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Niños a bordo

Vía El Séptimo Arte por 12 de mayo de 2011
Suena a todo trapo una de las canciones más bailadas en las discotecas durante esta temporada, una horda de pingüinos con cámaras fotográficas más grandes que ellos se amontonan para conseguir una instantánea memorable de la estrella de turno y una cantidad ingente de aficionados esperan pacientemente a la salida del Palais du Cinéma para poder entrar (un fenómeno que comentaremos con mayor detenimiento otro día, que bien lo merece). Ya no hay tiempo para presentaciones, ni para homenajes, ni para reflexiones concerniendo al futuro de esta inigualable celebración. Las dos principales Secciones del Festival de Cine de Cannes están oficialmente en marcha... y servidor solo puede pensar en niños.

Los críos, cada vez más odiosos e incomprensibles (incomprendidos, opinarán otros), son no obstante nuestro mayor tesoro, como reza el tópico, y viendo el rumbo que ha tomado el mundo entero, van a convertirse todos en mártires, al ser ellos los que algún día tendrán que resolver el sinfín de problemas que nos hemos empeñado en legarles. En todo caso, y sea cual sea el futuro que les aguarda, han sido los jóvenes los que han acaparado toda la atención en la Sección Oficial a Competición, que hoy sí, nos ha dado motivos para la alegría. Y si hay que estar agradecido es sobre todo gracias a Lynne Ramsay, que ha venido a confirmar mis sospechas con respecto a sus dotes.

De talento innegable, lo que saltaba a la vista que necesitaba esta directora era una especie de correa... o yendo al otro extremo, un catalizador. Lo que necesitaba era alguien al lado que de algún modo diera sentido a la avalancha de buenas pero no del todo concretadas sensaciones (sus excelentes combinaciones entre música e imágenes, por ejemplo) que dejaron tras de sí sus dos primeras obras. Un buen remedio para dicho mal es el de la -buena- inspiración literaria (una novela de Lionel Shriver, en este caso), que por definición, marca al adaptador unas mínimas pautas que, le guste o no, debe seguir al pie de la letra, nunca mejor dicho. Tanto en 'Ratcatcher' como en 'Morven Callar' se percibían detalles de gran cineasta, pero el conjunto nunca terminaba de despegar (difícil lo tenía en el segundo caso, teniendo en cuenta el bombardeo de topicazos españoles que abundaban en la recta final de su guión).

Justamente con una referencia a nuestro país empieza 'We Need to Talk About Kevin'. Después de ver la ventana medio abierta de un balcón, la cámara nos lleva en majestuoso picado a la famosa fiesta de la Tomatina. Allí vemos a una mujer (notable Tilda Swinton, como siempre) arrastrada por la multitud, pero con posado ausente. El rojo obviamente inunda la celebración... y hace lo propio con la casa de la protagonista, al ser ésta objeto de un reciente acto de gamberrismo. Un ataque vandálico que responde a un pasado turbulento, un pasado, que cada vez acosa con más insistencia e intensidad a una madre cuyo único acompañante a lo largo de los últimos años ha sido -y es- el sufrimiento.

En el centro de tanto dolor encontramos a un mocoso llamado Kevin, de mirada diabólica, actitud angelical cuando se lo propone, y mente extremadamente maquiavélica. Es el hijo de la protagonista, fruto de un embarazo no deseado... y encarnación del mal en estado puro. De lo maligno, de lo nocivo, del odio más rabioso, aquel que no responde a ninguna razón. Simplemente existe. Así lo deja claro esta cinta, que se encarga de desmenuzar con cuidado, sutileza y constante crescendo la relación entre madre e hijo, yendo hacia delante y atrás en el tiempo y construyendo un sólido y duro relato sobre la maldad, el peso del pasado... y la posibilidad del perdón. Una película que a través del inquietante y espeluznante fresco sobre la América más hostil, recuerda a la desgarradora prosa de Scott Heim, la misma que inspirara la obra maestra de Gregg Araki 'Oscura inocencia'. Supone también la consolidación de una autora experta en sumergirnos en atmósferas asfixiantes (el mejor adjetivo posible para alguien que consigue que sintamos miedo mientras suena de fondo la voz melosa de Buddy Holly), y que ahora sí, muestra la madurez suficiente para firmar una película que por contenido y forma, se queda grabada en la memoria. Merecidísima ovación esta mañana en el Grand Théâtre Lumière.

Una acogida por parte de la crítica bastante parecida ha tenido en la sala Debussy el segundo largometraje de Maïwenn Le Besco (o "Maïwenn" a secas, como le gusta que la llamen... cosas de los artistas). Al final de la proyección de 'Polisse', han abundado una vez más los aplausos en el patio de butacas, aunque en esta ocasión éstos estaban del todo injustificados. La película hace que la Sección Oficial a Competición no solo no se aparte de los niños, sino que se encargue ahora de su custodia. En efecto, la propuesta gira en torno a la Unidad de Protección de los Menores de la Policía. Un falso documental (ligeramente en la línea marcada por la ópera prima de la propia Maïwenn, el irregular pero a ratos interesante ejercicio metafílmico 'El baile de las actrices') que sigue las andaduras de unos agentes de la ley que se desviven para que nada ni nadie destruya la inocencia de los menores de edad.

El resultado final es una mezcla imposible entre 'La clase', de Laurent Cantet (que se alzó con la Palma de Oro hace tres años, por cierto) y la magistral serie televisiva 'The Wire'... dos referencias que, digámoslo ya, le vienen demasiado grandes al filme en cuestión, no solo porque fracase estrepitosamente a la hora de intentar imitar su propuesta formal, sino también por la pobreza y falta de credibilidad de su discurso, a pesar de estar éste supuestamente inspirado en casos reales registrados por la policía. Así, a lo largo de dos larguísimas horas, la directora francesa vaga entre las vidas personales de los componentes de la unidad (más cercanas al culebrón que no al drama mínimamente bien hilvanado) y las hazañas de un grupo de individuos, cada cual más odioso, que nunca desperdician la oportunidad de sermonear a los pobres pecadores que infestan sus calles. Un desastrillo amparado por el siempre peligroso y engañabobos cartel de "basado en hecho reales"; una película tan vulgar como frívola, tramposa y a la postre indigna de este festival.

Por su parte, la segunda sección en discordia, también conocida como Un Certain Regard, ha seguido con la tónica de dar al respetable una de cal y otra de arena. Las alegrías han llegado de la mano de una las vacas sagradas en Cannes: Gus Van Sant, con una Palma de Oro ya en su haber por la controvertida pero interesantísima 'Elephant'. Ahora, con 'Restless', el cineasta norteamericano nos aleja de los mocosos, pero nos acerca a la adolescencia, la etapa vital convulsa por excelencia que ha monopolizado sus últimas obras. En esta ocasión, el de Kentucky nos presenta a un joven llamado Enoch que, como si se hubiera inspirado en un célebre personaje de Chuck Palahniuk, ocupa su tiempo asistiendo a funerales de gente desconocida.

¿Lo hace para consolar a los familiares que están de luto? ¿Lo hace para nutrirse de la desgracia ajena? En un principio no queda demasiado claro... en lo que no hay duda es en la relación que establece con una chica que conoce en uno de los muchos velatorios a los que asiste. Química pura. Amor a primera vista. Un idilio que sorprende (teniendo en cuenta el tono al que nos tiene acostumbrado Van Sant) por su acercamiento desenfadado, optimista e incluso acaramelado. Sin embargo, como no podía ser de otra manera, tanto azúcar hormonado esconde una amarga sorpresa que no tardará en ser descubierta. La muerte adopta varias formas (un tumor en el cerebro, la desaparición de las figuras paternas, incluso ataviándose de piloto japonés de la Segunda Guerra Mundial), pone fecha de caducidad al amor, y de paso nos transporta una vez más al universo rebelde y oscuro de este auténtico outsider del cine americano. Es en definitiva un cuento romántico atípico de factura artística algo descompensada, pero que recupera parte del embriagador aroma de aquella joya de la década de los setenta titulada 'Harold and Maude', lo cual ya es motivo suficiente para considerar que el Un Certain Regard'11 ha empezado con mucha fuerza.

Un arranque envidiable que no ha tenido continuidad con la segunda propuesta de la sección. 'Trabalhar cansa', primer largometraje de la dupla Marco Dutra & Juliana Rojas, nos presenta a una familia que pasa por serios apuros económicos, fruto del reciente despido del trabajo del padre, y de la apertura de un negocio ruinoso por parte de la madre. Es una historia que se mueve entre el drama social y la comedia familiar, y que se permite alguna que otra pincelada desconcertante de terror. Una mezcla aparentemente atractiva, pero que se ve lastrada por un desarrollo demasiado confuso, que pone a prueba la paciencia del público menos acostumbrado a este tipo de propuestas tan alejadas del mainstream marcado desde La Meca del cine. Un estaticismo que cansa, si se permite la broma fácil, y que resta demasiado encanto a esta fábula urbana con moraleja que reflexiona sobre el dualismo humano entre la racionalidad y el primitivismo. Y después de tanto "trabalhar" es hora de descansar, porque si a estas horas hay algo seguro, es que La Croisette está en plena marcha... y a la espera de una jornada redonda.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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