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'Hotel Transilvania': Los Supermonstruos

Vía El Séptimo Arte por 25 de octubre de 2012

Azúcar, especias, muchas cosas bonitas y, cómo no, la sustancia X. De esta inestable y por ello peligrosa mezcla vimos surgir a un pequeño genio que inmediatamente, y consciente de su inmenso poder, decidió encerrarse en un laboratorio en el que el visitante solo podía entrar a sabiendas que lo estaba haciendo por su cuenta y riesgo. De dichas instalaciones, concebidas para los más raros e increíbles experimentos, surgían cada noche inquietantes ruidos que escondían historias en las cuales el terror y las carcajadas iban de la mano. Pero el niño se hizo mayor, y cuando por fin se vio con el conocimiento tecnológico suficiente para poder empuñar con fuerza tanto su katana como su sable de luz, emprendió un viaje alucinante a través del tiempo y el espacio... hasta el infinito y más allá.

Su nombre, Genndy Tartakovsky, seguramente uno de los mayores genios de la animación en la sombra de nuestra generación. Las joyas que ha ido legando a lo largo de su carrera para la pequeña pantalla, entre las que destacan "El laboratorio de Dexter" (y su delicioso spin-off "Los amigos de la justicia"), "Las Supernenas", "Samurai Jack" o "Star Wars: Las Guerras Clon", hablan por sí mismas, tanto en lo referente a su análisis interno como al impacto en el gran público. Esto es, piezas cada una de ellas lo suficientemente conocidas pero no tanto como para instaurarse -ni mucho menos- en el imaginario colectivo, y testigos de un extraño, único y muy estimable equilibrio entre comercialidad y firma de autor.

De las "cosas raras que hacen katapum" a la lucha eterna contra el demonio Aku, pasando obviamente por la interesante parada en el universo creado por George Lucas, se ha apreciado en cada apuesta del tapado Tartakovsky una encomiable capacidad para ofrecer al público lo que éste supuestamente le pedía, así como para dejar por el camino numerosos y deslumbrantes apuntes cuya autoría sería solamente posible en alguien con toneladas de sabiduría pop en su retina. Es fácil aventurarse diciendo que este director de obvio origen ruso debió tener en los diversos superhéroes de la cultura popular a algunos de sus mejores amigos de la infancia. Solo así se explica el innegable conocimiento de causa presente en cada uno de sus productos, en los que siempre se muestran, al igual que han hecho los grandes maestros en otros formatos, ánimos de renovación en el género, sin perder el respeto -incluso nostalgia- hacia los clásicos.

Queda claro que, a poco que se prestara la mínima atención a su obra, Genndy Tartakovsky lucía una combinación ganadora entre calidad artística y potencial taquillero que vista ahora en perspectiva, exige una investigación a fondo para hallar el por qué de su tan "tardío" salto a la gran pantalla. Sea por la razón que fuere, éste por fin se ha producido, y lleva por título 'Hotel Transilvania'. En él no caben los seres humanos, quienes tienen terminantemente vetada la entrada. Al fin y al cabo hablamos de un inmenso castillo construido especialmente para todas las criaturas de la noche imaginables: vampiros, zombies, hombres-lobo, momias, big-foot, el hombre invisible y como suele decirse (solo que ahora con fundamento), muchas más.

La monster brawl está servida, y en este sentido, las -odiosas- comparaciones son inevitables, más aún cuando hace apenas dos semanas desembarcó en nuestras salas 'Frankenweenie', el último prodigio (hacía tiempo que esperábamos poder decir esto) de Tim Burton. Flaquísimo favor le han hecho los siempre caprichosos designios de la cartelera a Tartakovsky. El parecido razonable es tan evidente que la confrontación es inevitable. Así que, y solo para los ojos de los más morbosos, el combate se lo lleva, por K.O. fulminante en el primer asalto, el entrañable perrito resucitado y todo su séquito. La capacidad para conquistar con un discurso de amor empedernido al cine y de conectar tanto con adultos como con chiquillos, son armas demasiado potentes contra las que nada pueden hacer las defensas transilvanas... de hecho, y para volver la justicia al análisis, en ningún momento trataron éstas de defenderse de ataque externo alguno.

La imponente construcción que ahora nos concierne fue levantada con la intención de hospedar en ella a todo ser "malvado" que quisiera tomarse un descanso de su ajetreada rutina (sin saber del todo bien qué implica ésta)... pero también para alojar entre sus frías paredes a un público muy concreto: a los más pequeños de la casa. Y es que si algo no puede discutírsele a 'Hotel Transilvania' es su efectividad a la hora de fijar su target y atacarlo -en el buen sentido- sin piedad. Desde el minuto cero, las risas de los mocosos fluyen en una incesante cascada regulada por un maestro de ceremonias que mezcla la inconfundible elegancia del pionero Bela Lugosi con la gracia primitiva (y por esto tan infalible) de las leyendas del slapstick.

Puede que en un país donde la presencia de Santiago Segura, Alaska y Mario Vaquerizo sea mucho más aplaudida que la del casi ninguneado director de la cinta en cuestión, tengamos el doblaje que nos merecemos (y ya de paso, el engorroso 3D que sin duda también nos merecemos). Inesperadamente, las voces no fallan por el efecto ''famosete'', sino por esa manía tan nuestra de poner acentos reconocibles a todo bicho con capacidad para hablar. Los licántropos, andaluces, por zupuehto, los gremlins, argentinos, ¡che faltaría máh! Carga pero sobre todo molesta, no por lo extremadamente gastado del recurso, sino porque se desprende de esta táctica tan rastrera una insultante falta de fe por parte del spanish team en que las bromas de la película gocen de la comprensión del patio de butacas.

Obviamente, éstas funcionan como un reloj suizo entre la audiencia a la cual iban dirigidas. Sí, en el Auditori de Sitges, donde se presentó el filme en nuestro territorio, la verdadera estrella del espectáculo pasó más bien desapercibida -tiene delito la escena-, pero los mocosos se lo pasaron en grande con este trepidante show en el que los clásicos del terror del celuloide se convierten -respetuosamente- en bufones al servicio de unos espectadores totalmente entregados. Prueba de fuego superada con creces. ¿Y los mayores? Sin duda pensando en lo bien que se lo pasaron con Burton, pero también concediéndose alguna que otra risa. Por la sincera falta de pretensiones de la película, por su ritmo endiablado, por la simpatía de sus personajes, por el desmadre general... y -¿por qué no decirlo?-, porqué cuando el mequetrefe de al lado se lo está pasando bomba, cuesta horrores no sumarse a la juerga. ¿Y nuestro querido Tartakovsky? Dando pocas señales de vida en lo que a su faceta más artística se refiere, pero mostrando sus mayores virtudes a la hora de saber darle al César lo que es suyo. Si con esto basta para financiar otro largometraje, bienvenidos todos al hotel.

Nota: 6 / 10

por Víctor Esquirol Molinas

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