María se dispone a pasar unas vacaciones con su hijo Diego en la isla canaria de El Hierro. Para llegar allí, cogen un ferry en el que todo empieza a ir mal. Durante el trayecto, la protagonista echa una cabezadita para reponer fuerzas. En ese breve lapso de tiempo Diego desaparece, desencadenando así un sinfín de pesadillas para la sufrida madre que, con el paseo del tiempo, tratará de aceptar la tragedia para seguir adelante. Pero todo intento de encontrar la estabilidad en su vida se truncará desde el momento en que reciba una llamada que la cita para volver a la isla, ya que por lo visto, ha aparecido el cadáver de su hijo.
Para ubicarnos: ¿se acuerdan de la claustrofóbica aventura de Jodie Foster en la que buscaba sin cesar a su hija desaparecida en un avión? Pues lo mismo pero con un ferry. Eso sí, a partir del punto de partida, se separan los caminos. Aunque también es cierto que ambos trabajos cuentan con la desaparición repentina (y por el lugar en que se produce, rozando lo inexplicable) de un familiar desvalido como elemento dramático que da el pistoletazo de salida para plasmar de forma angustiosa la soledad de una madre ante una entorno hostil y en el que no puede fiarse de nadie. El principal atractivo -por rescatar alguno- de ‘Plan de vuelo: desaparecida’ era que toda la acción se situaba en un avión que estaba en pleno vuelo, jugando así el factor ambiental un papel clave en la historia.
Algo similar ocurre en ‘Hierro’, película en la que las localizaciones podrían llegar perfectamente a la categoría de “personaje”. Se cambia el avión por el ferry y los parajes isleños, bellos y amenazantes al mismo tiempo, y el desarrollo de la trama en la cinta española no es tan deudor del transcurrir del trayecto, ya que se alarga en el tiempo y recurre además a la variedad de emplazamientos (aunque salta a la vista que guardan un sinfín de similitudes entre ellos), con la vista siempre fijada en retratar mejor el sufrimiento de María. Para ello es crucial la confirmación de que detrás del despampanante cuerpo de Elena Anaya se esconden buenas dotes interpretativas. A lo largo de la hora y media de metraje, la actriz palentina convence al saber tomarle bien el pulso a un personaje complejo, que se debate constantemente entre pasar página y seguir con la desesperada -y desesperanzadora- búsqueda de su hijo.
Sin ella, el filme no habría podido entregarse con tanta claridad a los cánones del thriller psicológico. En una entrevista, el director Gabe Ibáñez comentaba que su ópera prima triunfaba en los festivales en los que era presentada porque no parecía una película española. Bastante razón tenía, ya que ‘Hierro’ tiene perfecta cabida dentro del cada vez más consolidado movimiento del cine de género español. Recientes referentes como ‘Celda 211’ de Daniel Monzón sirven para entender esos productos que “sólo” rinden fidelidad a los títulos clave de la clase a la cual pertenecen, saltándose así los manuales de la industria, sin importar cuál sea su nacionalidad (lo que se traduce obviamente en la creación de películas que pueden ser entendidas más allá de las cada vez más obsoletas fronteras del país en que fueron concebidas).
A este patrón responde ‘Hierro’, un trabajo que tanto por el planteamiento, como por el nudo, como por el desenlace, ofrece una historia llena de posibilidades. El problema está en el capitán del barco. Y es que parece que Gabe Ibáñez no puede resistirse a los peligros de su currículum. Dos datos a retener. Primero, se dio a conocer como creador de efectos especiales (por los que fue premiado con un Goya por su trabajo en ‘El día de la bestia’), lo cual implica el mimo hacia lo visual. Segundo, es un director debutante, lo cual acostumbra a traducirse en unas ganas desmedidas por darse a conocer; por convertirse en el protagonista absoluto de la función.
No hay más que sumar esos dos factores para explicar el a la postre fallido experimento que supone ‘Hierro’. Porque ciertamente el acabado técnico es impecable (en este aspecto, no sorprende hallar en la producción los mismos nombres que en ‘El laberinto del Fauno’ y ‘El orfanato’), pero acaba haciéndose todo excesivo, hipertrofiado. Cada situación se convierte en una nueva oportunidad para inyectar efectos digitales a los fotogramas. Además, parece como si cada plano; cada recurso visual tuviera un doble significado, tuviera que sugerir algo. Una experiencia agotadora, que hace que el tiempo transcurra de forma más lenta en demasiados tramos, y que de paso nos demuestra que el contenido puede ser raptado muy fácilmente por lo estético.
por Víctor Esquirol Molinas
La película en si se sustante sobre la gran actuación de la bella Elena Anaya y la potencia visual de todo el film, sus escenarios, la imaginación de los mismos que me recordó en algunas escenas a Sutter Island, solo que es cierto que parece muchas veces que abusa o exagera algunas escenas sin venir a cuento y por el simple lucimiento visual.
Como es normal en el género y aunque como muchas veces estos recursos puedan algunos ser para nada, dentro de esta imaginación visual hay muy buenos planos de bichos, pájaros, el juego con el "elemento agua" y lo tétrico de los personajes que habitan la isla ayudando al climax general y a la sujestión del espectador, aunque interpretativamente no se acerquen a la protagonista, incluyendo a su hermana (Bea Segura), que sigue igual de triste desde Al Salir de Clase.
Como suele ser habitual y no por ello negativo, tenemos la BSO que aporta los subidones o bajones de apoyo para los sustos, aunque yo creo que es una película más de climax general que buscarlos y en muchas ocasiones la agradable melodía acompaña a la perfección.
Tenemos un inicio directo, un cuerpo del film para mi pasable con abuso de la diambulación de la protagonista para acá y para allá como una zombie y sobretodo unos 20 min. envolventes, tensos y hasta desesperantes que concluyen en para mi un más que acertado final.
Mezclando todo tenemos (a mi modo de entender, evidentemente) un interesante y acertado aunque ligero (su corta duración ayuda) thriller psicológico a la española que poco tiene que envidiar a los de factura americana.
Un 6.2
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