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Los chulos aguantan hasta el final

Vía Festival de San Sebastián por 29 de septiembre de 2012
En este mundo hay dos tipos de persona: los valientes y los cobardes. Como se decía en la familia Stark, nadie se escapa de sentir miedo, pero sólo los del primer grupo actúan sin dejarse llevar por el pánico. El resto, simplemente queda hundido bajo el peso de su propia deshonra. Richard Kelly, en su apoteósica basura titulada 'Southland Tales', se autoproclamaba implícitamente rey de los "chulos" (título que, vistos sus modales, hoy podría reclamar con todas las de la ley el homenajeado Tommy Lee Jones), y como dejaba bien claro en aquel auténtico delirium tremens: "los chulos no se suicidan". Claro, son los más valientes de la función. Del mismo modo, en las distintas proyecciones celebradas a lo largo del 60º Festival de Cine de San Sebastián, los asistentes a ellas podían separarse en las mismas categorías.

Con el paso de los días y la acumulación de horas de sueño perdidas, la paciencia del espectador ha ido menguando al mismo ritmo que su actividad neuronal (culpa de la aglomeración fílmica, no de otra cosa). Así, sesión tras sesión, ha ido quedando claro quién es valiente y quién es cobarde. A riesgo de cosechar enemistades, el público de a pie es el feo de la función, el que se suicida a las primeras de cambio. ¿Que solamente ha habido dos diálogos en los primeros quince minutos de película? Fuga a la vista. ¿Que la cámara no se mueve ni a palos? Abriendo la puerta de salida en 3, 2, 1... El crítico de cine, con un sentido encomiable de la profesionalidad, aguanta el chaparrón impertérrito. Como sabe que tarde o temprano tendrá que comentar lo que ha visto, ni que sea por aquello de justificar el sueldo, el crítico reivindica su papel de chulo, se planta en la butaca, y de ahí no sale hasta que se vuelvan a encender las luces de la sala. O hasta que alguien lo despierte.

Al menos, siempre podrá decir que no se rebajó al suicidio de la deserción. Podrá decir que murió de pie... o ligeramente inclinado y, en el peor de los casos, con un delator rastro de baba en el labio inferior. En la proyección de 'El hipnotista', un crítico asiático se sienta a mi lado. Desprende chulería por todos los poros y, efectivamente, a las primeras de cambio, no sin antes habernos deleitado con el divertido movimiento pendular de su cabeza, se desploma, muy chulamente, entre los brazos de Morfeo. Este acto de apabullante derrota del estoicismo del sector, seguramente hará caer el máximo deshonor sobre sus ancestros, pero no por ello deja de lanzar al aire dudas que deben plantearse en público. Como ya sucediera con aquel aborto firmado por Sergio Castellitto, no logra entenderse cómo lo nuevo del sueco Lasse Hallström (que por fin vuelve a casa) ha logrado colarse en la Sección Oficial a Competición.

Tal vez será por el prestigio olvidado del que antaño fuera uno de los directores de estudio (de los más eficientes, sin duda) predilectos de los hermanos Weinstein durante la época dorada de Miramax. Tal vez por el actual auge (que ya va siendo hora que llegue a su fin) de los relatos negros nórdicos. En todo caso, cualquier factor que pueda venir a la cabeza es apriorísitco y para nada justifica el que una cinta tan pobre esté en la lucha por una de las Conchas de Oro más disputada en mucho tiempo. Porque sólo de pobre puede calificarse una película que, con un material tan jugoso con el que jugar (un crimen sórdido que exige para su resolución una vuelta de tuerca a la fórmula "único-testigo", un escenario actualmente de moda y por ello apetecible), se quede en el sopor, fruto de una narrativa carente de punch y, lo que es peor, de personalidad. El risible desenlace, que por cierto han visto pocos chulos, pone la guinda al último pastel hallströmiano, triste recuerdo de lo que algún día fue. Significa también el colofón a una Competición cuyo desenlace trataremos de vislumbrar al final de esta misma crónica.

Antes, un breve reencuentro con las Perlas de Zabaltegi, porque nunca es demasiado tarde para (re)descubrir el gran cine. "Y nunca es demasiado tarde para volver a ejercerlo", debió pensar el legendario Berardo Bertolucci, un cineasta que, efectivamente, ha aprendido aquello de "nunca digas nunca". Dicha lección le quedó clara, afirmó hará dos años en Cannes, después de ver 'Avatar'. Sí, la de James Cameron. El uso de la tecnología 3D hizo renacer en el viejo maestro las ganas de ponerse detrás de las cámaras, de modo que aprovechando la concesión de la Palma de Oro honorífica que se le ofreció en la Croisette, aprovechó para declarar que en breve, empezaría el rodaje de una película con UN solo escenario, con DOS personajes y en TRES dimensiones. Un año después, y en el mismo escenario, el director cumplió a rajatabla su promesa con 'Io e te'.

¿Seguro? ¿Y la tridimensionalidad? ¿Dónde han ido a parar las gafas polarizadas? En el baúl de los recuerdos, de donde jamás deberían haber vuelto a salir -ya lo he dicho-, porque ¿qué falta hace ponerse otros anteojos (los miopes lo pasamos fatal en cada proyección de estas características) cuando los protagonistas están tan bien definidos? Ésta, y ninguna otra, es la auténtica profundidad. La emocional, la que ningún efecto digital puede falsear. Emociones desborda por todos lados el prodigioso descubrimiento de Jacopo Olmo Antinori, un adolescente con la cara masacrada por el acné, un bigote que empieza a intuirse y una mirada calcada a la de Malcolm McDowell en 'La naranja mecánica'. Acompañándole, el también sorprendente hallazgo de Tea Falco, suerte de "continuación natural" de la Eva Green de 'Los soñadores'. Juntos comparten espacio y vivencias en un área mínima que encierra una historia máxima, y de la que mejor no oír nada antes de ver la película. En el aire David Bowie se mezcla con los Arcade Fire, y Bertollucci da síntomas de una juventud apabullante, trayéndonos un regalo fílmico de valor incalculable. Detrás del envoltorio, una historia tan desgarradora como preciosa, tan sutil como visceral, tan pequeña en apariencia como inmensa en el fondo. Gracias por volver, maestro... no vuelva a irse, por favor.

Más Perlas. Otra vez desde Cannes llega uno de los éxitos más sonados esta temporada en el certamen galo. La chilena 'No', de Pablo Larraín nos sitúa en el marco del famoso plebiscito que la dictadura de Pinochet convocó para legitimarse ante el mundo entero. Obviamente dicha movida se organizó por parte del poder ya que todos los sondeos apuntaban -porque realmente era así- que los opositores lo tenían crudo. Para invertir dicha dinámica, se contrataron los servicios de un joven publicista (estupendo Gael García Bernal) para que hiciera ver al pueblo de la forma más directa y amena, que no había respuesta más correcta que el "NO". Larraín se luce detrás de la cámara con un ejercicio de estilo sorprendente en el que el material de la época se mimetiza con las nuevas grabaciones, y en el que además se permite respirar al extraordinario guión de Pedro Peirano. Divertido pero sobre todo apasionante thriller político anti-madmeniano sobre el cuarto poder, 'No' es una cinta cuyas casi dos horas de metraje parecen ser mucho menos que la mitad. Se trata de una lección magistral de historia -y de cómo contarla-: la brillante exposición de un pasado convulso y violento se refleja en la mirada hacia un presente construido precariamente y desde luego no libre de las viejas tensiones. Genial. Profesores como estos faltan en las aulas de todo el mundo.

Haciendo un salto total de registro, sería injusto no hacernos eco del contundente éxito que ha tenido la iniciativa 'Big Friday': díptico formado por la snowboardera 'The Art of Flight', de Curt Morgan y la surfera 'Storm Surfers', de Justin McMillan y Christopher Nelius, últimas perlas de esta factoría inagotable de... todo, representada por cierto toro rojo que afirma dar alas a quien beba de su mágico jugo. Ha sonado fatal. El esteticismo videoclipero de la primera propuesta (en la que se orquesta con talento la alta definición visual, la cámara híper-lenta y una excelente selección musical) contrasta con las fórmulas más clásicas del documental (saltan a la vista los puntos de conexión con el título de culto 'The Endless Summer', de Bruce Brown), pero esta extraña pareja converge a la hora de hacer desaparecer de la mente del espectador el precario uso del 3D, así como los descarados intereses corporativistas que las han concebido (y que, en defensa de la sinceridad de sus creadores, jamás se ocultan), en pos de la pureza de algo tan universal como lo es cualquier subidón de adrenalina. Este lo es, y de los gordos. De imprescindible visionado para todo amante de los deportes de riesgo. Y sino, pregunten a un Velódromo Antonio Elorza lleno hasta los topes y ensordecido por los continuos alaridos de éxtasis aventurero.

Por último, toca navegar una vez más por nuestra querida Sección Nuevos Directores, en la que encontramos la que, contra todo pronóstico, se ha convertido en una de las cintas precisamente más queridas por parte del público. Y es que poco probable -dejémoslo así- era, en principio, que una película paraguaya fuera a convertirse en una de las sensaciones del festival. No son prejuicios, es la constatación de una realidad recordada por los propios directores de la cinta: Paraguay es un país con una tradición cinematográfica más bien escasa... por no decir nula. Sin embargo, '7 Cajas' (ganadora el año pasado del Premio Cine en Construcción) se descubre desde su primera secuencia (al más puro y rabioso estilo de Danny Boyle), en la que se nos sumerge de lleno en el emblemático Mercado 4 de Asunción, como un torrente de emociones fuertes al que es imposible resistirse.

En una jungla de tenderetes, chabolas y contenedores de todos los tipos, en la que se habla el para nosotros incomprensible yopará (mezcla entre el castellano y el guaraní), un joven carretillero llamado Víctor sueña con tener un teléfono móvil y salir en la televisión. Una de sus fantasías adquiere repentinamente muchas posibilidades de materializarse, al recibir el muchacho el encargo de custodiar una misteriosa mercancía. El cebo: una elevada suma de dinero aguardando al final del trayecto. La trampa: unas cajas codiciadas por los individuos más peligrosos de la ciudad. Policías, mafiosos, chanchulleros y jóvenes con un don especial para la supervivencia cruzan sus caminos en este trepidante thriller de estructura fractal. Acompañando a cada uno de los actores, un sentido del humor deliciosamente negro y, claro está, toneladas de acción y tensión, muy bien llevadas por la dupla detrás de las cámaras compuesta por Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori. ¿Cuándo hay tiempo para respirar? Al final, cuando desfilan los títulos de crédito. Justo cuando el delirio se apodera del público.

Y ahora sí, a mojarse se ha dicho. Si algo quedó claro especialmente el año pasado con la concesión de la Concha de Oro a 'Los pasos dobles', de Isaki Lacuesta, es que los jurados hacen lo que les pasa por... las narices. Imposible predecir lo que habrá decidido el de esta 60ª edición del Zinemaldia. Pero como siempre, ahí están las sensaciones, los rumores y las declaraciones. Preguntado al respecto hace tan solo unas pocas horas, el director del certamen, José Luis Rebordinos, ha afirmado conocer ya todas las decisiones concernientes al palmarés. La frase a retener: "Creo que este año por fin vamos a tener una ganadora que gozará del consenso entre crítica y público." Dicho esto, un título suena con -aún más- fuerza: 'Blancanieves', , de Pablo Berger, ha conquistado a propios y a extraños, que no han dudado en calificarla como la obra maestra que es. Todos los números para ella. Muy cerca están dos títulos igualmente alabados por crítica y público. La muy estimulante 'Dans la maison', de François Ozon es la segunda favorita en todas las quinielas, y 'Le capital', de Constantin Costa-Gavras tiene la ventaja de ser un certero -y muy respaldado por el "pueblo"- puñal envenenado lanzado al corazón -si es que existe- de la gentuza más odiada -y con razón- del momento.

Ahora bien, como nunca hay que descartar la sorpresa, toca pensar el la marcada personalidad de la Presidenta del Jurado, la extraordinaria productora Christine Vachon, imprescindible para comprender el movimiento indie moderno norteamericano. En este sentido, la película que se adapta a la perfección a sus gustos (a juzgar por sus trabajos) ésta es sin lugar a dudas la mínima y conmovedora 'Días de pesca', de Carlos Sorin, que puede jugar muy bien el papel de "tapado" mañana en la gala de clausura. Sea quien sea el nuevo dueño de la Concha de Oro (si de mí dependiera, Pablo Berger y su colosal 'Blancanieves' ya la tendrían... aunque no pondría mala cara si se anunciara cualquiera de las otras películas mencionadas), el trabajo importante ya se ha llevado a cabo. La sexagésima edición del Festival de San Sebastián tendrá su balance general correspondiente en pocos días, pero el comentario que está en boca de todo el mundo es cierto: Hacía tiempo que no se veía una Sección Oficial a Competición tan competitiva, nunca mejor dicho. Éste, es el mejor premio al que todos podíamos optar.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas

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