La mayoría de retrospectivas dedicadas a los últimos trabajos de los grandes maestros (sin importar demasiado el arte al que éstos se dedicaran) se ha topado casi siempre con una anomalía (llamémosla así) de carácter tan humano como el de quien ahora mismo escribe; tan natural, en definitiva, como la vida misma, que como bien sabemos, a veces termina -mucho- antes de lo que en un principio parecía estipulado. El pintor, escritor, dramaturgo o cineasta, por mucho que se le haya querido poner al mismo nivel de los dioses, no puede decidir el momento en que el último granito de arena caerá de su reloj. Ahí está el drama. ''Uno más, por favor'', pediría él, ella... y a buen seguro todos los admiradores de sus respectivos trabajos. Pero ya se sabe, el destino no atiende a peticiones tan -insignificantemente- humanas. Es por esto que muy a menudo, a ese gran novelista, escultor, o director no le quedó otra que despedirse con una pieza que en condiciones normales difícilmente habría destinado para
ese amargo último adiós. El estudio está pues dedicado a una materia que raramente pretendía aspirar a la categoría que la -triste- providencia le ha otorgado.
La amargura es, precisamente, la que de algún modo u otro, y con más o menos intensidad, ha ido acompañando, a lo largo de los últimos años, cada uno de los visionados de la ''última'' (es decir, de la ''nueva'') película de Hayao Miyazaki. Por muy placentera que fuera la experiencia (y siempre lo ha sido), a lo largo de, sobre todo, esta última década (año más, año menos), siempre ha sobrevolado el fantasma de la última ronda; del último grano de arena o, para no salirnos del guión, del
último vuelo. ''Uno más, por favor.'' Pero claro, esto no iba a depender de nosotros, si acaso de un viejo animador consciente de que las hojas arrancadas de su calendario cada vez (le) pesaban más... consciente también de que el mundo que le había visto crecer (y en el que, efectivamente, había crecido), había cambiado, en parte porque él mismo se había encargado de cambiarlo. En un panorama así, no es de extrañar que cada vez le costara más encontrar motivos para seguir trabajando, o si se prefiere, para seguir aportando arena.
Hablar de 'El viento se levanta' no es hablar de otra película de animación, sino de la que con casi total seguridad va a convertirse en
el último diamante de uno de los mejores (por no decir directamente el mejor) animadores de todos los tiempos. Duele, porque confirma ese momento que durante tanto tiempo habíamos temido, pero a la vez es de agradecer -y mucho- el que, en uno (otro...) de sus muchos actos de sabiduría, el maestro se tomara el tiempo y se dedicara los esfuerzos suficientes como para encarar la que sería su despedida. Una a la altura de las circunstancias... si es que se podía ser tan arrogante como para soñar con ello. Hablando de...
Sueños, pesadillas y la -cruda- realidad que origina tanto a unos como a las otras. La carrera de Hayao Miyazaki se ha fundamentado especialmente en los dos primeros factores (no en vano, es considerado, con todo merecimiento, como uno de los más dotados creadores de fantasía de la historia del cine), no obstante, la otra cara de la moneda, es decir, aquella literalmente palpable, siempre ha jugado un papel primordial en este particular y apabullante proceso creativo.
Fijémonos, por ejemplo, en dos de sus obras más inspiradas: 'Mi vecino Totoro' y 'El viaje de Chihiro', ambas de una
inventiva fabulesca desbordante, pero con una base que igualmente tiene los pies, desgraciadamente (o no), clavados en el suelo. 'El viento se levanta', es decir, ''la nueva''; es decir, ''la última'', se sustenta en los -innegociables- ingredientes de siempre, pero aquí se invierte el orden de cocción. En un remoto paraje rural de un remoto y algo atrasado (?) país, un mocoso con problemas de miopía sueña con ser el mejor piloto de avión del mundo. A veces, cuando la noche y su mente están más calmadas, el sueño se muestra tan nítido; tan preciso, que hasta parece real... pero por alguna razón u otra, por muy brillante que el subconsciente pueda llegar a pintar el futuro, éste tarde o temprano termina terriblemente ennegrecido por los nubarrones de una tempestad inconcreta, pero escalofriante en todos los sentidos. Se avecina una tempestad que lo pondrá todo patas arriba.
Estamos en Japón, durante los primeros compases del siglo XX... y créanme,
pocos retos hay en este mundo que puedan rivalizar, en lo que a incomodidad se refiere, al de tratar la Historia contemporánea nipona. Pero 'El viento se levanta', a pesar de lo que pueda sugerir su planteamiento, no es una película en la que se imponga la perspectiva ''macro'', sino que se va a buscar lo ''micro'', que inmediatamente puede convertir las diminutas medidas con las que trabaja en algo gigantesco. El nacimiento de una nación (en forma de híper-traumática modernización) usado aquí como pretexto.
El texto lo marcan los individuos, especialmente uno de ellos. El más importante, tal vez; el más ilustrativo, seguro. No se extrañen pues si parece que sólo importa él. Es que realmente es así.
Ante la inmensidad e inabarcable complejidad de los sucesos, Miyazaki toma como referencia aquello que conoce mejor: el ser humano. Así pues, en los fundamentos cobra importancia (capital), una vez más, ese rasgo tan identificativo del mejor cine japonés: la creencia, algo naif pero igualmente sincera, en la bondad humana. A partir de ahí, todo carbura.
Momento éste tan bueno como cualquier otro para recordar que estamos en la etapa ''post-Ponyo'', aquella en la que
el trazo del maestro parece (y sólo parece) haberse simplificado (incluso ''infantilizado'', se ha llegado a decir... con total desconocimiento de causa, debe añadirse). Lo único cierto es que después de 'El castillo ambulante', es decir, después de haber alcanzado la excelencia en el barroquismo visual (¿quién iba a pensar que éste podría estar dotado de tanta fluidez?), las líneas -maestras- de Miyazaki han optado por
la sencillez (y lo certero) en las tomas generales... y la altísima definición en los planos cortos. De nuevo, el individuo se enfrenta a todo lo que, por tamaño, le supera por amplísima goleada. Y de paso, el pincel, ese instrumento arcaico que parece que no se usaba desde que Yamato fuera el único y verdadero reino en aquel mítico archipiélago perdido en el Pacífico,
se reivindica no sólo como un recurso visual que, en las manos adecuadas, adquiere un valor incalculable, sino también como un lenguaje (cinematográfico, artístico...) en sí mismo.
El pulso de la experiencia. 'El viento se levanta' es sin lugar a dudas el nuevo (o el último) testigo de un cine que vive (tanto que hasta sus efectos de sonido son exageradamente orgánicos; tanto que hasta las espinas de caballa se transforman en la mejor referencia a la hora de trazar líneas). El último canto de una animación de alguien que ha vivido mucho... y que al mismo tiempo nos anima a vivir a través de su trabajo.
Hablar de círculos virtuosos es quedarse cortísimo. ''Le vent se lève... il fau tenter de vivre!'' ;
''El viento se levanta... ¡hay que intentar vivir!'' Con este verso, Paul Valéry empezaba a clausurar (importante) su poema ''El cementerio marino'' (ídem). Estas mismas palabras son las que guían, a modo de insobornable mantra, a Hayao Miyazaki durante su última travesía, tan arriesgada; tan consciente de su condición de ''pirueta final'', que no muestra miedo alguno a la hora de enfrentarse a los obstáculos (teóricamente insalvables) planteados por el propio relato. Y es que en el obligatoriamente convulso repaso de los hechos, es casi imposible no detenerse en
Jiro Horikoshi, figura que, analizada con un mínimo de profundidad, se convierte en el vivo reflejo de una era, de una situación... incluso de su retratista particular.
Es importante constatar aquí algo tan obvio que fácilmente puede pasar desapercibido: en su biografía, ocupa muchas más líneas su trabajo como ingeniero aeronáutico (ligado estrechamente a los golpes más fuertes asestados por Imperio del Sol Naciente a lo largo de la Segunda Guerra Mundial) que no lo que se conoce como ''vida personal''. Es, para entendernos, otra de las muchas maldiciones del artista.
La obra devorando al creador. Volviendo a Hayao... cuando haya pasado el tiempo y los estudiosos se harten de hablar de, por ejemplo, los Oscar, Osos de Oro (así como el -merecidísimo- apoyo unánime) que cosechó 'El viaje de Chihiro', ¿se acordará alguien de que se estará haciendo referencia al que posiblemente sea el mejor regalo que un abuelo le haya dedicado jamás a su nieta? Volviendo a la película... si en algún(os) momento(s) da la sensación de que 'El viento se levanta' pasa de puntillas sobre las mencionadas incomodidades (tales como la de ahondar en la vida de quien terminaría diseñando los aviones que bombardearían Pearl Harbor), no se debe a las heridas Históricas mal cicatrizadas por parte de Japón, sino a la
noble voluntad de descubrir a un hombre. Al fin y al cabo, tu alma gemela podría encontrarse bajo esa montaña de chatarra... ¿por qué no?
Con prácticamente medio siglo de vida profesional sobre sus espaldas, Hayao Miyazaki debe saber mejor que nadie que
las creaciones artísticas pertenecen no sólo a su legítimo autor, sino a todos y cada uno de sus consumidores. Hablemos, por ejemplo, de las interpretaciones que un lector cualquiera sin ninguna relación con el escritor, puede hacer de un texto. Hablemos de los fines propagandísticos con los que se puede usar una película que en un principio poco o nada tenía que ver con la política. Hablemos también de aquel avión (ese sueño maravilloso... pero al mismo tiempo maldito) que en vez de llevar pasajeros, fue cargado, para mayor horror del pobre padre de la criatura, con las bombas más mortíferas. A Jiro Horikoshi seguramente se la jugaron; a Gianni Caproni, también. En 'El viento se levanta', el segundo le cuenta al primero que los ingenieros son artistas, y que la inspiración, que sólo dura diez años (esa falsa modestia...) hay que aprovecharla al máximo. Ambas personalidades / personajes (pilotos frustrados que ponen todo su talento en la creación de aeroplanos)
se dan cita en el reino de lo onírico, para hablarnos de algo que realmente sucedió... y que realmente sigue sucediendo.
Correcto, el hilo narrativo se ve seriamente comprometido en más de una ocasión; el Japón (y el mundo, en general) de aquella época queda ligeramente desdibujado y el motor psicológico de las motivaciones se cala a menudo (por no hablar del error de haberse hecho con los servicios de Hideaki Anno: excelente animador... y muy pobre actor de doblaje). ¿Es 'El viento se levanta' un melodrama histórico irregular? Sí. ¿Es un biopic fallido?
Podría... si estuviéramos hablando de un melodrama histórico y/o biopic al uso. No hay que olvidarlo: a veces las expectativas de la audiencia chocan con las intenciones del artista. Un segundo, ''¿Dónde están esos apuntes ecologistas y feministas que tanto me gustan?'', preguntó el espectador más superficial. Están enterrados, y sus latidos se escuchan a kilómetros de distancia. Nadie ha dejado de hablar de Hayao Miyazaki (pregunten, sino, a Joe Hisaishi). En este sentido, y aunque el alter-ego animado de Horikoshi pueda recordarnos al príncipe Ashitaka de 'La princesa Mononoke', no está de más recordar que,
para su último espectáculo acrobático, el maestro ha decidido sorprendernos con algo nuevo. En otras palabras, aunque el período de entreguerras nos remita a la estupenda 'Porco Rosso', estamos a años luz de aquellas aventuras de piratas y corsarios montados en hidroaviones. Sorpresa: todo lo que puede recriminársele al folleto (que seguramente hayamos escrito nosotros mismos), debe aplaudírsele después a un programa que rebosa inteligencia, sensibilidad... maestría.
El creador, antes de ser engullido por su propia obra, decidió fusionarse con ella. Gianni, Jiro, Hayao: tres nombres para un mismo genio. Por encima de las distinciones entre lo clásico y lo moderno, Miyazaki aprovecha hasta el último momento para seguir perfeccionando un modo de ver (y vivir) el cine que se muestra aquí más todoterreno que nunca. En el amor, en el terror, en el drama y en la comedia (ésta última incluso en su vertiente de exquisito semi-silente), el septuagenario maestro nacido en Tokio se luce en todas las facetas para componer así el que termina siendo su último gran poema. ''El viento se levanta... ¡hay que intentar vivir!'' Nada más; nada menos. La vida, y el cine, siguen después de Miyazaki. En parte porque así lo desea él; en parte porque él mismo nos ha enseñado a hacerlo. Y él mismo, ingeniero de ingenieros; artista de artistas, escribe en la pizarra una última lección:
''La imaginación abre el camino al futuro... la tecnología, ya llegará.'' Ahí nos veremos.
Imposible tener más consciencia de lugar, de momento y de (ultimísima) obra. Permiso, ahora sí, para llorar. De pena, de alegría o de emoción, pero a lagrimón tendido, como mandan los cánones.
Infinitas gracias... y a más ver.
Nota:
8 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas