La perennidad del genio
Vía Festival de Sundance
por reporter 22 de enero de 2013
Hará ya unas cuatro décadas, un mocoso llamado Park Chan-wook asistía cada domingo, acompañado por su familia, a la iglesia. Allí atendía al sermón sin armar alboroto, y cuando llegaba el momento, se quedaba atónito ante una escena a la que le daría vueltas durante mucho, mucho tiempo. Resulta que, justo antes de dejar que todo el mundo volviera a casa, el párroco llevaba a cabo un último ritual: beberse la sangre de Cristo. Problema. ¿Si el señor cura bebe sangre al menos una vez por semana, significa esto que el señor cura es un vampiro? La duda es tan razonable que asusta, y con la debida incubación acabó desembocando en una sorprendente película titulada 'Thirst', en la que, sorpresa, un sirviente del Señor mutaba en criatura nocturna chupasangre.
La anécdota sirve para ilustrar la calma y sosiego con la que el maestro Park Chan-wook afronta sus trabajos. Si tiene que estar dándole vueltas a un concepto durante décadas, que así sea. Es por esto que no sorprende el que, durante la batería de preguntas a la que se le ha sometido justo después de la presentación de su nueva película -primera en territorio norteamericano-, el director haya aprovechado la primera ocasión que se le ha brindado (más bien la primera que se ha brindado él solito) para lamentar el poco tiempo (la mitad del que normalmente le conceden en su país natal, dice) del que gozó para hacer lo que más le gusta. Esto es, poder meditar y planificar a fondo todas y cada una de sus decisiones. Habrá que creerle, pero a juzgar por el resultado final, nadie diría que sus quejas tienen fundamento.
El desembarco en tierras estadounidenses de Park Chan-wook, quien después de la vampírica 'Thirst' (y después de haber experimentado, con sorprendentes resultados, con la tecnología iPhone), reaparece con el también vampiresco título 'Stoker', cinta que parte de la muerte del padre de una enigmática adolescente. El guión, firmado por la estrella televisiva Wentworth Miller, si bien sabe crear la atmósfera ideal para captar la atención e inquietar al espectador, fracasa a la hora de dar sentido científico a una historia con demasiadas lagunas. Pero como no hay mal que por bien no venga, dicho texto tiene la involuntaria -y afortunada- virtud de demostrar la importancia capital de la dirección en este loco arte que es el cine. Para mayor suerte de todos, ésta recae en un genio.
Recae en alguien que hasta sabría sacar todo el sabor incluso a la historia más insípida. Park Chan-wook hace acopio de su apabullante talento ante el público americano, mostrándose exactamente como lo que es: un arquitecto como la copa de un pino. Con 'Stoker', el director de la ya mítica 'Oldboy' se asocia con una estupenda dupla compuesta por Mia Wasikowska y Matthew Goode (en calidad éste último de sustituto de lujo de Colin Firth) y filma un cuento enfermizo de terror de inspiración gótica sobre el oscuro despertar de la edad adulta, sobre las -malas- influencias y sobre la resultante maldad, manifestada en su esencia más primaria. Todo ello empacado por un despliegue narrativo técnicamente deslumbrante (en el que todas las imágenes y situaciones están ligadas en una telaraña de la que es imposible escapar); por un catedralicio tratado trigonométrico dedicado al enfoque, al encuadre, a la profundidad de campo y a la infinidad de ángulos posibles en cada toma. Lo que con cualquier otro director hubiera bien podido ser un olvidable thriller, en manos de Park Chan-wook se convierte en, y ahí está la grandeza, la cristalización de lo sublime de la matemática cinematográfica.
Hay más. Como si los programadores quisieran quemar todos sus cartuchos al grito de ''¡Más madera!'', hoy ha habido tiempo también para hincarle el diente a otra de las películas más esperadas este año en Sundance, tanto, que de hecho ésta ya ha sido adjudicada a otros grandes festivales. A torta limpia -se comprende- para gozar del honor de proyectarla. Hablamos de un proyecto que, en términos globales, hace que pensemos, una vez más, en el Wong Kar-Wai de la magnífica 'Chungking Express', quien comparara las relaciones amorosas ni más ni menos que con un yogurt. En otras palabras, ¿el amor tiene fecha de caducidad? ¿Se trata de la trágica e inevitable extinción de la dichosa llama? ¿Quizás es que cada vínculo sentimental está por naturaleza destinado a morir tarde o temprano? ¿O tal vez estemos hablando de la -en el fondo magnífica- imposibilidad de estabilidad en las relaciones de pareja?
La siguiente gran atracción de la jornada, más que ser uno de los acontecimientos del año en el seno del cine de autor, marca más bien, y puede decirse sin temor alguno a ser tildado de exagerado, un momento histórico. Ocho años después de la formidable 'Antes del atardecer', Richard Linklater vuelve a buscar la compañía de Ethan Hawke y Julie Delpy, es decir, la de Jesse y Celine, ambos en plena crisis de los cuarenta (y con quienes sobra decir que se siente como en casa), para revivir en 'Antes de medianoche', la cumbre contemporánea del género con una de las más elípticas historias amorosas que nos haya dado jamás el cine (en apretada disputa con el mismísimo Ingmar Bergman y sus 'Secretos de un matrimonio')... y dicho sea de paso, y de nuevo sin miedo a pasarse de frenada, una de las más maravillosas.
De Viena a París, y de París al Peloponeso, antaño cuna del milagro griego; ahora devastada ruina por obra y gracia de la peor crisis económica de los últimos tiempos. Ya se sabe que nada aguanta impertérritamente el paso del tiempo, y que lo que antes fue esplendoroso puede devenir en mustio; en caducado. Linklater lo sabe... y Hawke... y Delpy. Como ya hicieran en el segundo episodio de su particular romance, firman un guión a seis manos que se descubre, desde el minuto cero, como lo que cabía esperar: un templo erigido en honor a la naturalidad, a la química y al diálogo como vehículo para alcanzar estas dos últimas virtudes que, a veces, resulta que sí son imperecederas. Deliciosa durante la bonanza; intensísima en la tempestad, siempre espontáneamente inteligente. A ratos divertida, a ratos triste, a ratos catártica y fascinante en cada frase; en cada gesto. La tercera entrega de la serie ''Antes de... '' nos recoge y nos abandona en el momento adecuado, y de paso pone el broche de oro a una -de momento- trilogía a la que, como le sucede a la vida misma, es perfecta en su imperfección. Bravo.
Sin movernos de la Sección Premieres, de repente, vine a la cabeza una conclusión: este año salta a la vista que los fans de Jack Kerouac están de suerte. Después de la interesante pero discutida 'Kill Your Darlings', aparece otra película dedicada al que con toda justicia es considerado como el gran padre fundador de la beat generation. Si con el filme de John Krokidas vimos el antes (la desenfrenada y siempre esperanzadora juventud), con el a veces convencional y el a veces desatado Michael Polish y su 'Big Sur' nos situamos en el después, cuando, en propias palabras del protagonista, la gente seguía pensando de él que tenía 26 años y seguía haciendo autostop... cuando en realidad ya superaba la cuarentena y parecía que ya nada en este mundo le interesaba lo más mínimo.
Son los años en los que la mente deslumbrante se convirtió en una sombra de lo que llegó ser, prisionera de sus vicios y, claro está, de su propia obra y éxito. Polish se centra en este pobre diablo. En la piltrafa humana perseguida, allá donde fuera y sin importar con quién estuviera, por los fantasmas del pasado y los que él mismo se fabricaba en su angustiosa espiral autodestructiva. Sexo, drogas y jazz son los elementos de rigor mezclados con un gusto estético refinado que mezcla, aprovechando muy sabiamente los factores ambientales, lo espiritual con lo asquerosamente mundano. Tiene el serio peligro de que se la confunda por un vacuo ejercicio de estilo, cuando en realidad es una pieza poética efímera, bella, torrencial, angustiosa y sobre todo respetuosa con el objeto de adoración, hecha por y para los fans de Kerouac y compañía, que visto lo visto, y gracias a Buda, no son precisamente pocos.
Por último, y como no podía fallar el documental, nos acercamos una vez más al siempre atractivo aparador de la HBO para descubrir el nuevo trabajo de Greg Barker. Los materiales de prensa de 'Manhunt' no ocultan el punto de conexión por lo obvio que resulta, y porque negarlo sería básicamente faltarle al espíritu de la casa. Es más, no hay absolutamente nada malo en la coincidencia temporal entre la cinta que ahora nos ocupa, sobre el larguísimo y extremadamente complejo proceso de caza y captura de Osama bin Laden con, efectivamente, la excelente última película de Kathryn Bigelow, 'La noche más oscura'. Es más, dicho solapamiento hasta puede ser productivo, al ser éstas dos obras que pueden -incluso deben- complementarse en beneficio recíproco, y por supuesto, del espectador.
Aquellos ''detalles'' en los que obviamente no podía detenerse la gélida dramatización de Bigelow, son tratados a fondo en el modélico trabajo de recopilación llevado a cabo por Barker. Material de archivo (entre el que encontramos, por ejemplo, una escalofriante entrevista a bin Laden concedida en el año 1997 a la BBC, y en la que el terrorista ya avisaba a los pocos que por aquel entonces querían escucharle, de sus terroríficos planes) y el testigo directo de los -sobre todo ''las''- principales implicad@s, a través de las cuales se filtran síntomas de los más desquiciados Estados Unidos post 11-S, se mezclan con precisión y claridad en una pizarra que más que hablarnos de cómo se consiguió dar con el hombre más buscado de toda la historia, lo hace sobre un período histórico atroz en el que el fin es razón más que suficiente para justificar cualquier acción.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas