'Todos los nombres de Dios' - Érase un hombre a un explosivo pegado
La última película de Daniel Calparsoro comienza con un atentado en un aeropuerto, se supone que en el de Madrid, aunque sea evidente que no lo es para cualquiera que lo haya pisado alguna vez. Parece una tontería, pero define perfectamente a 'Todos los nombres de Dios' como una película poco creíble que no resiste ningún análisis mínimamente serio. Algo que por otro lado, a decir verdad, tampoco tiene pinta de estar entre sus propósitos. Ni en esta ni en otra vida.
Se trata de un descarado producto comercial americanizado que lo único que pretende es entretener. No dejes que la lógica te estropee una buena historia. O más bien, una imagen: la de Luis Tosar como bomba humana por la Gran Vía madrileña. Una imagen poderosa que, sin embargo, canibaliza toda una película rendida a dar cobertura a una secuencia que tarda en llegar y que dura menos de lo que cabría esperar, siendo como es lo que le proporciona una razón de ser.
Una débil razón de ser cogida con alfileres. Como lo está toda una película que se desarrolla a espaldas de la realidad y que abraza, con alegría y aplomo, su condición de ficción forzada, gratuita y efectista a merced de una sola (aunque relativamente extensa) secuencia con la que abrir un telediario al que luego no le da contenido. Una película en la que nada importa, porque todo está plegado a la creación de un suspense tullido incapaz de validarse ante su nacionalidad.
Vale, el de 'Operación Fortune: El gran engaño' tampoco era el aeropuerto de Madrid. Pero en teoría, no se trataba de una película "de aquí" para que la viéramos los "de aquí"... claro que en la práctica, 'Todos los nombres de Dios'... tampoco.
Y es que, posiblemente, hablamos de la tercera versión de un guión que hubiera necesitado de al menos diez. De un producto de consumo "impersonal" que pueda valer como "contenido". De una película "bienqueda" a la que la realidad le importa en realidad bastante poco. Lo suyo es ficción, simple y falsa ficción interesada, además, en resultar convenientemente neutra y apátrida como para que se pueda vender en todo el mundo en paz y sin causar revuelo.
Por Juan Pairet Iglesias
@Wanchopex