No se fíen de...
Vía Festival de Sitges
por reporter 09 de octubre de 2011
¿Por qué no nos fiamos de la gente que supuestamente debería contar con nuestra confianza? Porque por naturaleza somos recelosos. Topicazo para empezar el repaso de lo que ha dado de sí la tercera jornada de la 44ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges. Aunque para tópico el cansino fenómeno 'Crepúsculo', que un año más ha conseguido acumular bajo en un mismo techo una cantidad increíble de adolescentes cuyas vidas se rigen ahora mismo, exclusivamente por hormonas. Lo mejor del affaire es que ya ha pasado. A otra cosa, mariposa. A la desconfianza, que a pesar de no estar dotada de largos colmillos, le pega mucho más a este certamen.
El caso es que nuestros mecanismos de auto-defensa nos incitan a desconfiar de todo el mundo, especialmente de los desconocidos, y paradójicamente, de todo aquel que se empeñe en vendernos una imagen amable y simpática de sí mismo. Porque sabemos que la perfección no existe, y el que intente esconderse tras ella no trama nada bueno. Con este precepto entramos en el portal de un edificio de Barcelona, y nos recibe con mucha cordialidad un hombre ataviado con una bata descolorida que no para de afirmar que está a nuestro servicio, para lo que haga falta. Obviamente, este degenerado está esperando la ocasión para apuñalarnos por la espalda.
Y si no que le pregunten a Jaume Balagueró, uno de los hijos predilectos del certamen, que con 'Mientras duermes' (que no es un spin-off del reality de '[•REC]') nos pone en la piel de César, un hombre aparentemente normal, pero que en realidad encierra un secreto: no es feliz. Nunca lo ha sido, quizás porque nunca aprendió a serlo. Y lo que es peor, sólo se acerca a algo remotamente parecido a la felicidad cuando está al lado de gente desgraciada. Si los que le rodean no lo son, no hay problema; él se encargará de que lo sean. No es maldad, dirá la defensa, es simplemente que las penas compartidas, pesan menos. La amenaza se eleva a la enésima potencia cuando el susodicho tipo resulta ser el portero del edificio en el que vivimos, un sitio en el que por supuesto, la intimidad se ha ido de paseo.
Alejándose ligeramente del terror más cañero que tan buenos réditos le ha dado en los últimos años, Jaume Balagueró abraza con fuerza la vertiente más psicológica del género, ofreciendo una película que no busca el susto, sino la tensión y el continuo mal rollo. Para suministrar dichos platos está el que posiblemente sea el mejor maestro de ceremonias que hoy por hoy nos puede dar nuestro cine. Luís Tosar, que jamás desperdicia una ocasión para lucirse, no defrauda y consigue una solidísima construcción de un monstruo que al principio repele y al final hasta enternece. De esto último se encarga Balagueró, que aunque no sepa ocultar alguna que otra laguna en el guión, se las ingenia para filmar un buen thriller enfermizo y perturbador, a medio camino entre la almodovariana 'Hable con ella' y la muy rescatable 'El habitante incierto'. Una pirueta compleja que a pesar del título, no permite que al espectador se le ocurra ni siquiera durante un segundo cerrar los ojos.
Hemos aprendido que no hay que depositar excesiva confianza en los porteros, ahora, de cara a la navidad, no está de menos recordar que tampoco hay que fiarse un pelo de uno de sus más entrañables iconos. ¿Un hombre gordinflón vestido de rojo, con barba blanca y mofletes colorados que se cuela en nuestro hogar para darnos regalos? Este degenerado seguro que tampoco trama nada bueno. Ya nos lo advirtió el año pasado Jalmari Helander en su singular y premiada 'Rare Exports: A Christmas Tale', y ahora, el holandés Dick Maas hace lo propio con 'Saint', que nos cuenta la leyenda negra de San Nicolás, temido en tierras holandesas no por traer juguetes a los críos, sino por llevarse a los más malos... ¡a España! Esto es ser malvado, y lo demás son tonterías. Hay quien va más allá y afirma que las intenciones de ese ser sobrenatural jamás fueron buenas, y que su único propósito en esta vida fue el de sembrar la muerte y la destrucción allá donde fuera.
Ante nosotros la película -de momento- más masacrada este año en Sitges... y esto que la mitad de la prensa especializada todavía no ha podido verla por una serie de negligencias por parte de la organización que ahora mismo no vienen al caso. Lo que sí es necesario comentar es que la amplia mayoría de críticas negativas provienen de gente que no ha sabido verle la gracia a la propuesta... o que se la ha tomado en serio, que es aún peor. Es una lástima, porque la labor de Maas es más que correcta, pero claro, ésta está al servicio de una tontería. Tontería que, en su defensa, no pretende ocultar su condición. Imposible tratando la historia sobre un Papá Noel asesino (algo similar a lo que proponía el mismo cineasta en su ópera prima, una suerte de slasher que tenía como villano de la función... a un ascensor). Así pues, toca rebajar drásticamente las expectativas, sólo así se consigue que este híbrido de cuento de terror, comedia negra y aventuras (una combinación muy ochentera), no se haga nada ofensivo, y que incluso nos regale algún breve momento de diversión.
Para terminar el repaso a lo que ha dado hoy de sí la Sección Oficial (sigue sin saberse bien si a competición o no), un último consejo. Si por casualidad se hallan en un árido desierto y se han quedado sin provisiones, jamás de los jamases se fíen de una amable ancianita que les ofrezca un poco de su agua, porque efectivamente, esta degenerada tiene planes muy oscuros. Para ponernos en situación, el desierto al que hacemos referencia resulta ser todo el planeta Tierra, que después de unas fuertes tormentas solares, se ha visto completamente arrasado y reducido a un montón de cenizas. Así es el futuro ideado por Tim Fehlbaum en 'Hell', palabra que tendimos a asociar al infierno, pero que en el país natal del director significa "brillo".
Es el brillo del astro rey uno de los máximos enemigos en lo que podría definirse como una 'The Road' en la que la crema solar es imprescindible para ir a cualquier sitio. El asfalto post-apocalíptico es lo único que este filme tiene en común con la genial novela de Cormac McCarthy (así como su correspondiente y no menos recomendable adaptación cinematográfica a cargo de John Hillcoat), puesto que toda la claridad que prometía el título se queda ahí mismo, en el cartel promocional. El resto se traduce en un cansino e inconsistente survival que se detiene en todos los lugares comunes del subgénero y que cuando hace el amago de mostrar un poco de carnaza (que a esto viene mucha gente), se arruga aduciendo a unas pretensiones artísticas falsas, tan vacías como el cerebro de la mayoría de sus protagonistas.
Más allá de los premios, hacemos una visita a la campiña inglesa, donde el amor está siempre reñido con el honor y otras palabrotas cuyo significado lleva largo tiempo enterrado. Allí aprendemos que tampoco hay que fiarse de los publicistas, que nos venden la enésima adaptación de 'Jane Eyre', como una revisión en clave terrorífica del clásico de Charlotte Brontë. Mejor decirlo cuanto antes: el terror está en el mismo sitio que el honor, criando malvas en algún agujero dejado de la mano de Dios. Pasada la decepción, toca rendirse una vez más -y van...- ante el descomunal talento y magnetismo de este monstruo de la interpretación llamado Michael Fassbender, y también ante el talento ahora confirmado de Cary Joji Fukunaga, que dota de sentido y sensibilidad cada fotograma de esta cuidadísima transición de las páginas a la gran pantalla. La historia, universal donde las haya, ya la conocemos todos, y el exquisito empaque fílmico es digno del contenido literario, lo cual es el mejor piropo en este tipo de ocasiones.
Para ir terminando, y para no desentonar con la tónica dominante... recalcar que a veces no hay que dar demasiado crédito a esta sagrada institución que es la ficha técnica de las películas. ¿Qué pasa si una cinta ha sido filmada con un iPhone 4 (han leído bien)? Pues que el resultado puede llegar a ser igual o superior al de muchas producciones que cuentan con muchísimos más medios. La prueba de ello la encarna el maestro Park Chan-wook y su 'Night Fishing', que nos regala una media hora deliciosa de cine, en la que las danzas macabras (inmejorable arranque) dan paso a un sentido ritual funerario, todo bañado por un embriagador sentido del fantástico, y sí, todo gravado con un "miserable" teléfono móvil. En el otro lado del océano, en las costas californianas, un debutante en la dirección como lo es Marco Weber da otra lección de gestión de recursos con su ópera prima, 'Leashed', filmada íntegramente con una Canon 5D, y con un balance técnico impecable no correspondido por una trillada e increíble historia sobre las destructivas ataduras que establecen unos adolescentes en continua deriva existencial y moral.
Por último, aunque no menos importante, nunca está de más recordar que directamente no hay que fiarse de Shinya Tsukamoto. El director que hasta hace bien poco seguía viviendo del cuento de haber sido uno de los padres fundadores del movimiento artístico cyberpunk, ha decidido por fin pasar página, y la verdad es que después de haber visto su último trabajo, uno se plantea si lo que debería hacer es simplemente dedicarse a otra cosa que no sea hacer películas. 'Kotoko' es la historia de una locura, de una mujer que cuando no ve doble se automutila, y cuando no hace nada de lo anterior, se vuelca de manera obsesiva en el cuidado de su hijo recién nacido. Una locura es también someterse a otro ejemplo de la anárquica y dejada puesta en escena de Tsukamoto, que aunque pueda escudarse en la temática de la que trata su nuevo filme para justificar sus excesos, sigue cometiendo uno de los pecados más imperdonables en este mundillo: crispar a más no poder los nervios del respetable, que si a estas alturas le aguanta sus caprichos, es sin duda por lo que en su día llegó a ser. Ya se sabe, de las antiguas glorias tampoco hay que fiarse.
Mañana, más.
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Por Víctor Esquirol Molinas