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Viviendo el ahora... y el ayer... y el mañana

Vía Festival de Sundance por 25 de enero de 2013
Y suerte había de las copisterías abiertas las veinticuatro horas. Bendito punto de encuentro improvisado entre todos aquellos alumnos que habían esperado, por enésima vez, hasta última hora para ponerse manos a la obra con el maldito crédito de síntesis. ¿El agua en el conflicto palestino-israelí? Resulta que el trabajo sí podía hacerse en una noche, pero sudando sangre y, si hacía falta para descargar estrés, llorando mucho. Cosas de no pensar en el futuro. Del mismo modo, en varias ocasiones descubrimos, demasiado tarde que la redacción del final alternativo de La Celestina ya nos lo pidieron tres años atrás. De modo que, de nuevo, tanta sangre y sollozos por nada. Cosas de olvidarse del pasado a las primeras de cambio.

Abre la octava jornada de Sundance ’13 el debutante en la dirección Stuart Zicherman con ’A.C.O.D.’, acrónimo de “Adult Children Of Divorce”, en referencia a todos los sujetos de estudio que han crecido con los padres divorciados. El protagonista, encarnado por un correcto Adam Scott, ha tenido que lidiar desde bien pequeño con la capacidad de sus progenitores de provocar la implosión del universo entero cada vez que se ambos encuentran en la misma habitación. Por supuesto, la anulación de los votos matrimoniales no tardó en llegar, pero incluso así se las han ingeniado para boicotear su vida, merced a incontables emparejamientos posteriores, a cada cual más tormentoso que el anterior. Con razón se mira a tiempos pasados y la única respuesta racional es la de la amnesia total.No obstante, el pasado no ha acabado con el sufrido protagonista, menos cuando éste descubre por azares de la vida, que de pequeño fue sometido a un riguroso estudio y seguimiento psicológico que desembocó en un libro imprescindible para comprender la materia de la que hablamos. Los divorcios, que como nos recuerda la película, se producen en uno de cada dos matrimonios, son el motor narrativo empleado por Zicherman y compañía (espectacular y muy eficiente reparto, en el que salen a relucir, una vez más, las dotes cómicas de Jane Lynch y Richard Jenkins, dos actorazos que jamás se permiten el lujo de fallar) para crear, citando a la organización, “una remarcable comedia contemporánea”. Por una vez, la publicidad no engaña. Y es que si a ’A.C.O.D.’ se le perdonan un par de decisiones mal tomadas (por lo menos, mal explicadas) y un tramo final excesivamente vodevilesco, entonces sale a relucir el afilado ingenio de un guión que aparte de permitir el fácil lucimiento de todo aquel que lo recita, se las ingenia para arrancar sonrisas en cada escena, al mismo tiempo que deja latente de forma desenfadada -y tiene mérito- la epidémica crisis de los valores tradicionales familiares. Remarcable, sí.

Mientras, la aquí muy venerada Lynn Shelton ha presentado su nueva cinta, ’Touchy Feely’, presunta comedia en la que a una masajista se le manifiesta de la noche a la mañana una violenta fobia al contacto con la piel humana; y en la que un dentista descubre que tiene poderes curativos milagrosos. La directora de ‘El amigo de mi hermana’, quien ha estado colaborando últimamente en la gran serie Mad Men, achaca a su aventura televisiva el hecho de que sus métodos de trabajo hayan cambiado con respecto a sus largometrajes anteriores. Por lo visto, los chicos de Madison Avenue le han enseñado a prepararse como es debido sus trabajos; le han enseñado a olvidarse de su pasado de creadora de ágiles improvisaciones.

Como ha dicho la propia Shelton, si en todo producto terminado que hasta la fecha habíamos visto de ella los diálogos se tenían una proporción del 20% redactados y del 80% improvisados, con ’Touchy Feely’ se invierte la tendencia... y se pierde la esencia La espontaneidad deja paso a la desesperada voluntad de gustar en cada escena, y claro, el resultado final agota desde demasiado pronto. Mumblecore pervertido: el discreto pero innegable encanto del humor de Shelton se diluye en una narración que da vueltas sobre sí misma para no llegar a ningún sitio en concreto y que está poblada de personajes con los que es extremadamente conectar. Durante los últimos minutos de metraje, y sin previo aviso, mis compañeros de fila entablan un acalorado debate sobre qué tortuga ninja derrotó por primera vez a Casey Jones. Literalmente. Y con tan distinguida discusión en las cercanías auditivas, la verdad es que cuesta horrores volver a concentrarse en la pantalla.

Recuperamos la atención con el documental marciano ’Cutie and the Boxer’, que podría definirse como la versión no-ficticia de aquella entrañable locura de Takeshi Kitano titulada ‘Achilles and the Tortoise’. Si en aquella ocasión el maestro japonés nos contaba un cuento marca de la casa sobre un artista de espíritu inquebrantable que estaba dispuesto a sacrificarlo todo para alcanzar sus sueños, ahora Zachary Heinzerling hace lo propio con la verdadera historia de Ushio Shinohara y su esposa Noriko. Narrado a través de la boca, los ojos y la memoria de ésta última, la película tiene como objetivo el que no se borre el pasado de la pareja, además de brindar al público una ocasión excepcional para conocer a unos no menos excepcionales personajes.

Durante los escasos ochenta minutos de metraje, vemos como el octogenario artista se enfunda los guantes de boxeo bañados en pintura y aporrea todo lo que se le cruza por delante por tal de concebir su nueva inigualable y poca apreciada creación; vemos como se agarra pedales de campeonato junto a sus camaradas; vemos como se convierte kamikaze dispuesto a dar su vida y la de sus seres queridos por el dichoso amor al arte, nunca mejor dicho. Pero también vemos como, después de cuarenta años de sacrificadísimo matrimonio, Noriko renace como avalancha de naif cargado de rencor, provocando la súbita entrada de otra fuerza creativa incontrolable en el mismo lienzo, que por cierto, está a punto de ser devorado por un huracán de proporciones bíblicas. El pincel de Heinzerling no se deja impresionar y traza con precisión un documento rapsódico sobre el efecto liberador y el demonizador del arte... mientras mira con ternura a la más valiente de las mujeres, cuya única condena en esta vida ha sido tener una formidable historia de amor.

Por último, el joven protagonista de la mejor película de la jornada (y una de las mejores de todo el festival) tiene una ligeramente preocupante tendencia a empinar el codo, está en plena caza de una nueva novia (después de una complicada ruptura con la que tenía que ser la chica de sus sueños) y, para no desentonar, vive el día a día. Ha borrado de su lista de preocupaciones a una infancia que no le trae más que miseria, y en ningún momento se plantea qué va a hacer más allá del próximo fin de semana. Hasta aquí el punto de partida. Lo que sigue es lo intangible; aquello que no puede medirse sino sentirse, siempre y cuando los sentidos y la mente estén lo suficientemente abiertos.

James Ponsoldt dirige con sorprendente solidez esta adaptación de una novela de Tim Tharp cuyo guión firman Scott Neustadter y Michael H. Weber, autores hace tres años del boom ‘500 días juntos’. Estamos en buenas manos, sospecha que se confirma a lo largo de una historia que a pesar de asomar la cabeza por muchos terrenos que nos son conocidos, se las ingenia para no caer en ninguno de sus clichés. Éstos no aparecen ni en los pasillos del instituto, ni en el baile de graduación, ni en el seno de unos hogares destrozados que han obligado a los muchachos que los habitan a madurar de la manera más forzada -y por ello traumática- posible. Éstos están encarnados por unos encantadores Miles Teller y Shailene Woodley, y la cinta que protagonizan es un continuo, inteligente y nada forzado fluir de eventos y escenarios que si se juntan adecuadamente, desprenden el dibujo universal del proceso de maduración y, en definitiva, construcción como persona.

Sincera, melancólica y divertida; Compleja pero con las puertas abiertas de cara al espectador, su elegancia para evitar el encasillamiento genérico la define como una fiel representación de la vida misma, donde resulta que los momentos más memorables no se buscan, sino que surgen; donde resulta que las alegrías y las tristezas nunca son completas; donde puede haber amargura en las sonrisas y esperanza en las lágrimas... y donde se descubre que el ahora no es simplemente el punto que conecta el ayer con el mañana. Sale uno del cine devastado pero a la vez con un subidón de felicidad, porque de hecho puede haber pasado ante nuestros ojos el más precioso de los romances, amenazado esto sí, por la más terrible fatalidad. Perdón, pero me he enamorado. La película, por cierto, es ‘The Spectacular Now’ (en cristiano, “El espectacular ahora”), y hacía tiempo que un título no la clavaba tanto.

Mañana, más.

Por Víctor Esquirol Molinas

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