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'Fast & Furious 7': Siete veces infinito

Vía El Séptimo Arte por 01 de abril de 2015

La toma general de apertura no deja lugar a dudas. Estamos en Londres. En la City, para ser más concretos, uno de los feudos donde las fuerzas del mal más a gusto se han sentido desde que aquel primate zarandeara por primera vez aquel maldito hueso. Las nubes campan a sus anchas, la lluvia aparece de forma discreta pero constante y el sol, por supuesto, ni está ni se le espera. El tiempo aconseja no salir a la calle; llama a la reclusión en la oficina, el banco, o cualquier otro sitio desde el cual arruinar el destino de decenas (o centenares, o miles...) de personas. En éstas se encuentra Deckard Shaw, quien en uno de sus muchos ataques de malignidad, ha decidido tomar un hospital entero. Poco le importan los pacientes, mucho menos el equipo de fuerzas especiales que la policía ha destinado para tratar de impedir que el hombre cumpla su malévolo cometido. A todos ellos los ha borrado del mapa a base de disparos en la cabeza, detonaciones de explosivos en el pecho y certeros golpes de karate en las articulaciones más sensibles del cuerpo.

No hay nada que vaya a detener a Deckard Shaw, pues la vida le ha dado todos los medios para triunfar (la experiencia, vaya, le ha convertido en un psicópata en forma de implacable máquina de matar) y además su causa es justa. Su hermano pequeño está herido de gravedad, y seguramente no vuelva a ser el de antes. Por lo visto, una banda callejera de desalmados la tomó con él, y decidió darle la paliza que, por otra parte, tanto tiempo llevaba pidiendo a gritos. Esto último, por supuesto, poco o nada le importa a Deckard. Lo único que sus -atrofiadas- neuronas son capaces de comprender en estos momentos de amargo dolor es que alguien ha jodido a su familia. Y como todo macho alfa sabe, la familia no-se-toca. De pequeño, en el cole, ya le quedó clara esta filosofía. ''Hermanito, recuerdo las que liabas en la hora del patio'', le dice el matón al comatoso. ''Siempre andabas metido en líos... empezando peleas aquí y allá.'' Pausa dramática. ''Y siempre era yo el encargado de terminarlas.''

Es un hecho: la estupidez humana es infinita. Tanto como el propio universo, aunque de esto último, y como dijo el genio, no podemos estar tan seguros. Por el contrario, sí tiene más consistencia el carácter inabarcable de la venganza fraternal (pregunten al resacoso de John McClane). Esto sí que es infinito. Esto, y la ira que conlleva. Esto, y una vez más (porque nunca está de más recordarlo), la estupidez humana. Esto, y ya que estamos, el hambre (en taquilla, claro) de Hollywood. Y ahí debían estar los productores, refugiándose del sol californiano en la sombra cavernaria de alguna de sus salas de reuniones, pensando en cómo demonios iban a calmar ese gusanillo que nunca muere. Éste es el primer capítulo de muchas historias que con el debido tiempo de incubación, han acabado convirtiéndose en películas. Como mandan los manuales de estilo de nuestros tiempos, en este apartado reinan, por encima de los demás, los remakes, reboots, precuelas y segundas partes. Solo que la que ahora nos ocupa en realidad es una séptima entrega.

Séptimo capítulo de una franquicia que ha tenido en su capacidad para evolucionar (en el plano físico, no tanto en el mental), la principal clave de su longevidad, convirtiéndose así en un caso icónico (por su naturaleza de barómetro a lo largo de los años) dentro de la industria cinematográfica del entretenimiento. Esto último sólo podrá determinarlo el tiempo, claro está, pero las cifras en el box office que de momento baraja la saga son, por lo menos, más que suficientes para optar a dicho estatus. Hay en estos números (sobre todo en los abundantes ceros a la derecha) suficientes motivos para pensar, de nuevo, en la todavía más representativa hambre que, por lo visto (y para volver al hueso) echó de 'Fast & Furious 7' a uno de los padres fundadores de la criatura. Sorprendió, y mucho, la marcha (voluntaria y amistosa, siempre según la versión oficial) de Justin Lin, director de las cuatro últimas entregas, quien al parecer necesitaba nuevas metas en su carrera e, importante, llegaba a la cita agotado por un ritmo de producción que definitivamente iba sin frenos... y con exceso óxido nitroso en el motor.

Sorprendió también (de manera grata, pero escéptica a la vez), la elección de su sustituto, el dotadísimo James Wan, quien después de tocar techo en su hábitat natural (con 'Expediente Warren', especialmente, hito del cine de terror) andaba también buscando nuevos horizontes. Y claro, la Factoría de Sueños se dedicó a conceder un poco de lo suyo. Pero ojo, hay deseos que pueden convertirse en condenas, o si se prefiere, hay regalos que en realidad son -peligrosísimas- pruebas de fuego. En este caso, el probar suerte con un género casi inexplorado al volante de un coche tan caro (en forma de producción tan descaradamente de estudio), podría convertirse para muchos en un obstáculo (letal) insalvable. Se requiere un oficio que, admitámoslo, no todo el mundo tiene. Afortunadamente, Wan tiene suficiente cerebro (como para no querer meter mano en una fórmula de probadísima eficacia) y músculo (sine qua non obvio, dada la película que nos concierne) para saldar la experiencia con vistas puestas más allá del simple aprobado (que por todo lo comentado, no era conquista menor).

Dicho y hecho. Mismo chasis, mismo propulsor, misma ruta, con un par de curvas añadidas, tal vez. Mismas instrucciones... para un piloto diferente. Éste pone su talento y (más importante) su sentido del deber al servicio de un bólido que aunque no sea suyo, sabe que puede rayarlo tanto como quiera. Y a disfrutar, que la bestia tiene más caballos y potencial destructivo que todo el ejército de Genghis Khan. Y ya que de guerreros va el asunto, el mantra es más o menos el mismo que el de Atila: ''Que la hierba que pisen nuestros neumáticos no vuelva a crecer jamás.'' Entre Hunos y otros, van dieciséis siglos de diferencia... Así de poco hemos cambiado. En este sentido, los fans de Dom Toretto y Brian O’Conner no tienen por qué sufrir, 'Fast & Furious 7' sigue siendo un producto diseñado por (¿y para?) gente que, al igual que Michael Bay, no sabe distinguir una mujer de un Ferrari. ¿Por qué? Pues porque para estos gorilas, ambas cosas (exacto) se compran. Y su precio depende del placer que proporcionen. Y el placer depende tanto de la carrocería como de la habilidad en sus movimientos. La incomodidad moral se eleva a la enésima potencia... pero solo cuando hemos salido de la sala de cine. Durante la proyección, el filme nos recuerda que bajo el escudo de los placeres culpables, ni el machismo, ni el racismo ni, en definitiva, el trogloditismo más terrorista, duelen lo más mínimo. Au.

A partir de aquí (cuidado, alarma de la ''F-word''), a hacer el amor. 'Fast & Furious 7', como lo fueron todas sus antecesoras, es un polvazo. Un revolcón multi-orgásmico de más de dos horas durante las cuales cualquier amago de coitus interruptus no es más que un brevísimo descanso para (ad)mirarse en el espejo del techo mientras, al son de una carcajada o dos, se prueban las dulces mieles de la nicotina. Conceptualmente, impera la caspa; a nivel de asfalto (que a esto hemos venido), manda la adrenalina. No pueden gastarse energías en mimar algo tan inútil como una historia (esto queda en manos de un product placement tan burdo como desternillante... y sí, es parte de la gracia). No hay tiempo para pensar, mucho menos para dialogar. Hay que apretar hasta el fondo el pedal del acelerador; cambiar de marcha de forma instintiva; que los impulsos más racionales sean los que hagan girar el volante... Hay que ganar. Machacar al rival. Matarlo, antes de que te mate a ti. James Wan lo entiende y lo ejecuta tan bien como Justin Lin, su más importante (por relevante) predecesor en el cargo. Los cambios en el acabado son totalmente circunstanciales, y éstos están perfectamente aprovechados.

El primero, tan frío como los designios de un negocio decidido a volcar toda su creatividad en un más-imposible-todavía que tape todas sus carencias. Y al igual que quien conduce temerariamente para compensar sus inseguridades en la cama, con esto le basta. En este caso, se trata de nivelar el intelecto infinitesimal con la insensatez más trepidante. Desde Londres a Los Angeles, pasando por Tokyo, Abu Dhabi y otros sitios inventados, James Wan brinca desatado, refinando las virguerías marca de la casa en los movimientos de cámara; gestionando, cual loco al volante, el ritmo de carrera. 'Fast & Furious 7' agota (en el buen y el mal sentido) tanto como divierte, y reivindica de paso la cifra de su título como un número infinito, librándose así a la desmesura de su propia voluntad. Ésta le obliga a reivindicarse en cada set piece como un spectáculo total que dé cabida a las carreras más peligrosas, a los tiroteos más explosivos y a la leña más dolorosa. Tan hipertrófico como los músculos de ''The Rock''. Entonces, ¿es una de persecuciones? ¿Una de disparos? ¿Una de artes marciales? Es una de acción, en mayúsculas. No hay más que mirar un poco de cerca a la troupe de Toretto, cuyos integrantes nos brindan el retrato robot del que vendría a ser el hijo bastardo (y a mucha honra) de James Bond, Ethan Hunt, Jason Bourne, Tien, Mad Max... y de cualquier otro salvaje de autopista que venga a la mente.

El segundo cambio más o menos estructural viene dado por la obviedad de lo imprevisto. La muerte de Paul Walker durante la producción no solo convierte al personaje de Brian O’Conner en el cliffhanger narrativo más macabro de los últimos tiempos, sino que además otorga a la película el don del Adiós, un concepto que la industria puso, hace mucho tiempo, en la carpeta de Tabús. Por supuesto, será el comentado hambre de los peces gordos (y no el poco respeto que profesan hacia sus empleados) lo que determinará hasta dónde llega el carácter infinito del producto, pero de momento, este 'Fast & Furious 7' huele a ''The End''. La voluntad del último adiós, más que estar refrendada por los cánones de la dictadura de la escena post-créditos (no, no hace falta esperar a que se enciendan las luces), está plasmada por el empaque final confeccionado por un James Wan que sabe aprovechar las dinámicas ''Mercenarias'' auto-referenciales para que el humor inherente (barato pero efectivo) adquiera el aroma a emotivo In Memoriam. Dedicado a una estrella que se fue antes de lo que tocaba... y a una serie de aventuras que a pesar de las horas que nos ha tenido frente a la pantalla, llega a la línea de meta dejándonos con esa agridulce sospecha (incluso convicción) de que podría haber recorrido muchísimos kilómetros más. Y ahí está la auténtica ponedora de huevos: cuando se ha encontrado a un buen suministrador, en este universo no hay nada más infinito que las -sudorosas- necesidades del gran público. Y ahora en serio, ¿para cuándo la próxima?

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol


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