De la perfección a Houston
Vía Festival de Sundance
por reporter 24 de enero de 2013
La razón por la que desde Cannes se encadenaran durante dos años consecutivos dos de los chascos más colosales en la historia de su famoso certamen, fue debido primero al anuncio de la presentación de la esperadísima 'El árbol de la vida' y después a su cancelación. Punta del iceberg. Buceando un poco, y una vez pasada la dichosa proyección, se encontraba la confirmación de que todo ese vergonzoso -para la organización del certamen, sobretodo- descontrol era debido a la enfermiza obsesión por la perfección, a manos de un autor llamado Terrence Malick. La película estaba teóricamente acabada. Los actores habían hecho las maletas y los escenarios se habían desmontado... no obstante, Terrence seguía sin ver la gran película que había soñado (y que finalmente lograría). Mr. Malick se abonó a una sesión non-stop de revisionados de su trabajo y retocaba... y desmontaba... y volvía a construir.
Shane Carruth, uno de los cineastas más esperados este año en las frías montañas de Utah, comparte con Terrence Malick su afincamiento en Texas y, claro está, su irrefrenable manía hacia este capricho antes citado: el querer alcanzar, a toda costa, la perfección. Una muestra, su carta de presentación a la comunidad cinéfila, 'Primer', fascinante y desesperante galimatías en forma de viajes en el tiempo, fue uno de los booms más sonados en toda la historia del festival. De esto hace ya ocho años. En todo este período de él solo trasciende un silencio que oculta, dicen, tres frentes: la inamovible negativa a entrar en la órbita de Hollywood; algún que otro proyecto frustrado; la obsesión por acabar de darle forma a una idea que llevaba muchísimos años machacándole la mente.
Casi una década después de su primer gran golpe, Carruth, este artista total que se encarga de la dirección, del guión, de la fotografía, de la música, del montaje, de protagonizar... sus trabajos, se supera con esta película que en realidad son muchas, y se consagra como dios del indie, huyendo de paso de la prematura etiqueta de ''One-hit-wonder'' que algunos se habían apresurado en ponerle. No hace falta ni comentar el argumento (podríamos hablar de romances trágicos, de organismos telepáticamente conectados, de especialistas en efectos de sonido, de cerdos y gusanos... de ciclos vitales que todo lo abarcan), pues implicaría de por sí tratar de poner un mínimo de orden en el aparente y maravilloso caos, y por consiguiente, cargarse el hechizo de una de las películas más mágicas de los últimos tiempos.
En la única y por esto irrepetible 'Upstream Color', las imágenes, la música y todos los estímulos sensoriales con los que nos puede golpear una película, van por libre, pero a la vez reman en la misma dirección. Carruth se hace dueño y señor de una calculadísima anarquía en la que, de repente, parece que el cine como expresión artística incorruptible, se esté reinventando desde cero. La concepción clásica del lenguaje y el tiempo estalla en mil pedazos que serán posteriormente recogidos y recolocados por el criterio de un director que exige lo máximo de un espectador que debe admitir desde el primer fotograma su posición de franca inferioridad (lo cual no quita que, con el esfuerzo suficiente, pueda llegar a ponerse a la altura de aquel que le está subyugando, y del que a estas alturas sobra decir que juega en otra liga). Lo importante es que sabe a lo que juega, porque solo así puede hacerse de la experimentación más radical, un producto de digestión eternamente placentera, y de un magnetismo tan universal que, al igual que el parásito más peligroso, no abandona el huésped hasta que no lo ha dejado seco.
Sigue el desfile de vedettes del indie y aparece en el escenario una de las parejas actualmente más queridas en este mundillo. Con Zal Batmanglij y Brit Marling nos topamos. A ella la conocimos en la estimulante 'After Earth'; a ellos, como prolífica pareja artística, tuvimos la ocasión de descubrirles en la también memorable 'Sound of My Voice', que trataba sobre la infiltración de dos aprendices de periodista de investigación en una misteriosa secta religiosa que, cómo no, vaticinaba el fin del mundo. En 'The East' el Apocalipsis está servido por actores mucho más creíbles; mucho más palpables, y por ello más aterradores: las grandes corporaciones, las mismas que se cargan nuestro planeta en una ciega y desenfrenada carrera por el aumento tanto en los beneficios como en la cuota de mercado.
Con la intención de pararles los pies, surge como de la nada un peligroso grupo eco-terrorista conocido como The East... y con la intención de detener a éstos, los más poderosos conglomerados empresariales contratan los servicios de unos agentes privados especializados en la infiltración en territorio comanche. El juego de dobles identidades, mentiras y carreras varias está servido. El mayor mérito de Batmanglij y Marling consiste, una vez más, en demostrar que la extrema economía de medios no tiene por qué implicar la imposibilidad genérica. En este caso se asientan en el cine de espías con una historia que si bien no aguanta un repaso riguroso de todos sus acontecimientos, sí provee al espectador de aquello que seguramente iba a buscar antes de que empezara la proyección. Esto es, un chorreo continuo de entretenimiento en forma de thriller que confirma al indie como producto, y ahí puede venir el peligro, totalmente exportable y, por consiguiente, comercializable.
Llegados a este punto, no está de menos desempolvar los viejos libros de historia de la materia y recordar que los primeros que se apropiaron del calificativo de ''independientes'' fueron ni más ni menos que los padres fundadores de Hollywood. Dicho esto, el curioso caso Batmanglij & Marling deja al descubierto la necesidad de un serio debate que el Instituto Sundance quizás lleva demasiado tiempo queriendo evitar. Como las preguntas no emanan de las instituciones, quizás nos toca a nosotros plantearnos, como ya hiciera la mismísima Christine Vachon pocos meses atrás en el Zinemaldia, dónde están las fronteras del indie. ¿Qué puede considerarse como independiente y qué no? ¿Qué requisitos se establecen para entrar en dicha consideración? Para liar más el debate: ¿Quién los determina?
Para seguir reflexionando al respecto, una de las cintas más aplaudidas por el público en lo que llevamos de Sundance '13, que lleva por título un sentido homenaje al recientemente difunto Padrino de las voces de tráiler, Don LaFontaine, el mismo que empezó tantas de sus piezas sonoras con la mítica coletilla ''In a World...''. La actriz Lake Bell debuta en las labores de dirección y guión con una comedia con tintes románticos que pivota en la rivalidad entre una hija y un padre para poner voz a los avances de la nueva superproducción hollywoodiense. Con la excusa del eterno choque intergeneracional, Bell brinda un producto de fácil consumo, con diálogos avispados y una eventual autocomplacencia. Sólido en su falta de pretensiones pero preocupante -y rescatamos las cuestiones- en su falta de identidad propia, confirmándose por enésima ocasión que la identificación colectiva es totalmente contraria al espíritu del que nació el certamen en el que ahora mismo nos encontramos. Dicho de otra manera, si lo único que distingue a 'In a World...' de una comedia romántica potable de Hollywood -existen- es el uso de caras bonitas (en demasiados tramos, ésta es la sensación) entonces es que la sombra del aquí tan odiado mainstream quizás sea mucho más alargada de lo que algunos quiere creer.
Para reivindicar la personalidad más Sundance, otro debutante en el largometraje llamado Jordan Vogt-Roberts presenta la sorprendente 'Toy’s House', en la que dos (más uno) adolescentes, hastiados de sus familias y de -cómo no- el instituto, deciden hacer las maletas y refugiarse en un recóndito e idílico rincón en los bosques de su pueblecito. Allí construirán su propia casa y harán todo lo posible tanto para dejar atrás sus asquerosas vidas como para dar rienda suelta a todos sus anhelos y fantasías. Desde su apertura, a modo de eléctrico número musical percusionista, queda claro que Vogt-Roberts ha llegado a Park City con ganas de hacer ruido; con ganas de reivindicarse. Todo esto se consigue, ofreciendo lo que sin ninguna pueda entrar en la carpeta de ''título de culto''. Et voilà.
El aroma de tan deliciosas rarezas como 'El hijo de Rambow', de Garth Jennings, se percibe con tanta fuerza porque lo que sucede con 'Toy’s House' es ese milagro consistente en que a un mayor no se le haya olvidado lo que en un día significó ser crío. El espíritu de Mark Twain resucita con estos Tom Sawyer y Huckleberry Finn modernos, quienes se comunican vía móvil, conservan como entretenimiento vintage el Street Fighter II de la Super Nintendo, pero por encima de todo, se tienen el uno al otro. La amistad verdadera, que solo puede ser momentáneamente rota por los primeros amoríos y -claro está- por los malditos juegos de mesa, ocupa la pantalla en esta vitalista, contemplativa y dinámica delicatessen. El acertadísimo equilibrio entre personalidad y accesibilidad, así como el contagioso y a ratos desternillante humor, entre surrealista e ingenioso (disparado por unos secundarios ciertamente memorables), ponen las últimas piezas para que el enamoramiento hacia este cuento sobre los lazos afectivos, sea inevitable.
Pero como solo de amor no se vive, es hora de meterse más cafeína en el cuerpo, ponerse en otra cola y volver a probar suerte. Se apagan las luces de la sala, se enciende el proyector y vemos a Eduardo Noriega chapurreando el inglés en el salvaje oeste nuevomejicano de finales del siglo XIX. Vale. Le acompaña January Jones, su mujer en la ficción. La granja que tienen en propiedad no tira adelante por los continuos acosos de Jason Isaacs, quien encarna a un líder y fanático religioso erigido en el más arbitrario y letal de los purgadores de pecados. Para salvar la fiesta está un pintoresco Ed Harris que se manifiesta en forma de sheriff renegado. Por muy curtidos que estemos a estas alturas, 'Sweetwater', la segunda película de los hermanos Logan y Noah Miller, sorprende por su arriesgada apuesta de jugar con las claves del género western para convertirlo en algo cercano a un cómic de superhéroes y, por supuesto, villanos.
En la primera mitad de la cinta el tiro les sale por la culata, al ser incapaces de dar un mínimo de credibilidad a un dibujo de personajes excesivamente esquemático y ridículo en sus dosis dramáticas. Pero la bala no alcance el pie, merced al entregado trabajo de un reparto en el que deslumbra, como siempre, un histriónico y contundente Ed Harris que, como siempre, se come la pantalla, más aún cuando se le brinda algún que otro ramalazao tarantiniano, que faltaría, no es desaprovechado. En el tramo final, y ya con todas las cartas puestas sobre la mesa, los Miller, como si hubieran encontrado un manantial de agua dulce en medio del desierto, recuperan fuerzas y afinan la puntería, sorprendiendo gratamente -ahora sí- con un alocado y muy bien filmado estallido cromático de violencia, en lo que es una espectacular y delirante reivindicación genérica con el telón de fondo de la clásica venganza a la americana, un plato que, no nos engañemos, se sirve a temperatura volcánica.
Salida; otro café; otra cola... y luces fuera de nuevo. La siguiente imagen para la posteridad que nos lega la jornada es la de Amanda ''Cosette'' Seyfried practicándole a Adam Brody una soberana -y muy casta- felación. La escena no sorprende por la obsesión este año de Sundance por los temas picantes... y por otros asuntos que ahora mismo no vienen al caso. Por el contrario, deja sensaciones demasiado tibias el asentamiento en los terrenos de la dramatización por parte de la excelente pareja de documentalistas compuesta por Rob Epstein y Jeffrey Friedman, quienes con 'Lovelace' han llegado a Park City para hablarnos del mayor hito en la historia del porno, aquel por el que, en su día, el público se agolpaba en las taquillas de medio mundo para poder disfrutarlo en una sala de cine.
Vuelve el mito de ''Garganta Profunda'' a través de un biopic mucho más conservador de lo que cabía esperar. Dividida claramente en dos partes, el filme repasa primero el sueño y después la pesadilla de Linda Boreman (con especial hincapié, y ahí es más perceptible la firma autoral, al todavía sumiso y denigrante papel de la mujer de la época, que sirva de vergonzoso ejemplo el que la protagonista de una película que obtuvo más de 600 millones de beneficios en todo el mundo, tan solo consiguió sacar de dicha mina 1250 dólares), jugando hábilmente con el tiempo narrativo, nunca decayendo en interés pero sin dejar jamás el poso de los grandes retratos. Seyfried, simplemente correcta, desaprovecha la enésima oportunidad que le ha dado una industria que quizás la esté mimando demasiado. Los que sí se lucen son los miembros del ejército de secundarios de altísimo standing, donde destacan especialmente Peter Sarsgaard, Robert Patrick y una sorprendentemente irreconocible Sharon Stone.
Mientras, en nuestra querida pero peligrosa sección Park City at Midnight, ha brillado con luz propia el chileno Sebastián Silva. Otra vez. Y Michael Cera. Otra vez. La sociedad más marciana de todo Sundance presenta su segunda joint-venture, titulada 'Magic Magic'. Reaparece la convivencia entre sudamericanos -repite Agustín Silva- y gringos, en cuyo bando se añaden los fichajes de Emily Browning y Juno Temple. Ésta última es la que capitalizará la trama... y de paso, con un gran trabajo interpretativo, demostrará por segunda vez en una semana que a este director no hay que perderle la pista, porque aparte de descubrirse como una de las voces más potentes en el panorama latino, también demuestra que su dominio de registros tiene un potencial infinito.
Si en 'Crystal Fairy' hablábamos de una inclasificable pero a la vez híper-efectiva road movie cómica, con 'Magic Magic', aunque siga habiendo espacio para alguna que otra risa (por obra del inquietante talento de un Michael Cera que parece tener sintonía telepática con su director), de lo que se trata es de filmar, de la manera más desgarradora posible, la locura. Peor aún, el proceso hacia ella. Sebastián Silva crea, sobre el personaje de Temple, y desde el principio, un ambiente de hostilidad. Ésta al principio apenas se percibe, pero poco a poco se consolida en una escalofriante espiral entre paciente y entorno, confirmándose así un raro pero malsanamente cautivador juego de percepciones en el que el espectador, que como debe ser, lo pasa fatal, aprende a no fiarse ni de sus propios sentidos, como si de alguna manera el papel de loco recayera sobre él.
Yendo hacia terrenos supuestamente más agradecidos, en 'Ass Backwards' nos topamos con dos petardas cosmopolitas que superan su particular crisis de los cuarenta intentando emular el casi tan petardo universo de 'Sexo en Nueva York', y a quienes se les concede la oportunidad dorada de conseguir el premio de Miss Belleza del pueblo en el que se criaron. Nuestras ''dos tontas muy tontas'' emprenden la marcha hacia la conquista de sus sueños... y al espectador le toca apechugar con una de las peores comedias (?) de la temporada. Apenas hay cuatro chistes buenos en todo el periplo y demasiados desvíos hacia la vergüenza ajena como para seguir oliendo durante más tiempo el putrefacto olor de este monumento al pedorreo. Adiós.
A Nueva Orleans nos vamos. Allá acaba de llegar una feliz pareja que está a punto de ser bendecida con su primer hijo. El problema a tanta felicidad es que la casa en la que se instalan resulta tener una cuenta de muertes en superior a la de cualquier asesino en serie. Vuelve la clásica historia de mansión encantada de manos de los gamberros Robert Ben Garant y Thomas Lennon, quienes en 'Hell Baby' se ríen de las claves del género filmando una comedia en la que el algo abusivo pero muy bienvenido non-sense se impone entre Po-Boy’s y visitas a los locales de striptease de Bourbon Street. Curas que antes eran toreros, doctores adictos a marcar paquete y policías amantes de los motes más ofensivos se cruzan en este divertido delirio en el que las risas fluyen con la misma facilidad que los sustos.
Por último, y para sacar un poco la cabeza de los Estados Unidos, volvemos al punto de salida; regresamos a 'Houston', cinta alemana firmada por Bastian Günther en la que a un alcohólico cazatalentos corporativo se le ordena ir a la famosa ciudad tejana para seguir los pasos de un acaudalado empresario. Ocultando muy bien sus cartas hasta el momento en que enseñarlas es estrictamente necesario, Günther vaga elegantemente entre el drama existencial y la fórmula de la ''extraña pareja'' para así ir cimentando un thriller de también extraña fuerza, pulcramente presentado -excelente fotografía- y con una crudeza cada vez más amenazante. La moraleja es clarísima: los negocios pueden ser el perfecto asesino de la familia, de la amistad... en definitiva, de todo lo que es realmente importante.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas