Dos conclusiones sobre la historia que surgen inmediatamente después de ver el nuevo trabajo como director de Ben Affleck. De hecho, la primera -y más trágica- se presenta a los pocos minutos de proyección: el hombre está condenado a repetir sus errores. Desde luego se trata de su manía en tropezar dos (y, tres, y cuatro...) veces con la misma piedra. ¿Acaso es casual que los hechos descritos en la película que ahora nos concierne hayan tenido su perfecta réplica en la actualidad, más de tres décadas después? Por supuesto, no. La simple enumeración cronológica ya asusta. Año 1979, la escalada de tensión entre Irán y los Estados Unidos marca máximos jamás vistos hasta el momento debido a la tristemente famosa crisis de las embajadas.Año 2012, vuelven los días no aptos para diplomáticos cardíacos. Vuelven los malos tiempos consulares con decisión casi idéntica en la designación de la interpretación de los distintos roles. Por una parte, el agraviado y posteriormente sediento de venganza. Antes se trataba solo del país persa, ahora del mundo árabe en general, colérico tras la enésima polémica con ciertas caricaturas (cuyo autor tiene la cabeza tasada en 100.000€, por cierto) de su amado profeta. En el otro lado del cuadrilátero, el supuesto provocador que posteriormente paga muy cara su osadía. A finales de los setenta quien se vio en una situación sin salida fue la súper-potencia norteamericana, ahora las han pasado canutas un grupo de naciones que solo pueden englobarse en la odiosa categoría de "bloque occidental". Cosas de la globalización, que ahora las penas también se viven en grupo.
Segunda conclusión, y así retomamos el hilo. "La historia comienza siendo una farsa y termina siendo un drama." ¿O quizás era al revés? El caso es que la cita va a misa, ya que salió de la mismísima boca de Karl Marx... ¿o tal vez fue Groucho Marx? A saber. El caso es que lo que empieza siendo una auténtica condena (volvemos a hablar de la maldita piedra), poco a poco (ahora cada vez más deprisa) va adquiriendo la categoría de gran guiñol. La fórmula planteada por Woody Allen, que afirmaba que la tragedia sumada al tiempo resultaba en comedia, es de una universalidad incuestionable. Por citar un ejemplo reciente, antes de que se derrumbara la segunda torre del World Trade Center, ya había creada una página web dedicada exclusivamente a recopilar bromas relacionadas con los atentados perpetuados en Nueva York.
Cuando algunos cuerpos todavía caían literalmente del cielo, la popularidad de dicho espacio virtual subía como la espuma. Y es que hay ocasiones en las que el factor tiempo se volatiliza y no deja rastro. El caso increíblemente real que toma Ben Affleck de hecho ya conjuga a la perfección tanto el factor dramático como el cómico, que se unen para construir lo que, años, innumerables recortes de papel y varias desclasificaciones después podemos considerar como historia. ¿Y qué nos cuenta ésta? Primero, y en forma de storyboard, la historia de Irán, que ya nos pone en el contexto de crispación de 1979, año en el que el derrocado Sha había sido acogido por el mismo país (Estados Unidos, of course) que le ayudó tiempo atrás a derrocar al régimen democrático que tan poca gracia le hacía. Ni falta hace decir que los iraníes, espoleados por el Ayatolá Jomeini, no encajaron demasiado bien el gesto, y claro, la tomaron con cualquiera que en aquel momento tuviera los pies en suelo yankee.
De este modo arranca 'Argo', tercera película como director de Ben Affleck, alguien raramente sufrible delante de las cámaras... pero de una fiabilidad absoluta detrás de ellas. Tras haber sorprendido a propios y extraños con sus sólidos e híper-efectivos thrillers criminales 'Adiós pequeña, adiós' y 'The Town (Ciudad de ladrones)', el de Berkeley sigue probando suerte con el mismo género, dándole a su criatura, en esta ocasión, un tono político y despiadadamente satírico. Ahora los protagonistas no son personajes de permanente presencia en los bajos fondos; ahora son diplomáticos, políticos... y peces gordos del cine. Juntos deben cumplir una misión imposible: sacar del territorio más hostil a un reducido grupo de la embajada de los Estados Unidos.
Para ello, nada mejor que la gran farsa del cine -sí, es una redundancia-; una película que da título a la que estamos viendo; una superproducción de ciencia-ficción que toma su inspiración en Oriente, y que obviamente está inventada única y exclusivamente para hacer pasar a los pobres y amenazados funcionarios como inofensivos miembros del equipo técnico del rodaje. Para entendernos, para hacerlos pasar por gente de nulo interés para ese nuevo régimen obsesionado en cobrarse una deuda de sangre que no está sujeta a debate alguno. La carambola es muy complicada; un más difícil todavía, y para que ésta pueda completarse, deben moverse un sinfín de hilos desde un sinfín de localidades.
O lo que es lo mismo, hay dos (más uno) frentes abiertos: las soleadas colinas de Los Angeles y el asfalto y hormigón nevados de Teherán. Cogiendo como referencia por una parte la genial 'El juego de Hollywood', de Robert Altman y por otra los mejores filmes de intriga política de la década de los 70, tomando prestado el nombre de grandes como Alan J. Pakula (y usando aquel magnífico perro verde 'La cortina de humo', de Barry Levinson, como puente de unión), Affleck mantiene pegado al espectador a la butaca durante dos horas. A base de carcajadas envenenadas (imprescindible para ello la dupla John Goodman & Alan Arkin) y una tensión tan bien llevada que no desaparece hasta que desfilan por la pantalla los títulos de crédito finales, avanza una trama que nunca pierde en interés. La lástima, como siempre, es la omnipresencia del Ben Affleck-actor, que con su agotadoramente contagiosa melancolía intenta reivindicar su floja carrera como intérprete a través de un endeble y pésimamente rematado drama familiar.
Afortunadamente esta cojera (que bien podría haberse eliminado a base de recortes en la sala de montaje) queda tapada por las virtudes del resto del conjunto en el que sobresalen sus dos otros frentes (una vez más, la comedia viene del oeste y el drama del este). Caso de manual en el que la realidad supera a la ficción (o todo lo contrario: la ficción se apodera de todo), 'Argo' es una ejemplar mezcla de géneros (así como un híbrido entre la historia y sus respectivas licencias fílmicas, excelentemente ilustrado en el juego final entre fotos prestadas y fotogramas de cosecha propia) que muy oportunamente aboga por el ingenio antes que por la violencia de cara a la resolución de conflictos. Y si con esto no basta, ¿''argo-derse''? No, porque siempre quedará el séptimo arte y su alocada industria, un equipo demoledor visto aquí como el único billete hacia una evasión salvadora, en lo que es una genial metáfora sobre qué es lo que ofrece el mejor celuloide.
Nota:
7 / 10
por Víctor Esquirol Molinas