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Suspenso en ortografía

Vía El Séptimo Arte por 12 de febrero de 2012
Como ya anunciamos ayer, la Sección Oficial de la 62ª edición del Festival de Cine de Berlín ha abierto por fin fronteras, y ha ido más allá de la cinematografía francesa. Movimiento que, vistos los resultados de ayer, urgía de forma drástica... y que ha sido mano de santo. En las mismas salas donde ayer se oyeron abucheos o espantosos silencios (que es el peor escenario imaginable tras una proyección), hoy se han oído fervorosos aplausos, la mayoría de ellos totalmente justificados. ¿Se ha repetido el éxito en todas las sesiones de la tercera jornada? Casi. No ha habido pleno por culpa de una película proveniente de un país que no pasa precisamente por las mejores relaciones con su socio europeo al mando. De modo que, empecemos por lo nuestro, desde abajo de todo, aunque solo sea para a posteriori ir a mejor.

Empecemos con 'Dictado', único -e incomprensible- representante español en la pugna por el Oso de Oro. Tras el bochorno del visionado, una primera conclusión asalta la mente: el irregular director Antonio Chavarrías (errático en sus inicios y más sólido en sus últimas películas) se ahoga en el cine de género. Una lástima, sobre todo teniendo en cuenta el actual y más que bienvenido buen gusto por este tipo de cine en nuestro territorio. Pero ya se sabe, en toda moda; en toda corriente hay patinazos. Ovejas negras, si se prefiere, siendo el filme en cuestión una buena muestra de ello. La historia, bastante a rebufo de la correcta 'La huérfana', del barcelonés Jaume Collet-Serra, y deudora en ciertos aspectos de el prodigioso debut de Juan Antonio Bayona, 'El orfanato' (¿qué tendrán los niños sin padres?), nos presenta a una pareja que, ante la imposibilidad de concebir un hijo propio, decide adoptar a la hija de un amigo recientemente fallecido (se repite la pregunta).

Ella (voluntariosa Bárbara Lennie) arde en deseos de tirar adelante este particular proyecto de familia... a él (horrible Juan Diego Botto) la idea no le hace ni pizca de gracia. ¿Por qué? Porque la mocosa de marras resulta -o podría- ser un fantasma que el protagonista creía haber enterrado mucho tiempo atrás. Como ya sucediera con aquel otro gran bluf festivalero patrio titulado 'Intruders', estamos ante el triste caso de ver una por lo menos prometedora materia primera desastrosamente desaprovechada. A las poco acertadas interpretaciones de la pareja protagonista, se le suma una dirección errática en todos los sentidos, que no sabe darle el tempo adecuado ni insuflar energía a un guión que tenía el gran atractivo de atreverse a introducir una muy interesante variante a la clásica historia de fantasmas y sobre el peso del pasado. Esto se percibe y por supuesto se agradece, pero desgraciadamente queda enterrado en la incompetencia generalizada, que tiene su máxima expresión en un desenlace tan mal planificado como resuelto.

La buena noticia es que las malas noticias se han quedado en nuestra casa... algo a lo que quizás nos estamos acostumbrando demasiado. En Alemania e Italia, el panorama es más alentador. Buena fe de ello ha dado el último trabajo del tristón Christian Petzold, que con 'Barbara' nos ofrece, como era de esperar, otra historia triste de su repertorio triste, confirmándose para bien o para mal, un sello de identidad a estas alturas muy reconocible. La historia ubicada en un hospital de provincia de la Alemania del Este. Allí, una enigmática doctora (estupenda la pétrea Nina Hoss) se mueve con sigilo, evitando el contacto con sus compañeros, y acumulando secretos a cada paso que da. De ritmo pausado y frialdad extrema, las conquistas del en ocasiones aburrido drama de Petzold son más altas de lo que aparentan, al conseguir dibujar casi de forma subliminal (y muy al estilo de la multipremiada '4 meses, 3 semanas y 2 días', de Cristian Mungiu) el escalofriante retrato de una época oscura y gélida.

Mientras, la primera película del día, 'Cesare deve morire', firmada por los imprevisibles Paolo y Vittorio Taviani, también ha cosechado aplausos en el Berlinale Palast. Después de su último fallido largometraje, en el que contaron con la participación de "nuestra" Paz Vega, han decidido apostar al caballo ganador, y claro está, la jugada les ha salido bien. Dicho caballo se llama William Shakespeare, más concretamente, una de sus muchas maravillas: Julio César. La obra escrita por el genial autor británico alimenta este interesante documental ficcionado en blanco y negro en su mayor parte, que nos pone en la piel de varios reclusos que se han apuntado a un taller de teatro en la prisión en la que cumplen condena. Entre los ensayos y la representación final, se va filtrando poco a poco la tensa realidad del encierro penitenciario, mientras el complot para asesinar al César se va descubriendo como una deliciosa evasión de la cruda realidad. Los Taviani fían todo el proyecto al legendario dramaturgo, al escribir éste casi todo el guión, en un acto de conservadurismo justificado. Los presos disfrutan con la experiencia, y la crítica todavía más. ¿Y quién no? Al fin y al cabo, ¿a quién diablos no le gusta Shakespeare?

Una pregunta similar podríamos hacer refiriéndonos a otra leyenda del mundo del arte. En este caso, de la música. La figura del inmortal Bob Marley inspira al director Kevin MacDonlad, que después de algunas rescatables aventuras en diversos géneros ('El último rey de Escocia', 'La sombra del poder', incluso la sorprendente 'Life in a Day') vuelve al documental que tan buena y merecida fama le dio al principio de su carrera. 'Marley' es precisamente un documental modélico, que conjuga perfectamente la función divulgativa y de entretenimiento que debería tener todo producto de este tipo. Esto es, una exposición brillante, de casi dos horas y media que condensan 36 intensísimos años de vida de un artista irrepetible.

En dicha exposición se permite la entrada de impulsos mitómanos, que no obstante no empañan la humanización de una celebridad con sus luces y sus sombras. A través de entrevistas con personas cercanas al dios Marley (amigos, familiares, socios y otros personajes a cada cual más pintoresco) y de la ineludible recopilación de Greatest Hits (cuya lista es obviamente inacabable), MacDonald firma una película tierna, divertida y hasta emotiva, de innegable interés tanto para los poco familiarizados como para los más entendidos en la materia. Un documental de obligado visionado no solo para los fans del reggae, sino de la música en general. Porque en Jamaica, Estados Unidos, Zimbabwe, Japón, Reino Unido... el clamor es unánime. Al fin y al cabo ¿a quién diablos no le gusta Bob Marley?

La que no ha gustado tanto (por no decir nada) ha sido el primer largometraje en la carrera hasta la fecha televisiva de Barnaby Southcombe: 'I, Anna'. Para su primer coqueteo con la gran pantalla cuenta con la ayuda inestimable -o no- de Gabriel Byrne y Charlotte Rampling, que deambulan por "Fish Tanks" británicos, combinando una trama de investigación policial con otra de amorosa. La mezcla o destrucción de los arquetipos del cine negro, además de una factura técnica remarcable, es lo único reseñable de una propuesta en la que la femme fatale se camufla de cándida solterona y el duro detective se disfraza bobalicón enamoradizo. Tras tanto cambio de papel, Southcombe acaba víctima de su propia confusión, y la película, claro, acaba siendo esto mismo, una tediosa y aparatosa confusión.

Y ahora, sin más dilación, lo que todo el mundo estaba esperando. ¿Es una película encontrada en la colección privada de Quentin Tarantino? ¿Es la realización de alguno de los delirantes tráilers falsos del también tarantiniano proyecto 'Grindhouse'? No, pero podría serlo perfectamente. Nos referimos a un film que ha logrado que se dieran auténticos dramas humanos en la puerta de entrada del cine en la que se proyectaba. Lo que hiciera falta con tal de entrar en una sala que se ha visto desbordada a las primeras de cambio, a pesar de su gran capacidad, y a pesar también de que, como medida excepcional (y cuando los de arriba no miraban), se ha permitido a algunos pocos sentarse en el pasillo. Dicha locura responde al fenómeno finlandés 'Iron Sky' (servido obviamente en la Sección Panorama), segundo largometraje de Timo Vuorensola, que nos advierte de que nuestras vidas corren grave peligro, ya que, por si alguien todavía no se había enterado, en la cara oculta de la Luna hay... una inmensa ciudad nazi que planea su regreso triunfal a la Tierra.

Año 2018, Sarah Palin se desvive para conseguir su segundo mandato en la Casa Blanca. Mientras, el nuevo Führer (cómo no, un aplaudido Udo Kier) urde en la oscuridad un plan de invasión a escala mundial, para restablecer la gloria de la raza aria. Algo está pasando en los países escandinavos, que poco a poco, van dejando ir más y más destellos de calidad freak, casi siempre en tono paródico (véanse por ejemplo las deliciosas 'Troll Hunter' de André Øvredal, la desternillante eclosión de Tommy Wirkola, 'Dead Snow', que en nuestro país se estrenó con el título 'Zombies nazis', o la también finlandesa 'Rare Exports: Un cuento gamberro de navidad', Jalmari Helander, premio a la Mejor Película y Dirección hace un año en Sitges). 'Iron Sky' es otra prueba de ello, al hacer buena aquella fórmula de que "tragedia+tiempo=comedia". Por la temática, el hecho de que la World Premiere del film fuera en Berlín podía poner las cosas muy complicadas para Vuorensola y compañía, pero la prueba de fuego se ha saldado con un éxito incontestable, reflejado en las numerosas carcajadas que se han ido oyendo a lo largo de la proyección. Ha habido feeling con esta propuesta desmadrada, tan absurda como divertida y sorprendente visualmente (espectaculares efectos especiales). Un popurrí pop que se ríe de todo y en el que no queda títere con cabeza (como ya sucediera en su también alocada ópera prima, la spoof movie destroyer 'Star Wreck: In the Prikinning'), y que opta desde ya a erigirse en uno de los títulos de culto del año.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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