Malditas votaciones
Vía El Séptimo Arte
por reporter 14 de mayo de 2011
Llegan hasta la soleada costa francesa algunas noticias sobre la campaña electoral en nuestro país. Llegan con voz bastante apagada, hay que decir, pues ya tienen aquí suficiente con sus problemas, que no son pocos (aunque en chez Sarkozy desde hace tiempo se está confundiendo con demasiada frecuencia la política con los cotilleos). La cuestión es que, ya sea por motivos concernientes a la prensa rosa, o bien por propósitos más elevados, hay que fomentar esa sana costumbre que es votar. Que el pueblo decida; que los mandatarios se maten los unos a los otros para conseguir el amor de los electores.
Cosas de la democracia (que es algo más que una excusa para invadir países de Oriente Medio, no lo olvidemos), y cosas del Festival de Cine de Cannes, cuyos programadores parecen haberse puesto de acuerdo para que la tercera jornada de su 64ª esté dominada por películas que tienen en las votaciones el origen de las problemáticas que plantean. La primera de ellas, empieza con una de las elecciones que más importancia siguen teniendo hoy en día... unas que, para verificar que todo ha ido según lo planificado, deben terminar siempre al grito de 'Habemus Papam'. Con esta célebre frase vuelve a la carga cinco años después de su último trabajo en solitario, el director, guionista y actor italiano Nanni Moretti.
El último trabajo del autor de 'La habitación del hijo' (Palma de Oro en el año 2001) arranca con la muerte del Papa, lo cual, como todos sabemos, hace que la maquinaria del Vaticano se ponga en plena marcha. Toca llamar a 108 cardenales del mundo entero... y toca encerrarlos en una sala, evitando cualquier contacto con el mundo exterior, hasta que salga elegido el nuevo máximo representante de la Iglesia católica. Una responsabilidad abrumadora, plasmada en una algo obvia pero deliciosa escena en la que se oye alto y claro el pensamiento unánime de todo candidato: "Dios mío, Dios mío... ¡que no me toque a mí!". Llámese modestia, llámese miedo al éxito... llámese síntoma de la mediocridad de unos tiempos marcados, entre otras muchas cosas, por la alarmante falta de líderes natos.
Pero por mucho que los asustadizos papables se esfuercen en agachar la cabeza, tarde o temprano acaba saliendo un elegido. Fumata blanca y... habemus problema. Porque sí, como indicaban los pronósticos, entre los muchos ocupantes del palacio papal, a priori nadie tiene lo que hay que tener para desempeñar el cargo de Sumo Pontífice. Sin remontarnos demasiado en el tiempo, si en la multipremiada 'El discurso del rey' le temblaba la voz a Jorge VI, aquí a Su -ficticia- Santidad le sucede lo mismo, pero con las piernas... y los nervios, y todo lo que se necesite para dirigirse a los miles de fieles que aguardan pacientemente en la Plaza de San Pedro. No hay manera. Siguiendo con la comparación... si en el filme de Tom Hooper el logopeda Lionel Logue acudía al rescate, aquí el salvador es un psicoanalista encarnado, cómo no, por el propio Moretti. El espectáculo está servido.
Lo mínimo que cabe esperar, y más teniendo en cuenta que lo primero que se le transmite al sufridísimo experto en las psiques atormentadas, es que tenga siempre bien claro que los postulados del Dr. Sigmund Freud son totalmente incompatibles con la concepción del alma. Una advertencia antesala del derroche humorístico que está por llegar y que tiene su cumbre en una desternillante sesión entre médico y paciente en la que la intimidad, requisito imprescindible en todo tratamiento de estas características, es destruida por una legión de hombres de Dios, siempre atentos a las intervenciones de ambas partes, por si se tuviera que censurar cualquier declaración. Moretti apunta hacia la Iglesia, y lo hace con precisión, mostrando una vez más que es un maestro del equilibrio entre comedia y drama. La lástima es que no sepa concretar la jugada, quedándose en la anécdota, antes que en lo que prometía ser una interesantísima reflexión del hermetismo de la Iglesia. No es todo lo hiriente que cabría esperar, pero es muy simpática, lo cual es un arma de probada eficacia para ganarse el cariño del público.
Simpática e hiriente son dos calificativos que pueden usarse también con 'Hearat Shulayim', segundo filme del israelí Joseph Cedar, y que, como en 'Habemus Papam', tiene su punto de partida en una votación. En esta ocasión el objetivo es elegir quién va a ser el afortunado en llevarse el Premio Israel, que reconoce la labor de los más sabios eruditos del país hebreo en campos como la cultura, los deportes o las ciencias. Un proceso que se desarrolla según lo previsto, que tiene como triunfador el que todos los entendidos esperaban. El problema está en que el anuncio de la victoria llega a la persona equivocada. Un pequeño desliz de calado burocrático que no obstante tiene funestas consecuencias en la familia Schkolnik, prolífica en célebres estudiosos del Talmud... y de problemas paterno-filiales.
Así es, la entrega del controvertido premio prende fuego a la relación de amor-odio (con mucho más del segundo ingrediente) entre Eliezer y Uriel, abuelo y padre de familia respectivamente. Después de haber firmado la mediocre cinta bélica 'Beaufort' y haberse tomado unos cuatro años de descanso, salta a la vista que el cineasta Joseph Cedar ha aprendido a explotar mejor sus cualidades. Mejoría visible especialmente en los primeros compases de 'Hearat Shulayim', en los que se presenta a los protagonistas de manera dinámica a través de numerosas notas a pie de página, y con un estilo ciertamente atractivo. Pero todas las buenas vibraciones aportadas en gran parte por la propuesta formal se desvanecen con las rivalidades entre padres e hijos, que por lo visto, no pueden verse ni en pintura.
Estamos pues ante otra película que conjuga las sonrisas con las lágrimas, y la verdad es que lo hace con bastante acierto, poniéndose intensamente teatral (excelentes discusiones dialogadas) y planteando debates éticos de difícil solución. Lo que también cuesta de resolver es la cantidad desmesurada de frentes que Cedar va abriendo, y que como era de esperar, no obtienen todos ellos, ni mucho menos, un remate satisfactorio. Pequeña queja a pie de página para un filme que en su visión destroyer de la figura paternal como fuente inagotable de angustia y sufrimiento, apunta buenas maneras, pero como deja patente un insatisfactorio y algo precipitado final, se queda a medio camino de un acabado digno de reconocimiento... por lo menos académico.
Mientras, la Sección Un Certain Regard, siempre bajo la atenta mirada de su Presidente del Jurado, el venerado Emir Kusturica, ha ofrecido tres propuestas para todos los gustos, y todas con su encanto. La primera de ellas, y la menos atractiva, aunque no por ello condenable, ha sido presentada por su director, Ivan Sen, como "Una película australiana muy especial, que enseña cosas que nunca se habían mostrado en el cine de dicho país." Una presentación como ésta sólo puede hacer referencia a... la comunidad aborigen, correcto. 'Toomelah' coge el nombre de una misión ("reserva" la llamarían en los Estados Unidos) en la que se han visto confinados un grupo de estos nativos australianos. En ella se mueve el pequeño Daniel, experto en meterse en líos y en el ausentismo escolar.
Los habitantes del poblado retratado por Ivan Sen están afectados en el mejor de los casos por una impasibilidad y un pasotismo exacerbados, y en el peor, por una entrega sin contemplaciones al vicio y/o por un olfato criminal que acortan dramáticamente su esperanza de vida. Con ritmo pesado pero con una habilidad encomiable para sacar a relucir la belleza de allí donde parece no haberla, el realizador australiano nos va metiendo poco a poco en un infierno dejado de la mano de Dios en el que se habla un inglés incomprensible (imprescindibles los subtítulos, los mismos que pedía a gritos Jason Statham cada vez que le tocaba visitar a Brad Pitt en 'Snatch, cerdos y diamantes', de Guy Ritchie), y que a la postre supone el escenario ideal para reflexionar sobre la importancia de la educación, y sobre una herencia colonial que a día de hoy sigue sonando a excusa demasiado válida.
Desde Corea del Sur nos ha llegado uno de los regresos más esperados de la temporada, el de Kim Ki-duk. En sus tres años de ausencia, mucho se había especulado sobre la situación del director de la magnífica 'Hierro 3'... hay quien incluso le daba por muerto. Una reacción exagerada, pero en parte comprensible si se tiene en cuenta en el ritmo brutal de producción que llevaba el susodicho director (quince largometrajes en trece años). "Hacía películas como una máquina", ha afirmado Kim Ki-duk antes de la proyección... y ya se sabe, como ya le sucediera tiempo ha a un famoso hidalgo, a este ritmo, el cerebro se seca. Crisis creativa. Cuando topó con ella, el maestro Fellini concibió '8½', que como dijo, la hizo "Porque no tenía nada más de lo que hablar". Algo similar le sucedió a este cineasta asiático de culto, y es que después de una experiencia traumática en el rodaje de 'Dream', en el que casi murió la actriz principal del reparto, entró en un bache del que sólo saldría con 'Arirang'.
Este documental, que corre el riesgo de ser malinterpretado como un ejercicio de egocentrismo desenfrenado, y que coge como título una canción que es cantado por todo coreano cada vez que está deprimido, podría haberse titulado también "Dos horas con Kim", pues esta compañía es la única que vamos a tener durante todo el metraje. Durante más de cien minutos, descubrimos a un auténtico manitas, capaz de sobrevivir sin problema alejado de la civilización; capaz de construirse él solito una máquina para preparar el café... o un revólver para ajusticiar a todo aquel que le traicionó en algún momento de su carrera. Sí, Kim Ki-duk perdió varios tornillos (si es que no lo había hecho antes) en esa fría cabaña en la que decidió recluirse, y no le importa mostrarlo al respetable.
Echando mano de un hábil montaje, el protagonista absoluto de este filme canta (poniendo en serio peligro nuestros tímpanos), se emborracha, se emociona con el final de 'Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera', filosofar con bastante acierto sobre el cine, la vida, la muerte... y en actitud "Gollumesca" habla consigo mismo para reprocharse/excusarse los errores que le han llevado a esa situación de casi(¿?)demencia. Como broma quizás el asunto se alarga demasiado, pero como exorcismo funciona como un reloj suizo. Como celebración del regreso de uno de los autores más estimulantes de los últimos años, también.
Por último, la sorpresa de la jornada ha venido de México, servida por Gerardo Naranjo. 'Miss Bala' narra la historia de Laura, una joven de Tijuana aspirante a Miss Baja California, que al igual que los tristemente famosos "4 de Guildford", su única falta consiste en hallarse en el sitio equivocado, en el momento equivocado: una fiesta privada en una discoteca que va a ser repentinamente asaltada por un grupo criminal llamado La Estrella, que pretende marcar territorio y dejar bien claro quien manda, no sea caso que un recién ascendido general de las fuerzas armadas vaya a creerse por un solo instante que va a poder ganar la lucha contra el narcotráfico. Una guerra que por cierto, ha dejado en el estado mexicano 36000 muertes en los últimos cinco años.
Es el resultado de un crimen descontrolado, que actúa con total impunidad a plena luz del día, y que corrompe todo lo que toque. En este panorama se encuentra protagonista, que va a convertirse en involuntaria espectadora de excepción de ese estado de sangrienta locura. Gracias a un trabajo excepcional detrás de las cámaras, 'Miss Bala' se convierte en un thriller sobrecogedor que no permite un segundo de respiro, además de un ejemplo modélico de cine denuncia. Por si fuera poco, supone una brillante reflexión sobre la ineludible y cruel fuerza del destino. Como sugieren los numerosos falsos planos estáticos en los vehículos, en los que la cámara se mueve, pero no por su propia voluntad, la vida de Laura va a dejar de pertenecerle, para pasar a manos bañadas en sangre... y así con 35999 seres humanos más, de momento. Breve pausa para la reflexión.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas