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Se acerca el invierno

Vía Festival de Cannes por 17 de mayo de 2014
Ahora sí que sí. Punto de no retorno; ya no hay vuelta atrás. Si ayer la 67ª edición del Festival de Cine de Cannes nos puso a prueba por primera vez con el último y estupendo trabajo de Mike Leigh, hoy la sesión de retos se ha triplicado. El más llamativo se ha saldado con la primera gran ovación en la carrera por la Palma de Oro. Aplausos volcados sobre la figura de esa vaca sagrada llamada Nuri Bilge Ceylan... aunque algunos de ellos quizás se los auto-dedicaban los asistentes que habían aguantado en pie durante, atención, tres horas y cuarto. Y durante la hora oficial de la digestión. Olé nosotros, pero de nuevo, chapeu para Ceylan, quien participación tras participación va acercándose más y más al máximo galardón al que supuestamente puede aspirar un autor cinematográfico. Con 'Winter Sleep' (el título tampoco sumaba a favor del optimismo), el cineasta turco vuelve, por lo menos, a presentar una candidatura solidísima para ocupar alguno(s) de los sitios más distinguidos en el palmarés de este año.

Seguimos donde lo dejó la magnífica 'Érase una vez en Anatolia', pero en un plano (existencial, filosófico...) totalmente diferente. Durante la temporada de invierno, un actor teatral retirado cuidará del atractivo y singular hotel que regenta, e intentará, de paso, que ni su familia ni el resto de la comunidad (de la que parece ser el legítimo propietario) se lo coman vivo. La última creación de Ceylan es una especie de señor feudal moderno que aglutina en sus carnes todos los defectos más despreciables del ser humano... y es quizás por esto que, en el fondo, se nos hace tan difícil odiarlo. El pobre diablo, al fin y al cabo, es tan o más humano que la mayoría de asistentes esta tarde en el Grand Théâtre Lumière. Teniendo esto en cuenta, se hace casi imposible recopilar en una sola crónica (y en un solo tomo, para ponernos en otro ejemplo) todo lo expuesto en este ultra-ambicioso filme. No por el maratoniano metraje (que también), sino por la apabullante densidad con la que éste está dotado. No apto para mentes (y/o paciencias) débiles.

Es como si antes de haberse puesto a escribir el guión (trabajo que a la amplia mayoría de mortales nos hubiera ocupado, como mínimo, una vida entera) Ceylan se hubiera auto-infligido una sobredosis de los grandes clásicos de la literatura rusa. Añadamos a la ecuación al parafreadísimo Shakespeare y cada línea, qué demonios, cada palabra, nos hablará en realidad de infinitos temas, cada uno de ellos de una profundidad casi insondable. Las desigualdades sociales, el cinismo, la hipocresía, el amor, el arte, la amistad, el honor, los lazos afectivos, las -falsas- expectativas, la soledad... y un inabarcable etcétera. 'Winter Sleep' implica pasar por una asfixia que, si se consigue superar, permite al individuo (hablamos tanto del creador como del receptor de tan titánica propuesta) volver a la superficie con más fuerza que nunca.

Carga, desde luego, pero forma parte de las intenciones, y el experimento no explota básicamente porque todos sus componentes se mezclan casi a la perfección. Desde el como-siempre-impresionante apartado visual, en el que el director sigue profundizando en su estudio sobre los claroscuros, hasta la capacidad para alcanzar los sublime en cada disciplina artística (imposible no fijarse aquí en el marcado y acertadísimo carácter teatral de la obra), pasando por unas interpretaciones a cargo de unos actores que si tuvieran nombres y apellidos anglosajones, ya formarían parte del vox populi internacional. Queda claro, las máquinas del tiempo existen. Tres horas (y cuarto) con Nuri equivalen al menos al más despiadado y devastador de los inviernos de Poniente. Podría durar años. Y el Lumière, obviamente, congelado. Bravo.

Urge entrar en calor, y mejor hacerlo de manera drástica, porque todavía queda mucho por delante. Damián Szifrón al rescate. Él y una cinematografía (la argentina) que ha empezado esta temporada festivalera como una de las más fueras. La candidata que ha presentado para Cannes (co-producida, todo sea dicho, por El Deseo, de los Almodóvar) lleva el elocuente título de 'Relatos salvajes', y consiste precisamente en esto. Un prólogo impresionante en que una coincidencia cósmica propicia el desenlace más sonado. Después, cinco episodios argumentalmente independientes, pero ligados por el mismo leitmotiv y, sin duda, el mismo espíritu. El hombre contra el matrimonio, contra el sistema, contra el destino, contra el universo... y contra el propio hombre, claro. El siempre interesante y muy efectivo Szifrón se lleva al límite. A él mismo y a su implacable fórmula del entretenimiento.

El resultado es una de las películas más salvajemente desternillantes de los últimos tiempos; un monumento de lo más gamberro dedicado a la mala leche. Haciéndose suyos todos los homenajes (ese capítulo que pasa por ser una de las mejores revisiones de la mítica 'El diablo sobre ruedas', de Steven Spielberg) y mostrando siempre una asombrosa capacidad para conectar con el público, el director y guionista nacido en Ramos Mejía firma una atractiva combinación de frentes a priori irreconciliables. La apuesta tiene un potencial enorme en la taquilla... lo cual para nada implica que hayamos traicionado al tan cacareado (y desgastado) concepto ''cine de autor''. De lo que se trata aquí es de llevar al ser humano al extremo (en otras palabras, de hincharle, a más no poder, aquello que no suena) para así desatar al animal que lleva dentro. Funciona en cada uno de los casos. A veces lo hace a través de la carcajada más enrabietada (véase la apoteósica boda de clausura), otras a través de la sonrisa más incómoda, retadora y por esto estimulante (como sucede en la excelente historia del atropello). Szifrón lo sabe y lo ejecuta sin concesión alguna: el humor es un camaleón (puede ser negro, verde, judío-argentino, en versión slapstick, incluso splastick...) que cuando se encabrona, es infinitamente más letal.

Mientras, y por si alguien lo dudaba, Atom Egoyan sigue a lo suyo: a ver hasta dónde puede tensar la cuerda. Ésta, por increíble que pueda parecer, lleva sometida, durante hará ya casi veinte años, a la tensión más inhumana, y aun así, aguanta. Job tenía una paciencia infinita, pero Job no fue más que un cuento; una ficción mitológica; una parábola, si se prefiere, para ilustrar la actitud que todo buen cristiano debería tener ante las infinitas putadas que su Amo y Señor le vaya planteando a lo largo de su vida. Los bancos, por el contrario, son tan reales como el -enfermizo- gusto de Cannes por lo banal, y su paciencia para nada se corresponde con la que sus clientes (y todo el mundo, en general) muestran hacia ellos. Es finita; casi fugaz, se podría decir. No obstante, cada regla necesita su excepción, y en estas que vuelve a aparecer en la pantalla de un gran festival, (repitamos) por-increíble-que-pueda-parecer, el nombre de Atom Egoyan, aquel director cuya última película reseñable se acerca a las dos décadas de edad.

Todo dispuesto: En un lado, Job, en el otro las entidades financieras, y en medio, los certámenes cinematográficos. Toronto, Venecia, Cannes, por supuesto San Sebastián...: las porterías en las que el armenio-canadiense mete goles por la escuadra, requieren todos los dedos de todas las extremidades para poder ser contadas (y seguramente nos quedamos cortos). Con el recuerdo aún fresco de la -demasiado- celebrada 'Prisioneros', de Denis Villeneuve, llega a la Croisette un thriller detectivesco (¿seguro?) de características similares... solo que aquí, como ya se ha dicho, está al mando un autor sumido en una deriva que ya parece infinita. El viaje a la nada se prolonga al menos durante dos horas más, que es lo que dura aproximadamente el nuevo desastre. Podrían descontarse de este cómputo total los primeros diez minutos de metraje, recubiertos de una densísima atmósfera de misterio y de maldad que por un momento consiguen que lleguemos a creer en el milagro de la resurrección.

Pero en tiempos de crisis, esto parece ser patrimonio exclusivo de los grandes bancos y cajas rescatadas. Mr. Egoyan, ese director que nos enamoró con, por ejemplo, 'Exótica' (¿se acuerda alguien?), ni está... ni se le espera. El pufo de ahora empieza como muchos otros: con un padre que se despista durante unos segundos, y con la consiguiente desaparición de su hija, quien sueña en convertirse, algún día, en la campeona del mundo de patinaje artístico. Terrible. A la combinación se le añade una sofisticada red internacional de pornografía infantil. Que no sufran las almas más sensibles, pues todo lo que podría considerarse como -ligeramente- desagradable se tapa rápidamente con una manta impenetrable de elipsis y fuera de campos. Los saltos temporales propician pues un misterio que se debe completamente a su naturaleza fragmentada. El ''efecto-Arriaga'', ó empecinarse a liar el producto (formalmente, sobre todo) por miedo a que éste muestre su -triste- simpleza.

Exactamente así es 'Captives', el (pen)último intento egoyanesco por dar fundamento a una solvencia agotada largo tiempo atrás. Más allá del comentado arranque y del trabajo de Ryan Reynolds (quien por otra parte parece no dar crédito a lo que sucede a su alrededor... y razón no le falta), destacan todos los aspectos negativos, que para colmo de males, no pueden enterrarse ni bajo una montaña de nieve. Huelen que espantan. Las claves del thriller noir se presentan tan toscamente que se convierten en tontos estereotipos (la femme fatale, disfrazada bajo una peluca de mercadillo, ejecuta sus maléficos planes de la forma más patosa, y el detective encargado de resolver el caso, aparte de estar atormentado por unos fantasmas de lo más rancios, se reivindica como el policía más idiota desde la llegada de nuestro querido Torrente), el absurdo pide paso como único e innegociable combustible de la trama y, por consiguiente, cualquier aspecto de ella se queda en el más vergonzoso desnudo cuando se somete a cualquier examen mínimamente racional. Fluyen las risas (involuntarias y nerviosas), y la cuerda, la maldita la cuerda, tensadísima donde las haya, sigue sin ceder.

¿Y los adultos?

Para concedernos un -merecido- respiro de la Competición, nada mejor que una breve visita por la montaña rusa de Sesiones Especiales, donde hoy nos esperaban Cate Blanchett, Kit Harrington, America Ferrera y Djimon Hounsou. En la alfombra roja, han lucido más que nadie... en la película que presentaban, no tanto. Primero, porque en ella ''sólo'' han participado aportando sus respectivas voces. Segundo, porque 'Cómo entrenar a tu dragón 2' no ha acabado de cumplir con las expectativas. El nuevo trabajo de Dream Works Animation (que por cierto está celebrando su vigésimo aniversario... como pasa el tiempo, sí) ha llegado a la Croisette con toda la parafernalia lista para ser explotada en el photocall y posterior rueda de prensa. Cascos de vikingo, muñecos ''desdentaos'' gigantes y otros productos de merchandising han invadido las inmediaciones del Palais des Festivals. Nada de lo que extrañarse, al fin y al cabo hablamos de un producto que sabe perfectamente que se la juega (en términos de taquilla, claro, que es precisamente a lo que juega) fuera de la sala de cine.

Una vez dentro de ella, la sensación de decepción sería preocupante... si por algún momento hubiéramos llegado a esperar algo realmente bueno. Sin la compañía de Chris Sanders en la dirección, Dean DeBlois, parece estar más preocupado por llegar de una sola pieza a la tercera entrega (el mantra de ''Te-prometemos-que-la-próxima-será-mejor'' llega también a Cannes) que de cualquier otra cosa. Sin salir nunca de los límites marcados por lo ''cool'' y lo ''cute'', la película tira continuamente de modelos mejores que ella para terminar contentándose con no aburrir. En este sentido, misión cumplida (faltaría más), pero con una cuenta de logros demasiado raquítica. Ni deberían tenerse en cuenta los mínimos exigibles en una técnica que a duras penas consigue sorprender en lo que a espectacularidad se refiere (un requisito sine qua non cuyo carácter, visto lo visto, deberíamos revisar urgentemente), pero que por lo menos sí logra cumplir en términos de entretenimiento light. En el pase del mediodía, abundante en mocosos, las risas de los más jóvenes se han dejado oír, de forma más o menos tímida, y esporádicamente... pero, ¿y las de los adultos? ¿Es que nadie va a pensar en los adultos? En fin. De las gafas polarizadas, mejor ni hablar; de la autoría, tres cuartos de lo mismo.

Mientras, en un Certain Regard

Se han dado por fin señales de vida. Tal vez no de aquellas para descorchar la botella de champán, pero sin duda suficientes para seguir confiando en el olfato de la organización a la hora de encontrar a los talentos que supuestamente están a punto de eclosionar. En este sentido, no son pocos los que consideran que Jessica Hausner ya alcanzó esta etapa con su anterior película, 'Lourdes' (pero claro, como se presentó en Venecia... se siente, consúltenlo sino con Sofia Coppola). En 'Amour fou' (''Amor loco''), nos volvemos a topar con el cine de época (estamos ahora en la Alemania de principios del siglo XIX), y éste se nos presenta de nuevo como Dios lo trajo al mundo. Una vez más, desnudo, sin una sola partícula de maquillaje, ideal para que salgan a relucir todas sus vergüenzas... y también su belleza más sincera.

Desprovistos de cualquier adorno, los románticos-depresivos con enfermedades del alma se transforman en lo que, de hecho, quizás fueron siempre: unos seres tristes y en ocasiones (y vistos con la correspondiente perspectiva histórica), muy cómicos. Siguiendo los pasos de un grupo de burgueses y artistas del Berlín de la época, nos topamos con el poeta Heinrich, quien busca a una compañera sentimental para poner remedio a su melancolía crónica: el suicidio en pareja está servido... sólo le hace falta, como se ha dicho, encontrar a la -trágica- media naranja. Apoyándose en la formidable fotografía de Martin Gschlacht, así como en su propio don para la composición pictórica, Hausner consigue holgadamente sus propósitos, dejando muy clara, de paso, su principal tesis: los logros de las sensibilidades del hoy son los chistes del mañana. Divierte... pero mirado fríamente (más si cabe) asusta.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas


P.D.: Mientras, en el Marché du Film...

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