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'Tan fuerte, tan cerca': Tan cerca, tan lejos

Vía El Séptimo Arte por 15 de marzo de 2012

Oskar Schell es un niño excepcional de once años: inventor aficionado, francófilo, y pacifista. Al encontrar una llave misteriosa, propiedad de su padre muerto en las Torres Gemelas el 11 de septiembre, emprende un viaje excepcional, una búsqueda urgente y secreta que le hace recorrer los barrios de Nueva York. Mientras Oskar deambula por la ciudad, encuentra un grupo variopinto de personas, todas supervivientes a su manera. Al final, la travesía de Oskar termina donde empezó, pero con el consuelo de la experiencia más humana: el amor.

Y ahí está de nuevo uno de los eternos debates concerniendo a los grandes premios del mundo del arte. ¿Deben apostar ''por'' o deben ser conscientes ''de''? ¿Deben decirle al público lo que tiene que ver?, ¿o por el contrario deben reflejar las preferencias de los consumidores? La respuesta es tan políticamente correcta como cierta: un poco de ambas. Es por esto que (a pesar de que los gustos sean cambiantes), haya productos que puedan concebirse para el agrado del gran público... y de paso, del de los encargados de repartir galardones. Una carambola que se torna en jugada perfecta y en la que hay ciertos directores que parecen doctorados en la materia. Es por esto que había muchas expectativas puestas esta temporada en 'Tan fuerte, tan cerca', nuevo proyecto del cineasta autor de pesos pesados como 'Billy Elliot', 'Las horas' y 'El lector', todos ellos títulos con no pocos premios de renombre en sus vitrinas.

Además, la historia, que sigue los pasos de un niño en su búsqueda personal para de algún modo reencontrarse con su padre, muerto en el World Trade Center en el fatídico 11-S, hacía presagiar que, una vez más, las estatuillas doradas volverían a caer del cielo. La elección de un reparto de altura en el que sobresalen nombres de la talla de Tom Hanks, Sandra Bullock (que a juzgar por su cara, arrastra una resaca que lleva acompañándola ya durante la friolera de casi treinta años) o un como siempre estupendo Max von Sidow, fue vista como la póliza de vida definitiva para ganarse el favor de la Academia, y asegurar así el tiro. Pues no. Ya en los Globos de Oro, antesala por excelencia de la gran fiesta del cine, se dio a entender que éste no iba a ser el año de Daldry, al no cosechar su última obra ninguna nominación...tres cuartos de lo mismo sucedió obviamente en los propios Oscar. ¿Qué falló?

Básicamente que desde el primer fotograma, a la propuesta se le ve el plumero. Huele a premios, o al menos, huele a las irrefrenables ansias para conseguirlos, lo cual le da al conjunto un empaque de falsedad del todo contraproducente, sobre todo teniendo en cuenta la pureza y buenas intenciones de las que dice alimentarse. En este sentido, escalar en el camino hacia el éxito académico instalando el campamento base en el doloroso recuerdo de aquella trágica fecha, es ciertamente una decisión moralmente arriesgada, por no emplear términos más contundentes. No obstante, que quede claro que para nada se trata de una mala película, al funcionar casi todos sus componentes como un reloj suizo, y al tener su almibarada y melodramática trama detectivesca las características necesarias para atrapar al público no demasiado exigente.

El problema es que las piezas rinden bien, pero por separado, y, una vez más, que los disparos al corazón no alcanzan al órgano vital, porque éste ya viene prevenido, y se blinda a conciencia. Es como si a alguien le avisan de que van a darle una paliza en el plazo de veinticuatro horas. ¿Va a quedarse de brazos cruzados esperando a que le ajusticien? Improbable. Lo más seguro es que se apunte a un curso express de artes marciales, o que corra a una tienda de productos militares para protegerse o incluso devolver el daño con el que le han amenazado. La anticipación o la capacidad para ver por dónde va a llegar el ataque es el mejor aliado para evitar el daño.

Así pues, el balance general se resume en una especie de sentimiento esquizofrénico. Citando al propio guión, se trata de un oxímoron gigantesco, que puede aplicarse a casi todo: el crío es entrañablemente repelente (tanto que aunque en momentos caiga bien, uno no ve el momento de meterle la dichosa pandereta allá donde ahora hacen inspecciones en ciertos aeropuertos); la historia está tan bien calculada que se pierde la cuenta de los atajos que se han debido tomar para que todo cuadre; el azúcar amarga ligeramente la experiencia y su inocencia es tramposa. Tan cerca del éxito... y tan lejos de conseguir engañarnos. ¿Cómo se encajó la propuesta en su presentación europea en el Berlinale Palast? Con un aplauso abucheado, como no podía ser de otra manera.

Nota: 5,5 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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