La -maravillosa- importancia de llamarse Yves
Vía Festival de Cannes
por reporter 18 de mayo de 2014
Yves Saint Laurent, hijo de Charles y Lucienne Andrée Mathieu Saint Laurent (pausa para recobrar el aliento) nació el 1 de agosto de 1936 en Oran (para aquel entonces, ciudad de la Argelia Francesa) y murió el 1 de junio de 2008 en París. A los 18 años de edad se mudó a la capital francesa para empezar a dar rienda suelta a su vocación. Allí no tardaría en codearse con figuras de la talla de Christian Dior, quien aprovecharía la primera ocasión para ponerle sobre sus espaldas las responsabilidades más pesadas de su empresa... de la que por cierto no tardaría en emanciparse, para recorrer así por su propia cuenta el camino de su gran pasión. Y claro, se le recordará siempre por ser uno de los diseñadores de moda más importantes de la historia, profesión a la que aportó varias conquistas legendarias, como la normalización del esmoquin como pieza de vestir para la mujer, la inspiración en culturas no-europeas y el uso de modelos no-europeas. Además, Caroline Rennolds Milbank dijo de él que fue el diseñador de moda más determinante de los últimos veinte años.
Y hasta aquí el resumen de la base de datos a la que todo estudiante dotado de internet lleva acudiendo desde hará ya casi dos décadas. Hasta aquí la información que, a priori, debería ostentar la categoría de ''imprescindible'' a la hora de afrontar, por ejemplo, un biopic que, por otra parte, pasaba por ser uno de los proyectos cinematográficos más cantados de los últimos tiempos. Tanto que en un mismo año han ido a coincidir dos películas dedicadas al mencionado Yves Saint Laurent. La primera de ellas, de título exactamente igual al nombre del homenajeado, por los comentarios que salieron unos meses atrás de la Berlinale, tiró del manual Wikipedia a la hora de plantear la propuesta. Prólogo, inicio, nudo y desenlace, apoyándose en el material de archivo más neutro... y poco más. El filme encargado hoy de abrir la jornada competitiva tiene un título casi idéntico al de la anterior. 'Saint Laurent', último trabajo del peligrosamente venerado Bertand Bonello, ha omitido el ''Yves'', como si de algún modo hubiera querido prescindir de algunas partes de la recopilación... o como si hubiera darle al asunto un enfoque diferente al esperado.
Así se presenta exactamente Monsieur Bonello, quien se dedica, a lo largo de las dos horas y media que dura su película, a dinamitar los encorsetadísimos límites del biopic tradicional. Las formas y el tono cambian radicalmente, pero conceptual y académicamente (si es que puede emplearse tamaña palabrota en estos casos), es ésta una apuesta muy similar a la de Mike Leigh con SU William Turner. No interesa todo el cuadro, sino la parte de él que más se adecua a las necesidades / inquietudes del director. No se busca la adulación sistemática, sino usar el personaje (más o menos basado en hechos reales) como punto de referencia para un reflejo que abarque mucho más que cualquier ser humano podría haber llegado a lograr en tres vidas enteras. Al grano: Por si todavía había dudas al respecto, 'Saint Laurent' no es un biopic al uso, sino una excusa para que Bonello maltrate al espectador con sus filias, fobias, tics y otros ramalazos narcisistas. Puro ego, tanto delante como sobre todo detrás de las cámaras.
La música suena a todo trapo, los colores se intensifican hasta límites insospechados y la narración no ceja jamás en su enfermiza voluntad de saltarse la lógica aritmética. Bonello no repasa la historia, sino que serpentea por ella, yendo hacia delante para poco después volver atrás. La coherencia obedece al arrebato del momento; el interés lo encuentran, elemental, los interesados en la materia (a los demás, directamente, se nos ignora) o en las formas, sin lugar a dudas potentes, eso sí. Más allá de la persona, supuestamente se quiere retratar el legado (en todas las esferas en que éste ha logrado manifestarse), pero a fin de cuentas sólo consigue sobresalir, como viene siendo habitual en su carrera, el cineasta, siempre uno o dos peldaños por encima de un trabajo soterrado bajo la infinidad de virguerías formales al que se le somete. No es que desconcierte, no es que no se le detecten las virtudes... es que al quitarle el envoltorio, el contenido no interesa.
Lo contrario ha sucedido con la candidata de la tarde, 'Le meraviglie' (''Las maravillas''), dirigido por la semi-desconocida (hasta ya) Alicia Rohrwacher. En un lugar inconcreto de Italia, en plena noche, irrumpen tres vehículos todoterrenos que llevan a unos cazadores con aparentes ganas de llenar de plomo al primer bicho que se cruce en su camino. Reina el color negro, cuyo manto protector se rompe por los haces de luz furtivos que emanan de las linternas de estos hostiles intrusos. Seguimos a uno de ellos, hasta que nos topamos con los miembros más pequeños de una familia con aparentes problemas de desórdenes varios. Uno de ellos se despierta, y ya estamos dentro. Los invasores ahora somos nosotros... los cazadores del principio, por cierto, ya han desaparecido de la escena sin que nos hayamos dado cuenta. Primer truco ejecutado delante de nuestras narices, y sólo hemos podido apreciarlo cuando éste ha estallado en nuestras narices.
Como si se tratara de una grabación (a veces de carácter semi-documental) filmada a caballo entre la década de los 70 y los 80, Rohrwacher nos clava en la primera fila del patio de butacas para ver el día a día, tenso y extraño, de una familia de la Italia rural que se dedica principalmente a la apicultura. La narradora semi-silente que nos ayudará a entenderlo todo un poco mejor, responde al nombre de Gelsomina, y por mucho que su padre, iracundo y despótico (y aun así, cariñoso) cabeza de familia, no quiera aceptarlo, se está convirtiendo en una mujer. Contraviniendo a la biología, lo que empieza como un atípico retrato de la atipicidad, deja que la fantasía tome cada vez más posesión de una película que, quedándonos con lo fácil, merece, como muy pocas lo han hecho, el calificativo de ''maravilloso''. Las lecturas que entrañan más dificultad vendrían a delatar las auténticas intenciones de la Rohrwacher, esto es, destilar la mismísima magia del séptimo arte. Ni más ni menos. Y va y lo consigue.
Entre Fellini y Erice; entre los dos pilares fundamentales del realismo mágico, este mundo de maravillas se apoya durante unos breves segundos en algunos de los gestos más identificables del país de origen tanto de la autora como de la historia, para que a continuación se borren las barreras (de repente, los protagonistas dan síntomas de dominar tanto el italiano, como el francés, como el alemán) y nos asentemos así en un reino que en algún momento de nuestras vidas quizás llegamos a intuir por nuestra cuenta... pero que en pocas ocasiones se nos había presentado tan bien. El paso de la infancia a la edad adulta visto (y explicado) a través los ojos libres de prejuicios de una persona que parece estar pasando realmente por este proceso. ¿Efectos colaterales? La creación de un universo precioso, misterioso, personalísimo e igualmente rico, con un pie en el frío suelo y el otro en las nubes. Y en el momento más inesperado, un camello espera en el jardín, la cultura etrusca resurge de sus cenizas, Monica Bellucci pide paso como hada madrina y una chiquilla de mirada triste pero despierta (y quien resulta ser la indiscutible reina de la colmena), se tapa los ojos para a los pocos segundos después regurgitar una abeja. El cine, por su parte, nos recuerda que cuando lo manejan las manos adecuadas, está a un solo barrido de cámara para fusionar la realidad con los sueños. Y no es una ilusión, es una de las más palpables constataciones de que en los pequeños detalles; en el propio lenguaje empleado, se encuentra la respuesta la pregunta más dulce: ¿Por qué podemos salir enamorados de una sala de cine?
Vida en los satélites
Por si no hubiera sido suficiente el espectacular cambio de ritmo (y de rumbo) de la Sección Oficial a Competición, los filmes en las selecciones paralelas han decidido sumarse a la fiesta. En Un Certain Regard hemos podido degustar por fin la esperadísima 'The Disappearance of Eleanor Rigby', una de las mayores sensaciones en la última edición del Festival de Cine de Toronto. Pero claro, antes hemos tenido que vérnoslas con el eterno Harvey Weinstein el mayor amante de las polémicas obscenas con los que cuenta la loca, loquísima industria cinematográfica. Resulta que el aclamado debut Ned Benson, no es uno, sino que en realidad son dos: ''His'' y ''Hers'', a través de los cuales se nos cuentan las dos versiones (la masculina y la femenina) de una tragedia que ha truncado la feliz vida amorosa mantenida en la ficción por James McAvoy y una Jessica Chastain de nuevo espectacular en todos los sentidos... Hasta que llegó Harvey, y el binomio His/Hers se transformó en ''Them'' (''Ellos'')... y por el camino se perdió casi una hora de metraje. El menú de cada día chez Weinstein, vaya.
Pero afortunadamente, el material de base es tan fuerte (debe serlo...) que resulta estar hecho a prueba de los tijeretazos más despiadados en la sala de montaje. Benson oculta de la mejor manera posible su carácter de debutante, dejando atrás cualquier titubeo con puro talento. En la escritura, en la dirección y a la hora de explotar los temas expuestos, los escenarios en los que éstos últimos se desarrollan y, por supuesto, la química de un elenco espectacular. A los mencionados McAvoy y Chastain se les añaden William Hurt, Isabelle Huppert, Viola Davis, Ciarán Davis y Bill Hader (et altri) para así levantar una película inteligentemente construida a través de los planos y contra-planos de todo buen cara a cara fílmico. Sin miedo a hablar de las cosas... o a llamar a éstas por su propio nombre, esta memorable ''desaparición'' sobrevive, más allá de las bromas sutiles, los comentarios incisivos y los golpes de efecto sabiamente gestionados, por ser un modélico (por hiriente, pero también por esperanzador) estudio sobre el amor, el desamor, y la pérdida. Y deseando con todas las ganas ver los montajes originales.
Mientras éstos no llegan a nuestro país (se teme que la espera va a tocar hacerla sentada), no parece mal plan entrar en una de las sesiones de la Quincena de los Realizadores, donde otro debutante no se cansa de recibir halagos por parte de la crítica. 'Catch Me Daddy' es principalmente la historia de una caza humana que se da en unos de esos lugares del Reino Unido en los que no se sabe del todo bien si la lengua de Shakespeare ha evolucionado en algo totalmente diferente, o si por el contrario ha vuelto un puñado de siglos atrás. No importa, porque casi todo lo que nos tiene contar Daniel Wolfe llega a nuestro cerebro a través de una fisicidad muy cercana a lo -sanguinariamente- poético. De la tensión a la explosión (ambas a la máxima potencia), continuamente y en ambos sentidos, el director y co-guionista se siente comodísimo tanto en una fase como en la otra, y logra de paso que al espectador le pase lo mismo. La clave está en la notable contemporización del ritmo, pero sobre todo en una excelente puesta en escena que se alía con una oscuridad (potenciada ésta por el también excelente gusto por los encuadres cortados) que mancha todos los niveles del que acaba siendo un solidísimo, trepidante y brutal thriller criminal / familiar.
Por último, y antes de irse a la cama, un poco (mucho) de mal rollo directamente salido de la Semana de la Crítica. Ahí espera David Robert Mitchell con un regalo envenenado que, para el bien del género, debe empezar a recomendarse ya. 'It Follows' empieza magistralmente con una chica corriendo despavorida por las apacibles (?) calles del típico barrio suburbial estadounidense (ya saben, ahí donde la mierda se entierra en el patio trasero). En plena carrera, un adulto le ofrece una ayuda que no tardará en ser rechazada... mientras, la misteriosa entidad de la que huye sigue sin dejarse ver. Y mejor no contar más. Lo importante, es decir, el principal motivo de celebración, es que el terror nos brinda, para variar, una híper-estimulante ocasión para celebrarse a sí mismo. Como salido directamente de la mente del mejor Stephen King.
El juego con los elementos de la partida (tanto los que están como los que, muy calculadamente, se ignoran) es tan preciso, la planificación y posterior ejecución son tan milimétricas, la imágenes con las que se recubre todo son tan bellas e inquietantes... que a uno no le queda otra que pasar por alto los insignificantes (y contadísimos) traspiés, achacables al color verde de este nuevo talentazo. Una vez más, para que a nadie se le olvide tomar apuntes: el genio se llama David Robert Mitchell, y no sólo ha firmado una impresionante horror-movie, sino también una muy competente película teenager. Los géneros, como sucede últimamente con el propio género (perdón por la cacofonía) trascienden sus teóricas limitaciones, para hablarnos de algo más grande... para llevarnos a sitios mucho más tétricos y, aun así, encantadores. Ahí nos quedamos por hoy, en esa América perseguida por sus propios fantasmas. Y aplaudimos, eso sí, con los escalofríos circulando aún a toda velocidad por nuestra columna vertebral. Gracias.
Mañana, más.
P.D.: Mientras, en el Marché du Film...
Click aquí para más información
por Víctor Esquirol Molinas
P.D.: Mientras, en el Marché du Film...