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'Un lugar donde refugiarse': Refugio dominguero

Vía El Séptimo Arte por 19 de abril de 2013

'Relación letal', en la que una ama de casa de los suburbios típicamente estadounidenses descubre, a las pocas semanas de casarse, que su media naranja es el mismo desequilibrado que mató, cinco años atrás, a su hermana. 'Atracción fatal', en la que una recién licenciada se ve terriblemente acosada por su primer amor de instituto, un maníaco sexual con impulsos homicidas. 'Hasta que la muerte los separe', en la que una viuda de muy buen ver tiene que lidiar con la inesperada reaparición de su marido, al que se daba por muerto desde los primeros compases de la guerra de Afganistán... y al que, ni falta hace decirlo, las secuelas del conflicto, junto al hecho de que la pobre protagonista haya reconstruido su vida sentimental, le transforman en un imprevisible y peligrosísimo monstruo.

Muchos palos llevan recibiendo, desde tiempos inmemoriales, los thrillers melodramáticos de domingo por la tarde. Paliza seguramente más que merecida que no obstante se carga injustamente el casi imperceptible valor intrínseco en cada uno de estos productos. Más que hablar de dichas películas por separado, hay que hacerlo del concepto general, de todo aquello que implica una 'Relación letal', o una 'Atracción fatal', o una 'Hasta que la muerte los separe'. Historias tan trilladas como absurdamente morbosas aparte, la propuesta se extiende más allá de la pantalla de televisión. Es una especie de pacto con el diablo en el que el firmante pierde unas cuantas neuronas en la transacción a cambio de tan apreciables intangibles como el espachurrarse bien a gusto en el sillón mientras combate o bien la resaca o bien el desasosiego producido por la falta de partidos de fútbol potables.

Franja horaria basura; franja horaria de nadie pero al mismo tiempo para todo aquel que sepa que siempre se puede confiar con la reconfortante compañía de aquel fiel amigo cuya estupidez le hace a uno sentirse más inteligente. Todo esto, que no es poco, al alcance del mando de distancia. Se trata de cogerlo, pulsar el botón del canal adecuado y disfrutar con el teatrillo de lo absurdo por el precio determinado en lo que cuesta tener encendido el televisor durante poco más de dos horas. Con la factura de la electricidad subiendo cada día más, la suma total a la que asciende la broma podrá doler a algunos... pero de ninguna de las maneras llegará a picar tanto como una entrada de cine al 21% de IVA. Aunque, poniendo los pies de nuevo al suelo, es de justicia remarcar el hecho de que, si nos ponemos así, ya nadie acudiría a las salas de proyección. ¿Verdad? ¿No es así?

A riesgo de entrar en terrenos demasiado empantanados, no puede evitarse reparar en la casi macabra coincidencia de que la misma semana en la que la comunidad cinéfila española llora la caída casi definitiva de uno de sus pilares de la distribución y exhibición, llegue a la cartelera 'Un lugar donde refugiarse', título que, para que la patada en las partes nobles duela todavía más, viene a recordarnos que, con la paciencia y el caso -por tirar un poco de socarronería- que dedicamos a las propuestas que, por valentía y por calidad, realmente merecen la dichosa factura de la taquilla, quizás tengamos las películas que nos merecemos. Es decir, aquellas que jamás debieron salir de la parrilla de la sobremesa dominical de la caja tonta; aquellas que si de su visionado quedan excluidos -por recomendación de las autoridades- los menores de doce años es porqué en este país todavía debe quedar alguien preocupado por la educación las generaciones más jóvenes.

Vieja, incluso decrépita, se ha quedado la gloria del director de la cinta. Lasse Halström, quien en su día fuera uno de los mayores protegidos de los todopoderosos hermanos Weinstein; el mismo que, consecuentemente, llegara a optar con serias opciones al Oscar al Mejor Director, confirma en su último trabajo que ha decidido refugiarse en aquel dudoso paraíso amparado por las nulas exigencias de aquellos que se atreven a poner los pies en él. 'Un lugar donde refugiarse' es la cristalización de la desidia de un capitán de barco que delega sus responsabilidades al efectismo más dominguero, al nombre de Nicholas Sparks y a los dos suboficiales con la cara más bonita de su embarcación, Josh Duhamel y Julianne Hough (bellísimo híbrido físico, esta última, de Carey Mulligan, Michelle Williams y aquella Lindsay Lohan que todavía no desaparecía cuando se ponía de perfil), quienes a falta de más instrucciones, no pueden ofrecer más que su empalagosa química. El resto se resume en el lamento motivado por aquello que se hecha de menos: la lista en realidad es interminable, pero sobresale -por ilustrativo- en tan penoso grupo, primero la voluntad de sorprender (el que todas las jugarretas de la trama se anticipen cinco movimientos antes de que se produzcan, incluyendo el destape de las cartas más teórica e irrisoriamente imprevisibles, no hace más que recordarle al espectador que ha tirado miserablemente a la basura dos horas de su vida) y después la presencia del colega de turno durante el visionado, imprescindible para, al menos, reírse a carcajada limpia ''de'' -y nunca ''con''- el esperpento que está siendo proyectado.

Nota: 3,5 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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