Entre franceses anda el juego
Vía El Séptimo Arte
por reporter 11 de febrero de 2012
Dos jornadas llevamos ya de esta 62ª edición del Festival de Cine, y dos jornadas son las que el máximo protagonismo ha sido cedido a Hollywood. En teoría estamos pues en las antípodas de lo que cabía esperar de un festival de estas características. Pero no pasa nada, hasta en las mejores casas caen en la tentación; hasta en la Croisette se vieron piratas caribeños en el año pasado. Admitámoslo, los medios y el gran público quiere carnaza de la buena. Porque está bien bucear en los rincones más recónditos y sugerentes de la existencia humana (luego vamos a ello), pero de vez en cuando hay que darle tregua al cerebro y someterlo a una más que agradecida ración de encefalogramaplanol, sustancia somatizante que en la medida adecuada, produce cierto placer culpable, pero no reprochable.
El problema aquí son las fechas, en las que las carteleras de todo el mundo están monopolizadas por los peces gordos (académicamente hablando) que la industria americana ha estado reservando recelosamente hasta ahora. Para entendernos, parece que solamente haya sitio para las cintas "oscarizables", a la espera de los blockbusters de la temporada veraniega. Problema porque a estas alturas dichas cintas, con la gran fiesta del Kodak Theatre a la vuelta de la esquina, ya han sido oficialmente estrenadas en no pocos países. Hay quien dice que festivales como la Berlinale solo pueden venderse al cine "comercial" (valga la redundancia de la etiqueta) por el precio de una World Premiere. Pues en esta ocasión, ni esto. Al menos se ha elegido a uno de los valores más seguros de los últimos años en los premios de la Academia, Stephen Daldry, que este año -sorpresa- se ha quedado fuera de la carrera por el tío Oscar. Lo dicho: ni esto.
Había muchas expectativas puestas en 'Tan fuerte, tan cerca', nuevo proyecto del cineasta autor de pesos pesados como 'Billy Elliot', 'Las horas' y 'El lector'. La historia, que sigue los pasos de un niño en su búsqueda personal para de algún modo reencontrarse con su padre, muerto en el World Trade Center en el fatídico 11-S, hacía presagiar que, una vez más, las estatuillas doradas volverían a caer del cielo. La elección de un reparto de altura en el que sobresalen nombres de la talla de Tom Hanks, Sandra Bullock o un como siempre estupendo Max von Sidow, fue vista como la póliza de vida definitiva para ganarse el favor de la Academia, y asegurarse así el tiro. Pero ni esto. Ya en los Globos de Oro, antesala por excelencia de la gran fiesta del cine, se dio a entender que éste no iba a ser el año Daldry, al no cosechar su última obra ninguna nominación...tres cuartos de lo mismo sucedió obviamente en los propios Oscar. ¿Qué falló?
Básicamente que desde el primer fotograma, a la propuesta se le ve el plumero. Huele a premios, o al menos, huele a las irrefrenables ansias para conseguirlos, lo cual le da al conjunto un empaque de falsedad del todo contraproducente, sobre todo teniendo en cuenta la pureza y buenas intenciones de las que dice alimentarse. Quede claro que para nada se trata de una mala película, al funcionar casi todos sus componentes como un reloj suizo, y al tener su almibarada y melodramática trama detectivesca las características necesarias para atrapar al público no demasiado exigente. El problema es, una vez más, que los disparos al corazón no alcanzan al órgano vital, porque éste ya viene prevenido, y se blinda a conciencia. Así pues, el balance general se resume en una especie de sentimiento esquizofrénico. Citando al propio guión, se trata de un oxímoron gigantesco, que puede aplicarse a casi todo: el crío es entrañablemente repelente, el azúcar amarga ligeramente la experiencia y su inocencia es tramposa. ¿Cómo lo ha encajado el Berlinale Palast? Con un aplauso abucheado, claro.
No ha habido la misma reacción en la Sección Oficial a Competición, que a día de hoy sigue monopolizada por Francia. Dos propuestas de la nación gala se han sumado a la interesante 'Les adieux à la reine' por la carrera para conquistar el Oso de Oro. Dos nuevos contendientes que, salvo sorpresa mayúscula, se irán de Berlín vacío, para así corresponder la reacción que han suscitado a por lo menos los miembros de la prensa especializada. Al final de cada proyección, ni muestras de apoyo ni de rechazo, quizás porque buena parte del patio de butacas había desertado antes de que terminara la película, quizás porque otra amplia parte se ha quedado frita en la butaca. Ya suele pasar con la alta, altísima poesía, y es que no suele ser bien recibida por el pueblo llano, que se ve empequeñecido -casi insignificante- ante tanta virtud.
El primer virtuoso en cuestión es Alain Gomis, quien ya cultivara suficientes "amistades" con su anterior película, 'Andalucía', que narraba el incomprensible viaje interior de un hombre en constante búsqueda de sus raíces, un viaje amenizado por algún que otro apunte sobre el juego de O Rei Pelé (lo sé, la empanada mental es de campeonato, pero hay a quien esto le suena a puro arte). Algo similar sucede en 'Aujourd'hui'. La cinta arranca con una especie de asamblea en la que se dictamina la muerte inminente del protagonista. A partir de ahí empieza una agónica y aburridísima deriva de la contemplación espiritual en la que el "condenado a muerte" se cruza con los seres más importantes de su vida, compartiendo con ellos largos silencios o (en el mejor de los casos) diálogos de besugo, carentes de cualquier atisbo de coherencia. Pero claro, ¿qué son estas nimiedades al lado de la poesía cinematográfica de Gomis? No lo sé. De hecho, visto lo visto, creo que no sé nada.
El siguiente en coger el relevo ha sido Frédéric Videau, que con 'À moi seule (Coming Home)' hace lo más difícil: que la historia de un secuestro (y de cómo la víctima, una vez libre de su captor, intenta reconstruir su vida) sea insulsa; insípida. Es hora y media de metraje en la que, por imposible que parezca, le queda a uno la sensación de que no pasa nada, y esto que ha habido algún ligero asomo del siempre morboso síndrome de Estocolmo, intentos de fuga o fuertes discusiones entre reo y secuestrador. Hay también mucho diálogo, y ninguno ofrece sustancia... mucho menos el mínimo incentivo para seguir una trama que en el fondo no ofrece nada. Caos narrativo, obviedades a pares (vergonzoso final) y una actriz protagonista que no da la talla. En efecto, el Oso de Oro de momento solo ha encontrado pretendientes franceses... pero excepto Jacquot, no parece que le hayan conquistado demasiado. Esperemos.
Así, con la Sección Oficial sin decidirse todavía a dar el salto cualitativo definitivo que es de exigir, la sorpresa del día ha vuelto a correr a cargo de Panorama, donde ha tenido lugar la presentación de la irlandesa 'Dollhouse', de Kirsten Sheridan. Sí, la hija del -antaño- gran Jim Sheridan. Sí, la culpable de aquel infame sleeper del año 2007 titulado 'August Rush (Todo por un sueño)', insufrible y autocomplaciente cuento familiar no apto para diabéticos. Así pues, con algo de temor encarábamos muchos el estreno del nuevo trabajo de la pequeña del clan Sheridan, aún así, la cineasta de Dublín afortunadamente se ha desmelenado con una propuesta en las antípodas del mainstream de su anterior cinta. Película "pequeña y con pretensiones intimistas", según la propia directora, 'Dollhouse' es quizás una de las cintas sobre la adolescencia más certeras de los últimos años.
La historia, de planteamiento simple, nos sitúa en una moderna mansión costanera que está a punto de ser invadida por una panda de gamberros en plena revolución hormonal. ¿Qué les espera allá dentro? Lo que toda persona en aquella edad esperaría: -muchas- drogas, -mucho- alcohol y -mucho- sexo. Más sencillo imposible, y ahí es precisamente donde recae el gran hallazgo del filme. Y es que aunque la trama vaya complicándose progresivamente a base de giros argumentales cada vez más enrevesados, hasta llegar a un final simplemente inenarrable, siempre prevalece en el ambiente un aire a veracidad, de la mano de la locura, la (auto)destrucción, y las ganas de experimentar, inherentes en todo buen adolescente. A ritmo de subidones y bajones causados por narcóticos varios, Sheridan no consigue emocionar (en este sentido, el tiro casi le sale por la culata), pero por el contrario sí logra, como haría el mismísimo Gus Van Sant, un documento brutal sobre qué significa ser adolescente en un mundo en el que las figuras paternas son poco más que un amargo recuerdo del pasado.
Por último, el apunte simpático de la jornada. ¿Qué hace un moldavo preguntándole a un cura si le queda mucho para llegar Barcelona, solo para enterarse poco después de que está en Austria? Ser uno de los protagonistas del drama coral 'Spanien (Spain)', de Anja Salomonowitz, en el que nuestro querido país es definido como -atención- uno de los últimos lugares de Europa donde todavía se teme a Dios. Nada mal como carta de presentación. Resbalones a base de falsos tópicos a parte, esta película mostrada en la Sección Forum, aunque poco memorable, tiene el mérito cada vez más raro de encontrar, consistente en mezclar con solvencia el drama con la comedia (ésta última servida irónicamente por un exceso deliberado del primer elemento). Y lo que es más importante, nos ha ayudado a sacarnos un poco el mal sabor de boca de la Sección Oficial, que a partir de mañana, abrirá sus puertas más allá de Francia, palabra.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas