Cualquier tiempo pasado...
Vía El Séptimo Arte
por reporter 11 de mayo de 2011
Y ya está todo en marcha... un año más. Con este irán 64. En cambio para El Séptimo Arte, ésta será la primera vez. La primera vez que esta web aterriza en el que para muchos está considerado como el mejor festival de cine del mundo. Hablando de premios más bien honoríficos... no fueron pocos los que a lo largo del curso anterior pusieron en seria duda la condición del Palais du Cinéma como el templo supremo del celuloide. Una larga sombra se cierne sobre La Croisette, y no sólo proviene de tierras italianas (el excelente cartel de la última Mostra veneciana todavía escuece), sino de otros muchos lugares.
Se palpa preocupación en el ambiente. "¿Es esta la última edición del Festival de Cannes?" se preguntaba hoy en una postura un tanto demasiado alarmista la prensa francesa. Y es que Cannes no debe preocuparse por sus más antiguos rivales de "clase A" (en este aspecto, el mastodóntico y cada vez más consolidado certamen de Toronto supone por ejemplo un reto de altura para la vieja guardia festivalera), también debe amoldarse a unos tiempos más cambiantes que nunca, que plantean problemáticas a las que este mundillo nunca hasta la fecha se había visto obligado a afrontar. ¿Puede hablarse de una crisis -incluso de agotamiento- del modelo tradicional de festival cinematográfico? ¿Cómo debe combatirse la piratería? ¿La multiplicidad de formatos y soportes es una lacra o un arma que debe usar el cine? ¿Hay que considerar el 3D como la nueva forma de expresión mayoritaria, o como una moda pasajera?
Preguntas y dudas que se unen a otras más clásicas, la mayoría de ellas relacionadas con el eterno debate entre el cine de autor y el más -llamémosle así- "comercial". En la misma línea, y fijándonos en las dos últimas Palmas de Oro (la magistral 'La cinta blanca', de Michael Haneke, y la híper-exótica en todos los sentidos 'Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas', de Apichatpong Weerasethakul), cabe plantearse si el sello Cannes es tan poderoso como aparenta... ¿el prestigio lo hacen los cineastas, o emana del propio festival? La 64ª edición de esta prestigiosísima cita cinéfila da sus primeros pues siendo visitado por numerosos fantasmas, algunos más viejos que otros, consciente de que el tiempo todo lo cambia.
Una perogrullada de campeonato que casi sin quererlo se ha convertido en la excusa ideal para que Thierry Frémaux y compañía presentaran la película que ha dado este año el pistoletazo de salida en La Croisette. Hablamos de lo nuevo de Woody Allen (¿no querían prestigio?). Hablamos de 'Medianoche en París'. Salvo alguna honrosa excepción, el periplo por el viejo continente del genio neoyorquino (iniciado hará ya más de un lustro) no se estaba saldando con demasiada buena nota. Un resultado por lo menos curioso, sobre todo teniendo en cuenta la fama de "autor europeo" que le ha perseguido casi desde los orígenes de su larga y fecunda carrera, y que de algún modo venía a ser una explicación algo simplona de por qué sus películas parecían tener siempre una mejor acogida en el otro lado del charco (el nuestro, se entiende).
Agarrándonos a esta concepción de las sintonías allenianas, no deja de ser paradójico que las visitas de este veterano autor a ciudades tan emblemáticas como Londres o Barcelona se tradujesen en productos tan mediocres dentro de su historial. Y no deja de ser preocupante que sus mejores productos a lo largo de estos últimos años surgieran bien de sutiles revisiones de alguna de sus obras mayores (es el caso de 'Match Point', versión más agria de 'Delitos y faltas'), bien de recuperar guiones que llevaban décadas abandonados, y que de paso le servirían para volver a los Estados Unidos ('Si la cosa funciona').
En ningún lugar como en casa. Una filosofía que delata un más que evidente chovinismo, que de esto saben mucho en Francia... más aún en la gran capital. París, esa ciudad siempre con ambición de acapararlo todo en el sí del país galo, tiene algo especial. "París me excita", ha afirmado el propio Woody Allen en una rueda de prensa (vigilada muy de cerca por el productor Jaume Roures) en la que no ha perdido la ocasión de mostrarse -una vez más- tímido ante los medios de comunicación, y de presentar un aspecto que, por qué no decirlo, de buen seguro habrá hecho sufrir a más de uno por su estado de salud. Afortunadamente, la película que ha traído bajo el brazo ha dejado mejores sensaciones. ¿Podemos hablar de la mejor película de esa especie de "European Tour" de Allen? Sin duda. Es más, 'Medianoche en París' hace méritos suficientes para entrar, quizás no en el grupo de obras cumbre de Allen, pero sin duda en el de las que con el paso de los años vamos a recordar con mucho cariño.
Como ya hiciera en la maravillosa 'La rosa púrpura del Cairo' (que en cierto modo servía de homenaje a la todavía más maravillosa 'El moderno Sherlock Holmes', del gran Buster Keaton), Allen tira de elemento fantástico para presentarnos una comedia romántica. Como viene siendo habitual, el enclenque director/guionista se queda detrás de las cámaras, lo cual no significa que no tenga presencia delante de ellas. El simpático Owen Wilson se une a una lista de actores en la que encontramos a Jason Biggs, Will Ferrell o Josh Brolin entre otros. Nombres que tienen en común el haber imitado los tics y los gestos de Allen a la vez que recitaban sus diálogos. Una prueba de fuego de la que Wilson sale indemne, aportando a este arquetipo de personaje un bienvenido aire de relajación y buen-rollismo típico de "la costa oeste", y sobre todo, apoyándose en un guión que hace gala de una genialidad que algunos ya creíamos perdida.
Un texto que en sus primeros compases tira de manual: unos compases de jazz aquí, una serie de vistas turísticas allá... y algún que otro chiste sobre política o sobre el frágil equilibrio que sostiene a la familia. Un conjunto aderezado con los ya típicos tonos cálidos en la fotografía, no-realistas, pero por lo menos, subjetivistas. Nada nuevo bajo el sol de París. Pero cuando la noche cae, todo puede pasar en la ciudad del amor. Que una niña de papá caiga rendida a los encantos de un pedante sabelotodo, que un joven escritor encuentre la inspiración... o que un Peugeot fantasmagórico nos lleve noventa años atrás en el tiempo, justo en la época en la que dicha ciudad conoció su máximo esplendor. Los felices años veinte, la Belle Époque, el Renacimiento... Cualquier tiempo pasado fue mejor. Una apreciación sin duda rebatible, al estar ésta marcada por ese sentimiento más o menos presente en cada ser humano. La nostalgia, es decir, la negación de un presente horroroso.
Es decir, una ocasión idónea para que Woody Allen interactúe de forma directa y bilateral con ilustres de la talla de Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Salvador Dalí (muy divertido Adrien Brody, quién iba a decirlo) o Cole Porter. La delicia de todo buen amante del arte... visto lo visto, muy loco se tendría que estar para no intentar obtener el consejo literario de Gertrude Stein, o para no plantar en Luis Buñuel la semilla de 'El ángel destructor', o para no darle a Zelda Fitzgerlad un valium... o, por qué no, para no enamorarse de una bella musa. Todo cabe en esta exquisita, divertida, encantadora y nostálgica fantasía, bien llevada y alargada en la justa medida. El año pasado, en este mismo escenario, y debido a la presentación de 'Conocerás al hombre de tus sueños', se pidió a gritos que Allen abandonara Europa... los aplausos que se han oído hoy al final del pase para la prensa, indican que en esta ocasión la petición será totalmente diferente.
Hemos tenido pues una inauguración casi perfecta para esta 64ª edición del Festival de Cine de Cannes, una celebración que se fija en los maestros que marcan tendencia... y en los que en su día la marcaron. En este sentido, hay que aplaudir la recuperación y proyección de una edición a pleno color de la magistral 'Viaje a la Luna', de Georges Méliès, así como la creación este año de la tan necesaria Palma de Oro Honorífica, pensada para todos aquellos grandes realizadores que pasaron por La Croisette... pero que jamás obtuvieron el máximo reconocimiento en el certamen en cuestión. Uno de ellos es Bernardo Bertolucci, que ha aprovechado la recepción de dicho galardón para mostrar un desparpajo, buen humor, y una cinefilia que no se ha visto mermada por su maltrecha salud. Un placer contar con su presencia... y oír de su propia boca que el reciente boom tridimensional le ha ayudado a recuperar el amor por el oficio (se confiesa gran admirador de 'Avatar, de James Cameron, y de 'Pina', de Wim Wenders). Tanto, que ha anunciado que va a volver a ponerse a trabajar en una película que va a suceder en 1 solo escenario, en el que habrá 2 personajes, y que vamos a verlos... exacto, en 3D. Promete.
Donde de momento no podemos depositar tantas esperanzas es en la Sección Oficial a Competición. La desangelada rueda de prensa del Jurado, que de alguna manera se ha contagiado de la desgana con la que su Presidente, Robert De Niro, parece haberse tomado el compromiso, ha sido un presagio para lo que estaba por llegar. Cannes es territorio de vacas sagradas, el espacio ideal para que los directores más consagrados campen a sus anchas. Por esto sorprende ver óperas primas allí donde van a jugarse los principales premios. Muy afortunada puede sentirse Julia Leigh por haber recibido tan distinguido reconocimiento... lástima que no lo haya correspondido con una película digna.
'Sleeping Beauty' es el típico producto que desprende el peor tufo a Sundance. El Festival de Cine Independiente auspiciado por Robert Redford se ha especializado en los dramas plomizos que no saben distinguir la dureza de la sordidez; lo original de lo simplemente raro. Precisamente esto le pasa a esta "bella durmiente", que no es más que una adolescente (encarnada por Emily Browning, auténtica belleza envenenada, a la pastillera 'Sucker Punch', de Zack Snyder y a la nada inocente 'Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket', de Brad Silberling me remito) que inicia un viaje sin retorno hacia su perdición. Una caída al vacío en la que abundan las drogas, las tentaciones sexuales, el dinero fácil y esa hipnótica y repulsiva combinación passoliniana de elegancia y depravación.
Por temática, parecía imposible que nuestra atención se desviara un solo segundo de la pantalla. Pues dicho y hecho. Las imágenes y secuencias con la que nos vamos topando, bellas pero perturbadoras, no pueden con la frialdad que la directora imprime al relato, ni con un ritmo excesivamente lento, que permite que el desconcierto inicial se torne en desinterés por una cinta que, finalmente, cuando ya ha puesto todas las cartas sobre la mesa, le da a uno la sensación que en ningún momento llegó a tener una mano ganadora. Lo que vendría a ser un farol. La clase de jugada que, muy merecidamente, es recibida al final de la proyección con un silencio sepulcral, algún que otro silbido... y la voluntad por nuestra parte de que la Palma de Oro encuentre mejores pretendientes.
Mañana, más.
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por Víctor Esquirol Molinas