' trata sobre los Robin Hood modernos, una banda de "críos" que simplemente se lo pasan bien... robando a los pobres para dar a los ricos. No, uno de los cineastas más izquierdistas/socialistas y, claro está, comprometidos de la historia del cine, no se ha pasado al lado oscuro. Se ha sumergido en él para que -para entendernos- la mierda que hace mover nuestros tiempos lo salpique todo.
En el clásico bosque de galimatías financieros, un joven y prometedor genio de la economía es ascendido a presidente de uno de los mayores bancos de Francia. Las circunstancias convulsas en las que se ha producido su nombramiento no harán más que incrementar la inestabilidad en la empresa, dándose así el pistoletazo de salida a un apasionante juego de tronos entre índices de la bolsa y primas de riesgo. Muy atrás queda a estas alturas el apasionado director de 'Z.', que creía en la verdad y la honestidad como las mayores armas para combatir a los grandes males de la sociedad. Estamos en la etapa de su carrera marcada por la estupenda 'Arcadia', en la que hasta los asesinos tenían tantas -o más- opciones que la gente honrada de salir adelante en este mundo. ¿A qué se debe este cambio de actitud? A la crisis financiera, y a la inmobiliaria, y a la de la deuda... y a las agencias de calificación de riesgos, y a los especuladores, y a los políticos que respaldan toda esta porquería, y a los bancos que se ocupan que todo siga girando.
El enemigo contra el que lucha ahora Costa-Gavras ya no está encarnado en generales fascistas, indudablemente poderosos pero fácilmente reconocibles. El peligro es ahora indeterminado. Tenemos la piedra... pero no sabemos a quién tirarla. O no tenemos suficientes piedras para alcanzar a todos los que lo merecen. A pesar de lo cuesta arriba que la realidad actual le ha puesto el combate, el incombustible cineasta afila de nuevo sus cuchillos, y éstos vuelan que dan gusto. Sí, puede que a 'Le capital' le sobre algún que otro frente, pero la bravura de su autor sigue estando presente, consiguiéndose así grandes momentos en los que las únicas protagonistas son verdades como puños (momentos correspondidos con fuertes aplausos en plena proyección). La 'Margin Call' francesa? Cerca, pero hay más. Es una de estas rarezas de cine de denuncia tan disfrutable como estimulante, rabioso y encendedor. Es un testigo de excepción de una época de abundancia (para unas pocas sanguijuelas) pre-apocalíptica, con un discurso cargado de la acidez necesaria como para corroer la conciencia de un espectador que, ahora sí, parece despertar de un larguísimo letargo.
Hay más. En las antípodas de la densidad y didactismo (no cargante, que conste) de Costa-Gavras, encontramos a un cineasta que también es totalmente fiel a su estilo. Carlos Sorin, nos lleva de nuevo a su querida Patagonia en 'Días de pesca'. La cámara no se despega jamás de un personaje 100% soriniano, muy bien interpretado por Alejandro Awada. De sonrisa agradable, sencillez en la conversación y entrañable en el tacto humano, un padre ex alcohólico, en el invierno de su vida y con la excusa de la temporada de pesca de tiburones, decide reencontrarse con su hija, a la que hace años perdió la pista. Por el camino se cruzará con personajes tan o más sorinianos que él, en lo que es un típicamente soriniano peregrinaje. Nada nuevo pues bajo el sol de la Argentina más austral.
Y que así siga, porque 'Días de pesca' deja bien claro que las buenas fórmulas; las auténticas, por mucho que se repitan, no pueden llegar a cansar. En este caso en concreto, con apenas una hora y cuarto de duración de la historia, es todavía más difícil que surja el agotamiento. No obstante no se trata de la cantidad de metraje, sino de cómo (retomando los adjetivos empleados para describir al personaje de la historia) lo sencillo, lo cálido y lo mínimo, empleado en la justa medida, configura un discurso muy cercano a la universalidad. Tiene tanto de drama familiar como de compendio de experiencias vitales deliciosamente irrelevantes. La tragedia más dura no se muestra pero se siente. Tres cuartos de lo mismo con la máxima expresión de la ternura. Al final, queda la sensación de que está todo cerrado... cuando hay infinitos cabos sueltos. Parece que se haya contado todo... y quede todo por contar. Es la sublimación de un estilo, una película tan sincera y directa como, dentro de sus pretensiones, inmejorable.
Con el nivel general tan alto en la Sección Oficial, al último en llegar (fuera de competición, eso sí) se le ha notado excesivamente rezagado. Con '¡Atraco!' el camaleónico Eduard Cortés nos ofrece un film que, efectivamente, hace del cambio de máscaras su juego constante. Bien desenvuelto en la comedia y excesivo en el drama (pero en líneas generales correcto en ambas facetas), este colorista noir castizo que nos lleva a la España franquista, compensa constantemente aciertos con tropiezos. Así, a la buena química que desprenden las distintas parejas de la historia (en la que sobresale un portentoso Guillermo Francella), le acompaña un guión de altibajos; el estilo visual en ocasiones convence... para después quedar demasiado acartonado en escenas clave; el sólido arranque se ve correspondido por un desenlace precipitado y mal formulado... Y así sucesivamente.
Mañana, más.
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por Víctor Esquirol Molinas