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'Cenicienta': Cuéntalo otra vez, Kenneth

Vía El Séptimo Arte por 25 de marzo de 2015

Érase una vez (más) en Berlín, un tropel de periodistas deambulaba, como si fueran almas en pena, por los pasillos de un palacio que estaba a punto de cerrar sus puertas. Las paredes del edificio estaban decoradas con los rostros de algunas de las más célebres y admiradas puntas de lanza del celuloide. Mandaba, por supuesto, una tradición nada ajena a la pompa típica de los grandes festivales cinematográficos del mundo. Bajaba y subía uno por aquellas interminables escaleras acompañado, en todo momento, por las miradas de la que sin duda podía considerarse la Realeza del séptimo arte. Ahí estaba Jafar, ''el Desaparecido'', y Werner, ''el Loco'', e Isabel, ''la Sensible'', y Patricio, ''el Sabio'', y James, ''el Golfo''... A poco que la corte sintiera un mínimo de respeto por la profesión (aunque esto fuera mucho suponer / pedir), aquel escenario incomparable debía darle las dosis de motivación necesaria para tratar aquella magnífica celebración con el respeto que merecía. Entonces, ¿a qué venían aquellas caras largas? ¿Y aquellas toses? ¿Y aquella hostilidad hacia cualquier ser humano? ¿Y aquellos ataques narcolépticos? ¿Y aquel insoportable disco rayado de quejas y perretas pueriles?

Pues a que aquello era el Palast. El Berlinale Palast, para ser más exactos, y a que la 65ª edición del certamen que ahí mismo se celebraba, estaba tocando a su fin. No era de extrañar, pues, que en el ambiente se respirara esa tan típica mezcla de pena y agotamiento, presente siempre, por esas alturas, en este tipo de citas. Digamos que la melancolía por el final inminente del baile iba persiguiendo, escalinatas abajo, al alivio despertado por la misma circunstancia. El Palmarés iba a anunciarse en pocas horas... y once días (y sesenta películas) después de que ''la Sensible'' inaugurara la Competición por el Oso de Oro. Y claro, los había que no aguantaban más, y que querían volver ya a casita. Es más, los había que ya estaban en el avión y, de hecho, los había que ya hacía días que habían regresado al hogar. Las clásicas víctimas que se cobran los maratones, vaya. Por suerte, una mirada de última hora destinada a ver el programa de esa (pen)última jornada nos descubrió que la recta final tal vez (y sólo tal vez) no sería tan agónica como apuntaban los pronósticos más agoreros.

La clausura de aquel Festival de Cine de Berlín iba a correr a cargo de Kennneth Branagh, esponsorizado, por la omnipotente Disney... en una nueva adaptación de uno de los más célebres cuentos de Charles Perrault. ¿''La Cenicienta'' otra vez? Pues sí... total, ni que hicieran falta más explicaciones. A no olvidar: para aquella proyección, los ya-no-tan-felices habitantes de aquel palacio se presentaron con evidentes síntomas de sobredosis dramática. De mujeres obligadas a luchar contra las mismísimas fuerzas de la naturaleza, de matrimonios casi quincuagenarios que se caían a trozos, de taxistas perseguidos por la ley, de naciones enteras incapaces de sanar (como Dios manda) sus propias heridas... Con ese -denso- panorama previo, normal el que se aparcara, por un momento, la amargura acumulada para abrazar así (que buena falta hacía) la más feliz y despreocupada de las ilusiones, solo despertada (como dicta el código genético) por el hecho de sentarse a escuchar ese cuento que consigue conservar casi intacto su encanto, a pesar del inexorable paso del tiempo, de los gustos, de las modas...

Así de destrozados entramos... y así de reconfortados salimos del famoso Palast. En el pase de prensa berlinés de 'Cenicienta', hubo hueco para las risas, los aplausos, y en el post-visionado, hasta para la locura. En la tanda de preguntas, el despistado de siempre recuperó el protagonismo. A Richard ''Rob-Stark'' Madden le preguntó si estaba preparado para dar el salto a fama, y si estaba contento con cómo lucían en pantalla sus ojos verdes... a lo que el pobre ''Rey en el Norte'' se vio obligado a recordarle que éstos en realidad eran (y que se sepa, siguen siendo) azules. No contento con tamaña escabechina, más tarde el tipo volvió a agarrar el micro para poner a Cate Blanchett en una situación de lo más embarazosa: ''Dígame, ¿qué fue más difícil para usted? ¿Interpretar a la madrastra de la Cenicienta o a la madre de Abraham Lincoln?'', dijo él; ''¿Perdone?'', dijo ella; ''Pues eso...'', respondió él. Y por poco que Mr. Branagh no lo cuenta, ahogado en el vaso de agua y las risas que se vio obligado a gestionar en aquel momento.

Y hasta aquí el registro de salidas de tono con respecto al programa pactado, porque si por algo destaca esta 'Cenicienta' es por desmarcarse, sin complejo alguno, de la dinámica revisionista en la que ahora mismo está inmersa su todopoderosa productora. No se encuentra aquí la presión (con el consiguiente miedo) a actualizar un discurso por puro automatismo; por la fría imposición de las tendencias cambiantes del mercado. El producto se define, desde el primer hasta el último fotograma (o desde el ''Érase una vez...'' hasta el ''Y vivieron felices...''), como una adaptación al uso del cuento clásico cinematográfico. Casi al pie de la letra. Si 'Maléfica' arrancaba (muy acertadamente) descubriéndonos la cara oculta del icónico castillo de la Disney, aquí volvemos al clásico plano frontal. Al que ya conocemos... al que, por ende, no nos descubre nada nuevo. Entre el agotamiento inicial y la felicidad final, lo que sí se percibió en aquel pase fue la voluntad más o menos confesa de que, en algún momento u otro de la proyección, la historia se saliera (ni que sólo fuera un poco) de los raíles en los que la pusieron los que en en su día (y durante mucho tiempo) ostentaron el monopolio de la animación comercial.

Pues no: Voz en off omnisciente, animales parlanchines, hada madrina salvadora, príncipe azul, villana de altura (estupenda Cate Blanchett) y claro, ese zapato escurridizo, imprescindible para que salgan todos los números... Y a la Disney rara vez dejan de cuadrarle las cuentas. Que quede claro: la única novedad aquí (si es que realmente puede hablarse de esto) es que los dibujos de Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson han sido reemplazados por la imagen real de Kenneth Branagh. Porque sí, y lo que viene ahora sí podría considerarse como una sorpresa (y de las gordas): La película es mucho más del director que de los productores. Y que quede claro (porque de ello se encarga el propio filme), el producto es de ambos bandos. Como si no hubiera habido disputa alguna a la hora de decidir quién iba a poner la firma; como si la manera de confeccionar de uno encajara a la perfección con la facturación (masiva) de los otros. Así, él se reencuentra con su mejor cine, mientras ellos van amarrando esa orfebrería técnica (tan imprescindible) que demuestra, por enésima vez, que juegan en este terreno como equipo local. Dos y dos son cuatro...

... Tanto aquí como en lo más alto de la la más alta torre del palacio (o Palast, como se prefiera) más lejano. La aritmética no engaña: El artefacto se antoja tan deslumbrante y aparatoso como lo sería, por ejemplo, un zapato de tacón de cristal cualquiera. Branagh se fusiona con el delicioso guión de Chris Weitz, que entre bromas más o menos afiladas (''¿Es ud. de la realeza?''; ''Así es''; ''¿Y cómo le tratan?''; ''Mejor de lo que merezco'') tan bien captura esa gracia imprescindible para conectar (hasta aferrarse) con el Gran Público, y de este entendimiento sale una aventura colorista, cursi, amanerada, recargada, clasicona... pero para nada cargante. Justo lo contrario. Encantadoramente divertida, altamente dinámica y con una consciencia casi perfecta de la pomposidad del cuento de hadas de toda la vida. Otro triunfo, en definitiva, de esa fantástica e imparable máquina de hacer dinero (que con esto se alimentan los sueños, también). Si apuramos, la guinda perfecta (o el ''Colorín colorado'' ideal), y que vivan las ironías, para un festival tan pomposo (cuando quiere) y que aquel año, en especial, tanto nos incomodó a la hora de acercarse a la autoría fílmica.

Nota: 7 / 10

por Víctor Esquirol Molinas
@VctorEsquirol


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