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'Gett: El divorcio de Viviane Amsalem': Un intento de separación

Vía El Séptimo Arte por 01 de abril de 2015

Allá por el año 2004, los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz debutaron en la dirección de largometrajes con el drama familiar 'To Take a Wife', cuyo inicio era, por lo menos, impactante. Viviane, sacrificada madre de familia, le pedía el divorcio a su marido, Eliahou... a pocos días de la celebración del Shabbat. Y como suele decirse en estos casos, nunca es buen momento para este tipo de ocurrencias, aunque claro, los hay -mucho- peores que otros. Como era de esperar, la noticia corrió como la pólvora, y saltaron todas las alarmas. Aquella blasfemia no podía consentirse de ninguna de las maneras. No a las puertas del Shabbat. De modo que ahí se plantó la familia al completo. La de él y la de ella: en casa de Viviane, para convencer a la pobre mujer de que lo suyo, en realidad, no eran más que nervios acumulados, que aquello ya se le pasaría, que algunas decisiones más valía meditarlas a fondo...

... Y toda esa basura (porque esto es lo que es) que hay que tragarse con tal de no alterar el orden natural de la sacra institución (mental) familiar, no vaya a ser que se acabe el mundo de un día para otro. Por increíble que parezca, el cosmos vivió para contarlo, y una década más tarde, aquí nos encontramos casi todos, en los tribunales, para ver si a la histérica se le ha pasado el ataque o si por el contrario, sigue decidida a llevar el capricho hasta sus últimas consecuencias. Aunque parezca mentira, estamos en 2014 (casi), y los Elkabetz acaban de presentar su tercera película, 'Gett: El divorcio de Viviane Amsalem'... y nos damos cuenta de que sí, seguimos en las misas. El lapso temporal entre una obra y la otra es la primera broma (cruel, donde las haya) de otras muchas preparadas por los directores y guionistas para con su protagonista femenina. El humor será judío y tendrá todas las etiquetas que a uno le parezcan convenientes, pero efectivamente, y siempre desde la distancia (divina) del espectador, el drama (en este caso, el de un encierro) puede adquirir tonalidades de comedia.

Y que vaya esto por delante, 'Gett: El divorcio de Viviane Amsalem' es una señora tragedia, tan fiel a su naturaleza que la cámara no abandonará jamás el campo de batalla. Durante las dos horas de metraje, los tribunales van a convertirse, como sucede con otros muchos matrimonios, en el único (y último) refugio de un ser moribundo que, para mayor (des)gracia no exenta de mala hostia, se resiste a morir. Pero Viviane lo tiene claro y meditado. Tanto que ya lleva años viviendo separada de Elisha, sin apenas dirigirle la palabra, faltaría más. Su marido le corresponde con el mismo trato, con lo que parece que el caso está visto para sentencia... pero no. Él se niega a colaborar, y parece que ni a tiros va a dar su consentimiento para terminar, de una vez por todas (que ya va siendo hora), con la relación. Falta pues, un requisito fundamental para terminar con el maldito calvario.

El -auténtico- problema está en que de lo que se trata aquí no es de alcanzar el consenso, sino de hacerse, por lo menos, con la colaboración de la parte que obviamente cuenta más que la otra. Siguiendo de cerca (a la misma distancia a la que nos sitúa el mejor teatro, pero con una conciencia y ejecución cinematográficas igualmente exquisitas) un litigio que entre broncas, revelaciones, testigos y recesos más o menos elípticos, se va alargar durante años (que se deben sumar a la cuenta que nos traíamos de la citada 'To Take a Wife'), Ronit y Shlomi Elkabetz, quienes han perdido en exaltación y ganado en temple, ponen la lupa sobre un factor humano que, como no podía ser de otra manera, reflejará las miserias de una comunidad que parece no querer reconocer la fecha que marca el calendario. En 'Gett: El divorcio de Viviane Amsalem', hay mucho de denuncia, pero muy poco de subrayado o de cualquier otro condicionante que pueda influir en el juicio de la audiencia.

Los hechos (así como el tratamiento que éstos reciben) hablan por sí solos, lográndose así lo más difícil: una imparcialidad que supera las limitaciones del punto de vista narrativo. La -inútil- intromisión de la liturgia de la esfera divina (pausa para las risas) en los asuntos terrenales y el -raquítico- peso de la mujer en una sociedad que se las da de moderna, pero que en realidad está más estática que la mayoría de planos que configuran el filme en cuestión. Caen ambos frentes sobre la trama por el aplastante peso de la lógica, y forman, inevitablemente, el leitmotiv de un absurdo casi kafkiano tras el cual nos espera la más oscura de las amarguras. Ésta saldrá a relucir, como sucede con el mejor Asghar Farhadi, a través de un diálogo que, una vez más, se descubre como la mejor herramienta para descubrir una verdad que desgraciadamente supera a cualquier personaje. Se nos podría estar hablando de la sumisión de la mujer hacia el hombre (y efectivamente), pero en realidad la damnificada que más debería dolernos es la de la razón frente a un sinsentido tan ancestral como -desesperantemente- tóxico. Definitivamente, esto es un drama (judicial, familiar... humano): donde debería haber separación, sigue habiendo convivencia forzosa.

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol


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