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'Margaret': ¡La culpa es mía, imbécil!

Vía El Séptimo Arte por 19 de julio de 2012

Margaret nunca supo lo que significaba ''llevar una vida fácil''. Fue una luchadora nata. No tuvo otro remedio. Antes de llegar a la mayoría de edad, consiguió escapar del pueblo de mala muerte en el que nació. Dejó atrás al borracho de su padre, también a su novio, que la maltrataba frecuentemente... pero también dejó atrás una hermana a la quería con todo su corazón. Al poco tiempo de llegar a la gran ciudad descubrió que allí también tendría que bañarse en sangre, sudor y lágrimas si quería alcanzar sus objetivos. A pesar de todo; a pesar de los obstáculos que le planteó la vida, siguió adelante, y puede que no se convirtiera en la actriz ganadora del Oscar con la que siempre soñó, pero se forjó una sólida trayectoria en las competitivas pasarelas de moda, y su nombre empezó a sonar con fuerza para representar a las grandes marcas del mundo de la moda.

Lástima que el destino tuviera reservada para ella una última gran broma. Un día como cualquier otro, Margaret volvía a casa con la bolsa de la compra, y una leve distracción tanto por su parte como por la del conductor del autobús que en aquel preciso momento se cruzaba en su trayectoria, ocasionó un accidente fatal. La muerte fue inmediata, con lo que los médicos aseguraron que la chica no sufrió, pero cualquier inexperto que echara un vistazo a su cuerpo tras el atropello, hubiera opinado justo lo contrario. De hecho, cuando a su hermana le tocó llevar a cabo la más que desagradable labor de reconocimiento del cadáver, no puedo reprimir un grito de horror. Pocos minutos después, y tras recobrar la compostura, intentó encontrar consuelo en la figura del forense, quien contemplara la escena sin inmutarse. ''¿Sabe?, mi hermana fue el ser más precioso sobre la faz de la Tierra. Salta a la vista, ¿verdad?'' El hombre, al que le faltaba una semana para jubilarse, y al que todo ya le era bastante igual, se tomó su tiempo para apurar el cigarrillo que se estaba fumando. Mientras expulsaba el humo y la nicotina se filtraba por todos los rincones de su cuerpo, contestó: ''No sabría decirle... viéndola ahora es difícil pronunciarme en este tema.''

Del mismo modo, 'Margaret', el segundo largometraje del aclamado dramaturgo Kenneth Lonergan (quien ha arrasado en los teatros más prestigiosos del mundo con sus obras) es un filme que viene avalado por una legión de críticos que no se cansaron de repetir que ahí estaba por lo menos una más que firme candidata a arrasar en los Oscar. Unos cuantos años más tarde -han leído bien- uno mira al sujeto de estudio y no puede evitar el comentario de aquel veterano forense al ver lo que, supuestamente, fue en su día un cuerpo digno de admiración. ¿Cómo se ha llegado a tal situación? ¿Por qué, donde unos vieron un prodigio de película otros vemos ahora poco más que un montón de materia orgánica en pleno estado de descomposición? La razón, como haya sucedido muchas otras veces a lo largo de la historia del séptimo arte, tiene su raíz en las múltiples disputas entre director y productora.

Para no alargarnos demasiado en el asunto, Kenneth Lonergan presenta a sus jefes una cantidad de metraje que ellos entienden que no podrían colocar ni en las ya desterradas del recuerdo sesiones dobles. Los jefes se ponen duros con su empleado, y el empleado se pone todavía más bravucón. A partir de ahí, una absurda y destructiva guerra de poderes y egos (lo que vulgarmente se conoce como el ''a-ver-quién-la-tiene-más-larga'', nunca mejor dicho). Escenas que vuelven a rodarse, actores que tienen que poner de su bolsillo para que el proyecto vea la luz del proyector, peces gordos que ponen el grito en el cielo y que deciden que su inversión va a criar polvo mientras la amputan y la pegan a su antojo... En otras palabras, el viandante mira hacia el lado equivocado; el conductor no tiene los ojos puestos en el asfalto, y el choque se oye a una distancia de cinco manzanas.

De modo que, por si no había quedado claro, y si hay que hacer caso de la leyenda negra construida alrededor de 'Margaret', este análisis no se corresponde a la cinta deslumbrante que algunos afirman que llegó a ser, sino al cadáver que alguien dejó tendido en el paso de peatones. Es de justicia recordarlo. El caso es que viendo los títulos de crédito, ya se empieza a sospechar que algo raro está pasando. Un escalofrío recorre la espina dorsal cuando los nombres de Sydney Pollack y Anthony Minghella aparecen en pantalla. Ambos, que en paz descansen, colaboraron en labores de producción. Cuando la acción empieza, se ve a una Anna Paquin ejerciendo de Lolita (como ya hiciera en la excelente 'La última noche', de Spike Lee, que fecha del año 2002, por cierto) y a un chaval jugando a la Game Cube (videoconsola que, para hacernos a la idea, se asentó en el mercado un poco antes de que a España la eliminaran del Mundial de Corea y Japón).

Hay muchas más señales, pero quizás la más importante sea un montaje que, sumado a uno de los doblajes más pésimos de los últimos años, se empeña en torpedear la historia cada cinco dos por tres. Elipsis torpes y horrorosas transiciones entre escenas hacen que planee sobre el conjunto una sensación de absurdo que convierte el drama en comedia. Cuando todo el mundo sabe que está muy mal reírse en un funeral. Pero resulta que a veces es imposible reprimir la incómoda sonrisa. Menos aún cuando la mayoría de diálogos son de besugo, o cuando el autor juega de la manera más tramposa con determinados conceptos para que el show siga en marcha (ahora resulta, por ejemplo, que el homicidio consiste en matar a alguien siempre a propósito), o cuando el tempo juega a llevarle contraria a las exigencias del guión.

Con tamaña colección de despropósitos, no es de extrañar que ni la aparición de numerosas estrellas del firmamento Hollywood consiga evitar el naufragio. Y es que por mucho que se cuente con Matt Damon, o Mark Ruffalo, o Anna Paquin, o Jean Reno, o Matthew Broderick (algunos de los cuales ya presentes en 'Puedes contar conmigo', ópera prima de Lonergan en forma de agradable y convincente drama indie que también tenía su punto de partida en un accidente de tráfico), no puede maquillarse el hecho que el producto original ha sido tan manoseado que ha perdido todo el sentido original. De modo que, ¿qué es lo que ha conseguido llegar a nuestras salas? Un crudo ensayo sobre la culpa (llámese católica, llámese judía, llámese luterana) en la Nueva York post 11-S? No, más bien la -interminable- constatación de que la Gran Manzana tiene una alarmante sobre-población de bordes egocéntricos. Lo que dicho de otra manera es una película que ni los mejores servicios funerarios hubieran sido capaces de recomponer.

Nota: 2 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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