A quién madruga Dios le ayuda... eso dicen, aunque hay días en los que es mejor no levantarse ni al mediodía. Esto, traducido a lenguaje festivalero, ya se pueden imaginar lo que significa. Porque hay cosas que a veces, simplemente, hay que decirlas por si da la casualidad de que alguien las oye.

Ni dos pesos pesados de los círculos viciosos como Bertrand Bonello y Emir Kusturica con 'Nocturama' y 'On the Milky Road', respectivamente, ni el debutante Johannes Nyholm con 'The Giant' logran levantar el ánimo de una mañana de nuevo gris (y pasada por agua). Menos aún erradicar la sensación de imbecilidad un tanto molesta y gratuita que predomina a lo largo y ancho de sus respectivos metrajes. Claro que, ya se sabe, cuando uno es un "artista" de la imbecilidad a la excentricidad hay un solo paso, y no los veinte que como mínimo separan a lo uno de lo otro cuando se trata de tipejos sin tanto pedigrí como Will Ferrell o Adam Sandler.

Menos mal que siempre hay quién puede rescatarnos de este infierno en la Tierra de manera desinteresada, que no fortuita con dos obras muy voluntariosas aunque lastradas en cierta medida por un motivo distinto pero afín. En el caso de la española 'Que Dios nos perdone', por culpa de un guión al que le faltan al menos un par de re-escrituras para terminar de encontrarse; y en el caso de la francesa 'Elle', por lo enrevesado de un argumento tan enroscado que acaba por dispersar el interés sobre la partida, que no sobre el juego. Y la nacionalidad en ambos casos cuenta, y mucho, siendo que no serían lo que son de no ser de dónde proceden.

Ambas juegan con el concepto del thriller para pervertir la idea de lo que se espera de ellas, cada una a su manera y en un intento por llevar la turbulencia intrínseca que las constituye un paso más allá de la habitual representación genérica. Y lo cierto es que ambas lo consiguen... a ratos, y durante un buen rato, siendo que en los dos casos nos encontramos con una fórmula retorcida de manera tan evidente que el interés acaba por recaer más en sus formas que en el contenido. Esta "evidencia" termina por generar una cierta distancia entre pantalla y espectador, entre la narración y la reacción condicionada además por algunos excesos.

En el caso de 'Que Dios nos perdone', la cinta sirve para confirmar a esa (ahora firme) promesa llamada Rodrigo Sorogoyen. El realizador, lejos del ejercicio de estilo o el habitual referencialismo, logra imprimir un aire costumbrista y castizo bastante logrado a una narración de apariencia realista en dónde el suspense se sitúa como contexto y los actores tienen mucho margen de maniobra (con un pletórico Roberto Álamo como punta de lanza). No obstante y como decíamos, se ve lastrada por un guión con varias aristas sin pulir que además es incapaz de ir a más según avanza, con un final que adolece de falta de impacto y que deja tras de sí la sensación agridulce de no haber explotado todo su potencial.

En el caso de 'Elle', la cinta sirve para poner de manifiesto que a Paul Verhoeven aún le queda mucha guerra (y polémica) que ofrecer. Aunque igual de gamberro que siempre, Verhoeven en esta ocasión sin embargo se vale de la contención, reduciendo al mínimo la carga efectista para con su habitual entereza maliciosa retratar esta exuberante, viciosa epopeya protagonizada por una como siempre perturbadora Isabelle Huppert. Tanta es la concisión, frialdad y suavidad del Verhoeven más europeo que su buena mano pone en evidencia esa misma exuberancia que se torna en algo gratuita, reduciendo así su capacidad (y ansia) de provocación a un mero juego de humor negro (muy divertido) de usar y tirar.

Continuará...

Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex