Otro aburrido día en la aburrida vida de un zombie. A pesar de que no necesite dormir, se ha tumbado unas cuantas horas para dar un poco de reposo a sus cada vez más atrofiados músculos. Ahora parece que las extremidades responden mejor... de hecho responden todo lo bien que pueden responder dado su preocupante estado de putrefacción crónica. Antes de salir del montón de escombros al que llama hogar, el gul se entrega durante unos instantes al reconfortante nihilismo (vivo o muerto, lo importante es que sigue siendo adolescente... esto no se lo quita nadie). Los dientes los tiene un poco más amarillos que ayer, pero de momento aguantan en firme y perfecta alineación, de una de las dos orejas empieza a emanar un olor insoportable, pero ambas siguen estando operativas... y lo más importante, presentables. Con el pelo sí que parece que no hay remedio, pero quizás con un nuevo peinado todo quede mínimamente arreglado. Una última mirada al espejo y todo listo para salir a la caza.
Hay gusa, los intestinos no escatiman esfuerzos a la hora de recordarlo. El joven zombie se une a la manada y emprende, torpemente, otra penosa marcha hacia la ciudad, cuyas calles esconden su alimento favorito: jugosa, tiernas y fresca carne humana. Cuando más jovencita sea la presa, mejor. Unos días después de comenzar a andar, el grupo de zombies llega por fin al buffet libre. A partir de ahí, toca afinar el olfato. Nada por aquí... nada por ahí... pero un poco más allá parece que se mueve algo. Efectivamente. Cuando el hambre empezaba a ser insoportable, aparece, como de la nada, un grupito de jóvenes humanos armados hasta los dientes pero con el concepto ''inexperiencia en el campo de batalla'' tatuado a fuego lento en la frente. Al ataque. La carnicería se salda en muchas bajas en ambos bandos, en miembros diseccionados y en apetitos saciados. Los supervivientes vuelven a sus respectivos hogares contentos u horrorizados. Nuestro joven zombie lo hace sintiendo como en su estómago, aparte de unos cuantos dedos a medio digerir, revolotean mariposas, y su corazoncito, por fin, ha dado señales de vida.
Los no-muertos son unos cabrones de mucho cuidado, a la mínima que te despistas te han dejado, a base de mordiscos, como un coladero... y unos pasos más cerca de unirte a su equipo. Pero también se enamoran. O al menos esto afirma la novela de Isaac Marion, adaptada a la gran pantalla por Jonathan Levine, nuevo talento del indie norteamericano que, para variar, ha tenido que esperar a firmar un título mínimamente convencional para que aquí supiéramos de su existencia. 'Memorias de un zombie adolescente', traducción ''molona'' marca de la casa -y van...- de 'Warm Bodies' (en cristiano ''cuerpos calientes'') nos habla, como reza el original, de la temperatura corporal, pero, sobre todo, de cómo ésta varía -sin importar demasiado las constantes vitales- cuando entran otros cuerpos en la ecuación. La carne, lo sabemos todos, es débil, y aunque ésta se halle literalmente criando malvas, esto no tiene por qué significar que sea ajena a los sentimientos más primarios y, por ello, los más puros.
Mucho menos cuando vivimos en una época en la que el bombazo taquillero en la franja de edad a la que va dirigido el producto viene servido por el tonto -burrísimo en realidad- enamoramiento entre criaturas fantásticas. Cójase el cuerpo de un vampiro y/o el de un hombre lobo, insértese en él el cerebro y sistema hormonal de un quinceañero y el éxito está más que garantizado. ¿Cómo no iban a sumarse los zombies (que afortunadamente están en todas) a la fiesta? 'Memorias de un zombie adolescente' da buena fe de ello y la verdad es que asusta, y mucho, el que, para entrar en juerga de la box office, muestre las mismas credenciales que la infumable saga creada por Stephenie Meyer. Esto es, un par de caritas guapas (el posible talento que venga después, es un mero bonus) que, para mayor mal rollo, parecen haber sido elegidas, sobre todo en el caso de ella, pensando en repetir la experiencia Pattinson & Stewart.
Cuando la cinta de Levine intenta ir a rebufo de tan malo ejemplo es, por supuesto, cuando más insufrible se hace. Porqué se intuye en ella la misma empalagosidad, el mismo toque mojigato y la misma actividad neuronal, es decir, la de un zombie, es decir, ninguna en absoluto. Pero resulta que, y esto es algo que celebrar, los muertos-vivientes de esta aventura dan muchas señales de vida, y su encefalograma para nada es plano. Da fe de ello el propio protagonista, suerte de evolución simpática del 'Otto' de Bruce La Bruce, autor que, con su díptico dedicado al subgénero (en el que también encontramos a la todavía más irreverente y sin duda mucho más pornográfica 'L.A. Zombie') ya predicó sobre la sensibilidad (?) zombie. Tenemos pues a un jovenzuelo que podría verse, siempre a través de ojos poco entendidos, como otra víctima de la moda emo (que por cierto ya tarda en morir, nunca mejor dicho). Un chaval paliducho con dudas existenciales que comparte, a base de monólogos, sus inquietudes con el espectador. Problemas que, barreras biológicas aparte, no distan para nada de los de cualquier niñato al que le lata el corazón.
El cine de zombies se reivindica pues su naturaleza todoterreno hasta en las circunstancias más adversas. Cuando parece que el romanticismo más bobalicón va a, una vez más, monopolizar la acción, el espíritu Romero -y que no se enfaden los fanáticos- pide también protagonismo para hacer de la más que posible catástrofe, una entretenida (pero algo endeble en el aspecto técnico, cuyo pobre balance en este aspecto se ve reflejado en unos efectos especiales que recuerdan en exceso al famoso videoclip de ''Bones'', de The Killers, dirigido por Tim Burton... y que cumplirá ya seis años) cinta apocalíptica que desde un futuro próximo y desde la fantasía nos habla, como dictan los cánones del buen manual zombie, sobre la realidad. Las causas de la plaga de monstruos es debida al ''hambre de hoy'', aterradora metáfora sobre una ambición epidémica y devastadora que consume -hasta los huesos- por dentro y cuya única cura parece encontrarse en un amor al que no debe ser olvidado.
Nota:
5,4 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas