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'El pasado': Atrapados por su pasado

Vía El Séptimo Arte por 15 de abril de 2014

Y con P.T. Anderson nos cruzamos... una vez más. ''Puede que termináramos con nuestro pasado, pero él no había terminado con nosotros'', repetía implícita o explícitamente una y otra vez este genial cineasta en la magistral 'Magnolia'. El pasado, nos guste o no, es un cansino compañero de fatigas que no nos podemos quitar de encima. De él venimos y en él podemos quedarnos encerrados. Cuando esto último sucede, el pretérito se funde con el presente y con la perspectiva del futuro, haciendo que todos los elementos pierdan su sentido, si es que algún día lo tuvieron. La palabra ''pasado'', que da título al nuevo trabajo del gran Asghar Farhadi, aparece por primera vez en pantalla de forma difuminada y, poco a poco, con el paso de los segundos, se va difuminando.

Este efecto visual de presentación es, por supuesto, una broma por parte del cineasta iraní que delata un humor del que muchos creen que carece. Suele pasar. Sus virtudes, aunque contundentes e incuestionables, no salen por sí misas a la superficie, sino que esperan pacientemente a que el espectador (también cargado de paciencia) las descubra y, consecuentemente, las aprecie como se merecen. Puede que el que a priori fuera uno de los grandes favoritos a alzarse con la Palma de Oro en aquella impresionante 66ª edición del Festival de Cannes se fuera con poco más que un premio (el de Mejor Actriz para Bérénice Bejo) que sonó más que nada a alfombra roja para ''Adèle'', pero sin lugar a dudas superó las primeras pruebas de fuego. Esto es, sobrevivir a una proyección peligrosamente programada a las 8:30 de la mañana y, sobre todo, no hundirse en el mar de expectativas, conservando así su estatus de garantía de éxito.

Las opciones para triunfar en el palmarés se desplomaron, no obstante, cuando recordamos quién preside este año el Jurado (aunque como se vería posteriormente, tanta cábala no serviría absolutamente para anda). El caso es que 'El pasado' nos presenta, para entendernos, a la que posiblemente sea una de las familias menos ''spielbergianas'' de la historia. Los chavales, tesoro de valor incalculable y continuamente maltratado, ven como los adultos que deben ayudarles a construirse como personas, hacen y deshacen con total y cruel aleatoriedad mientras entran y se esfuman de su rango de visión. Como si de una especie de secuela de 'Nader y Simin, una separación' se tratara, la historia nos presenta al personaje de Ahmad, recién llegado a Francia desde Irán. El propósito de su viaje: reencontrarse con su ex mujer para acabar de concretar su divorcio. Ha llovido mucho desde la última vez que vio a Marie, quién parece haber reconstruido su vida junto a otro hombre.

Lo que debería ser una visita relámpago para rematar unos pocos flecos burocráticos se convertirá en una más que posible pesadilla en la que el protagonista deberá actuar como mediador profesional para tratar de levantar una ruina que ha llegado a tal condición por -adivinen- el insoportable peso del pasado. Farhadi sigue fiel a su fórmula y la ejecuta tan bien que ésta se antoja como inagotable. Universal sin duda al mostrar, en su emigración a Francia, casi tanto vigor como en su país natal. El director y guionista nacido en Khomein Shahr sabe que las maneras que tienen las personas de afrontar los incontables obstáculos que les va planteando la vida están por encima de cualquier credo, de cualquier cultura y, faltaría más, de cualquier nacionalidad. ''Despierta, tenemos que discutir'' dice un personaje en un momento de la película. El diálogo, que nunca debe ser silenciado, se erige una vez más como mejor arma (de doble filo) para resolver un terrible accidente (en esta ocasión quizás un poco demasiado enrevesado) en fuera de campo (es decir, en pasado) y para desnudar al ser humano.

Tahar Rahim, Bérénice Bejo y Ali Mosaffa (cada cual más inspirado) componen un trío de lujo que a lo largo de casi dos horas y media grita, llora, ríe y (se) emociona. Suya es buena parte del mérito de haber dado -extraordinaria- vida al nuevo, complejísimo y apasionante mapa ''farhadiano'' de la geografía humana. En él quedan desmenuzados, con claridad meridiana, los sentimientos que nos permiten o nos condenan a interactuar constantemente con nuestros seres amados. No tienen por qué obedecer a la lógica, pero sí deben brotar de esta voluntad tan ilusamente humana de querer cambiar lo que ya no puede ser cambiado. El pasado como mancha que no puede limpiarse. Es intocable; de él no se huye... pero con ayuda, entendimiento y -sí-, paciencia, se puede lidiar con él y, si la providencia quiere, aprender; deleitarse -y de qué manera- con la experiencia.

Nota: 7 / 10

Por Víctor Esquirol Molinas

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