'It Follows' - El mito de la decadencia americana
Lo mejor en estos casos es nos andarse con demasiados rodeos, de modo que, al grano: Las reglas del juego que se van a aplicar a partir de este momento serán diferentes, porque de hecho, el juego al que jugaremos ahora también es diferente. Digamos que las cosas... han cambiado, claro. Han ido a peor, esto no hace falta que te lo diga, y sinceramente, ahora mismo, nada hace pensar que la situación vaya a mejorar. Mira, éste no es el momento para repartir culpas. A día de hoy, lo importante es ser conscientes de lo que ha pasado, de lo que se nos viene encima... y de qué vamos a hacer para poder contarlo. Esto sí, una cosa debe quedarte clara: No existe ninguna receta mágica; ningún remedio milagroso que vaya a solucionar, en un abrir y cerrar de ojos, la situación ésta en la que nos hemos metido. El único plan que actualmente tiene cara y ojos es el de aguantar, el de estar siempre alerta, el de defenderse con todo lo que tengamos a mano... el de capear el temporal, vaya. Es una putada, lo sé, pero es lo que hay, así que para de lloriquear, por lo que más quieras, y sé fuerte, porque aquí está en juego lo más importante de todo. ¿Que qué es esto? Pues esto mismo en lo que estás pensando.
Y perdón por el tono paternalista, pero pongamos que hablamos de, por ejemplo, ''ese momento''. Pongamos que hablamos del punto de inflexión a partir del cual, y como dice la propia definición, las dinámicas se invierten. Lo que antes bajaba, ahora sube, y lo que subía, a continuación baja... y lo que en el pasado iba bien, en el presente (y quién sabe si en el futuro) cae en picado, en espera de otro punto de inflexión salvador que, al menos de momento, ni siquiera puede vislumbrarse. De acuerdo, pero un segundo, ¿todo esto cómo diablos se analiza? ¿Bajo qué óptica? En otras palabras, y sin trucos: ¿de qué cojones estamos hablando? Pues de todo un poco, con lo que no importa demasiado si la perspectiva es ''micro'' o ''macro''. Aplicado a nuestro caso, y retomando el hilo, pongamos que hablamos de una adolescente que, sin saberlo ella, se está acercando peligrosamente al punto crítico de marras, que al poco tiempo lo alcanza... y que justo después, hará todo lo posible para que el mundo (en general) no la alcance a ella.
En el vecindario, los críos no hablan de otra cosa: la joven Jay está saliendo con otro chico. Nadie conoce la identidad de éste, pues la relación tiene aún pocos días de vida. No obstante, y por lo que se comenta, parece que hay química entre ambos, que las etapas se están quemando a buen ritmo y con naturalidad, que de aquí puede salir algo serio... que el momento se acerca, que está llegando... y llega. Y ya está. Jay, tan angelical como siempre, y mucho menos virginal, está tendida en el asiento trasero del coche de su novio, con la mirada perdida en las plantas que se levantan a pocos centímetros de uno de los neumáticos del auto; con el pensamiento puesto en cosas que en ese momento, no parecen importar demasiado. El sonido que hacen sus pulseras a cada movimiento de muñeca, el tambaleo que el viento produce en la vegetación de la zona, el tacto incómodo (pero al fin y al cabo, agradable) de la tapicería que está en contacto con su cuerpo semi-desnudo... A simple vista, es como si todo siguiera igual; como si nada hubiera cambiado con respecto a hace unos pocos minutos. Pero no. Es en esta calma post-tempestad que una voz interior empieza a anunciar la que está por llegar.
Es en este momento que otra voz interior (la de la memoria del espectador) empieza a levantarse, y a hacer saltar las alarmas. Esto es una película de terror, no lo olvidemos, y se acaba de violar una de las reglas fundamentales de supervivencia. Una vez más: ''Esto es una película de terror'', nos dice ahora la conciencia, porque late todavía con fuerza su -magistral- escena de apertura. Recordemos: Estamos en un punto de inflexión espacio-temporal... y espiritual, también. En un barrio suburbial estadounidense, es decir, en la frontera entre el mundo urbano y el rural; entre la clase baja y la alta. Por lo que le corresponde, el cielo nos sitúa en una zona de paso, más o menos equivalente. Estamos en la franja horaria crepuscular; en ese breve lapso que separa el día de la noche; la luz de la oscuridad. Estamos, por cierto, en Detroit, ese yermo post-industrial/apocalíptico que, tal y como nos recordaron Heidi Ewing y Rachel Grady en el imprescindible documental 'Detropia', es la ciudad que más rápido decrece de todo el mundo (mientras que en la década de los 30 del siglo pasado, se situaba en lo más alto del ranking opuesto). La cámara está plantada en medio de la calzada, y de ahí no se moverá, pues el punto desde el cual se observa la acción es inmejorable. Narrada con un solo plano secuencia y orquestada a través de un movimiento pivotante tan elegante como perturbador, la secuencia inicial gira en torno a una persecución inquietante, y por esto, claro, terrorífica.
Se abre la puerta de una casa y de ella sale, despavorida una adolescente a la que la urgencia de la situación no le ha permitido vestirse del todo. Ha salido a la calle en ropa interior... y con zapatos de tacón, en lo que es el primer guiño (si no burla) a un género cinematográfico que está a punto de conocer uno de los mejores fichajes de los últimos años. Antes, seguimos con la chica, quien corre por la calle sin prestar demasiada atención a lo que le dicen los dos personajes adultos que se encuentran en el escenario (uno de ellos, su padre). ''¿Estás bien?''; ''¿Necesitas algo?'', inquieren ellos. Las respuestas que obtienen reflejan más la gravedad de un factor amenazante que no la apacibilidad que habitualmente reina en la zona. Y sin embargo, nuestros ojos no se alteran. Como casi siempre antes de la catástrofe, todo parece en orden. El narrador de la historia, mientras, asiste frío e impasible al espectáculo, haciéndonos cómplices de un voyeurismo que empieza a delatar las virtudes de una cinta que sí, es de terror, pero no de ese terror al que, desgraciadamente se nos ha acostumbrado.
Momento ideal para recordar que el debut de su director, David Robert Mitchell, tampoco era la típica película de género que podía vendernos su sinopsis. 'The Myth of the American Sleepover' (mal traducida aquí como 'El mito de la adolescencia') nos hablaba, efectivamente, de un mito, aquel en el que, queriéndolo o no, se han convertido las teenage movies (las estadounidenses, sobre todo). Lo hacía a través de los mecanismos más trillados de este tipo de películas (no faltaba, por supuesto, la revolución hormonal como principal excusa narrativa), pero éstos en ningún momento cumplían para él la función de apoyo, imprescindible para seguir caminando, sino más bien la de una especie de juguete con el que divertirse (elemental), a la vez que trascender las fronteras de un género que, de repente, no era tan impeditivo como lo parecía en un principio. Pues digamos que 'It Follows' hace lo mismo con unos dominios (los de la horror movie, se entiende) que vuelven a mostrarse tan fértiles como aquella primera vez en que los pisamos; cuando se nos hizo creer que todo era posible en ellos.
En el caso que ahora nos concierne, el coito se reivindica, por enésima vez, como detonante de las desgracias sufridas por una chavalada que, tal y como sucediera en aquella Elm Street, estará sola ante el peligro, sin adulto alguno que pueda de mediar como escudo humano. Tal es aquí la importancia de dicha regla de oro de las películas de terror, que en aquella 67ª edición del Festival de Cannes (marco excepcional de presentación en sociedad para la que rápidamente se convirtió en una de las sensaciones del certamen) no se tardó nada en bautizar la propuesta como ''La maldición de transmisión sexual''. Y sí, tal cual. Para su segundo largometraje (en otras palabras, para la confirmación), David Robert Mitchell pone en jaque a las víctimas de siempre... con un una amenaza que no habíamos visto nunca. ¿O tal vez sí? El enemigo de 'It Follows' no es ningún tipo enmascarado que, cuchillo en mano, va engrosando las cuentas del carnicero, sino una especie de ente sobrenatural que puede adoptar cualquier forma humana y que persigue, a paso lento, pero de forma incesante, a su víctima.
Recuerda, el enemigo es invisible. El enemigo está siempre al acecho. El enemigo nunca descansa, y siempre se acerca. El enemigo hasta podría encontrarse entre tus seres amados. El enemigo te quiere ver muerto. En el recuento de conquistas de 'It Follows' (que no es precisamente corto), destaca, por encima de los demás, el de dar cuerpo y consistencia cinematográfica a una idea que sabe refrendar el atractivo del a-primera-vista con una riqueza en las segundas lecturas que para nada entorpece el gozo que despierta el in situ. Dicho de otra manera, Robert Mitchell firma una obra terroríficamente redonda, que tiene en el miedo (el más puro, el que no precisa de trampas o atajos para calar en el espectador) su arma más potente. Éste se construye mediante un endiablado diálogo intergenérico que se verá reflejado en los distintos estratos del tejido fílmico. Desde la sorprendente banda sonora con ecos 8-Bits a cargo de Disasterpeace (para quien siga opinando que nada bueno sale de los videojuegos) hasta la cura en la dirección de actores (no exenta de esos ramalazos fetichistas a los que la nueva musa del indie, Maika Monroe, parece que va a tener que acostumbrarse), pasando, por supuesto, por un guión que, sencillamente, roza la perfección, y también, por qué no decirlo, por una escenografía que nos remite, de forma más o menos sutil, a los temores de aquellos tiempos en que la ''guerra'' y el ''frío'' formaban parte de la misma bomba nuclear.
La impactante y ya comentada secuencia introductoria era, en efecto, una señora carta de presentación. A lo largo de la hora y media que sigue, el director de Michigan nos sumerge en un sutil, elegante y a la vez despiadado juego en el que a veces se muestra y a veces se oculta, sin que triunfe jamás la tentación de empujar demasiado (artificialmente, claro) la imaginación de la audiencia. Al final de la proyección, solo tenemos que alzar dos dedos para contar las veces que hemos saltado de la butaca, y dígase ya por aquello de la justicia, si por algo destaca cualquier intento de susto registrado en 'It Follows' es sin duda por la autoconsciencia de su comicidad. Mientras, nos quedamos clavados en la butaca, porque nos damos cuenta que no nos sentimos a salvo ni bajo la tradicionalmente reconfortante luz solar. Por obra y gracia, básicamente, de un control apabullante de una profundidad de campo que ahonda, a cada escena que pasa, en una sensación de acoso cada vez más insoportable. ¿Es paranoia? Sí y no... es, para entendernos, lo mismo que pasaba en la excelente 'Take Shelter', de Jeff Nichols, uno de los films que, por cierto, mejor ha sabido captar el -desquiciado- geist americano post 11-S. Es el terrorismo, sí, y la economía, también... y ese paso fundamental que es la adolescencia... y el terror, de nuevo, que los hermana.
David Robert Mitchell sabe compensar su falta de experiencia (reflejada en la resolución algo endeble de algunas de las escenas que más músculo requerían) con inteligencia en la escritura fílmica. De modo que coge uno de los tótems más sagrados de la generación 2.0 (el ''Follow'', esa promesa que tanta felicidad reparte estos días) y le da la vuelta para golpear no sólo al patio de butacas, sino también a todo lo que se expone en una (gran) pantalla que, a tenor de los -magníficos- números en taquilla registrados en USA, tiene argumentos de sobra para revisar su sistema de distribución de películas, claramente desfasado con respecto a la era de las redes sociales. De acuerdo, pero un segundo, ¿todo esto cómo diablos se analiza? ¿Bajo qué óptica? En otras palabras, y sin trucos: ¿de qué cojones estamos hablando? De todo un poco, con lo que no importa demasiado si la perspectiva es ''micro'' o ''macro''. Siempre se acertará. Así pues, pongamos que hablamos puntos de inflexión. Del que separa los celos del deseo; el sexo del amor; la infancia de la edad adulta; el temor del pánico; la decadencia de la fatalidad más irreversible... Da miedo, sí. Mucho.
Nota: 8 / 10
por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol
Por ahí van los tiros Darth, hay que meterse en ambiente y aún así.
Hombre, el ambiente donde ves una película lo es todo. No es lo mismo ver una peli de terror/suspense en pleno día con gente alrededor hablando o yendo de un lado a otro (como las pelis de sobremesa que salen en antena3), que en una sala de cine o en una salón completamente a oscuras, de noche, en silencio y con el volumen de los altavoces bien alto. Otra cosa es como tu dices, la edad que tengas.. eso ya es otro cantar
Spoiler
Ya sé que no hay que buscarle lógica a estas cosas pero que el bicho pueda ser herido o incluso( independientemente del guiño final) morir por las balas...
Tiene una atmósfera como pocas he visto. Es única, tiene mucha personalidad y te atrapa desde el minuto 1. Esos planos tan peculiares (y geniales), esa premisa tan especial y terrorífica y una banda sonora que recuerda a los mejores momentos del género, allá por los 80, son las claves el éxito. Evidentemente, mantiene al espectador en vilo durante todo el metraje como lo hacen las grandes películas de terror, a base de absorbernos poco a poco. Y el reparto, consigue que todo este despropósito de la lógica, cobre sentido de forma realista.
Pero el problema, como bien ha dicho Wanchope, está en el desarrollo de esa gran idea y en la segunda parte del film que no está muy clara, especialmente su final, que me ha dejado descolocado.
Aún con todo esto, es un film de culto de tomo y lomo. Muchas ganas de verla de nuevo. De momento se queda en un 6.