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Luces, tela, celuloide y acción

Vía Festival de Cannes por 16 de mayo de 2014
En una cursilona mansión de la campiña inglesa, unos personajes que parecen sacados de una novela de Jane Austen, protagonizan una escena de lo más reveladora. Corre el siglo XIX, como no podía ser otra forma, y uno de los pintores más importantes del reino está acabando de dar los últimos retoques a una de sus creaciones. La sala la acaban de llenar una madre y sus dos hijas, quienes picadas por la curiosidad del ignorante, preguntan al maestro: ''Mr. Turner, en un cuadro, ¿cómo podemos distinguir un amanecer de un atardecer? ¿A través de la tonalidad de color usada? ¿O acaso la clave está en el ángulo con el que los rayos del astro rey llegan al suelo?'' A todo esto, el artista deja escapar una retahíla de sonidos incomprensibles, y a continuación, no sin antes haberse esforzado a más no poder para sonreír, responde: ''Mire, en realidad es muy sencillo: Si se fija, en los amaneceres el Sol va hacia arriba; por el contrario, durante el crepúsculo, se dirige hacia abajo.''

El chiste es tan sutil y despectivo que parece que encerrarlo en la carpeta de ''humor inglés'' vaya a ser un gesto demasiado ridículo. Pero realmente lo es, y mucho (inglés, no ridículo), tanto como el director de la película en la que se da la escena de marras. La llegada del gran Mike Leigh a la Croisette ha venido a marcar la confirmación definitiva de que la 67ª Competición de la Palma de Oro está en marcha. Ayer, la agradabilísima sorpresa (?) protagonizada por Abderrahmane Sissako (que para nada habrá que descartar de cara a unas quinielas que no tardarán en empezar a rellenarse) sirvió para abrir boca, pero hoy ha quedado claro que ya no hay vuelta atrás. El pedigrí pide paso a gritos y codazos (hablamos, para entendernos, de la versión buena no, buenísima, de Ken Loach)... y la provocación, también. ¿Una película de dos horas y media programada a las 8:30 de la mañana? Claro que sí, ''y que nos quiten lo bailao'', esto, mesdames et messieurs, es Cannes.

La ficha técnica no engañaba: ante nosotros estaba un señor reto. Pero como suele suceder con el gran cine (y esto, que no quepa la menor duda, lo es), los esfuerzos se recompensan en altísima proporción. Puede que 'Mr. Turner' no sea la película de Mike Leigh que nos esperábamos (para más quejas, dirijámos a nuestras propias expectativas), a pesar de esto, no tarda en reivindicarse como un cambio en la hoja de ruta que con sumo gusto firmaríamos las veces que hiciera falta. Se abre el telón del Grand Théâtre Lumière (lleno hasta los topes, como exigía la ocasión) y aparece ante nuestros todavía incrédulos ojos el mismísimo realismo histórico, al desnudo y en su versión más gutural. Timothy Spall es William Turner, y arrastra su cuerpo semi-deforme por la corte real, por los campos holandeses y por cualquier marisma que se cruce en su camino. Observa, tal y como debería hacerlo el buen espectador. Mira y vuelve mirar, como si nunca acabara de convencerle lo que está viendo... tal y como deberían hacer, por cierto, los mejores artistas. Se gira, se lo piensa, hace un amago, otro, carraspea, gruñe y se comunica en un idioma arcaico que en algún momento reciente de la historia debió originar el inglés (y benditos los subtítulos).

Leigh se la juega y acierta de lleno. Su ''Mr. Turner'' es un biopic total. No es sólo un estudio magistral de personaje(s) (comprometido pero nunca sumiso), sino una mirada crítica (en el buen sentido, y también en el más severo, como tiene que ser) a una época, pero sobre todo a la invariable manera que el ser humano tiene de acercarse al arte. Con asombro y respeto, pero también con miedo y, por qué no, repulsión. Calculando al milímetro el alcance de cada elipsis, el cineasta británico navega, con la seguridad de los viejos lobos de mar, a través de una neblinosa continuidad, tan atípica, tan extraña (y aun así, tan incuestionable) que se muestra sublime en cada de sus facetas. Sí, puede llegar a ser ridícula, sucia y aparatosa... pero porque las circunstancias así lo exigían. Pura inteligencia; pura sabiduría, que nos llevan al chiste del principio. En los cuadros, el Sol realmente -y obviamente- se mueve... porque de ahí, cuando menos nos los esperáramos, saldría aquel arte, séptimo en la cola. Y la tela y el celuloide se fusionaron, por obra y gracia de un autor dotado, no sólo de un cerebro prodigioso (esto ya lo sabíamos), sino también de una sensibilidad pictórica arrolladora.

Mientras, en Un Certain Regard

El que el cartel de esta edición no esté tan nutrido de estrellas como el de anteriores ediciones, es algo que puede apreciarse en la sección secundaria de Cannes por excelencia. Y es que a diferencia de los últimos años, Un Certain Regard no ha podido concederse el lujo de contar con un cineasta consagrado para dar brillo al que debe ser ese espacio para descubrir (o acabar de descubrir) a los nuevos talentos que marcarán tendencia en el futuro más inmediato. Mirando hacia atrás, ni Gus Van Sants' ni Sophia Coppollas', que valgan. En esta 67ª edición el hielo lo ha roto un trío de debutantes (Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger, Samuel Theis), con 'Party Girl'... y los desganados aplausos que se han oído al final del pase reservado para la prensa, han sido el mejor reflejo de lo visto hasta entonces. En la zona fronteriza entre Francia, Alemania y Bélgica, una madre de familia (tan diasporiazada y dividida como la zona geográfica en la que se encuentra) entra, a las tantas de la madrugada, y acompañada por su decrépita manada, en su hábitat natural: un cabaret abarrotado en el que, a pesar del ambiente y la buena música, está, como suele decirse, más sola que la una.

A través de un improbable (aunque más que posible) compromiso matrimonial, Amachoukeli-Barsacq & Burger & Theis, hacen lo que se exige en este tipo de escenarios, es decir, hablarnos de temas mucho más profundos. ''¡Que piense! ¡Lo importante es que la gente piense!'', como dijo aquel irrepetible humorista, que en paz descanse. Mientras, se lanza al aire, como quien no quiere la cosa (pero sí...) la posibilidad del amor (matrimonial y materno-filial, para ser más exactos), en el invierno de la vida. Como antes: improbable pero posible. ¿Y qué hay de recuperar aquello que por definición es irrecuperable? Aquí sí que pintan bastos... Apoyándose principalmente en la abismalmente desquiciada mirada de Sonia Theis, la película pretende convertirse en algo cercano al decadente, inquietante (y algo grotesco) sueño de la eterna juventud... pero pierde casi toda su credibilidad por su falta de garra y por lo incomprensiblemente desdibujados que se presentan todos sus protagonistas.

Por si esto no había sido suficiente, Un Certain Regard ha seguido en su empeño por deformar (a más no poder) el concepto que algún día llegamos a tener del ''amor''. En esta ocasión, toca cebarse con el paternal. En 'That Lovely Girl', Keren Yedada nos presenta a la que, efectivamente, es una ''chica adorable''... lo que pasa es que a los pocos minutos descubrimos que si al principio de todo de la película se estaba lavando los dientes, era para sacarse de encima el insoportable sabor a vómito. ¿Y por qué había restos de comida en descomposición en su boca? Fácil, por los efectos de uno de sus cada vez más frecuentes episodios de bulimia. ¿Y por qué padece la pobre chica este trastorno alimenticio? Básicamente, porque últimamente su padre se muestra más y más distante... en la cama. Pum. Como si de una especie de 'Precious' a la israeliana se tratara, prima la -peligrosa- aglomeración de miserias (más bien ''asquerosidades'') humanas.

Lo pornográfico no tarda en llamar a la puerta. No por el planteamiento argumental, sino por el martillo pilón en el que Yedada está empeñada en convertirse. Sin piedad; sin miedo a la reiteración más (auto)destructiva. Lo incómodo se convierte rápidamente en desagradable, y esto deja paso a lo repugnante. Así durante una hora y media que se alarga cual chicle recién salido de la boca de una niña que acaba de hacerle una felación a su propio padre... ¡Joder!. Suerte del acertado tono crudo con el que se envuelve el via crucis, y de la entregadísima actuación de Maayan Turgeman, la mártir de la función (así como de la monstruosa presencia de este, ahora sí, confirmadísimo ''Big Bad Wolf'' llamado Grad Tzahi). De no ser por este y algún otro acierto más (como por ejemplo, la buena ejecución de las escenas más impactantes), la propuesta se quedaría en lo que igualmente se sigue sospechando que es: en la más abusona, violenta y voluptuosa salvajada. Aviso a navegantes... duele, pero por saturación glotona, no por malicia en la gestión.

Mientras, en la Semana de la Crítica

Tampoco hemos encontrado excesivo espacio para las buenas noticias. La italiana 'Più buio di mezzanotte' (es decir, ''Más oscuro que la medianoche''), sigue a las criaturas nocturnas que pueblan las calles de Catania (véase el interesante plano-secuencia de presentación de la fauna), pero más en concreto en las angustias del joven Davide, angelical jovencito de catorce años que ha hecho de la androginia de su ídolo David Bowie su principal carta de presentación. Otro aviso: ''Esta película está basada en hechos reales.'' Permiso concedido para saltar por la borda. El director Sebastiano Riso se auto-nombra portador de los peores tics del cine italiano moderno (rotos, eso sí, por varias honrosísimas excepciones), haciendo de lo extremadamente complejo y delicado algo simplón que se trata como la carga menos delicada; algo cuyo esquema se dibuja con la brocha más gorda de la que se dispone. Por supuesto, todas las trampitas cinematográficas (aquellas que deben catalizar los sentimientos más primarios) están dispuestas con el mimo más ausente. Lo peor es que ni así se consigue empatizar con la tropue de marginados sociales que protagoniza el filme. Culpa de una narración excesivamente dispersa y desacompasada; culpa de un director incapaz de ver más allá de sus -rancias- lágrimas.

Mientras, en la Quincena de los Realizadores

La idolatrada Céline Sciamma ha abierto este ''otro-festival-paralelo'' con su nuevo trabajo, 'Bande de filles'. Con una hora de retraso debido a la entrega previa del premio póstumo honorífico a Alain Resnais (y debido también a la semi-improvisada performance de uno de los muchos grupos de trabajadores muy justamente cabreados por su precaria situación laboral), ha empezado la película que de momento mejor acogida ha tenido en Cannes. Estamos en la banileue parisina, sitio inconcreto en el que una joven franco-subsahariana empieza a salir del caparazón. Con un poco del 'Fish Tank' de Andrea Arnold y un poco de, por qué no, la muy reivindicable 'Chicas Malas', Sciamma reflexiona a lo largo de dos horas sobre las dinámicas de grupo, sobre el despertar sexual y sobre las efervescentes ansias de emancipación... sobre la propia adolescencia, vaya. El resultado es un producto excesivamente descompensado (ese último acto, tan mal encajado y rematado), pero igualmente fructífero, en lo que al hallazgo de pequeñas / grandes gemas se refiere. Hablamos, por ejemplo, del descubrimiento de Karidja Touré, o del excelente sentido estético de la directora, ideal todo ello para que el cine teenage siga ganándose, poco a poco, el respeto que se merece.

Mañana, más.

por Víctor Esquirol Molinas


P.D.: Mientras, en el Marché du Film...

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