''La vida es tango.'' ; ''Vale.'' La vida es un baile apasionado (pre)diseñado para dos personas, pero con las puertas abiertas, en algún que otro momento, a otros bailarines. Aceptamos. Entonces, hay que estar siempre atento porque nunca se sabe quién estará rondando tu (/ vuestro) espacio vital... nunca se sabe quién podría cambiar, para bien o para mal, esta hipnótica danza. Al fin y al cabo, aquí todo el mundo está invitado, lo que pasa es que con tanto movimiento, sudor y feromonas involucradas en la ecuación, la gente tiende a ponerse más violenta de lo que debiera. Ese gusto por lo primitivo se palpa en el ambiente. Las miradas que se intercambian los implicados se cargan cada vez más de ira y agotamiento. El sudor empapa ya todo el cuerpo y el tono de los jadeos se corresponde con el de un depredador de la jungla que está buscando una nueva presa... o con el del filete en potencia que huye como puede de las fauces de su perseguidor. En fin,
el amor y los desamores... que la vida es tango, y los tangos, tangos son.
La ópera prima de Miguel Ferrari empieza con la estilosa filmación de unos ensayos correspondientes a un número teatral de tango en multitud. Tiene más sentido del que parece. Permitiendo que todo el sonido ambiente se filtre en la acción que está captando la cámara y navegando elegantemente en una marea de primeros planos, el debutante no desaprovecha la primera ocasión que se le brinda para hacer demostración de fuerza y, de paso, firmar una suficientemente
. Al final del ejercicio, y cuando en el escenario por fin se ha detenido el -trepidante- movimiento, queda claro que el tango a seis (o más) no era más que una excusa para que mujeres y hombres (y viceversa...) interactuaran y se cambiaran los roles de forma grácil y natural. Total, que nos ha quedado una pareja heterosexual, una gay y otra lésbica. Niquelao'... aguántenme la pose unos segunditos para el fotógrafo y... listos.
La maldita pose, otra vez... capaz de estropear hasta la mejor imagen. Así, lo que Miguel Ferrari había ido construyendo (a nivel de estética, a nivel de discurso...) se tira por la borda en un abrir y cerrar de ojos cuando sale a relucir la realidad. Au revoir, y si te he visto, no me acuerdo. Sinceridad la justa a la hora de poner sobre la mesa las tesis supuestamente comprometidas, que en principio de esto trata el asunto.
Concienciar, que a la gente le falta esto mismo: conciencia. Volviendo al numerito, al final quizás no se trataba de reivindicar lo que ahora mismo, por pura obviedad, no necesitaría ser reivindicado (hablamos, por supuesto, de la defensa de la comunidad Gay, Lésbica y Transexual), sino de que cuadrasen los números de la aritmética estética más fría.
Ante la complejidad, la simpleza más chabacana. Cada oveja con su pareja... pero con conciencia moderna, y
sin aportar nada a la causa más allá de un slogan de programa de sobremesa y, quién sabe, una pose. Del agravio comparativo que tiene que ver con Mariana Rondón (quien con mucho menos logró muchísimo más, gracias a la muy reseñable 'Pelo malo'), mejor ni hablar.
A partir de ahí, quedan dos horas de sonrisas y lágrimas (pero sobre todo de lo segundo, o al menos esto se nos quiere hacer creer), con el telón de fondo de una familia destrozada (dejémoslo en ''desestructurada'')... pero no demasiado. ¿Existe un catalizador mejor para las emociones más efervescentes y, a fin de cuentas, más intrascendentes? Así discurre 'Azul y no tan rosa', entre golpes de efecto de un
histrionismo marca de la casa, y que alargan un poco más (y así...) la llegada de lo inevitable, en otras palabras, de lo
desesperantemente previsible. Los giros y los momentos de supuesto ''impacto máximo'' se concatenan
con la misma gracia (?) que la de cualquier telenovela sudamericana. ''Suena a culebrón... no, espera, ¡a boa constrictor!'' (Fin de la cita) En esto último, recordemos, el pueblo venezolano era, hasta no hace mucho, el rey indiscutible en este inmundo terreno (el televisivo, por supuesto). Total, ya puestos a generalizar...
Los homosexuales y transexuales, es decir, los que antes eran los raros, son ahora mismo los buenos buenísimos. Santos y mártires. En el peor de los casos dentro de este
rocambolesco juicio moral, son patosillos cuya torpeza se explica por las duras circunstancias (sociales, familiares...) a las que deben enfrentarse. Los del otro bando, son todos unos demonios. Con sus cuernos y pertinentes colas (''¡Huele a asufre!'')... con un poco de suerte, se les permite aspirar a la categoría de intolerantes pero simpaticones trogloditas.
Blanco y negro: Así está el mundo, nos dice Miguel Ferrari. Lo mismo para la geografía: en Venezuela, esa ruina país gobernada por un atajo de sucios dictadores, el caos; en España (¡España!) está ni más ni menos que el mismísimo Edén. Calles pavimentadas en oro, oportunidades para encontrar un lugar mejor y, por supuesto, (auto)aceptación. Recúbrase todo con un algún que otro guiño a la infamidad de la Movida madrileña y dicha mentira tiene el éxito garantizado en los Goya (para mayor desconcierto en una categoría no exenta de grandes títulos). Y efectivamente (
cosas de los complejos). Fácil, ¿a que sí?
Nota:
3,5 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas